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Los periodistas ante el dolor

Los periodistas no siempre sabemos hablar en la cara de la tragedia. Esta semana de entrevistas sobre atentados y líderes asesinados, lo ha demostrado. Juan Pablo Aranguren, psicólogo e investigador del dolor de la guerra en Colombia, reflexiona sobre qué es escuchar ante la tragedia.

por

Juan Pablo Aranguren

https://laeticadelaescucha.uniandes.edu.co/


31.01.2018

Estas no son recomendaciones de un psicólogo a un periodista sobre la escucha. De serlo, podrían sonar arrogantes, invasivas e incluso impertinentes. Cuando estamos ante el dolor de los demás no hay nadie experto ni más preparado. De hecho, estamos en una compleja experiencia intersubjetiva. Uno ante el otro. Por eso lo que propongo aquí son, más bien, reflexiones que han surgido de mi propia experiencia escuchando historias atravesadas por el dolor de la guerra y de una investigación de cinco años sobre lo que significa, para diferentes profesionales, el acto de escuchar. De repente, algo de estas reflexiones puede resonar en la experiencia de otros.

El punto de entrada fundamental para escuchar la historia del otro, lo sabemos, es la construcción de confianza. Eso se logra con algo que suena tremendamente básico: un ejercicio de respeto por la experiencia de quien narra. Y aunque lo sabemos, diferentes factores terminan desdibujando esta premisa. Creo que ese respeto se basa en cinco pilares fundamentales.

Ser sensible a la experiencia del otro supone contemplar que ese relato está atravesado por el dolor.

El primero es la disposición a escuchar. Y esta disposición es también corporal. Disponer el cuerpo para escuchar una historia atravesada por el dolor supondrá que algo de ese dolor me tendrá que tocar, tendrá que suceder en mí.  La disposición a escuchar el dolor del otro a veces entraña un cuestionamiento tanto a mis compromisos éticos y políticos, como a mis distanciamientos personales. ¿Estoy realmente dispuesto a escuchar el dolor del otro?

De la disposición a escuchar se deriva la necesidad de validación de lo que el otro cuenta, pero también de la manera en que lo hace. A veces el otro narra su experiencia de forma tal que no es inteligible para mí. Puede ser una narración desordenada o caótica, llena de vacíos y silencios. Incluso puede ser solamente silencio. Ser sensible a la experiencia del otro supone contemplar que ese relato está atravesado por el dolor. Su orden y estructura –su narrativa– no necesariamente corresponden con la de mis preguntas y a veces se organizan en función de lo que el otro desea decir, no de lo que yo deseo saber. ¿Podemos escuchar los silencios y entender lo que ellos dicen en vez de intentar llenarlos de palabras a través de una pregunta insistente?

Quien toma la palabra para dar cuenta de una experiencia signada por un evento violento y doloroso lo hace también en virtud de las disposiciones éticas, morales y afectivas que encuentra en el otro de la escucha. Y a veces, ese otro, es la sociedad entera. De allí que lo que habilita a alguien a narrar algo de su experiencia –pero también a retener algo de su historia– es la valoración por parte de quien testimonia sobre el contexto ¿Qué es lo que habilita que algunos puedan testimoniar –incluso con su silencio– mientras que otros queden reducidos a la imposibilidad de hablar? Es urgente entrever las diferencias entre el silencio y el silenciamiento.

Y en ocasiones, al indagar sobre el contexto emocional del otro, se puede llegar a entender que lo que menos necesita de mí es una entrevista

El respeto a la palabra del otro requiere también de otorgarle credibilidad a su testimonio. Las experiencias de dolor y sufrimiento se narran con una importante carga afectiva en la que, a veces sin pretenderlo, se termina siendo juez, o experto. Si algo de la narración de esta experiencia recorre el terreno de lo inimaginable e increíble, antes de juzgarlo como auténtico o verídico, se hace necesario entenderlo en su contexto de producción. Y ello obliga a que, antes de disponerme a escuchar, debo indagar por ese contexto. Informarme un poco más sobre el contexto y sobre la situación emocional y afectiva que genera este tipo de eventos, también ayuda a eliminar preguntas que pueden tener una respuesta obvia: ¿cómo se sintió?, ¿está triste? ¿lo extraña? ¿qué fue lo que ocurrió? Pero, además, permite adentrarse con respeto y mayor cercanía a ese terreno a veces desconocido para muchos de los duelos y las pérdidas, de las tristezas y las melancolías.

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El escenario transicional colombiano ha dado paso a los testimonios. Este proyecto busca reconocer cómo construir una ética de la escucha de esos relatos de trauma y dolor.

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Y en ocasiones, al indagar sobre el contexto emocional del otro, se puede llegar a entender que lo que menos necesita de mí es una entrevista, tal vez quiera, más bien, hacer una denuncia. ¿Qué es lo que el otro quiere compartir? ¿Cuál es la utilidad de lo que yo quiero preguntar? ¿Qué efectos emocionales puede llegar a tener una entrevista poco tiempo después de un evento doloroso o violento? Ello implica pensar en cómo crear un escenario adecuado para hacer la entrevista que brinde al otro la posibilidad de tener mayor control sobre la interacción. Y esto, riñe, por supuesto con muchas entrevistas en vivo y con la urgencia de una noticia. De allí que también pueda servir, pensar en una conversación previa, sin la grabadora, sin el micrófono y sin la cámara. Una conversación que anuncie los temas de la entrevista y que le permita tener al otro, ese mínimo control de la situación.

Finalmente, vale la pena considerar una máxima ética acerca del daño: alguien es dañado cuando, como resultado de un evento, queda en una situación peor de la que estaría si dicho evento no hubiese sucedido. Así, vale la pena hacerse responsable por las dimensiones afectivas involucradas en la una interacción provocada que supone una entrevista.

*Juan Pablo Aranguren es profesor asociado del departamento de psicología de la Universidad de los Andes. Actualmente realiza el proyecto La ética de la escucha: ante el dolor de la guerra en Colombia.

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