«Podemos tener otro tipo de relación con la naturaleza»: Chris Gude, director de ‘Morichales’:

El documentalista neoyorquino sigue presentando en salas colombianas la última entrega de su trilogía sobre economías informales, galardonada en el FICCI por su mirada poética y precisa a un ecosistema amenazado por la minería de oro. Entrevista.

por

José Loschi, periodista y editor freelance


24.05.2025

Morichales completa una trilogía que Chris Gude inició hace ya más de una década en Medellín.

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Se trata de la reciente ganadora del Premio del Jurado al Mejor Largometraje colombiano en la 64° edición del Festival de Cartagena (FICCI). Los lazos estrechos del cineasta estadounidense con el país, donde ha vivido y trabajado por varios años, bastaron para incluir su película –producida por Mutokino– dentro de la competencia nacional.

Morichales recorre una extensión vasta en torno al arco minero venezolano, desde las cabeceras del río Caroní, cerca de la frontera con Brasil, hasta su desembocadura en el Orinoco, territorio en el que se adentra el director con su cámara Bolex de 16 mm para observar el proceso de extracción del oro. Tomando como modelo el documental científico de los años 20 y 30 del siglo pasado, Gude aborda sin prisas la problemática del extractivismo y su impacto ambiental, menos interesado en hallar respuestas que sirvan para una agenda global que en comprender el entorno y los factores locales que hacen parte de esta actividad llevada a cabo por pequeñas compañías que operan en la zona con la connivencia del poder estatal. 

Su obra fílmica, caracterizada por un cruce constante entre documental, ficción y ensayo etnográfico, ha girado en torno a economías informales y territorios periféricos de América Latina. Foto: mutokino

Este realizador neoyorquino, que llegó en 2006 a Medellín para hacer un voluntariado como estudiante de antropología en un albergue de desplazados en el centro de la ciudad, sorprendió tiempo atrás con su opera prima, Mambo cool (2013), construida con los sedimentos vivenciales de su trabajo de campo. Desde entonces, con una inquietud existencial y una poética propia que desdibuja los límites entre documental y ficción, Gude ha venido explorando la fase primigenia y espuria del negocio de ciertas mercancías de destino global, eslabón aparte en el que se añade un valor marginal dentro del circuito. Primero fue el microtráfico de cocaína en la metrópoli paisa, luego el contrabando de whisky y gasolina en la Guajira (Mariana), y ahora la extracción informal de oro en la Guayana venezolana (Morichales).  

“Hay muchos elementos que articulan la trilogía, ya sean rasgos estilísticos o sensibilidades, pero el punto de partida es siempre desde los márgenes, con el foco en economías que emergen al margen del capital internacional y del sistema tributario dominante de los Estados. En esa precariedad es donde emerge algo más dinámico y más vital que la actividad económica regida y estandarizada por una burocracia estatal. Ahí es donde hay para mí una sostenibilidad, otras maneras de enfrentar la incertidumbre y las vicisitudes de la economía”, argumenta el director, que en Morichales se interesa por la fortuna incierta del minero y la relación paradójica que mantiene con su entorno: a la vez que acelera los procesos geológicos con máquinas para extraer el codiciado mineral, depende de los ciclos de la tierra y los flujos de los ríos para conseguir su fruto.

"El moriche es una simple palma pero tiene una posición clave en el ecosistema y ha sido clave en la cultura ancestral"

El relato que teje el documental está inspirado en las crónicas de exploradores botánicos y misioneros de los siglos XVIII y XIX, “que intentaban aunar la ciencia con un pensamiento social –dice Gude– y en las que uno encuentra cierta poética de las impresiones personales, atravesadas muchas veces por la moral”. Con esa mirada reflexiva se abarca también otras labores arraigadas en la cultura del lugar, como el cultivo y la cosecha de la yuca amarga o el uso de la planta de moriche para construir los techos de viviendas, lo que dispara preguntas que abren vías alternativas de relación con el medioambiente. Sobre esta cuestión, entre otras, pudo debatir el público junto al director en las presentaciones que hubo de la película durante abril y mayo en distintas ciudades de Colombia.

Morichales es una sola expresión de una investigación de muchos años que también tendrá otras manifestaciones en diferentes formatos. Quiero hacer algo un poco más literario con ilustraciones y mapas, pero por lo pronto pienso realizar un cortometraje que funciona como coda a estas tres películas”, adelanta Gude, quien seguirá desarrollando proyectos basados en la geografía de Venezuela y Colombia. 

