El día del concierto de Damas Gratis en el Movistar Arena iba con mi chaqueta Kappa. Una chaqueta azul. Antes de entrar me encontré a un par de amigos que me dijeron: “perro, está re pintado”. Yo iba en otra, como creo que mucho público iba: en otra y con ganas de bailar cumbia. 

El primer concierto de cumbia villera en Bogotá que recuerdo fue Damas Gratis en el Palacio de los Deportes en el 2008. Organizado por la barra de Millos. Aunque no estuve, fue un hito. Todo el mundo hablaba de él. La afinidad musical del barrismo en Bogotá siempre estuvo inclinada hacia el metal, el punk, el ska, el rock, los parches rude boys de la ciudad y, en general, hacia todas las músicas que hicieron la contracultura en Bogotá en los años 90. El concierto de Damas Gratis en el 2008, entonces, era la puerta de consolidación de la cumbia villera como un género primordial que el público futbolero adoptaría gradualmente con los años.

Era muy interesante el contraste histórico: la cumbia que en los años 50 coqueteaba con la clase alta bogotana en los bailes de salón de la mano de las orquestas de Lucho Bermúdez y Pacho Galan, ahora regresaba en sonoridad más barrial, villera y del sur del continente.

El concierto de Damas Gratis en el Movistar Arena significaba un hito para todo el movimiento cumbiero que se ha ido consolidando en Bogotá. Claro, sabíamos que iba a entrar parche futbolero, pero era más que eso. Se trataba también de un parche cumbiero que, como digo, se ha consolidado en los últimos años. 

Al entrar me encontré con tres heridos de un parche de Santafé. Y yo con mi chaqueta azul ahí al lado. Me di cuenta de que la situación era una gonorrea. 

Lo que pasó ya ha sido documentado: a eso de las 8:30 de la noche, una hora antes de que la banda de cumbia argentina saliera al escenario, distintas personas que entraron al escenario empezaron una riña con cuchillos. El saldo fue de 20 heridos y un muerto, Sergio Blanco, hincha de Santafé, que fue atropellado afuera del escenario, mientras intentaba escapar de las peleas. 

El concierto se canceló. Y los organizadores, SILRA Eventos y Producciones, ya anunciaron que no regandarán el concierto. 

Pero más allá de lo anecdótico, me quiero concentrar en las reacciones en redes sociales que tuvieron los incidentes del pasado miércoles 6 de agosto en Bogotá. Muchos reels se referían a las barras como “desadaptados”, “ñeros” o “vándalos”. Usaban el mismo lenguaje de noticiero típico que uno ya espera. Lo extraño era que personas del parche alterno decían eso mismo y replicaban ese lenguaje. 

¿En serio piensan que sólo se trataba de eso? 

Otros comentarios en redes se preguntaban retóricamente: “¿a usted qué le saca lo facho que lleva a dentro?” Y se respondían ellos mismos “el barrismo”. 

Me parece una lectura muy generalizada del barrismo. Una lectura que viene marcada por un odio y un desprecio; por un clasismo y un arribismo absurdo en la ciudad. Lo que muestran estas reacciones es que hay una lectura muy parcializada de lo que significa el barrio y el barrismo. 

Es verdad que en Colombia el barrismo ha puesto muchos muertos. Pero también es cierto que ha habido un ejercicio sincero por parte del barrismo para evitar esa violencia. Las barras son, al final, una muestra de lo que somos en la sociedad. En las barras uno encuentra gente de todo tipo: gomelos, trabajadores, adictos, ladrones, empresarios. Como en cualquier parche. Es como si uno agarra el parche de la guaracha o de la electrónica: uno va a encontrar gente de todo tipo. 

