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No solo el COVID ahoga a Medellín

La ciudadanía se resguarda de la peor epidemia en los últimos tiempos y, simultáneamente, minimiza un riesgo que parecía cercano: respirar veneno.

Protegernos de un enemigo invisible nos acerca al mejor simulacro del fin del mundo. Más o menos de este modo podrían vivirse los efectos del cambio climático, la mayor y más latente amenaza global, si no revertimos los daños ocasionados. Hoy se extiende al sur de la Amazonía un gran punto rojo que consume los bosques, donde el dióxido de carbono se convierte en oxígeno. Son incendios que dejan el aire poluto. Además de hollín, las corrientes recogen a su paso pesticidas, virus, bacterias, moho y más material particulado. Según el informe del World Air Quality  (2018), Colombia ocupaba el quinto lugar entre los países con mayor concentración de polución en América Latina y Medellín es su pequeña Detroit.

La ciudad supera la media nacional de contaminación por diferentes episodios críticos. El último y más paradójico ocurrió cuando por el Covid se determinó una cuarentena y un día de total restricción vehicular. El mapa pasó de tener casi todas las estaciones de monitoreo de la calidad del aire en amarillo (moderado) a tener un mapa principalmente naranja (dañino), con estaciones en rojo (muy dañino). 

No se hicieron esperar las suspicacias: ciudadanxs dudaron de que el 82% de la polución era producida por fuentes móviles (vehículos). Y concluyeron que el pico y placa ambiental —reconocido como una medida de éxito— era inútil. El mismo alcalde de Medellín, Daniel Quintero, pidió públicamente a la autoridad competente, el Área Metropolitana, un estudio independiente sobre las causas del deterioro de la calidad de aire.

Con cerca de una semana de aislamiento preventivo, sin embargo, las estaciones de monitoreo fueron cambiando paulatinamente de amarillo a verde destapando el contorno de las montañas a las que subía a pie el escritor Gonzalo Arango, “jadeando de calor hasta coronar la cumbre”.

Ya, con un mes de cuarentena, el río Medellín tiene su agua transparente que no quiere decir que esté más limpio. Y no es el único lugar en donde pasa; durante estos días se ve el nevado del Tolima desde Bogotá, se ven los Himalayas desde Nueva Delhi y el cielo de China parece otro.

“Eso termina reforzando una narrativa social sobre el cuidado del planeta. Así, pese a que en algunos extremos piensan que la epidemia es una venganza de la Pachamama, el tema no es nuevo y tiene que ver, justo y casualmente, con la ampliación de la frontera agrícola”, dice Santiago Ortega, quien se ocupa actualmente en Investigación, desarrollo e innovación en la empresa Emergente Energía Sostenible. 

Pero como advierte el urbanista y concejal Daniel Carvalho, las manchas rojas muestran que “Medellín pudo haber tenido un escenario apocalíptico si no hubiera habido Coronavirus y se hubiera juntado la contaminación propia de la ciudad (con todo el parque automotor rodando) y los incendios alrededor”. 

Lo que hay detrás, dicen los expertos consultados, es la deforestación: las quemas para extender ganadería o monocultivo en Colombia se multiplicaron y produjeron el caos.

La responsabilidad no puede recaer únicamente en líderes, académicos y activistas que demanden soluciones.

Los incendios de este año, según el IDEAM, estuvieron por encima de la media histórica. Pero lo que también ha sido una novedad, como advierte Ortega, es que algunas de las estaciones de calidad del aire estén en verde, de las que asegura, Medellín no tenía registro hace décadas. 

Juliana Gutiérrez, investigadora sobre desarrollo bajo en emisiones y gobernanza del cambio climático post 2020, explica que las estaciones en rojo en medio de la cuarentena se debieron a una situación antropocéntrica, es decir, provocada por el hombre. Como explica la también co-fundadora y directora de Low Carbon City, la gente aprovecha esta época porque en algunas zonas del país es temporada seca propicia para encender fuego que habrá de apagar la posterior temporada de lluvias. “El suelo se vuelve fértil para la siembra y quien lo hace, además, sabe que es más rentable quemar un bosque que talarlo”, agrega. 

