La espada de Bolívar o la confusa anacronía de un símbolo de poder
El símbolo inaugural del poder político de izquierda en Colombia abrió un debate sobre qué tan obsoleto es y qué correspondencia guarda con las agendas que promulga el Pacto Histórico. Para algunxs es un objeto androcéntrico, fálico y violento, para otrxs está lleno de sentidos múltiples, magnetismo y enigmas.
En astrología la espada se asocia con el elemento aire. En el tarot puede simbolizar violencia, combate o intervención militar, separación, enfermedad, amenazas o ataques. O lo contrario: poder y riqueza espiritual, fuerza, equilibrio, coraje o justicia.
El arma blanca, aguda, filosa y recta tiene innumerables representaciones según el telescopio cultural con que se observe. La espada encendida, por ejemplo, representa para los cristianos la expulsión del Paraíso de Adán y Eva por infringir la Ley divina. El sable de Ali, para los musulmanes, es como el otro brazo del profeta. Y para la sociedad japonesa este instrumento representa grandes conquistas y a él deben su desarrollo social, tanto que han empuñado una decena: Katanas, Naginatas, Nodachis, Sais, Shirasayas, Tachis, Tantos, Wakizashis, Iaitos, Bokken y Nagamakis.
Al extremo norte de América Latina, con algo más pequeño que una espada pero más grande que un cuchillo, el machete, abrieron camino pueblos de paso montuno entre bosques primarios. Y es ahí, en Colombia, donde se conserva el arma blanca que le perteneció a Simón Bolívar en la lucha de independencia contra el imperio español de la mitad del continente. La misma espada que Gustavo Petro, al posesionarse como presidente, exhibió como gesto revelador y supremo de justicia para el pueblo.
La ceremonia de posesión logró rasgar la historia del país con este símbolo: en cuanto Petro recibió la banda presidencial impuesta por Roy Barreras, a cargo del Senado, éste último se acercó para hablarle al oído: —Ya usted es el presidente de Colombia—, pudo haberle dicho. Y entonces Petro ordenó, de inmediato, cuando Francia Márquez tenía su puño en alto para juramentarse como Vicepresidenta, que trajeran la espada a la Plaza de Bolívar.
Lo hizo pese a que el presidente saliente, Iván Duque, había dado la orden contraria y previamente negó el traslado de la espada al espacio público. Y así, con esa nueva orden, fue como Petro inauguró cuatro años de mandato. Abrió una claraboya, una ventana por donde entra la luz y es posible mirar hacia el pasado. O cerró un círculo perfecto de performance: medio siglo después de haber robado la espada, en 1974, uno de los integrantes del movimiento insurgente que lo hizo, es ahora el nuevo presidente.
Petro la enseñó al país diciendo: «la queríamos aquí, en este momento y en este lugar (…) Quizás, para los próximos presidentes y presidentas, cuando se posesionen, se vuelva un hecho permanente, protocolario, simbólico, que los acompañe siempre, que las acompañe siempre la espada libertaria de Bolívar”. Y en su posterior discurso puntualizó: “Llegar aquí junto a esta espada, para mí, es toda una vida, una existencia. Quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida; que solo se envaine, como dijo su propietario, El Libertador, cuando haya justicia en este país”.
Aunque la multitud en la plaza le ovacionó después de minutos de tensión en que la espada no llegaba al atril político, con los días el símbolo se volvió cortopunzante y aparecieron críticas sobre la pertinencia de este para un poder que se presume popular y que pretende ser incluyente con las agendas contemporáneas.
“La espada de Simón Bolívar no es instrumento de libertad”, escribió Juan David Mina Aguilar, de profesión abogado. “Para mí, como persona negra, solo es un recuerdo de sus actos hipócritas y de su real pensar racista durante el periodo de independencia. Me molesta verla en la posesión y me molesta que tenga tanta importancia”.