El documentalista estadounidense lleva más de una década explorando economías informales en Colombia y Venezuela. Foto: mutokino

Te llevó muchos años hacer esta película. ¿Qué tipo de dificultades surgieron durante el rodaje?

En primer lugar, fue difícil transitar por el territorio porque es una zona militarizada. Hay muchos retenes, lo que en Venezuela llaman alcabalas, manejados principalmente por la Guardia Nacional. Pasar con una cámara llama la atención, ya que no hay turistas en esa zona. Logré atravesar los controles porque iba con mi Bolex, una cámara de cuerda de manivela cuyo aspecto es un poco vetusto y, por lo tanto, no intimidaba para nada. Había además dificultades para acceder a las minas, debía hablar con los sindicatos que las controlan o con autoridades indígenas. Pero el mayor obstáculo lo presentó la naturaleza misma, por las temporadas de agua y todos esos tiempos dilatados que uno tiene que obedecer, que el minero obedece, y que los nativos que habitan allí también respetan. Para un cineasta con la ansiedad de hacer y de producir como yo fue difícil, pero al final ha sido muy enriquecedor todo ese tiempo que me tuve que quedar allá. Fue realmente necesario para entender el territorio.

En cierto modo, la lentitud ligada a las técnicas de extracción que se muestran en Morichales se replica en lo que fue el proceso de realización de la película…

Totalmente, pero de todas maneras el minero, en su insistencia en extraer de la tierra, tiene que acelerar los procesos del agua, los procesos geológicos y hasta los procesos vegetales de la naturaleza. Sustituye una fuerza geológica por sus máquinas y sus mangueras, y esta fuerza es pues la manifestación de la aceleración del capitalismo, que está en conflicto con los tiempos de la naturaleza.

¿La planta de moriche podría ofrecer un contrapeso a ese desequilibrio?

Sí, al elegir el título de la película quise resaltar que hay otro tipo de relación que podemos tener con la naturaleza. Para eso hay que entregarnos a sus tiempos y cultivar sus sistemas vivos. Uno de ellos es el moriche, que es una simple palma pero tiene una posición clave en el ecosistema y ha sido clave en la cultura ancestral. Purifica el agua, cuida su circulación y los humedales, y también es fuente de reproducción y alimento para la fauna. Además le provee alimento y techo al ser humano, literalmente, porque los habitantes de estos lugares usan las frondas del moriche para hacer los techos de sus churuatas. Sus fibras también sirven para hamacas, por lo tanto es un árbol que si se cuida y se cultiva de cierta manera, puede dar mucho uso y valor para el humano y el ecosistema en general.

¿En qué medida las dificultades para acceder al terreno, según comentaste, condicionaron el modo de trabajar las imágenes?

Principalmente me condicionó en que tuve que grabar solo, sin equipo de fotografía ni de sonido y con esta camera vetusta que ya describí. Tampoco pude usar ningún dispositivo de sonido aparte de mi celular, que utilicé para grabar unos sonidos de motores. Por otra parte, no se podía hacer realmente un plan de rodaje. Yo tenía que estar ahí un tiempo casi indeterminado esperando las condiciones climáticas favorables para filmar y, además, el permiso de los que controlaban los respectivos territorios donde quería trabajar. Al mismo tiempo, quería que esos acercamientos se dieran a nivel personal y entender la situación estando ahí en el campo y con las personas.

Hay en Morichales un registro más directo y cercano al formato documental, a diferencia de tus otras películas, en las que destacaba la puesta en escena y el trabajo con personajes. ¿Te replanteaste en el medio tu manera de filmar o de hacer documentales? 

Las primeras imágenes de Morichales las grabé en 2009, antes de empezar Mambo Cool y Mariana. Después no volví a Venezuela hasta 2017, pero ese material quedó fermentando en mi cabeza y mi idea en un principio era seguir utilizando como personaje a Jorge Gaviria. Quería que fuera un dispositivo narrativo dentro del territorio y que su personaje transitara los tres espacios de la trilogía. Finalmente sí transita el espacio como narrador, pero lo que primó en Morichales fueron las técnicas de minería, los cuerpos, los paisajes y el genio del lugar, que no necesitaba realmente de un personaje en cuerpo que guiara por los caminos. El recurso de la voz fue la mejor manera de valorizar las imágenes, el territorio y las técnicas mineras, que son el impulso narrativo de la película. 

