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No te atrevas a botarme las botas: pedagogía para la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales 

¿Cómo hacer una pedagogía eficaz que ayude a sensibilizar sobre ese dolor y esa angustia que es la desaparición forzada?

por

Oskar Gutiérrez Garay

Psicólogo, magister en literatura y doctor en pensamiento complejo


27.11.2024

ilustración por Nefazta

Hace más de un año les compré a mis hijos mellizos el libro Horton y los Quién del Dr. Seuss. Cuenta la historia de un elefante llamado Horton que vive en la selva de Nool. Un día, Horton escucha un pequeño grito de ayuda que proviene de una mota de polvo que flota en el aire. Horton se da cuenta de que, en esa mota, vive toda una comunidad de diminutos seres llamados los “Quién”, que habitan en la ciudad de Villaquién.

Aunque Horton escucha a los Quién y entiende que necesitan ayuda, el resto de los animales de la selva se burlan de él y no creen que una mota de polvo pueda albergar toda una comunidad. Sin embargo, Horton se mantiene firme en su determinación de proteger a los Quién. La frase más linda del libro y que les repito constantemente a mis hijos es: “¡Una persona es una persona, no importa cuán pequeña sea!”. 

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A lo largo de la historia, Horton enfrenta desafíos y burlas, pero sigue cuidando de la mota de polvo y trata de convencer a los demás de que estos pequeños seres sí existen. En una escena en particular, tres monos, los malvadines, le arrebatan la mota de polvo que resulta un trébol, y se lo entregan a un ave negruzca llamada Malagüero (acaso uno de estos personajes de pieles negras que se ponen las máscaras blancas y una vez en el poder, siguen perpetuando y defendiendo las narrativas marginales y de opresión en vez de combatirlas)  que luego de volar por varios días, mientras Horton lo persigue, bota el trébol en un campo donde hay millones de ellos, para que se pierda para siempre. Horton grita: “Lucharé con mi vida. Hallaré a mis amigos en la flor escondida”. Luego de revisar tres millones de flores, finalmente los encuentra…

Simultáneamente a la compra del libro, y quizá por las coincidencias de la vida, comencé a investigar de manera más profunda el fenómeno de la desaparición forzada en Colombia. Sigo leyéndoles en las noches el cuento de Horton a mis hijos, seguramente más para recordarme algo a mí, y no desistir en el esfuerzo de proteger a los más vulnerables y de darle forma a lo que puede que nunca tenga forma y cuerpo: la ausencia violenta y forzada.

Podría hablar acá de la manera como he venido estudiando el fenómeno del duelo suspendido, o las charlas con desmovilizados paramilitares de Córdoba, o excombatientes de las FARC, o mujeres buscadoras, o las miles de páginas de informes del Centro Nacional de Memoria Histórica y de la Comisión de la Verdad, o literatura ficcional que tratan de analizar y visibilizar el fenómeno.

Leyendo, hablando con víctimas y victimarios, escuchando a madres, esposas, hijas (pareciera que la desaparición forzada tuviera principalmente rostro de mujer), revisando una y otra vez los testimonios y las cifras de la Comisión de la Verdad (CV) y de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), llega un punto donde la oscuridad se cierne completamente y ya no puede entrar ni un hilo de luz. En la historia de la desaparición forzada, no hay asidero a lo humano, no hay límite en la barbarie. 

Recién vimos con perplejidad el acto criminal que hizo el representante a la Cámara por los afrocolombianos, Miguel Polo Polo, de botar a la basura las botas intervenidas hechas por las madres de los mal llamados ‘falsos positivos’. Esto demuestra que las brutalidades y la violencia sistemática, se ejercen también en el terreno de los símbolos y las narrativas.  

Me interpela esa forma en la que Dios demuestra día a día que no existe, que es un rumor, un testigo, un pretexto ajeno a todo rezo y ruego que, por alguna razón, aún más contradictoria, presenta consuelo en la ausencia. No hay designios, no hay destino: sólo un proyecto sistemático ejecutado con precisión.