La escritora Carolina Sanín, por su parte, trinó: “Hacer de una espada el centro de una ceremonia pacifista, como hizo Petro, es como firmar la paz con un estilógrafo que era una bala, como hizo Santos. Los hombres y sus duelos de penes erectos”. Y luego escribió: “¡Me traen esa espada sí o sí! ¡Yo sin la vergota de otro señor no me posesiono!”.
La filósofa argentina Luciana Cadahia, que trabaja temas de estética, populismo y emancipación, escribió más tarde: “La ‘cosa’ nunca es la cosa, sino todo lo que gira alrededor de ella. La espada de Bolívar es como un campo magnético, mantiene unido todo lo que logramos imaginar con la palabra libertad. Reducirlo al falo habla más de fantasías personales que de nuestra historia republicana”.
En lo que se refiere a la necesidad de nuevos gestos o imágenes, Cadahia explica a Cerosetenta que Colombia no ha dejado de producirlos desde que tuvo lugar el estallido social. “Allí se ha ido configurando toda una imaginación popular de futuro. Y creo que sería una lectura empobrecida del tiempo creer que existe una dicotomía entre las imágenes u objetos del pasado y los del presente, porque es falsa”. Entonces, dice, la decisión de si un objeto se vuelve obsoleto es muy compleja porque, en primer lugar, no está en manos individuales sino en las mismas fuerzas colectivas. Y, en segundo lugar, adhiere, un objeto del pasado se agota, desaparece de la historia, y vuelve a entrar en escena.
“Todo es muy misterioso y fascinante. Es demasiado binario y simplista crear la dicotomía entre «la espada de Bolívar» u «otros objetos o símbolos». Desde el punto de vista reduccionista de la historia lineal y progresiva es que se cree que un objeto del pasado es superado y muere para siempre. A quienes les gusta la concepción de la historia en un registro más barroco, abigarrado y complejo, saben que las cosas a veces no están ni vivas ni muertas, sino en latencia».
Caben preguntas como si es o no androcentrista, sobre si es o no belicista para un gobierno que propone a Colombia como potencia mundial de la vida. ¿Es anacrónica la espada? ¿Se puede re-simbolizar? Las opiniones que suscita están vigentes y son urgentes.
Para la artista performer Nadia Granados quien ha cuestionado formas del poder en Colombia desde el concepto de capitalismo gore de la pensadora mexicana Sayak Valencia, la espada es un símbolo tan envejecido como que el Rey de España estuviera en la posesión presidencial, dice. “No se levantó cuando esa espada le pasó por delante. Pero no es anacrónico, a la vez, porque alude a un ideal de unión latinoamericana”.
La artista María Isabel Rueda dice que ha pensado mucho sobre la obstinación en generar una imagen particular sobre este símbolo. Aunque cree que en este tema hay muchas connotaciones, sobre todo de historia y de construcción de imagen, no se atreve a hacer un análisis apresurado porque asegura que este símbolo merece una investigación exhaustiva. Revisa, sin embargo, la imagen alquímica del Rebis el andrógeno y señala: “es en la parte masculina que aparece con la espada”.
Consultamos, además de Cadahia, a Ivonne Alonso Mondragón, investigadora, docente y escritora y a la poeta Fátima Vélez, quienes escribieron sus reflexiones para Cerosetenta.
Menos Bolívar, más Francia Márquez | Fátima Vélez
Me llamó mucho la atención la presencia de ese símbolo como símbolo. La espada tuvo demasiado protagonismo, más que Francia Márquez, por ejemplo, quien no tuvo espacio para un discurso que hubiera sido sin duda más significativo.
La espada fue casi como un personaje invitado a la ceremonia, aunque parecía el más importante terminó siendo un personaje cómico: tuvo un enfoque particular de las cámaras de televisión, minuto a minuto del traslado… En fin, de repente daba risa esa solemnidad y el juego de poder entre Petro y Duque sobre a quién obedecían las fuerzas militares.