Por otra parte, este recurso me permitió jugar con las formas del documental científico y ensayar expresiones más poéticas, subversivas y críticas del propio formato. La película empieza por una indagación material de cómo están hechas las cosas y cómo funcionan y luego comienza a cuestionarse a sí misma. Cuestiona sus propias observaciones y se pregunta por cosas que no tienen que ver tanto con la materia sino con el tiempo, cuál es el sentido de labrar la tierra y de excavar tanto, qué fruto dará el minero y a dónde vamos con todo esto. 

En Mariana todavía sobrevolaba la utopía bolivariana de Hugo Chávez. ¿Cómo percibiste el país luego de ese intervalo sin visitarlo?

El discurso de Chávez que incluí en Mariana, lo pronuncia al final de su mandato y de cierta manera es un lamento por la utopía fallida de su gobierno y de una economía nacional fuerte. Mariana estaba hecha a base de esas ruinas, mientras que Morichales viene a ser testigo de la distopía del estado petrolero administrado por PDVSA, en la cual nace esta economía emergente del subsuelo que es el boom del oro. Como vemos en la película, ya no se requiere de una empresa estatal burocrática que lo administre, sino de grupos cada vez más pequeños, solitarios y precarios de compañías mineras que extraen el oro con una tecnología casi manual y sin regulación alguna. Es la manera más fácil de saquear el subsuelo y el gobierno puede aprovecharse de eso por medio de sus grupos de choque. Son sindicatos criminales que ayudan a que un porcentaje del oro se canalice al banco central, aunque el grueso se pierde en manos de altos rangos militares y otras personas que controlan el pormayor del comercio del oro. Lo que se ve en Venezuela ahora con el boom aurífero realmente es eso, una economía construida encima de las ruinas de aquel país petrolero. 

Hubo varios conversatorios con el público en las presentaciones de la película. ¿Qué rescatas de esa interacción?

Fueron encuentros muy positivos y diversos, y eso es un poco lo que buscaba con esta película, que el espectador pueda aportar su propia perspectiva y su propio mundo. Hubo gente a la cual el aspecto ambiental le pareció no solamente lo más importante, sino que también me advirtió sobre la inconveniencia de un discurso estético y poético sobre el tema. Según ellos, es tan impactante ver la destrucción de la naturaleza y la forma en que extraemos recursos de ella que todo lo poético, lo filosófico y hasta las referencias históricas en la película quedan en un segundo plano frente a esa violencia. 

También fue enriquecedor el intercambio en Caucasia, porque allí la tradición minera está muy arraigada y es difícil negarla. Hay tantas personas que viven del oficio, que no es fácil reemplazarlo con otra cosa. Se habló de cómo podemos devolver a la tierra, algo que está ausente en el modelo extractivista que muestra la película. Para estos espectadores, que conocen de primera mano lo que es la minería y sus efectos sobre el medioambiente, nunca se puede devolver lo suficiente para remendar lo que hemos vaciado.

¿Has presentado la película en otros festivales fuera del país?

Estuvo en Sao Paulo y en el DOK Leipzig y veré si va a algún otro lado. Pero creo que Morichales y la trilogía en su totalidad tiene un sentido y un lugar en el ecosistema discursivo, artístico y económico de la región, por eso lo más importante para mí es presentarla aquí y poder devolver esa ofrenda. Me he dado cuenta de que el valor del cine tiene que ver con crear y fortalecer comunidades. De ahora en adelante intento hacer una producción sostenible, en el sentido de que haga parte de una conversación pertinente a un territorio. Mostrar la película en un festival europeo, donde la gente puede apreciar su estética y extrañeza con cierta indiferencia, sin entender el contexto, no es para mí la manera más satisfactoria de devolver una obra al público. Aquí la gente me ha dado más de lo que yo he podido brindarles, así que ha sido un intercambio de verdad muy nutritivo y fructífero.

Estos son los horarios para ver el documental en la Cinemateca de Bogotá:
Viernes 6 de junio 2:00 pm
Domingo 8 de junio 6:30 pm
Miércoles 11 de junio 2:00 pm
Viernes 13 de junio 8:30 pm

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José Loschi, periodista y editor freelance


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