La Minga prendió motores

El presidente Iván Duque le incumplió la cita a la Minga del Suroccidente. Por esto, los Mingueros decidieron tomar camino hacia Bogotá. Cerosetenta pudo acompañar la organización de la Minga en El Pital, Cauca, y seguir su recorrido hasta la concentración en Cali. Aquí la experiencia que vivimos.


Fotos por: Luis Carlos Ayala. IG: @luiscarlosa85

La Minga viene a Bogotá. El presidente Iván Duque no llegó a la cita acordada en Cali y por ello, ayer en la noche, los voceros de la Minga anunciaron que tomarían camino hacia la capital. El recorrido arrancará en aproximadamente 10 chivas. Hoy habrá una manifestación hacia la Alcaldía de Cali, y posteriormente una parte de los Mingueros iniciarán el camino hasta Bogotá. Los demás, seguramente, se quedarán en el suroccidente esperando instrucciones.  

La decisión se tomó después de una reunión que sostuvieron los líderes de la Minga y los representantes del Gobierno el lunes 12 de octubre. En el Coliseo del Pueblo, la Ministra de Interior, Alicia Arango, y el Alto Comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, se reunieron durante cuatro horas con los líderes de la movilización. Desde allí, insistieron en que este Gobierno ha invertido 344 mil millones de pesos en los últimos dos años y han cumplido “a cabalidad” lo pactado. Los mingueros, sin embargo, respondieron que esta Minga no tiene reivindicaciones económicas sino políticas y exigieron hablar directamente con el Presidente, que una vez más no se hizo presente, para exigirle garantías de paz y protección a la vida en sus territorios. 

Ahora dicen que esperan espacio para el diálogo, que “la Ministra nos amenazó con sus decretos para frenar la Minga”, y  que “si pasa algo a los Mingueros es responsabilidad de la Ministra por no crear la ruta para la venida del Presidente», en palabras de Hermes Pete, Consejero Mayor del CRIC.

Cerosetenta acompañó a la Minga desde su punto de partida. Así se vivieron los momentos previos a esta decisión. 

“Ustedes son los que nos están matando”

Foto por: Luis Carlos Ayala. IG: @luiscarlosa85

 

El lunes 12 de octubre, la concentración estaba citada en El Pital, en una vereda llamada Monterilla. Es un lugar remoto, donde la población indígena es “ama y señora” de las tierras, como me dijo Jaime, el conductor que accedió a llevarme. El trayecto dura hora y media desde Cali. Y es una zona roja: “si tiene que ir, la llevo. Desde que estemos con la Minga no hay problema”, dijo, “pero no podemos salir muy tarde porque nos cogen las disidencias estando solos y ahí sí le digo”. 

Llegamos a las 9 de la mañana. El terreno es enorme, entre los relieves y los valles de la zona del Cauca. Lejos se veían algunas nubes cargadas de lluvia, que más tarde llegarían en forma de tormenta eléctrica sobre la concentración. Todo giraba entorno a una carpa blanca de eventos, en la que no cabía una persona más. El calor era fuerte, pero el viento que corría era frío y refrescaba. Se esperaba la llegada de, al menos, 6 mil personas de distintas comunidades, tanto indígenas como afro y campesinos. A lo largo del día se fueron sumando. Cada grupo que llegaba armaba sus carpas. Venían del Cauca, del Quindío, del Tolima, regiones que han vivido lo más crudo del conflicto. 

Desde la firma del Acuerdo de Paz, en 2016, 240 líderes, en su mayoría de la comunidad Nasa, han sido asesinados en el Cauca. Solo en la región del norte, en particular en los municipios de Caloto, Corinto y Toribío, muy cerca de donde estamos ahora, han sido asesinadas 84 personas, según el último reporte de Indepaz. 

“Es que en las ciudades se llenan de discursos, pero es finalmente a nosotros a los que matan”, me dijo una Mayora del pueblo Nasa: “ustedes, los blancos, se llenan la boca de palabrerías, se creen muy preparados porque tienen una hoja de vida. Pero luego, nosotros terminamos masacrados en nuestras tierras. Por eso no confío en ustedes”, dijo, “porque ustedes nos han hecho mucho daño”. 

Por eso, esta vez, el reclamo es político: “ya lo hemos dicho. Venimos demandando la vida, el territorio, la democracia y la paz. Le pedimos al presidente que cumpla la cita para discutir estos asuntos, porque tenemos muchas promesas incumplidas y ellos pueden decir que lo han hecho, pero la realidad es que nos siguen matando”, dice Aída Quilcué, una de las Altas Consejeras del CRIC.

“Guardia, Guardia”

Foto por: Luis Carlos Ayala. IG: @luiscarlosa85

 

La marcha fue pacífica, la Guardia indígena se encargó de garantizar el orden y no aceptaron la militarización de las carreteras. Distintos grupos urbanos llegaron a acompañar la marcha, entre ellos la Primera Línea de Escudos Azules que opera en ciudades y sobre todo, está compuesta por estudiantes. También se sumaron colectivas feministas, el Partido Comunista y la Marcha Patriótica. Todos, eso sí, siguiendo la guía de la Guardia. 

Los guardias deben estar preparados para todo. Hacia las 2 de la tarde vi a un grupo de coordinadores y guardias sacar una cauchera y ensayar algunos tiros. “Por si llegan los del ESMAD”, me dijo uno de los coordinadores de la Guardia del sur del Tolima, parte de la comunidad de los Pijaos. “A nosotros siempre nos toca duro con ellos. A mí, por ejemplo, me patearon entre seis en las huevas y al pecho. Intentaron quitarme el bastón. Y se alcanzó a torcer, pero no se rompió. Yo antes me quedo sin huevas que sin mi bastón”. 

