Los niños y niñas de la guerra

El Centro Nacional de Memoria Histórica lanza hoy un informe para entender los casi 60 años de reclutamiento y la utilización de los niños, niñas y adolescentes en la guerra por parte de las guerrillas, los grupos paramilitares, los grupos post desmovilización y ahora las disidencias.

Crecer como niño o niña en Colombia es doloroso. Desde la década de los noventa, los niños, niñas y adolescentes le han dicho al Estado las condiciones, las razones y los incentivos que los han llevado a coger un arma, a enrolarse en la filas, a ser parte de la guerra. El Estado y la sociedad lo saben, pero es una realidad que sigue ocurriendo.

No sólo se trata de contar cabezas, de saber cuántos años tenían cuando entraron, ni tampoco de tener certeza de a qué grupo armado pertenecieron. El reclutamiento de menores ha hecho parte fundamental del conflicto armado colombiano y mientras este continúe –y se intensifique con los actores que sea que haya dentro de él– los niños, niñas y adolescentes seguirán siendo un arma de guerra.

Esas son algunas de las conclusiones que deja Una guerra sin edad, una investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica, sobre el reclutamiento y la utilización de los niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado colombiano. Recogieron memorias de 16.879 menores o personas que entraron a hacer parte de los grupos armados cuando tenían menos de 18 años. Hicieron un mapeo en las regiones del Cauca, el Urabá Antioqueño, Barrancabermeja, Catatumbo, Meta, y en ciudades como Medellín y Cali. Todas estas zonas, que se caracterizan por la presencia de grupos al margen de la ley, han sido históricamente afectadas por el conflicto colombiano.

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Un informe del CNMH que contribuye a la comprensión de las formas en que la guerra se ha inscrito en los cuerpos de las víctimas de violencia sexual.

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Pero estas zonas no sólo tienen en común la presencia y el dominio de grupos armados. Son sobre todo, territorios donde no se garantizan los derechos de los niños, niñas y adolescentes. No les es fácil acceder a una escuela y si lo logran, cuando se gradúan las posibilidades de acceso a la educación superior, por falta de ofertas pero sobre todo por falta de dinero, son pocas, casi nulas. Tienen familias que no están presentes, madres que trabajan todo el día o padres que no están porque no quieren o porque han sido víctimas mortales del conflicto. Son territorios donde las instituciones del Estado no llegan, o donde las instituciones que hay, como las comisarías de familia, no dan abasto con todos los casos que deben atender dentro de un municipio.

El reclutamiento es una realidad rural y también urbana. Para Katherine López, coordinadora, relatora e investigadora principal del estudio, la diferencia son las técnicas que los grupos emplean en los distintos territorios: “En áreas rurales el grupo armado les ofrece a los niños comida, en el contexto urbano les ofrece consumo de sustancias psicoactivas”.

El reclutamiento no ha sido constante, no ha sido homogéneo. Depende de las lógicas de la guerra. De acuerdo con el informe, comenzó a aumentar a principios de la década de los noventa y llegó a su pico máximo entre el 2000 y el 2002, cuando el número de reclutamientos estuvo alrededor de los 1.500 niñas, niños y adolescentes. Pero lo paradójico es que en esos mismos años también ascendió la desmovilización y llegó a su punto más alto en 2004 con aproximadamente 2.500 desvinculados.

¿Por qué ocurrió?

«Eso lo que dice es que el reclutamiento está directamente atado, vinculado, relacionado con lo que pasa en la guerra.», asegura Katherine López. Y continúa: «En la medida en que se intensificó el conflicto armado y las confrontaciones, hubo más hombres muertos. Había que reemplazarlos. Fue una época en la que también comenzaron las campañas de desmovilización, campañas presidenciales de lucha contrainsurgente, lo que incrementó la desvinculación. Cuando los hombres salen o mueren de las filas, el reclutamiento aumenta».

Podemos decir que estamos transitando hacia la paz, pero el conflicto no se ha terminado y por tanto el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes tampoco

Hay acuerdo de paz, pero el reclutamiento sigue

El reclutamiento sigue, ya no por parte de las Farc, pero sí por parte de las disidencias. El reclutamiento sigue por parte del ELN y por parte de los grupos post desmovilización o bandas criminales.

De acuerdo con el informe que estudia el reclutamiento desde 1960 hasta 2016 las guerrillas han sido los mayores reclutadores con un 69 %, en especial las Farc con un 54 % de los 8.701 casos en los que se tiene información. Los paramilitares fueron los reclutadores en el 27 % de los casos y los grupos post desmovilización en un 7 %.

—¿Cómo ha variado el reclutamiento por parte de estos actores? ¿Y cómo ha afectado el Acuerdo de paz el reclutamiento de menores?

—Desde que comenzaron los diálogos con las Farc el reclutamiento persistió, pero tendió a la baja. Por su parte el del ELN, persiste hoy y se ha mantenido constante. Y el de los grupos post desmovilización está en incremento desde 2006 y tiene una tendencia al alza. Está claro que hay que entender la intensidad del conflicto armado y la confrontación con cada grupo, para entender las lógicas del reclutamiento–, dice López.

De acuerdo con la investigadora, hoy podemos decir que estamos transitando hacia la paz, pero el conflicto no se ha terminado y por tanto el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes tampoco.

Las niñas de la guerra

“Los grupos armados han identificado un potencial en ellas por ser mujeres”, dice López. De los 16.879 casos registrados, el 26 % fueron niñas menores de 18 años, mientras que 71 % fueron niños.

