La semana pasada, después de varios retrasos, los magistrados de la Corte Constitucional votaron sobre la despenalización del aborto en Colombia. El resultado fue un empate, en el que la mayoría de magistradas —tres de cuatro— votaron en contra, y que dos conjueces hombres entrarán a resolver. El frágil momento por el que atraviesa la eliminación de ese delito ha dejado varias preguntas y críticas sobre la decisión de las magistradas y sobre el papel de la Corte en el proceso democrático. Cerosetenta consultó a tres abogades para saber qué reflexiones quedan de lo que ha sido la discusión sobre aborto en la Corte y hacia dónde debería enfocarse la discusión.
Cuando inició el proceso de Causa Justa y se presentó la demanda, presuponíamos que al menos dos de las mujeres que estaban en la Corte —Diana Fajardo y Gloria Stella Ortiz—, que habían tenido posiciones progresistas en temas de derechos de las mujeres, y de otras minorías, se unirían a una mayoría a favor de la despenalización. Entonces la cuenta de las votaciones en la Corte era de seis magistrados a favor y tres en contra.
Por eso fue una sorpresa cuando empezó a transpirar en medios que las dos magistradas estarían en contra de la despenalización. Entender el por qué de esa decisión ha sido difícil, los argumentos formales se les han agotado y sin declaraciones de su parte no sabemos cuáles son los motivos. Hasta donde sabemos, el último argumento que podrían aducir es el de la cosa juzgada, es decir, que eso ya había sido decidido en 2006 —cuando la Corte despenalizó el aborto en tres causales— y que esa postura no se puede cambiar. Muchos de nosotros pensamos que ese dejó de ser un buen argumento cuando se probó reiteradamente ante la Corte, a través de las tutelas y con informes específicos sobre barreras de acceso a los servicios, que la dignidad de las mujeres no está siendo respetada por los profesionales de la salud. Mientras estas magistradas no escriban sus salvamentos es muy difícil saber qué las lleva a distanciarse de la mayoría progresista en este caso.
Ser mujer no implica que uno piense de cierta manera, precisamente contra eso es que estamos peleando.
La pregunta que queda entonces es: si tenemos cinco magistrados y cuatro magistradas en la Corte, pero tres de ellas votan en contra del avance en la garantía de los derechos de las mujeres, ¿para qué tenemos mujeres en la Corte? Hay varias explicaciones posibles:
La primera es que ser mujer no implica que uno piense de cierta manera, precisamente contra eso es que estamos peleando.
La segunda es que en los procesos políticos de transformación, cuando se incluyen a quienes han estado excluidos, generalmente incluyen primero a quienes van a sostener el status quo; en este caso, a las que piensen más parecido a los hombres —por eso la mayoría de presidentas y primeras ministras son conservadoras, Margaret Thatcher es uno de los ejemplos más claros—.
Al llegar a posiciones de poder esas mujeres sienten que tienen que actuar y pensar como los hombres para no perder legitimidad frente a otras decisiones.
Y la tercera explicación, que señalaba la socióloga y abogada María Adelaida Ceballos en Twitter, es que al llegar a esas posiciones esas mujeres sienten que tienen que actuar y pensar como los hombres para no perder poder y legitimidad frente a otras decisiones. Entonces se distancian del rol femenino que les asignan, no quieren que piensen que votan así solo porque son mujeres. Esta tercera explicación ha servido para que muchos insistan que en lugar de pensar en el sexo de los jueces debemos pensar en sus posturas ideológicas.
Personalmente estoy convencida que las mujeres tienen derecho a no ser discriminadas en sus posibilidades de ser Magistradas en la Corte Constitucional y en otras Cortes. Su llegada a estas corporaciones no debe estar marcada por agendas específicas ni ideologías determinadas. Lo que es cierto, según los datos que he recogido de la Corte Constitucional con Luisa Fernanda Merchán y estoy en proceso de publicar, es que tener mujeres cambia a la agenda de la Corte y la obliga a pensar más en los temas de mujeres y preocuparse más por la garantía de sus derecho. No implica necesariamente que en todos los temas la Corte sea feminista o abrace un tipo específico de feminismo. En ese trayecto a todos nos falta todavía aprender.
Ahora bien, si llegamos a perder este caso, usted y yo, todas las colombianas, el movimiento de mujeres está preparado para avanzar con propuestas para que las decisiones se tomen en el Congreso de la República. Por muchas razones ese sería el escenario ideal para que esto se resuelva, si bien allí las mujeres estamos incluso menos representadas que en otros espacios. Lo más importante que ha pasado con este caso ha sido el cambio en la opinión, que es muy fuerte. La reforma, en ese sentido, ya es imparable. Las Magistradas que están anteponiendo argumentos formales al cambio legal se están perdiendo de la oportunidad de influir y moldear ese cambio. Quedarán con una deuda importante con la mayoría de las mujeres colombianas que consideran que nadie debería ir a la cárcel por terminar un embarazo.