Fue un símbolo de un traspaso de poder que alude a Simón Bolívar, quien no es tampoco el personaje que más representa al gobierno del Pacto Histórico o por lo menos las premisas que promulgan como que será un gobierno por la vida. La independencia de Bolívar fue una independencia falsa que creó toda la oligarquía y la lucha de clases, parte de la desigualdad en la que vivimos. Fue además una independencia que le otorgó territorio a los ingleses y en la que sabemos, en realidad, que no nos liberó de nada, al contrario, perpetuó la colonialidad.
Al venir Gustavo Petro del M19 es imposible ignorar el símbolo como acto de reivindicación del gesto de robarla años atrás. Pero el acto de robarla, en ese momento, es igual que el acto de exhibirla como el electo presidente: androcéntrico. El robo de esa espada no es representante tampoco de un movimiento guerrillero que estaba buscando liberar al pueblo de la oligarquía. La reincidencia en este símbolo es contraproducente, entonces, porque lo que hace es reafirmar unas ideas de la patria y de la independencia que no se corresponden con el presente ni con sus discursos.
En este momento hay agendas antimilitaristas, hay una propuesta también del partido político de tener un gobierno menos belicista, pero Petro inicia su discurso refiriéndose a las fuerzas militares primero y luego al pueblo. ¿Por qué esa es tu primera orden? No fue un acto de empoderamiento, fue una manifestación clara sobre la obediencia.
La espada fue un símbolo que me ofendió y que sale del ámbito de lo cultural para pasar a un escenario de poder. La cultura es una fuerza de movilización, de creación, de las posibilidades, de la imaginación, de formas de vivir diferentes a las rígidas. La cultura no está solo para proteger símbolos patrios. Además, el gobierno de Petro es un gobierno de todas y todos, es el gobierno de la paz total, es el gobierno de Francia Márquez y el vivir sabroso. Pero los actos son más importantes que lo simbólico, que las palabras. Por eso, la manera en que inició este gobierno con esa orden, es sintomático de algo que no está tan bueno: ¿cómo va a darle lugar a todo lo que está sobre la mesa ahora?
La espada es un símbolo de lo que ya tuvo lugar, de lo que ya fue, hay otras agendas que necesitan el espacio que sí ha tenido lo militar, como el discurso de Francia Márquez, que nos quedamos esperando en la posesión. Alguien me dijo: “es que normalmente en las posesiones los vicepresidentes no hablan”. Pero esta no fue una posesión tradicional, ¿dónde estuvo entonces el espacio de Francia Márquez?
La espada es anacrónica pero sobre todo es un símbolo insuficiente | Ivonne Alonso Mondragón
Los símbolos se actualizan dependiendo las necesidades de un pueblo y sus luchas. La espada es un símbolo de memoria, pero no por eso puede dejar de tomarse de manera crítica.
No puede negarse que, como dice Susan Sontag, la guerra es una maquinaria de matar que tiene sexo y es masculino. Es lamentable ver que los discursos y prácticas bélicas y patriarcales —la espada de la patria— siguen estando muy presentes en la manera en que concebimos y hacemos política en este país. Desde este lugar, considero que la presencia de ese símbolo sí fue una alegoría fálica.
Fue desmedida la importancia que se le dio tanto en todo el protocolo de posesión como en los enfoques de la transmisión y mediatización. Se le dio y ha dado más relevancia y visibilidad a la espada de Bolívar que al mismo nombramiento y juramento de la vicepresidenta electa, Francia Márquez.
Sin embargo, muchas y muchos podemos comprender, con perspectiva crítica e histórica, el porqué Gustavo Petro decide que esa sea su primera reafirmación como jefe de Estado; incluso reconocer la rebeldía necesaria de ir en contra de los últimos mandatos y órdenes del anterior Gobierno (que no había autorizado el uso de esa espada como no autorizó el uso de la Paloma de la Paz entrando de nuevo a la Casa de Nariño). Pero, retomando las palabras del discurso de posesión, “la espada del pueblo”, de cara a muchas otras urgencias sociales y de reforma estructural que tenemos hoy, pues no evidencia ni representa las luchas actuales.
