Las señoritas tocan trompeta, contrabajo y trombón

Diana soñó con su instrumento desde que tenía 6 años. A Nataly, la enamoró el registro grave del suyo. Melissa habla de tocar vientos con la pasión de quien habla de salvar el mundo. Las señoritas tocan trompeta, contrabajo y trombón.

por

Laura Galindo M.


08.03.2017

Ilustración: María Elvira Espinosa Marinovich

Hablan: Diana López, trompetista; Nataly Otálora, contrabajista, y Melissa Baena, trombonista.

—¿Por qué, si tú eres tan chiquita y tus manos son tan pequeñas, escogiste un instrumento tan grande?, me dicen. Es cierto, no tengo manos grandes, pero tampoco creo que tenerlas me hubiera hecho mejor contrabajista. Lo escogí porque me enamoré de ese registro grave, de ese sonido profundo, de cómo se ve sobre un escenario. Lo escogí porque es versátil, porque suena a jazz, a pop, a rock, a Vivaldi. Lo escogí porque una vez, en una orquesta, vi que lo tocaba una chica y me dije: “Bueno, las chicas también lo hacen”.

—Yo quería tocar la corneta. Cuando tenía cinco años quería tocar la corneta en la banda marcial del colegio. “No, no”, me dijeron, “Tú no vas a poder con eso porque es un instrumento para niños, vas a tocar estos platillos”. Lo hice por un día y no volví a hacerlo nunca más. Mi papá es músico y dirige bandas marciales. Yo había cumplido 8 años cuando fundó una de bajos recursos en el Tolima, en un municipio que se llama Cajamarca. Él no me puso peros. Al principio me daba mucha pena. ¡Una niña tocando corneta! Es difícil no dejarse llevar por la gente. Pero luego, me descubrí buena. Entendía rápido la música y el sonido me salía fácil. A los diez años decidí que iba ser trompetista.

—Cuando llegué con el trombón a la casa mi papá me dijo: “¡Melissa, por qué escogiste eso! Ese no es un instrumento de niñas. ¿Por qué no el clarinete o la flauta?”. Pero mira cómo cambian las cosa: ahora vive muy orgulloso y es el que más aplaude en mis conciertos.

—Somos pocas las mujeres trompetistas. Mis compañeros siempre han sido hombres y nunca he tenido una profesora, porque no conozco la primera. Eso es muy fuerte. Se sufre el machismo. Sé de qué hablo porque lo he vivido. En filas de seis trompetas siempre me mandaban a la última silla. Nadie te dice que es por ser mujer, pero si eres la única y tus cinco compañeros dicen sin pensarlo que debes ir atrás, algo pasa. Muchas veces me culpé. Pensé que no tocaba bien, que no estaba a su nivel. Pero cuando salí de Colombia para hacer mi maestría y llegué aquí, a la Universidad de Mississippi, en Estados Unidos, me eligieron trompeta principal en la mejor banda.

—Es raro ser una chica y tocar vientos. Cuando salgo al escenario la gente se sorprende. Soy crespa y eso es muy llamativo. Me ven con el pelo alto y el trombón en la mano y comienzan los murmullos. Una vez estaba tocando un solo de Willie Colón, el de Idilio. Ta-tata-tatara-tata-tatara-ta-ta-ta… Sólo me alienta el deseo divino de hacerte mía… Y en el público habían dos señores peleando. Cuando terminé, me buscaron y uno de ellos me dijo: “Es que él no cree que tu tocaste ese solo. ¿Dónde está la grabación? No fuiste tú, seguro, eso sonaba tan bien como Willie”. Con el tiempo te acostumbras a trabajar el doble para que te tengan en cuenta, a ser mejor que ellos para que a penas te sientan igual.

Tal vez nos falta confianza, creer que podemos hacerlo, que somos capaces. A los hombres no les pasa. Desde que nacen los convencen de que lo pueden todo

El trombón en la salsa es incisivo, recalcitrante, enfurecido. Es todo eso que transgrede la fragilidad obligada que cargan las mujeres sobre los hombros. Los roles se volvieron estereotipos: es absurdo. Yo crecí en Estados Unidos y crecí siendo tomboy. No me gustaban los vestidos, ni los juegos de niñas. Eso nunca fue un defecto, pero cuando llegué a Colombia, me encontré con que estaba mal. Las mujeres tenían que ser delicadas, no decir groserías y vestirse con faldas. Tocar en bares, de noche y con el público entre tragos, era de hombres. O de lesbianas, como si las lesbianas no fueran mujeres. Yo todavía no entiendo. Ser mujer no tiene nada que ver con esas cosas. Es una mentalidad vieja, muy vieja y muy triste.

—Alguien me dijo que las trompetistas éramos todas lesbianas. Asumo que era un insulto, pero todavía no sé cuál. Son cosas que no tienen nada que ver. La trompeta puede ser muy fuerte y enérgica, pero también muy dulce y lírica. ¡A ella sí que la llenan de estereotipos! Le piden que suene recia, brillante, arriba. Que sea masculina. Cuando llegué a Bogotá era la única mujer en la Banda Filarmónica, entre 27 músicos. Me cayeron un montón de entrevistas en las que siempre me preguntaban lo mismo: “¿Qué se siente ser la única mujer de la banda?”. Nunca supe qué decir. “¿Qué se siente?”. ¿Tenía que haber sentido algo?

—En algún momento pensé en estudiar otra cosa. En escribir o en bailar. Pero la idea no me duró mucho, la verdad, siempre quise hacer música. No sé por qué hay tan pocas mujeres tocado contrabajo en Colombia, ahora que vivo en Alemania me doy cuenta de que aquí, incluso, somos más. Tal vez nos falta confianza, creer que podemos hacerlo, que somos capaces. A los hombres no les pasa. Desde que nacen los convencen de que lo pueden todo. Sí, es eso. No creemos mucho en nosotras mismas.

—No creo que a las niñas todavía les digan: “No toques trompeta porque es de hombres”, como me dijeron a mí. Creo que sólo lo asumen. Si no conoces el agua, no se te ocurre tomártela. Nos faltan referentes. Ponerle género a los instrumentos se nos volvió algo inconsciente. El violín es para niñas y el tambor para niños. Igual que el piano y el contrabajo. Igual que cantar y tocar trompeta. Nos lo creímos, nos convencieron. Lo damos por cierto y nadie se pregunta por qué.

—Siempre habrá quien te mire raro. Siempre tendrás un dedo que te señala. Que te dice que tu instrumento es muy grande, que su sonido es muy fuerte, que tienes que soplar muy duro. Siempre habrá quien te enjuicie y te diga que no es de señoritas. Quien no entienda que el trombón es un instrumento hablando de música y no una mujer hablando de sí misma. Siempre habrá quien te levante chismes, quien diga que te acuestas con todos, o que no te acuestas con ninguno. Siempre, siempre, siempre. Hay que dejar que todo resbale, que caiga derecho y se estrelle contra el pavimento. Hay que confiar, hay que creer. Hay que saberse buena y no dejarse tocar por las dudas. Nadie en este mundo debería sentirse menos por tener una vagina. Al fin de cuentas, con ella no se toca el trombón.

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