Martín Ramírez, a 40 años de ganar la Dauphiné Libéré
Relato de la primera gran hazaña de un colombiano en el ciclismo internacional, que abrió el camino para los grandes triunfos nacionales de la década de 1980.
por
Isaac Vargas G
08.06.2024
arte por Nefazta
Son las 4:30 de la mañana. Apaga su despertador y se levanta. Se pone algo cómodo y rápido. Saca a su perro Rigo del cuarto de al lado, donde duerme todos los días, le pone el collar, la correa y salen a caminar por no más de 25 minutos. Rigo hace del baño, Martín algunos estiramientos. Entonces regresan al apartamento. Comienza a cocinar el desayuno para él y para Jacky, su esposa actual, la tercera. Unos huevos pericos. Pone a calentar una arepa. Prepara el tinto. Jacky se despierta, desayunan en 10 minutos y se regresan a su habitación a cambiarse.
Martín abre su armario y saca un jersey color morado, se quita la camiseta que se puso para sacar al perro al baño. Su piel parece una tela casi transparente que está pegada a sus huesos y músculos. Está tan estirada que las arrugas apenas y se pueden ver. Se pone el jersey y encima una chaqueta negra talla grande, suficiente para cubrir la espalda de alguien que mide 1.80 de altura. La licra le cubre sus piernas hasta apenas por encima de sus rodillas. Sus medias suben hasta la mitad de sus pantorrillas, magras y con más de tres venas visibles. Se abrocha las zapatillas y después se pone el casco. Agarra su bicicleta marca Colnago y baja con Jacky por el elevador.
Son casi las seis de la mañana y ambos se suben a sus bicicletas y arrancan. La guardia de la portería les ve y les abre la puerta eléctrica que separa al condominio de la vía pública. Ella sabe que Martín es un señor de más de 60 años, “que alguna vez fue famoso” y que sale a entrenar sin falta, todas las mañanas de martes a domingo.
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Martín ‘El negro’ Ramírez nació en 1960 en Bogotá. Hijo de Cecilia Ramírez y de Tomás Alonso Ramírez. Creció en una casa pequeña en el barrio popular La Granja. El mayor de cuatro hermanos y el único que fue conquistado por la reina de pies circulares. Desde siempre ha tenido la complexión de un palillo y el cabello negro y lasio.
Dentro de la casa tenían una radio que servía solo para escuchar dos cosas: radionovelas y, sobre todo, la Vuelta a Colombia. Las voces de los legendarios periodistas deportivos Carlos Arturo Rueda y Alberto Piedrahíta Pacheco narraban para la imaginación de la familia Ramírez Ramírez.
La necesidad de obtener plata hizo que a los 16 años buscara su primer empleo mientras estudiaba los últimos años del bachillerato. Se convirtió en mensajero de la droguería Ultramar. Y así, como por puro acto de la casualidad, se sentó por primera vez en el sillín de una bicicleta.
No tardó mucho tiempo en encontrarse con más compañeros que estaban viviendo, como él, su primera experiencia arriba de una bicicleta. Decidieron entonces verla más allá de un mero instrumento de trabajo. Se reunían en días no laborales para tener sus primeros entrenamientos.
—Me entró la fiebre de la bicicleta, además también quería ser famoso —dice Martín, quien, después de 50 años, sigue contagiado.
Comenzó compitiendo como turismero, que son ciclistas que corren en bicicletas turismeras, famosas por tener el manubrio doblado hacia atrás, como en forma de cuernos, y además por tener solamente un piñón y un plato. Después dio el salto al ciclismo de ruta y ganó La Vuelta a la Juventud. Después vinieron más logros nacionales e internacionales, como el segundo lugar en la Coors Classic, una de las carreras con más reconocimiento en el norte del continente. Dos años después volvió a repetir el subcampeonato, esta vez en Venezuela, en la Vuelta al Táchira de 1983.
Martín se destacó más por su desempeño internacional que por su manera de correr en carreteras nacionales. Sus grandes logros sucedieron fuera de su país natal. Y es que Colombia es un país que está atravesado por la cordillera de los Andes. Las superficies de sus caminos rara vez son planos. De ahí que los ciclistas colombianos se destaquen internacionalmente por su poder para trepar la montaña.
Para Martín, un corredor bogotano, eso era distinto.