La espada no dialoga de manera acertada con la construcción de un país en paz, ni de un país que necesita justicia social por otras vías que no sean las armadas, ni de un país con políticas eficientes para las mujeres, ni de las infancias, la educación, y muchas otras. Así más que ser un gesto o un símbolo anacrónico, es también insuficiente.
La espada como enigma | Luciana Cadahia
Los objetos de la historia, es decir, los objetos que hacen la historia de nuestros pueblos, no los elegimos nosotros a nuestra voluntad. Por una mezcla de azares, tragedias y luchas populares determinados objetos empiezan a hacer cosas en nosotros. Atan hilos, hacen tramas y crean significados que escapan a las voluntades individuales.
A mí puede gustarme o no tal o cual objeto. Puedo decirlo públicamente (y está bien que lo hagamos) pero eso no va a cambiar la historia ni los misteriosos vínculos que giran alrededor de esos objetos. Hay algo del orden de lo mágico, de lo magnético. Hay objetos que (como en este caso la espada de Bolívar) se vuelven enigmas de la historia. Y como todo enigma, no tiene un significado acabado.
Me parece que la diferencia entre símbolo y alegoría (que al fin y al cabo son dos formas de vincularnos con el lenguaje) puede ayudar a explicar mejor esta idea: existe una forma simbólica, escolástica, de acercarnos a las cosas. En esos casos creemos que la cosa coincide consigo misma y con la palabra que la nombra.
Con la concepción alegórica del lenguaje, en cambio, nuestra aproximación es más ambigua. Digamos que la cosa está rota, no coincide ni consigo misma ni con la palabra que la nombra. Eso nos abre a la temporalidad de las cosas y las palabras. Las cosas son en la historia y no en la atadura rígida de un significante y un significado. Por eso, reducir la espada a un falo es perder de vista la historia de este objeto y las diferentes sedimentaciones epocales que le dieron forma.
Se trata de propiciar un acercamiento alegórico a las palabras y a los misteriosos vínculos entre las palabras y las cosas. Yo puedo decir que la espada es un falo pero de ahí a que para la historia de un pueblo eso sea así, es otra «cosa».
Hoy, la espada de Bolívar, es y no es «la espada de Bolívar». Porque también es la historia secreta de nuestras independencias, de los vínculos entre Colombia y Venezuela. Es la historia del republicanismo plebeyo del siglo XIX. Pero también es la historia del M19 y sus exploraciones estético-políticas durante gobiernos oligárquicos. Incluso, también, es el acto del domingo pasado y la imagen del rey de España, emblema falocéntrico si lo hay, sentado en su silla mientras la espada entraba en escena.
¿Es un falo la espada de Bolívar cuando entra a escena mientras Felipe VI se revuelca en su silla? Yo creo que no. ¿Es un falo cuando las juventudes del M19 quieren hacer el gesto americano de devolverla al pueblo? Creo que tampoco.
Por otra lado, una cosa es pensar «el falo» y otra muy distinta es pensar la cultura falocéntrica que se organiza alrededor del patriarcado. Pensar que la espada de Bolívar es una falo es falocéntrico. ¿Por qué vemos un falo cuando vemos esa espada? ¿Por qué vemos un falo cuando vemos el monolito que construyeron las juventudes en Puerto Resistencia? Yo le daría vuelta a la cuestión, entonces, y preguntaría por qué solo vemos un falo cuando vemos esos objetos. ¿No sería un buen momento para salir de las ataduras de la inmediatez para abrirnos en Colombia a la temporalidad que ha estado históricamente capturada por la «muralla letrada» de los medios y la cultura oligárquica?