Cuando se habla del tema hay que saber que no sólo se trata del momento en que las niñas estuvieron en las filas. El papel de las niñas en los grupos armados hay que estudiarlo antes, durante y después del reclutamiento. Desde antes de reclutarlas activamente en sus filas, los grupos armados las utilizan como informantes, porque por ser mujeres generan menos desconfíanza, además de de ser víctimas de explotación sexual.

Una vez adentro están sujetas como todos los demás niños y adolescentes al funcionamiento y a la lógica del grupo al que pertenecen. No hay ninguna autonomía, no existe el libre desarrollo de la personalidad porque eso atenta contra el orden establecido. No se puede decidir si se quiere tener novio o no, si quiere ser papá o mamá, si quiere o no utilizar el uniforme. “Tienen que caminar, comer y levantarse a una hora determinada y sobre todo responder a las ideas de la organización”, dice López.

Ser mujer, adolescente y niña antes, durante y después del reclutamiento implica estigmatización. De acuerdo con la investigación, ellas reclaman que no todas fueron víctimas de violencia sexual. Muchas tuvieron que utilizar métodos de planificación forzada, pero no todas fueron abusadas sexualmente en las filas. Por el contrario lo que muchas reconoce es haber sido abusadas antes o después de pertenecer a la organización. Después, sobre todo, porque hace parte de una lógica social pensar que si fue integrante de un grupo guerrillero, debe pagar por lo que hizo. Y esa es la manera de pagarlo.

Para Katherine López, “nos compete a nosotros reconocer esas voces y preguntarles y escuchar qué sintieron y qué vivieron como vulneración de derechos. Para muchas la vulneración de derechos estuvo antes o después, no durante el reclutamiento”.

Que los niños, niñas y adolescentes ingresen a las filas de los grupos armados, es llegar a la cúspide de la violencia

Persuasión viciada o coacción simbólica

De acuerdo con el informe, la mayoría de los niños, niñas y adolescentes no han sido reclutados a través de la fuerza o la coacción, a diferencia de lo que ha sucedido en otros conflictos armados internos, como en África, por ejemplo.

El 40 % del total de los casos se dieron por persuasión, el 11 % por coacción y del 49 % restante no hay información.

—¿Cómo se explica esto? ¿Cómo debe leerse la voluntad en estos casos?

—Así sea persuasión el reclutamiento no debería existir. Se cree que es forzado cuando hay violencia física, pero hay condiciones que le dan lugar a la persuasión. La persuasión, en estos casos, siempre es viciada o es coacción simbólica–, dice enfáticamente Katherine López.

Hay territorios donde se espera que ocurra el reclutamiento como única salida de vida para los menores, hay otros donde eso es un trabajo. La persuasión no pasa sólo por una lógica individual, pasa por las condiciones dadas en los territorios y por la relación que hay entre los grupos armados y las comunidades. Entrar a un grupo armado, explica la investigadora, siempre implica un riesgo. Implica el riesgo de perder una pierna, de sentirse triste, de no saber realmente a qué grupo se quiere pertenecer —si a los paramilitares, el ELN o el Ejército—. Implica el riesgo de morir. “Se cree que la responsabilidad, la decisión es de los niños y niñas. Pero si se piensa que porque en su contexto familiar sus derechos son vulnerados y por tanto hay que recibir a un niño o niña en una lógica bélica en la que su vida está en riesgo, la equivocación siempre va a ser de los adultos. Hay que tener la capacidad de tramitar las condiciones de la inequidad social y la no garantía de derechos por otra vía, diferente a la armada”, asegura la investigadora.

***

“Que los niños, niñas y adolescentes ingresen a las filas de los grupos armados es llegar a la cúspide de la violencia”. Así es como Katherine López se refiere a la realidad de los 16.879 casos que registra la investigación. Pero el informe es enfático en plantear que no se trata sólo de estos casos. No se han cuantificado cuántos niños y niñas están enterrados o enterradas por haber muerto mientras estaban en estar organizaciones. No se sabe cuántos niñas y niños no pudieron ir al colegio, porque la presencia de grupos armados se los impidió. No sabemos la cifra de cuántos ha muerto por resistir al reclutamiento. No sabemos exactamente a cuántos han matado al salir de las filas o cuántos han tenido que ingresar a otro grupo armado, porque ya tenían el conocimiento y la experiencia de la guerra. Son cifras que no se tienen, pero que hacen parte indispensable del repertorio de violencia del reclutamiento, son cifras que deberían tenerse en cuenta. El informe dice claramente que el reclutamiento no es sólo que pasa dentro de las filas, es también lo que pasa antes y después.

—¿Por qué cree que la sociedad colombiana no ha entendido la magnitud del reclutamiento de niños, niñas y adolescentes?

—No sabemos realmente lo que pasa alrededor del reclutamiento. Este informe intenta hacerlo. Con la investigación no sólo quisimos saber quién era el responsable del reclutamiento, sino entender lo qué pasó y cómo el reclutamiento impactó y sigue impactando la vida de estas personas. Llevamos 60 años. ¿Cuánto tiempo más los niños tendrán que seguir viviendo esta violencia? ¿Hasta cuándo? Es un llamado de atención porque sabemos lo que pasa, pero no hemos logrado cambiarlo. ¿Si a nosotros no nos movilizan los niños y los adolescentes, entonces qué nos moviliza?

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