—A mí siempre me fue bien corriendo fuera. En Colombia no, por el estilo de las subidas. Aquí siempre las subidas eran más duras, las subidas muy largas me daban duro. Entonces ya por fuera del país me destaqué un poco más porque eran más cortas—me dice Martín mientras ríe, como si no le afectara aceptar que, siendo colombiano, la montaña de su país le “daba duro”.
Pero, a pesar de eso, ‘El negro’Ramírez continuaba escalando en la montaña del reconocimiento nacional. Y de nuevo, como por puro acto de la casualidad, aunque él no estaba contemplado por la Federación Colombiana de Ciclismo para ir a correr, se le paró enfrente la posibilidad de competir en Europa por primera vez. En la edición del 84 del Dauphiné Libéré, una de las competencias con más prestigio en la historia del ciclismo.
Martín pisaría Francia, la meca del ciclismo mundial, por primera vez en su vida y chocaría sus codos con los de Bernard Hinault, aquel ciclista francés que colgaba de la pared de su habitación, en el barrio Provenza de la capital colombiana.
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Lo único que Martín conocía de Europa era lo que podía ver en las revistas francesas de ciclismo. Se escabullía en la librería que estaba cerca de su barrio para mirarlas. No tenía plata para comprar alguna (ni leía francés), pero podía pasarse horas hojeándolas en el lugar. Los paisajes, los ciclistas, sus ídolos. Todo lo que conocía a través de la tinta y el papel estaba por conocerlo de frente.
El Dauphiné Libéré es una carrera por etapas que dura una semana. Fue creada en 1947 y se disputa en las carreteras que se despliegan por en medio de los robles de los Alpes franceses, en la antigua provincia del Delfinado (Dauphiné en francés). “Esta es la más hermosa carrera en el mundo, después del Tour de Francia” dijo alguna vez Lance Armstrong.
—Yo no conocía Europa y me dijeron, «¿quiere ir a correr un tal Dauphiné Libéré?» porque eso ni lo conocíamos acá. Y yo dije, «pues si es en Europa vamos». Pero no pensé que iba a ganar. En ningún momento se me pasó por la mente —me dice Martín, 40 años después de ese momento.
Marcos Ravelo, director técnico del equipo de colombianos que fueron a la Dauphiné recuerda:
—Pero es que yo estaba convencido de que íbamos a una carrera de menor prestigio, como decimos aquí, una carrerita dominical, algo así. Pero cuando llegamos a Lyon y vimos todos los carros de los grandes equipos, dije, “¿y nosotros qué?”.
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La historia de los seis ciclistas colombianos que participaron en el Dauphiné del 84 está llena de paradojas. La Federación Colombiana de Ciclismo no pensaba enviar a ningún corredor a la competencia. Pero Mavic, uno de los grandes patrocinadores del evento, ejerció presión para que lo hicieran. Ni ‘Lucho’ Herrera, ni Fabio Parra, los más grandes ciclistas colombianos del momento, contemplaron ir. Ellos tenían la mira en el Tour de Francia que se correría un mes después. Entonces enviaron al segundo equipo en la lista, el Leche la Gran Vía, una escuadra propiedad de una empresa láctea de Zipaquirá.
Y así fue que el equipo conformado por Alirio Chizabas, Francisco ‘Pacho’ Rodríguez, Reynel Montoya, Pablo Wilches, Armando Aristizábal y, por supuesto, Martín Ramírez, viajó a Francia sin pensar que estaban a punto de vivir la primera gran hazaña del ciclismo colombiano a nivel mundial. Aunque Martín no llegaba a competir como el líder del equipo, que era Francisco ‘Pacho’ Rodríguez, lo hacía en una de sus mejores formas. Con 23 años y con un cuerpo magro y delgado que estaba en el mejor punto de su carrera deportiva.
Pareciera que era una equivocación que estuviéramos ahí
Lo único que ‘El negro’ y sus compañeros llevaban como equipo de su propiedad eran las zapatillas. Lo demás fue prestado. Utilizaron unas bicicletas marca Vitus con componentes Mavic que los corredores del equipo colombiano más grande de ese entonces, el patrocinado mayoritariamente por Café de Colombia, utilizaban cuando corrían en Europa. No las pudieron probar más de una vez. Los sillines apenas y estaban acomodados a la medida indicada. Su hotel estaba alejado del de los demás equipos. Les dieron solamente un maillot a cada uno, entonces tenían que lavarlo cada noche antes de irse a dormir para que estuviera seco al día siguiente.
