Noviembre y un peligroso futuro para la creación artística en Colombia

El director y guionista de Noviembre escribe a propósito del fallo de tutela que obliga a suprimir un diálogo de la película y que marca un precedente de censura frente a las obras de arte en el país.

por

Tomás Corredor

Guionista y director de NOVIEMBRE


02.11.2025

Nota del editor: El pasado 23 de octubre, un juez de la República ordenó suprimir un diálogo de Noviembre, una película sobre los eventos que tuvieron lugar en uno de los baños del Palacio de Justicia durante el 6 y 7 de noviembre de 1985. Además, solicitó incluir un disclaimer donde se dijera que se trata de un largometraje de ficción y no de un documental. La sentencia responde a una tutela interpuesta por la familia del magistrado Manuel Gaona Cruz, asesinado durante esos eventos y retratado en la película. El siguiente es un texto del director y guionista de la película, Tomás Corredor. 

***

“Si te dan un papel pautado, escribe por detrás”.

Juan Ramón Jiménez.

No puedo más que rechazar la idea de que una controversia legal sirva como plataforma promocional de una creación artística. 

Por esto, en medio de una decisión judicial que nos obliga a hacer cambios para Noviembre, una obra terminada y estrenada, elijo revisitar las bases de la visión que unió a todo el equipo y que hizo posible la película. Una visión que permanece intacta a pesar de la presión judicial y que, desde el momento en que decidimos hacer este proyecto, ha privilegiado un diálogo necesario para una nación que debe madurar democráticamente sus discusiones sobre la verdad, la memoria histórica y la libertad de expresión. Una visión que ha marcado siempre las diferencias que separan a una ficción inspirada en hechos reales, del ejercicio del documental periodístico, y del de historiadores y jueces.

ENTREVISTA

“Es una abstracción de una nación en un pequeño baño”: Tomás Corredor, director de Noviembre

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El cine, al menos el que me interesa, nace de inquietudes personales, íntimas, y se concibe como una creación artística moralmente autónoma; no existe para dar respuestas, no explica nada, ni es una herramienta didáctica que señale fácilmente cuál es la verdad, en este caso, sobre un evento histórico. Más bien, este cine plantea preguntas, especula sobre lo que sucede y nos muestra algo, entre las grietas de los relatos oficiales, que de otro modo no veríamos. Por eso, este cine requiere tiempo, exige atención, reflexión y criterio para dialogar con lo que nos muestra. Este cine se comenta, suscita preguntas y, más allá del gusto y de las valoraciones con estrellas en alguna reseña, produce algo que, a veces, deja pensando y regala una experiencia significativa para la vida. En ese orden, si ese cine tiene una función, es mantener tal espacio de posibilidad para crear memoria, por eso la expresión artística está protegida constitucionalmente.

Tal vez, frente al fallo judicial que afecta la forma final de la película Noviembre –y partiendo de ejemplos como el creciente retiro por prohibición de libros en las bibliotecas escolares de Estados Unidos, el sentido de lo que se conmemora en un día festivo, o las luchas por la deconstrucción y resignificación de monumentos históricos alrededor del mundo– se haga más claro esto de que no hay una memoria exclusiva, sino una permanente e ineludible confrontación de memorias, y este conflicto, por sí solo, no debería generar aversión. Por el contrario, si debemos temer a algo, es a que la diversidad de voces no exista como pieza fundamental de una sociedad democrática. Deberíamos temer que unas voces silencien a las otras negando el ejercicio crítico y oficializando desde el poder unos relatos que, instrumentalizados, terminan lejos de la sociedad civil.

Por eso recordar como nación, para hacer memoria sobre los eventos traumáticos de la historia, es un acto político. Porque lo pasado se rememora desde un presente que convoca para evitar que lo inaceptable vuelva a pasar, que se normalice; para preguntar por qué algunas cosas siguen inmutables y poder encontrar en sociedad una forma de transformarlas. Esta es, quizás, la razón última de la obsesión del poder por controlar la memoria para hegemonizar el relato: evitar que las cosas cambien. Y, de paso, desarmar cualquier forma de imaginación capaz de construir un futuro alternativo.

