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Réquiem por un director caído. Sobre el asesinato del coronel Élmer Fernández

El homicidio del coronel Elmer Fernández el pasado 16 de mayo de 2024, mientras regresaba a su casa en un automóvil común y corriente, es sin lugar a duda un hecho sin precedentes en la que había sido hasta ahora una suerte de guerra fría por el control del mundo del encierro.

por

Libardo José Ariza


17.05.2024

Arte por Isaac Vargas

Las cárceles difícilmente saben lo que es vivir en paz. En algunos días en los que brilla el sol, cuando es día de visita, el anterior a un permiso de salida o la llegada de la boleta de libertad que permitirá abandonar ese infierno, la alegría se asoma al penal por apenas un instante. La sombra del vacío que rodea la experiencia del encierro lo engulle todo, como un agujero negro insaciable que cada día reclama más víctimas.

Didier Fassin, en su magnífica etnografía sobre el mundo penitenciario, define esta forma de existencia como la condición carcelaria. Una manera impuesta de estar en el mundo caracterizada por la violencia total, la sensación de vacío y precariedad, por el desperdicio del tiempo de vida en la rutina atemporal de un castigo que siempre parece infinito. 

Ese mundo está cubierto por un hedor sombrío, mezcla de los humores de miles cuerpos encerrados y hacinados con la humedad arraigada en los muros de una edificación vetusta, que penetra el espíritu de los más atrevidos para hacerles hincar la rodilla ante el soberano que con puño de hierro gobierna el mundo del encierro local. El soberano carcelario no es el director del establecimiento que representa al Estado. Su gobierno es parcial y tiene fronteras claras cuyo traspaso implica una declaración de guerra. Esas fronteras son los patios, las celdas que es mejor no requisar ni raquetear con demasiada frecuencia.  En realidad, quien decide la suerte de este mundo es ese oscuro personaje que otrora era conocido como el cacique de La Modelo y que hoy ha de ser llamado Pluma del Patio. Ha asentado su poder sobre este mundo decadente de abandono y pobreza, cuyo equilibrio se basa en la simulación grotesca de la sociedad libre que añora.  

Hace muchos años, en mi primera visita a La Cárcel Modelo, guardé una copia del Periódico Libres. Me extrañó en ese momento encontrar en varias de sus páginas anuncios clasificados que ofrecían servicios en los distintos patios del establecimiento. Panaderías; comidas rápidas; cafeterías; restaurantes; venta de verduras frescas, carne, pollo y pescado; fotocopiadoras y una fábrica de poesías que a la vez funciona como lavandería, eran algunos de los servicios que se podían conseguir en el dinámico mercado penitenciario. Las páginas siguientes del periódico repiten este mismo formato y publicitan más restaurantes y cafeterías, acompañados de ofertas de servicios jurídicos de abogados especializados, junto a posiblemente la única pizzería del establecimiento y una “fábrica personalizada de acrósticos, versos y poesías” para dedicar a las mujeres visitantes.  Aunque el panorama hoy en día no es el mismo, el mercado carcelario sigue existiendo y este aspecto bizarro del encierro es la piedra angular de su sostenibilidad durante décadas, de su equilibrio siempre precario y del enorme poder del Pluma que controla sus flujos y rentas. 

Con la guardia abajo: la emergencia carcelaria y la inaplazable reforma del INPEC

La emergencia carcelaria decretada por el Gobierno nacional pone en evidencia muchas falencias del sistema penitenciario, pero hay uno que parece no dar más espera: la reforma del Inpec.

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La creciente literatura sobre las prisiones de América Latina coincide en señalar que la informalidad y la gobernanza son rasgos característicos del orden penitenciario. La teoría estándar sobre las prisiones latinoamericanas sostiene que la informalidad, los sistemas de cogobierno y la gobernanza en las prisiones latinoamericanas son el resultado del déficit de Estado en cuanto al suministro de bienes y servicios, así como de la ausencia de un aparato burocrático fuerte. Para suplir la ausencia de Estado, emergen grupos internos de poder que asumirían la regulación del mundo penitenciario, a través de la división informal de las tareas de custodia y administración de la vida cotidiana de los establecimientos. En los últimos años, y no solo en Colombia, este fenómeno ha tomado un rumbo sin precedentes que tal vez no se veía desde los tiempos de infamia de La Catedral. Las estructuras criminales de alto impacto se han tomado el mundo del encierro y han incluido en su agenda política el dominio de las prisiones para lograr condiciones especiales para sus miembros privados de la libertad, ordenar o impedir traslados y proteger sus rentas.  El pluma pertenece hoy en día a poderosas bandas criminales como La Inmaculada o Los Rastrojos Costeños  que siembran el terror a lo largo del sistema. Han declarado la guerra a un sistema penitenciario que tiene la guardia abajo.

En su momento se pensó que el control del sistema se lograría con la incorporación de personal de la Policía Nacional en los cuerpos de dirección y mando. No sólo la Dirección General del INPEC se entregó a la Policía Nacional, sino que los principales establecimientos del país, desde Tramacua, pasando por Jamundí hasta llegar a La Modelo y Picota en Bogotá, han sido dirigidos por policías retirados de alto rango como capitanes, tenientes-coroneles y coroneles. El homicidio del coronel Élmer Fernández el pasado 16 de mayo de 2024, mientras regresaba a su casa en un automóvil común y corriente, es sin lugar a duda un hecho sin precedentes en la que había sido hasta ahora una suerte de guerra fría por el control del mundo del encierro. Es un movimiento que ataca dos posiciones hasta ahora intocables: la dirección de una cárcel y un alto oficial de la policía nacional. Una guerra abiertamente declarada que sumirá al ya violento mundo penitenciario en un nuevo ciclo de destrucción y sufrimiento. 

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Libardo José Ariza


Libardo José Ariza


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