—Pareciera que era una equivocación que estuviéramos ahí —me dice Marcos Ravelo a través de la señal telefónica, no sin antes advertirme que tiene 85 años y que, si se equivoca en alguna información, responsabiliza de manera anticipada a su memoria.
La carrera comenzó con los seis corredores colombianos representando a Leche la Gran Vía, y para el final de la etapa cinco, solamente quedaban tres. ‘Pacho’Rodríguez, Pablo Wilches y Martín ‘El negro’ Ramírez. La otra mitad del equipo –Alirio Chizabas, Reynel Montoya y Armando Aristizábal– abandonó la competencia o por caídas, o porque la bicicleta no les acomodó y les provocó lesiones. Pero la clasificación general de la competencia anunciaba algo que nadie esperaba, en primer lugar estaba ‘Pacho’ Rodríguez, en segundo, a 3’ 52’’, el gran Bernard Hinault y en tercero ‘El negro’ Ramírez, a 4’12’’.
Se acercaba la etapa seis. La meta esperaba en la cima del mítico puerto del Col de Rousset. Con una longitud de 19 kilómetros y un ascenso total de 864 metros, Martín estaba a punto de correr a través de la montaña que marcaría su carrera deportiva para siempre.
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Meter codo: los retos de los ciclistas colombianos que intentan llegar a Europa
El Tour Colombia 2.1 acaba de terminar con Rodrigo Contreras campeón y una sensación de que el tan anhelado recambio generacional en el ciclismo nacional no es lejano. Sin embargo, los ciclistas colombianos se enfrentan a retos que están más allá de sus piernas.
Era la madrugada previa de la sexta y antepenúltima etapa. ‘Pacho’ Rodríguez era el virtual campeón del Dauphiné Libéré, casi cuatro minutos le separaban de Bernard Hinault. ‘Pacho’tocó la puerta de Marcos Ravelo, su entrenador. Con los párpados haciendo esfuerzos para separarse, Ravelo abrió. Ahí estaba su líder, con la mirada hacia abajo y cojeando de la pierna derecha. Lo miró y le dijo que la rodilla le dolía mucho, que la bicicleta jamás le acomodó.
—Lo sé. Pero no tenemos otra opción. Hay que seguir. Usted hágale hasta donde pueda —le dijo Marcos Ravelo, mientras en su mente veía escapar esa victoria que en un inicio parecía inalcanzable.
El pavimento estaba lleno de charcos. Había estado lloviendo durante toda la noche y seguiría haciéndolo durante toda la etapa. Los corredores se alineaban en la marca de salida con los dedos de sus manos entrelazados y sus labios pegados al hueco que había, sacaban de su boca aire para calentarlas. Pero era inútil. Parado sobre el cuadro de su bicicleta, Martín nunca había experimentado el frío de ese día. Pero lo prefería a los calurosos climas de la tierra caliente colombiana. Nunca le gustó sudar.
La etapa comenzó y a los diez kilómetros Bernard Hinault salió al ataque en solitario, nadie le dio caza. La lluvia golpeaba las manos de Martín, que hacían esfuerzos para mantener agarrado el manubrio de la bicicleta y, cuando era necesario, poder frenar. Estaba concentrado en cobijar y ayudar a su líder, que no paraba de quejarse por el dolor en su rodilla derecha. Después de 30 kilómetros ‘Pacho’ no aguantó más. Se bajó de la bicicleta y se subió al carro que acarreaba a los corredores que abandonaban. La nieve comenzó a caer y no había rastro alguno de Bernard Hinault que permanecía escapado. Eso era todo. El legendario francés ganaría su tercer Dauphiné.
—¡Mantengamos el segundo lugar! —gritó Ravelo a Martín y a Pablo Wilches, los únicos dos colombianos de Leche la Gran Vía que quedaban en carrera.
“El negro” y Wilches siguieron las instrucciones. Tenían que aguantar y cuidar el segundo lugar general que ahora le pertenecía a Martín. Aunque todo parecía indicar que el primer lugar ya era de Hinault, los equipos Renault y Peugeot comenzaron la persecución. Martín no se separó de ellos.
Entonces comenzó la trepada a la cima del Col de Rousset.
El pelotón comenzó a dispersarse. La cantidad de nieve que caía aumentaba conforme subían más metros de montaña. Martín entrecerraba sus ojos para poder ver. Pedaleaba ya en solitario y solo tres kilómetros lo separaban de la meta y de un par de medias secas y calientes. Pero en medio de toda la nieve, Martín vio la espalda de su ídolo.