El gobierno nacional también lo sabe. Junto al IDEAM tiene identificada la deforestación como uno de los grandes problemas de la contaminación en el país, no solo en Medellín. Y así lo asegura Ortega, quien explica que los incendios inusitados de esta época tienen todo que ver, además, con ganadería y modos de consumo. Gutiérrez concuerda: “Esta última fue una situación sin precedentes en el país, pero con otras causas asociadas al problema histórico de tenencia de tierras así como a la falta de gobernanza y de control político en ciertas regiones”.

Ortega se atreve a llegar más lejos. Dice que desde la desmovilización de las FARC el panorama se ha recrudecido. “El bosque era un activo estratégico para las FARC, entonces los campesinos, entre otros, tenían restricciones”. De hecho, políticas públicas de gobierno en reforestación son claras, como cree el experto, no solo porque se reconocen los puntos de calor sino también porque es una de las contribuciones más efectivas para reducir emisiones por ser sumidero de carbono, tener control de inundaciones y propiciar la biodiversidad. 

Los incendios, sobre todo en el sur del país, dejaron un material particulado que con el viento llegó a Bogotá, Bucaramanga, Medellín y Cúcuta. Es cierto que la quema es un oficio cultural pero “este fenómeno no se puede aislar de un conflicto histórico – como insiste Gutiérrez– porque como la tenencia y restitución de tierras no se ha solucionado, hay quienes de manera ilegal se apoderan de tierras a las que prenden fuego”. 

En Medellín las estaciones de monitoreo no han llegado al violeta, tono que indica que el aire es peligroso. Sin embargo, hay quienes se aventuran a decir que si no hay una resolución ministerial y no se aplican los planes de descontaminación, en la ciudad se podría pasar del tapabocas al uso de las máscaras antipolución e, incluso, a tener que encerrarse para evitar respirar el veneno que con el tiempo se esparciera. 

Este episodio crítico parece inverosímil, pero no es el primero, ni el único. En el 2016 una contingencia atmosférica fue aún más salida de los cabales: una bruma cubrió el paisaje de la ciudad y el Área Metropolitana señaló que las partículas de polvo eran provenientes del Desierto del Sahara. 

La ciudadanía, desconcertada, había entendido que el aire viajaba con un curso y una velocidad con que transporta, además de oxígeno, el ozono a nivel del suelo, la contaminación por partículas, el monóxido de carbono, el dióxido de azufre y el dióxido de nitrógeno. Todo lo contaminante.

Parecía claro, para entonces, que por la topografía escarpada de Medellín, esos aires se asientan sin tener por dónde fugarse. 

Ciudades inteligentes,
¿ciudadanos inteligentes?

“Para los tomadores de decisiones esta situación se convierte en un campanazo”, dice Ortega. “Demuestra que las cosas están cambiando y que los científicos tenían razón. No es momento de poner en duda lo avanzado. El cambio climático arroja la idea de que debemos rebotar distinto”, anticipa. 

Por eso mismo, el concejal Carvalho considera que el alcalde Quintero fue apresurado con su comentario y en su afán deslegitima una labor muy buena que hace el SIATA, el Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá, integrado por profesionales en Ciencias Atmosféricas e Hidrología. Carvalho estima que el dinero que el mandatario quiere reinvertir podría destinarse en siembra, cicloinfraestructura, mejorar las condiciones peatonales y atacar el problema del ruido que es, con la calidad del aire, el otro gran lastre de la ciudad. No menos importante invertir con urgencia la pirámide de movilidad: primero el peatón, por último el vehículo privado.

“Lo he dicho varias veces: después de cada contingencia tiene que haber una revisión de la herramienta con la cual la enfrentamos. Si tenemos que incluir más factores externos en nuestras estimaciones, se hace, pero no puede quedar la idea de que la forma en la que se ha abordado el problema no ha sido buena –o que los datos no son buenos– porque eso hace daño”, insiste el Concejal. “En el plan de desarrollo, que es el paso que sigue en el escenario político, tienen que quedar incluidos muchísimos de los proyectos que están concentrados en el Plan Integral de Gestión de la Calidad del Aire del Valle, que es el plan de la década para resolver la crisis”.

