Ochenta años celebrando el libro en Bogotá

La FilBo no es el único evento que ha celebrado la lectura en la capital. En 1936, cuando Jorge Eliécer Gaitán era alcalde de la ciudad, inauguró por primera vez una feria popular del libro. Después, en la década de 1960, vino una feria en el Parque Santander que hace 28 años se convirtió en lo que hoy es la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

por

Estefanía Avella y Daniel Salgar


19.04.2016

Foto: Cortesía FilBo

[N. del E: una versión de esta nota fue publicada en la revista Humboldt del Instituto Goethe]

Estamos en la edición 29 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (“FilBo”),  pero los primeros encuentros culturales en torno al libro en la capital vienen desde la Bogotá que no se extendía más allá de Chapinero, de una Bogotá fría, pequeña, y de cachacos. De la Bogotá que el Bogotazo no había incendiado. En 1936, nació la primera feria popular inaugurada por el entonces alcalde Jorge Eliécer Gaitán. Sobre su desarrollo no se sabe mucho y el impulso sólo duró un par de años. Más de 20 años después, la idea se revivió y se convirtió en el antecedente más inmediato de la FilBo. Para Enrique González, actual presidente ejecutivo de la Cámara Colombiana del Libro, el comienzo está ligado a la Feria del Parque Santander, en una pequeña plaza rodeada por el Museo del Oro, el Edificio de Avianca, el Banco de la República y la carrera Séptima. «Ahí, en la década de 1960, la Cámara Colombiana del Libro se hizo cargo del evento que duraba, como hoy,  dos semanas y en el que se acomodaban entre veinte y treinta editoriales en casetas de aluminio en las que se exhibían libros y enciclopedias para los peatones del centro de la ciudad», dice González.

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El 29 de abril de 1988 se inauguró oficialmente la FilBo, cuando Bogotá cumplía 450 años. La unión entre la Cámara Colombiana del Libro y el Centro Internacional de Negocios y Exposiciones de Bogotá (Corferias) trasladó la Feria a un recinto cerrado y le dio carácter internacional. La primera versión abría camino para que el país se consolidara como un centro impresor y editorial de América Latina. En ese momento, los medios registraron la asistencia de 26 escritores internacionales, 300 colombianos y 150 expositores. Para entonces, el evento mismo era una hazaña: en un país tan golpeado por la violencia, los visitantes tenían la oportunidad de conocer la cultura vibrante de la capital.

Así, la Feria pasó de ser un escenario de exhibición y venta de libros, a un espacio comercial y cultural de alcance internacional. Hoy tiene una rueda de negocios, un foro sobre la profesionalización de la industria editorial, más de 1.500 eventos culturales y este año se inaugurará un espacio para la compra y venta de derechos de la industria editorial latinoamericana.

En la primera Feria, el poeta colombiano Juan Manuel Roca dijo al diario colombiano El Espectador que el evento hacía posible compartir con escritores de otros países, “en el caso particular de la poesía, que no tiene gran boom editorial”. Hoy, Roca asegura que eso “dejó de ser una idea vaga”. Escritores, artistas, poetas de diferentes lenguas y culturas “tienen no solo una plataforma para el intercambio entre ellos, sino con los lectores. Un aspecto clave es que antes solo sabíamos de autores de las grandes metrópolis, pero no sobre los de ciudades en Perú o Ecuador. Gracias a la Feria los conocimos”.

Moisés Melo, expresidente ejecutivo de la Cámara Colombiana del Libro, es otro testigo del crecimiento. “Hace unos años traje a Martín Caparrós a una firma de autógrafos. Me tocó pedirle a los funcionarios de la Cámara que asistieran para que el salón no se viera vacío. Hoy eso no sucede. Un invitado así llena cualquier auditorio”. Melo recuerda, además, que los picos de asistencia al evento están marcados por invitados latinoamericanos como el actor Roberto Gómez Bolaños y el escritor y premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa. Y entre las curiosidades, el autor que más libros ha firmado en el evento es el brasileño Paulo Coelho.

El creciente reconocimiento de la Feria, acompañado del fomento distrital de la lectura y la escritura, llevó a que en 2007 la Unesco reconociera a Bogotá como Capital Mundial del Libro. Para Adriana Martínez, gerente de ferias de la Cámara del Libro, este reconocimiento fue importante para la Feria y la industria editorial colombiana. “La cantidad de editoriales independientes que surgieron desde el nombramiento es impresionante. Hubo gran inversión y apuesta para fortalecer ese sector en Colombia”.

 

En el 2015, la FilBo superó el récord de asistencia con 520.000 personas en catorce días. Asistieron además noventa escritores internacionales, aproximadamente 100 colombianos y 450 expositores.

 

Con ese reconocimiento, la FilBo amplió su capacidad para visibilizar y fortalecer autores y editoriales nacionales. Aunque a las editoriales independientes aún les resulta costoso asistir, poco a poco ganan terreno en la Feria. Es el caso de la editorial antioqueña Tragaluz, que nació en 2008. Lo dice su directora, Pilar Gutiérrez: “la participación en la FilBo es importante en nuestra historia. Es el momento para ver el panorama editorial colombiano y actualizarse respecto a fondos nacionales. Es la oportunidad de vender como no se vende el resto del año y, por tanto, es un gran encuentro con ese lector final, para el que trabajamos cada día”.

El 2015 fue un año excepcional en la FilBo. No hubo, como se acostumbra, un país invitado. El homenajeado fue Macondo, el pueblo imaginario de Cien años de soledad, la legendaria novela del premio Nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez. Esta propuesta surgió ante problemas de negociación con el país que sería invitado. Los obstáculos coincidieron con que “García Márquez había muerto el año anterior en tiempo de feria y no se había hecho el homenaje que la Feria tenía que hacer al Nobel”, dice Adriana Martínez. Esa Feria de 2015 superó el récord de asistencia, con 520.000 personas en catorce días. Asistieron además noventa escritores internacionales, aproximadamente cien colombianos y 450 expositores.

Los inconvenientes no faltaron. Los cleptómanos literarios, constantes en la Feria desde sus inicios, robaron las primeras ediciones de libros de García Márquez, entre esas la de Cien años de soledad. Enrique González dice que esto se produjo “por un manejo informal de algo muy serio como las primeras ediciones de un Nobel. Nos deja la enseñanza de que tenemos que dejar de ser tan folclóricos”. Por eso, la Feria tiene el desafío de limitar su crecimiento para disminuir la inseguridad e incomodidad de los asistentes. “En 2015, cuando en un día entraron 91.000 personas pagando, dijimos: esto ya no lo podemos atender”, añade.

El otro desafío es adaptarse al futuro. Los desarrollos tecnológicos cambian las prácticas de lectura y la FilBo tiene que redefinirse para sobrevivir. Y lo está haciendo. En los últimos años, los invitados que más público han atraído son los youtubers y blotubers, que reúnen fenómenos mediáticos y culturales más allá del libro. Para Adriana Martínez, la literatura experimenta algo similar a la música: mientras la tecnología facilita el acceso a contenidos, los espacios de encuentro con autores son cada vez más importantes. En esto se seguirá fortaleciendo la Feria, porque traer autores y ponerlos a hablar “es la oportunidad de crear y cuidar a los lectores”.

Este año, en la 29a edición de la Feria, el invitado será Holanda y el tema central será la paz, a propósito de la inminente firma de un acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc. Entre los invitados destacados estarán la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich y la Nobel de Paz Jody Williams.

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Estefanía Avella y Daniel Salgar


Estefanía Avella y Daniel Salgar


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