Entonces se paró en los pedales y se puso a bailar con su bicicleta.
—Yo andaba bien y arranqué y me fui. Y vaya sorpresa cuando me encuentro a don Bernard Hinault. Yo creo que no calculó muy bien y, como dicen en España, le dio “la pájara”. Entonces no lo pensé dos veces. Pasé por un lado, yo creo que el tipo ni me vio —me cuenta Martín con los ojos cerrados y la cara mirando al techo, recordando cada detalle como si hubiera rebasado a Hinault en la mañana.
Entonces llegó a la meta. Lo primero que hizo fue buscar el carro de su equipo para meterse en él y refugiarse del frío. Se encontró con su entrenador, Marcos Ravelo, y platicaron sobre la etapa. Muchos ciclistas habían abandonado por hipotermia, otros por caídas en los descensos. La incertidumbre del momento era grande. Sabían que Martín había llegado antes que Hinault, pero desconocían los tiempos. En esa época no se sabían al instante los resultados. Fue entonces que Héctor Urrego, periodista colombiano, se acercó a ellos.
—Llega él, como lloroso, nos abrazó y nos dijo: “felicitaciones muchachos, somos líderes”. “¿Pero cómo así?”, no podíamos creerlo. ¡Ése negro es todoterreno! —me cuenta Marcos Ravelo, hablando con las palabras llenas de emociones.
Martín había llegado con 30 segundos de ventaja sobre Hinault. Tiempo suficiente para convertirse en líder de la competencia. Quedaban dos etapas e Hinault iba a hacer lo que estuviera en su poder para arrebatarle la victoria. A Martín solamente le quedaba Pablo Wilches de compañero. Bernard Hinault tenía seis coequiperos aún. Quedaba una etapa de 100 km que se corría por la mañana, la altimetría no mostraba casi repechos. Era plana. Y, por la tarde, en la última etapa se corría una contrarreloj individual de 32 kilómetros.
A pesar de los intentos de Hinault por escaparse en la etapa matutina y de amedrentar a Martín, con la intención de desconcentrarlo, ‘El negro’aguantó y no cedió ni un segundo. Todo se definiría en la contrarreloj individual.
—El tipo me mandaba a su equipo que intentaba tirarme. También me chistaban en francés, pero como yo ni entendía, entonces yo a lo mío.
Martín, como líder de la competencia, salió al último para correr la contrarreloj. Aprovechó muy bien las pendientes en la ruta, tanto que pudo agrandar cinco segundos la diferencia con Hinault.
Entonces llegó a meta.
Campeón del Dauphiné Libéré de 1984.
—Esto es para Colombia y todos los colombianos —dijo al bajarse de la bicicleta, en una entrevista para un canal de televisión francés.
—Estamos muy emocionados por tu triunfo —le dijo a Martín por teléfono el presidente de Colombia de ese entonces, Belisario Betancur.
Al día siguiente, el cinco de junio de 1984, el periódico colombiano, El Tiempo, daba la noticia. “Ahora, la revolución colombiana. Martín Ramírez, campeón del Dauphiné”. Y en las últimas líneas anunciaba lo que se convertiría en uno de los mayores recibimientos y festejos en la historia de Colombia. ‘El negro’ Ramírez y su equipo llegarían a Bogotá al domingo siguiente, para festejar con su gente.
Martín, por primera vez, estaba por probar la fama con la que soñó a sus 16 años.
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Después de viajar por Francia por unos días, Martín y su equipo llegaron un domingo al aeropuerto El Dorado de Bogotá. El viaje por Europa tuvo la única intención de hacer tiempo para que llegara el fin de semana y pudieran ser recibidos por la mayor cantidad posible de personas. La sala de espera del aeropuerto ya estaba llena de gente horas antes de que llegaran. Luz, la pareja de Martín, se paró entre la multitud esperando su llegada.
—Eso fue espectacular. Fue algo increíble para todo el mundo, para todo el ciclismo, para mí especialmente. Cuando llegó lo vi a lo lejos. Hubo cruce de miradas y después se perdió entre la gente —me platica Luz, la primera novia que tuvo Martín.