Eventualmente, Horton le pide a toda la comunidad de Villaquién que grite tan fuerte como pueda para que los demás animales, incrédulos y violentos porque no pueden ni quieren saber, los escuchen y entiendan que existen. Después de mucho esfuerzo y con la ayuda de un último Quién, el más pequeño de todos, su sonido finalmente es escuchado por los animales de la selva, que reconocen su existencia y se unen para protegerlos. 

No creo que sea casualidad que Horton sea un elefante: el animal de la memoria prodigiosa. La lucha contra la desaparición forzada es una lucha de la memoria contra el olvido. 

He venido pensando en quienes serían los personajes de Horton que representarían el enorme y complejo entramado de la desaparición forzada en Colombia. ¿Quién o quiénes serían el Malagüero? ¿Ese enorme campo de tréboles es como una especie de Escombrera, como la de la Comuna 13 en Medellín, donde desaparecían los secretos turbios de esa alianza entre militares, policías y paramilitares aquel fatídico octubre del año 2002? ¿Quién ha sido Horton en todo esto? Solo sé quiénes son los Quién.

El campo total de manera oficial lo compone un universo de 111.640 de motas de polvo-tréboles según la UBPD. A la fecha solo han sido encontrados 929 cuerpos de esos tréboles. Pensemos en uno de ellos, sólo uno, de ese enorme campo en el que Horton busca. La fría estadística revela que hay una probabilidad del 0,83% de encontrar el cuerpo de un desaparecido o parte de él. El porcentaje de encontrarlos vivos es aún menor, mucho menor. 

La búsqueda, la lucha por la verdad y la reparación está signada por la dignidad y también por el fracaso. Con las cifras ya establecidas, cruzadas y reconocidas, hay personas que aún se atreven a dudar con altivez de que esto no pasó. ¿6402? ¡Carreta!… eso no fue así… o tan así… porque según el representante Polo Polo, esa cifra no es tal porque no hay documentos que la soporten. Hay cuerpos, aparecieron unos con botas nuevas y al revés, también hay ausencia de cuerpos, pero en un sector importante de la población colombiana, parece que es más importante un papel, que los cuerpos sin nombre y los nombres sin cuerpo, como diría María Victoria Uribe. 

Esto revela la importancia de sensibilizar e investigar sobre el duelo suspendido. Se refiere a un proceso de duelo que queda interrumpido o estancado, lo que impide a la persona elaborar adecuadamente la pérdida. En este tipo de duelo, los dolientes no pueden avanzar hacia la aceptación de la ausencia porque ciertos factores externos o internos bloquean el desarrollo natural del proceso. En el caso de familiares de personas desaparecidas, de las Madres que aún no pueden enterrar a sus hijos o completar la historia, el duelo suspendido es común porque la ausencia de un cuerpo o la falta de información sobre el destino de la persona desaparecida impide aceptar su muerte. Este tipo de duelo está marcado por la espera y la esperanza de encontrar respuestas, lo que obstaculiza el proceso de resignificación emocional. Y acá, es donde resultan tan importantes y necesarias las botas de las mujeres de MAFAPO. 

***

Un trébol usualmente tiene 3 hojas, o folíolos.  Pensemos en uno de ellos y vamos a imaginar que cada una de las hojas es una arista del duelo suspendido por el que tiene que pasar un familiar de una víctima de DF o una ejecución extrajudicial:

1. Los impactos sociales, económicos y políticos; la culpa; la revictimización; el descrédito social. En ocasiones el familiar desaparecido es proveedor económico y hay vacíos jurídicos que dificultan la reparación no solo moral sino económica. La sociedad lee que si desapareció fue por “algo”. Contradicción entre la necesidad de olvidar para seguir con la vida, y aferrarse a la memoria y a la presencia de la ausencia.

