[Esta nota fue publicada originalmente en Razón Pública]
Un fiel representante
Popeye representa el eslogan de “Colombia es pasión”: pasión por matar, pasión uribista, pasión para el matoneo, pasión Caracol, pasión para delinquir, pasión en redes.
La cultura narcolombia nos ha llevado a una sociedad donde todo vale por billete: desde humorizar hasta agredir y matar. En esta Colombia, ser exitoso tiene que ver con la plata, las marcas, la fama, estar con chicas trofeo y jugar al cinismo (bueno, no sólo en Colombia, pues es el mandato del mundo capitalista en donde Trump es su máxima expresión).
Pero como en Colombia es posible esa “ética” de billete mata cabeza, venganza derrota justicia, el yo diluye derechos humanos y clase insulta inclusión… Popeye mata decencia, convivencia y dignidad.
El rey del matoneo virtual y moral de Colombia es el señor Uribe, ver sus trinos falsos y sus agresiones es lo único que se necesita para comprobarlo. Mientras tanto, el rey que mata física y moralmente es Popeye, detenido la semana pasada “por extorsión tras amenazas contra el candidato Gustavo Petro”.
El personaje mediático
Popeye se hizo famoso porque tuvo telenovela, canal de YouTube, Twitter y fanatismo uribesco:
– En Caracol celebraron sus fechorías como si fuera un modo de ser colombiano. Le pusieron humor y mostraron cómo delinquir es una forma de ser exitoso.
– En YouTube, aunque fue un pésimo youtuber, se convirtió en el gran bully de la red social, y, de no ser porque los medios le dieron visibilidad, no hubiese tenido vistas.
– En política se afilió al uribismo, afiliación que hace evidente en su modo de amenazar, matando más que con ideas en Twitter.
Lo único que realmente ha hecho ha sido matar y obedecer a jefes como Pablo Escobar. Hoy carga con 300 asesinatos reconocidos y el haber ordenado tres mil ejecuciones, toda una joyita. Su mayor virtud: matar, y mucho.
¿Por qué sabemos tanto de este innombrable? Porque los medios nos han dado a conocer en forma de noticia todo sobre su vida, convirtiéndolo incluso en parte de la farsándula nacional. Pero surge una duda, ¿a un personaje como estos no debería echárselo al olvido y negarle toda visibilidad y notoriedad?
Popeye y el uribismo
En Colombia dicen que, de tal palo, tal astilla: Pablo Escobar mataba y Popeye era su mejor sicario, Uribe matonea y amenaza en las redes, los medios y los juzgados y Popeye es su alumno más aventajado: «Malditos petristas. Denuncien mi twit. Los odio. si no me puedo expresar, mi fusil hablará por mí, cuando empiece el dolor y el llanto no lloren que no habrá compasión».
Este fue uno de los tuits que condujeron a su detención por parte de la Fiscalía por los presuntos delitos de extorsión y concierto para delinquir. Y es que Popeye extorsiona como parte de un estilo de vida.
Popeye es uribista—lo cual no indica que el señor Uribe le dé órdenes—e interpreta de modo personal y abusivo las palabras de su patrón. Por eso marchó y militó en el NO al plebiscito por la paz, se adhirió y es promotor de la campaña de Iván Duque, el candidato del expresidente Uribe, y amenaza a Petro.
Su uribismo no gusta ni entre los uribistas, pero lo extraño es que Uribe no haya dicho ni mú, mientras que Duque, por lo menos, dijo que no estaba de acuerdo.
Como él, es Colombia
‘Popeye’ es la celebridad que nos merecemos: un sicario, faltón, sin modales, atarván, sapo, que no lee pero va a las fiestas de los mágicos, que no conversa sino que amenaza; un narco con la ética de la obediencia.
Reflejo de la cultura de “usted no sabe quién es mi jefe” o “usted no sabe quién soy yo”. Gritos que muestran que sabemos tan poco quiénes somos que pedimos auxilio en público (redes sociales y medios) para ver si alguien nos dice.
Popeye es como somos, una sociedad premoderna: de Dios, patria, familia, venganza contra ciudadanía, justicia, democracia, derechos y conversación argumentada.
Popeye es como nosotros, pero sobre todo es como los políticos, los abogados, los expresidentes, los empresarios, los emprendedores, los críticos, los periodistas y, más aún, la farándula.
Valores que se adoban con la estética y el performance kitsch a lo paisa, la estética de Colombia: marquillero, pantallero, gritón, chistosito, pelión, grasita, tecnológico, derechoso, religioso y finquero.
Popeye es como nosotros, pero sobre todo es como los políticos, los abogados, los expresidentes, los empresarios, los emprendedores, los críticos, los periodistas y, más aún, la farándula.
Si no es así, mirémonos en el espejo, veamos cómo actuamos, cómo hablamos, cómo nos vestimos y nos expresamos. Miremos cómo lo que importa es el billete, el sexo, las drogas y aparentar. Y así somos porque toda la vida nuestro paisaje estético, político y moral han sido los narcos.
La metáfora de Colombia
Popeye es muy colombiano porque nos refleja desde nuestro lado oscuro, y hasta ahí todo bien porque cada cultura tiene sus héroes: los gringos a Trump, Italia a Berlusconi, Venezuela a Maduro, Colombia a Uribe, Ecuador a Correa.
Lo perverso de todo es como lo hemos convertido en “modelo”, un “esperpento” de noticia, sujeto digital en las redes y un matón de verbo fácil en la política.
¿Su popularidad tiene que ver con admiración, repulsión, o simple curiosidad? Tiene que ver con que nos expresa en nuestro lado oscuro, matoncito y exhibicionista.
¿Su popularidad tiene que ver con admiración, repulsión, o simple curiosidad? Tiene que ver con que nos expresa en nuestro lado oscuro, matoncito y exhibicionista.
¿Qué indica que haya logrado tener cierta fama como youtuber y opinador uribista de redes? La fama se la dieron los medios: Caracol haciendo una telenovela y los periodistas hablando de su pobre y poco exitoso canal de YouTube. ¡Sin los medios no existiría Popeye, el personaje público de la farsa nacional!
¿Por qué se cree con derecho a amenazar como criterio político? En Colombia amenazar, matonear, insultar o mentir en público es un deporte nacional que practica con cinismo el líder más popular, ¿cómo no lo vamos a practicar si el líder lo hace? Popeye no se explica sin la ética uribista y Colombia no se comprende sin Uribe. Popeye es todo lo que somos.
Los medios saben lo que hacen con Popeye porque ganan ‘rating’, sensacionalismo y likes, mientras a los periodistas se les exige pensar muy poco. Y todo bien, al Popeye hay que contarlo porque es la metáfora de nuestro karma mafioso, pero falta más sentido crítico y menos celebración de sus bravuconadas, actuaciones y matoneos ¿o no? (Si lo hiciéramos, un texto como este no debería existir. Demasiadas palabras malgastadas para explicar este esperpento que debería perder toda visibilidad pública por cínico y matón).