Llevaron en un camión de bomberos a Martín y a su equipo por toda la avenida 26, una de las calles principales de Bogotá, que conecta el aeropuerto con el centro de la ciudad. La prensa del momento reportó que más de 100 mil personas acompañaron la caravana. “¡La locura! El mejor recibimiento de la historia al ganador del Dauphiné Libéré” se leyó en un titular. La emoción era tanta, que las personas se subían a los postes de luz para poder ver, incluso estuvieron a punto de tirar uno.
Ese día coincidió con que Millonarios y Santa Fe jugaron un partido de liga. El clásico bogotano, uno de los encuentros más importantes del país. Llevaron a ‘El negro’en helicóptero hasta el Estadio Nemesio Camacho El Campín para que diera el saque de honor. Lo hizo y después lo volvieron a regresar al centro de la ciudad.
Esa fama que el Martín adolescente buscaba dedicándose al ciclismo, por fin llegó. Y con ella los festejos, que siguieron durante semanas. Lo invitaban a eventos oficiales del gobierno, a almuerzos, a eventos deportivos. Martín estaba por todas partes. Por varios momentos olvidó que había sido fichado por el equipo francés Système U para correr su primer Tour de Francia, que sería solo unas semanas más tarde.
El momento que todo ciclista en el mundo desea llegó para Martín a sus 23 años, en el mejor momento de su carrera. Ganar un Dauphiné es signo de que algo más grande sucederá. Muchos ciclistas que han ganado un Dauphiné, ganaron también el Tour de Francia. Bernard Hinault, por ejemplo. Pero Martín no estaba preparado para eso. Tocó el cielo en Bogotá cuando regresó de Francia y le costó mucho trabajo bajar de ahí. Regresó a Francia al mes de haber ganado el Dauphiné, ahora la prueba era el Tour.
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Era la mitad de la competencia. La noche anterior a la etapa 10 Martín no podía dormir. El ritmo y la exigencia de un Tour de Francia fue algo que Martín nunca había experimentado. Todavía no empezaba la alta montaña y él ya no competía por ningún lugar importante. Estaba fuera de competencia. Entonces recorría su cama de extremo a extremo. Miraba al techo mientras sus compañeros franceses descansaban. Pensaba una y otra vez. La idea de hacerlo no le dejaba cerrar los ojos. Nunca lo había hecho. ¿Sería en el Tour de Francia la primera vez?
La etapa 10 comenzó y al kilómetro 20 Martín apretó los frenos de la bicicleta poco a poco, mientras el pelotón seguía de largo. Alto total. Se quedó mirando la carretera y cómo los ciclistas se iban haciendo cada vez más pequeños. Entonces lo hizo. Desamarró sus zapatos de los pedales y se bajó de la bicicleta. El carro escoba, que recoge a los ciclistas que abandonan la competencia, no tardó en llegar por él. Abrió la puerta y se subió.
—Yo ya lo había planeado desde la noche anterior. Me subí al carro y en ese momento me puse a llorar. La cabeza me ganó —me cuenta Martín dejando salir una pequeña sonrisa que busca disfrazar su tristeza y frustración.
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En 1985, al año siguiente, Martín consiguió la segunda victoria más importante de su carrera. El Tour de l’Avenir. Una competencia de mucho prestigio y que, como el Dauphiné ha sido ganada por grandes ciclistas. 26 años después volvería a ser ganada por un colombiano. Un tal Nairo Quintana.
Siguió compitiendo durante cinco años más. Corrió todavía tres Tour de Francia. En el 86, en el 87 y en el 89. Su mejor posición fue 13. Como gregario fue fundamental para que, en 1987, ‘Lucho’ Parra ganara la Vuelta a España. La primera victoria de un colombiano en una de las tres grandes vueltas. Luego, en el 89, logró su mejor posición en esa gran Vuelta, y terminó en la posición 12. A finales de 1990, con 29 años y corriendo para el equipo Pony Malta tomó la decisión de retirarse. Una carrera deportiva corta, de no más de 10 años.
—Me retiré porque estaba cansado y la cabeza me falló. Además no me estaban pagando lo que yo quería —me dice Martín, como tratando de justificarse a él mismo.
—¿Si hubieras hecho algo diferente qué hubiera sido? —le pregunto.
—Me hubiera ido a Europa a los 15 años. Juiciocito. A estudiar idiomas, a capacitarme.
—¿Y la fama?
—Como te digo. La fama no es para siempre. Ahorita tú estás escribiendo esto porque se cumplen 40 años de mi victoria, después de 10 años ya no habrá homenajes, ya no habrá nada. Solo tal vez cuando me muera.