2. Impactos emocionales, fisiológicos y cognitivos. Emocional: (rabia, tristeza, desesperanza, impotencia, angustia, vergüenza, culpa, amargura). Sensaciones fisiológicas: (taquicardia, sudoración, temblores, respiración agitada, dolor, vacío estomacal). Cognitivos. (Preocupación y rumia) En este caso, el familiar de una víctima de DF presenta pensamientos intrusivos, repetitivos, recurrentes. Por ejemplo, recuerda el evento todo el tiempo, se imagina a la persona que desapareció, escucha, habla, ve a la persona desaparecida; piensa todo el tiempo en su familiar.  Negación. Imaginación desbordada. Crear de manera desbordada miles de escenarios, caminos que se abren en la mente. ¿Qué pasó, dónde está? ¿Qué tal si estuviera vivo? ¿Cómo se vería? ¿Qué me diría? 

3. Impactos en la conducta. Hacer cosas que le recuerdan a la persona. Hacer rituales en relación con la persona desaparecida. Evitar los lugares o cosas que le recuerden a la persona desaparecida. Dejar su habitación y sus cosas tal cual las dejó antes de desaparecer. 

No es muy usual, pero pasa, que encontremos tréboles con 4 o más folíolos. Esa cuarta hoja sería cuando el cuerpo aparece. Es poco probable, pero posible y con esa esperanza, cientos de miles de familiares se acuestan en las noches y siguen bregando en la búsqueda. 

***

Mi hija de cinco años hace poco me preguntó sobre La sombra de Orión, el libro de Pablo Montoya que leía en ese momento. Pudo con dificultad leer el nombre: “¿Y de qué trata, papi?”. Le respondí que era sobre la desaparición forzada. Me preguntó que qué era eso, y no supe decirle muy bien. Solo le dije que es cuando se llevan a una persona contra su voluntad y ya no vuelve más. De pronto entendió, no quise ahondar en mi respuesta y pasamos rápidamente a otro tema. Desde ahí no dejo de pensar en cómo enseñarles sobre esto que he venido investigando, sobre ese áspero y duro país que les ha tocado; sobre los personajes, los dolores y lo afortunados que han sido por nacer en determinadas condiciones, pero que eso puede cambiar de manera súbita y no depende ni de ellos, ni del amor que sus padres les profesamos. ¿Cómo explicarles que no hay ninguna garantía de que esto no les pueda pasar a ellos o a los que quieren?

Lo único que sé y puedo asegurar es que hablar, enseñar y aprender sobre desaparición forzada en Colombia es vital y no debería ser negociable, ni con mis hijos, ni con la mayoría de las personas en el país, especialmente desde que salió el informe final de la Comisión de la Verdad. 

Miguel Polo Polo es un hombre de 28 años que era un niño de 6 u 8 años cuando todo esto de los ‘falsos positivos’ arreció. ¿Qué historia le contaron? ¿Cómo se la contaron? ¿Qué pasó para que fuera capaz de cometer un acto tan bárbaro y reprochable?   Sensibilizarnos frente a ese dolor y la angustia que pueden pasar cientos de miles de compatriotas, esa imposibilidad de hacer el duelo, o el hecho de que las cifras de DF o de ejecuciones extrajudiciales pueden crecer y cada vez más familiares terminarán denunciando, deben dar como resultado una apuesta pedagógica que haga que se pinten más botas y menos Polo Polo  tengan vitrina para opinar de lo que no saben. 

Mi práctica pedagógica este último año ha girado en torno a esta idea. Si esto que sufre una persona, no nos interpela, no nos cuestiona, no nos indigna o no nos invita a hacer algo como sociedad, estamos condenados al fracaso y a los consabidos cien años de soledad, porque parece que ya no habrá una segunda oportunidad en esta tierra…

Y no, no eran solo unas botas.

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Oskar Gutiérrez Garay

Psicólogo, magister en literatura y doctor en pensamiento complejo


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