Por otra parte, la responsabilidad no puede recaer únicamente en líderes, académicos y activistas que demanden soluciones. Gutiérrez cree que los ciudadanos son, en últimas, los consumidores finales de muchos productos (y no solo agrícolas, provenientes del abuso de quema de praderas) y su deber es, como mínimo, conocer qué políticas públicas existen. “Medellín tiene un logro reciente que es la información abierta, que si lo está es para consultar y contrastar. Tener ciudades inteligentes pasa por tener ciudadanos inteligentes”, dice.

Desde hace más o menos 20 años, como lo explican lxs ambientalistas, la ciudad ha tenido una gobernanza ambiental que piensan se desestima cuando el problema se aborda de manera aislada y no ecosistémica. Aunque Ortega cree, por su parte, que todas las personas tienen una voluntad de mejorar su entorno, reconoce que esperar ciudadanxs conscientes, informadxs y activistas es mucho pedir.

“Se puede hacer activismo desde la comodidad económica, pero cuando no se tiene esa tranquilidad (como en Colombia), llega a ser muy difícil ese ideal”. El experto propone incentivar a la gente para que reconozca su poder para el cambio, para elegir y para presionar a los tomadores de decisiones. Dice que pese a que hay una cultura ambiental, debieron pasar siete años de activismo para que todos los candidatos incluyeran la ecología en sus discursos electorales. 

Carvalho, de otro lado, defiende como fundamental convocar a los empresarios. “Para cambiar la realidad hay que martillar mucho en atraer hacia la sostenibilidad al sector privado”. Piensa que Medellín ha avanzado: ha identificado y reconocido el problema y está construyendo un plan de soluciones. “Pero hace falta implementarlos”, como dice. Cree, además, que todo esto es un reflejo de un modo de desarrollo que elegimos durante un siglo, que tomará tiempo cambiar. 

En Medellín no hay todavía un plan de cambio climático y las medidas tomadas no dan respuesta a la emergencia.

El Grupo Empresarial Antioqueño –GEA– ha tenido repuntes. Bancolombia, por ejemplo, ofrece líneas de créditos especiales para emprendimientos de energías renovables y eficiencia energética y se ganó el premio al banco más sostenible del mundo que entrega el índice Dow Jones. Además, el Grupo Argos, a través de Celsia, empezó con unos enfoques de transformación energética e incluso frenó una hidroeléctrica proyectada en el Río Samaná.

Esto ha ocurrido, dice Ortega, porque las empresas a gran escala terminarán respondiendo a lo que los consumidores demanden: “si la gente pide más bicicletas, en vez de carros, pues la industria va a disponer. Si demanda domicilios sin icopor, las empresas se trasladarán a esa solicitud”. Sin contar, agrega, que ahora los meseros preguntan antes de entregar los pitillos si lxs comensales quieren y eso reduce las probabilidades de contaminación a la mitad. Con la sola pregunta.

Ortega sugiere que si los grandes capitales están empezando a hablar de redistribución de riqueza, de ingreso mínimo permanente y de Estados más fuertes; “la tendencia del capitalismo sostenible probablemente va a salir fortalecida de todo esto”.

Recientemente se declaró emergencia climática local y departamental, lo que Gutiérrez considera como un buen paso a nivel político, pero también un canto a la bandera. Lo dice porque tiene en cuenta que en Medellín no hay todavía un plan de cambio climático y, aunque se propusieron unas medidas para que se acelerara, no son contundentes o no dan respuesta a la emergencia. 

“Hay modelos que apuntan a un desarrollo resiliente. Si ya los científicos nos han dicho que el cambio climático es reversible, es porque lo que existe puede ser distinto”. Para ella, el sector privado se tiene que dar cuenta que con gente enferma no puede funcionar la economía. 

La crisis de salud pública es tal que demuestra ahora mismo miles de personas padecen enfermedades respiratorias y cardiovasculares provocadas por la contaminación y no por el coronavirus. Lo que quiere decir que con el acuartelamiento, Medellín no solo se protege de un contagio epidémico, sino que lanza un salvavidas ante la peste.

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