Entonces, cuando el cine desobedece a esa obligación impuesta de entretener contando historias adaptadas a una estructura de manual de guion, y no construye personajes exclusivamente desde la virtud y la maldad, deja de ser una herramienta del poder y se transforma en un instrumento de pensamiento. Este instrumento artístico  no se limita a ser una representación que dramatiza investigaciones judiciales en las que se enumeran hechos, acciones y versiones ajenas a lo emocional y psicológico que indudablemente son la base para la construcción dramática de la condición humana. Acá, con unas palabras que ponen en orden y aclaran las mías, cito al historiador argentino Hernán Confino: “No es casual que la memoria aparezca con fuerza tras situaciones traumáticas: dictaduras, guerras, genocidios. Donde la historia tiende a ofrecer explicaciones, la memoria introduce emociones, subjetividades, fisuras. No hay que elegir entre una y otra, sino pensarlas como dimensiones que se necesitan mutuamente. La memoria sin historia puede perderse en lo anecdótico; la historia sin memoria se vuelve fría, incapaz de conmover”. 

«Recordar como nación, para hacer memoria sobre los eventos traumáticos de la historia, es un acto político». Fotograma de Noviembre.

El cine también, como la memoria, tiene la potencia de provocar una mirada crítica frente a lo que hemos normalizado como sociedad. Por eso es tan grave intervenir en la obra de un guionista y director desde una mirada anclada al pasado. Su labor no es la de un historiador, y mucho menos la de un periodista o un abogado. Su labor es la de un creador que teje un relato con valor artístico, que utiliza recursos narrativos como las elipsis, la elección de personajes, o la atribución de diálogos ficticios –propios del medio cinematográfico– cuyo propósito no es el de la falsedad maliciosa, sino, al contrario, el de la condensación de temas complejos en una experiencia dramática coherente, emocional y significativa para el espectador. Por lo tanto la posición del arte, que reconstruye tejiendo relato en el vacío y la contradicción, no es una conducta lesiva. Esto va más allá de la propia naturaleza creativa de la ficción.

Un conflicto permanente durante el proceso de escritura del guion de Noviembre fue tener en las manos un corpus documental tan amplio y esclarecedor (folios judiciales, prensa gráfica y escrita, libros, testimonios, peritajes y videos, entre otros) y, a la vez, tratar de entender por qué, a pesar del voluminoso archivo, la del Palacio de Justicia es una historia que no cierra. Es en momentos de crisis narrativa como este, frente a la ausencia de un relato que se extienda al punto de agotar la totalidad de lo ocurrido, que el historiador Rodrigo González Tizón reivindica la capacidad inventiva del narrador ficcional al plantear que: “Los testimonios parciales, fragmentarios, incluso contradictorios, son imprescindibles. Ahí radica la dimensión inventiva: cada narrador, al volver sobre la experiencia, le da un nuevo orden, una nueva forma; a veces introduce imágenes que no existieron de ese modo. Y sin embargo, esa invención es la única vía para transmitir lo vivido. No deberíamos asustarnos de esa palabra; en la memoria, la invención es lo que permite que el recuerdo sea comunicable. Sin ella, quedaríamos atrapados en el silencio”. 

Hoy Noviembre, nuestra película colombiana de ficción ha sido obligada, por una orden judicial que parece desconocer el principio unificador o unificado de la jurisprudencia, a ser tratada como un documental, o un ejercicio periodístico. Esto, en palabras de Lucas Ospina, es “un antecedente altamente peligroso para el futuro de cualquier creación artística y una violación al mandato constitucional que reza: no habrá censura en Colombia”.

Hoy, mientras acatamos un fallo que no compartimos y, por supuesto, hemos apelado como es nuestro derecho, continuamos resistiendo en los pocos espacios en los que NOVIEMBRE se sigue exhibiendo, con las modificaciones que cercenan su visión, para invitar al diálogo entre una sociedad de iguales. Porque cuando decidimos hacer una película que no complace los relatos de ningún poder, lo hicimos para fortalecernos democráticamente en el presente, para vernos, confrontarnos y narrarnos respondiendo preguntas incómodas para quienes solo ven la historia desde el negacionismo que hace imposible la discusión.

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Tomás Corredor

Guionista y director de NOVIEMBRE


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