¿Pero qué pasa con la barra? Que la barra ocupa el espacio público, la barra es música, bulla, carnaval, libertad, color, alegría. Y quizás hay a quienes les interesa reprimir esas formas de habitar la ciudad. Porque me parece que en el fondo, el estigma al barrismo es el estigma a los jóvenes del barrio, el estigma a vestirse de cierta manera, de habitar la ciudad de cierta manera. La discusión va más allá de decir “es que les gusta darse cuchillo”. Porque claro que la violencia en el barrismo se tiene que tratar, pero la violencia es una expresión de nosotros como sociedad. 

Tiene que haber una reflexión profunda de lo que sucedió el pasado miércoles. 

¿Por qué los productores del evento no se basaron en la organización de los partidos de fútbol en Bogotá? Cuando hay un clásico, siempre se reúnen las barras para organizar el evento y hay un asunto preventivo. ¿Por qué no se señalaba con igual fuerza a los organizadores del evento? ¿A la logística? ¿Por qué la policía siempre aparece de forma represiva? ¿Por qué no miramos las políticas de seguridad en la ciudad? Porque pareciera que se tratara de cumplir unas cuotas, mandar unos chinos a la UPJ y no proporcionarle bienestar a la gente que asiste a un evento. 

Tenemos el ejemplo de una ciudad histórica y popularmente cumbiera como Bucaramanga y su zona metropolitana. ¿Cómo se desarrolló el concierto de Damas Gratis allá? Bien. La pregunta que me surge entonces es: ¿Qué significa para nosotros la cumbia y qué lugar puede ocupar en nuestra ciudad? ¿Nos va a pasar lo mismo que pasa con las músicas populares cuando entran en contacto con la industria? ¿y las convertimos en una etiqueta? ¿y las vaciamos de contenido? ¿y les impedimos que se alimenten del público que las escucha? 

La cumbia no es el nuevo punk. No necesitamos validar nuestras música comparándonos siempre con el mundo anglosajón . No necesitamos un video de Joe Strummer diciendo “oh, me encanta Landero” para validarla en los parches alternos de la ciudad.  Los cumbieros no son los nuevos Sid  Vicius y el fish and chips no tiene nada que hacer al lado de un bocachico sudado. 

La cumbia no es una moda, ni una etiqueta mercantil. Es el refugio del pueblo y ha habitado esta ciudad desde las primeras orquesta costeñas que vinieron a grabar en la primera mitad del siglo XX, los bailes de salón en los 50, las orquestas tropicales que prendían los diciembres en los barrios en los 70 y 80, la tecno cumbia en los 90, la villera en los 2000 y todo lo que actualmente sucede con ella.

En Bogotá tenemos la oportunidad para que se forje un movimiento cumbiero que sea amplio, que no caiga en la bipolaridad ni en el clasismo y el arribismo con el que carga esta ciudad.

Es lamentable lo que sucedió en el concierto de Damas Gratis. Ojalá que esto dé pie para reflexionar sobre la violencia, pero también sobre lo que queremos que pase con la cumbia en Bogotá como un lugar de encuentro y no de estigmatización.

Después de lo que pasó, ¿quién va a volver a un concierto de Damas Gratis? ¿La gente irá al concierto dependiendo de cuál sea el escenario? ¿De cuál sea el público? ¿De si van a asistir las barras o no van a asistir? ¿De si la boleta cuesta 200 mil pesos? ¿O 500 mil?

El concierto de Damas Gratis en el Movistar Arena, lo dije arriba, significaba un hito para todo el movimiento cumbiero que se ha ido consolidando en Bogotá y era abrirle la puerta a que las bandas se pudieran presentar en escenarios más grandes. Con lo que ha pasado y cómo se ha manejado la situación, esa puerta se cerró. 

La lección para nosotros, los que hacemos parte de una escena independiente de cumbia, es saber leer al público y entender que, si llegamos a uno de estos grandes espacios, tenemos que hacer todo lo posible para que lo que prime sea el bienestar de la gente que va a escuchar cumbia. 

*Este texto se construyó a partir de una entrevista con el autor que convertimos en texto escrito y publicamos como columna de opinión.