Ese día, el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) anunció que no bloquearían la vía Panamericana, la arteria que conecta el suroccidente con el centro del país. Pero la Guardia debe estar alerta. Durante la concentración, las comunidades se prepararon. Parte del ejercicio implicaba bailar en círculos alrededor del Sahumerio de eucalipto, que cuando se quema, bota una columna de humo que invade todo a su alrededor. El humo se metía hasta los pulmones y los cargaba. El olor se pegaba a la ropa, al pelo, a la piel. Bailaban con la música de las flautas y el tambor, mientras cantaban “se viene la Minga” y “Fuerza, fuerza”.

En algunos entrenamientos de la Guardia suelen soltar gas lacrimógeno para que los mingueros se acostumbren al gas que suele tirarles la Fuerza Pública durante sus protestas. Aquí, por accidente, el gas cayó sobre el Sahumerio. De repente, el humo que refrescaba empezó a ahogar, irritó los ojos, la nariz, la garganta. Los que estábamos reunidos en la carpa principal salimos corriendo. 

Los señalamientos de siempre

Foto por: Luis Carlos Ayala. IG: @luiscarlosa85

 

De lo que no se escapó esta Minga, como muchas anteriores, fue de la estigmatización. El fin de semana, líderes del uribismo trinaron que la Minga sería utilizada para “hacer una toma socialista del Estado”. La revista Semana, además, publicó una nota donde se afirmó que según informes de inteligencia, la Minga “había sido infiltrada por las Farc y el ELN” para “hacerle un juicio político al Presidente”. De acuerdo con el informe, se habrían interceptado llamadas entre dirigentes de la guerrilla y supuestos miembros de la comunidad indígena en la que aseguraban que enviarían una comisión política a la marcha. 

“Nosotros ya estamos acostumbrados. Esa es la táctica de ellos, asociarnos a grupos armados para deslegitimar nuestras peticiones y mantenernos abandonados e ignorados. Sin voz”, dice Aída Quilcué. 

El CRIC rechazó las declaraciones y aseguró, en un comunicado, que las asumen como “una prueba de los intereses malintencionados de alterar el desarrollo de la protesta, generar caos y problemas de orden público”. 

“Fuerza, Fuerza”.  

Foto por: Luis Carlos Ayala. IG: @luiscarlosa85

 

La primera parada fue en Jamundí. Llegamos allá tras cuatro horas de recorrido desde El Pital. 

La caravana tenía unas 15 chivas, además de camiones y camionetas, todas en su máxima capacidad. La mayoría de mingueros iban dormidos: se habían levantado a las 4 de la mañana, para empacar, preparar los carros, los materiales para el cambuche, la comida, las ollas y la leña. No hubo tiempo ni para desayunar. Por el camino, algunas personas los animaban, otros los miraban con curiosidad y varios simplemente los ignoraban y pasaban rápido para no quedar atrapados en la movilización.

En Jamundí nos recibieron unas 100 personas, entre colectivos de víctimas, comunidades afro, indígenas, campesinas y sociales. Los guardias fueron los primeros en bajar de los carros, se pusieron al frente, sosteniendo sus bastones, para liderar y marcar el paso. Los demás los seguimos. 

“Nosotros tenemos que hacer la caminata completa, no podemos vencernos”, aseguró un coordinador de una de las comunidades del norte del Cauca. En las chivas se quedaron sobre todo los mayores y los niños. 

Por parlantes, los organizadores agradecían al padre sol por recargar la marcha con su energía. Sin embargo, el cuerpo empezaba a dar señas de deshidratación. Todos buscábamos algún pedazo de sombra, por pequeño que fuera, para poder avanzar. La marcha recorrió aproximadamente 17 kilómetros. A mí me invadió un dolor de cabeza. Muchos tuvimos que regresar a las chivas. El grupo que lideraba se mantuvo firme. Caminaban rápido, entre carros y motos que les pitaban, mientras gritaban arengas y mantenían altas las banderas. 

Foto por: Luis Carlos Ayala. IG: @luiscarlosa85

 

La llegada al Coliseo El Pueblo, en Cali, fue atropellada. La Guardia intentó controlar la entrada pero por el volumen de gente esa tarea no fue sencilla. 

Llegamos sobre las tres de la tarde. En ese momento el grupo se dividió: los voceros entraron a reunión con la comisión del Gobierno Nacional mientras que el grueso de los mingueros y yo nos quedamos afuera. Sin desayuno, sin almuerzo, con cinco horas de caminata encima y con el calor de ese sol que consumió rápido la energía, lo que todos buscaban era poder organizar el cambuche, preparar el almuerzo y descansar. Cargaban racimos de plátanos verdes, papas, yucas, agua, maíz. Mientras unos montaban las carpas, o con palos construían refugios para resguardarse del sol, otros prendían la leña y organizaban la olla para preparar la sopa. Las caras de cansancio, cubiertas por el sudor de la jornada, se alegraban con el olor de la comida.  

En el fondo, un solo rumor: “¿Si vendrá Duque?”, preguntaba uno, “yo no creo que venga”, respondía otro. La zozobra terminó anoche: la silla del presidente Iván Duque volvió a quedar vacía. 

 

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