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Jaime Iregui: arte y el poder de la discusión

Él puso a la esfera del arte a discutir sobre sí misma, a que se viera las costuras y los remaches. Él es el amo de «Brancusi» y ha sido el encargado de construir puentes entre las islas del archipiélago llamado «campo del arte en Colombia».

por

Simón Samper


16.02.2015

Foto cortesía de Jaime Iregui

“El artista, entre más bruto, mejor”, le decían a Jaime Iregui cuando empezó a estudiar arte en la Universidad Nacional de Bogotá en 1973. “No lea tanto que se tira su obra”. Así se educaba a los artistas en Colombia, con la idea de que eran meros creadores pasivos. Pero en el año 2000, la Universidad de los Andes abrió un área en Proyectos –enfocada en curaduría, gestión, investigación– un área pionera en la educación artística del país. Jaime Iregui era el hombre detrás de esa empresa.

A los dieciocho años, defraudado por la educación artística y los cierres constantes en las universidades de Bogotá, Jaime viajó a España con unos escasos ahorros y se matriculó en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios de Barcelona. Haciendo un recorrido por Francia durante las vacaciones de verano, llegó a un lugar, a unos 80 kilómetros al suroeste de París, donde tendría las primeras premoniciones de su vocación. Era la Catedral de Chartres, una monumental estructura gótica del siglo XII que había sido el centro de la mayoría de las actividades cívicas de esa ciudad.

Llegar a los mercados que pululaban alrededor y entrar a sus naves iluminadas por vitrales y bañarse en la música coral habría sido la experiencia más sublime para cualquier mortal del Medio Evo. Para Jaime, fue una epifanía: ese lugar había sido una construcción colectiva –no de un solo artista o autor– donde la gente discutía sobre los problemas de interés común; un espacio emblemático de encuentro e intercambio. Entendió que su camino eran los proyectos colaborativos, los espacios públicos y las formas de conversar y debatir sobre el arte.

Iregui pasó a Nueva York, una ciudad siempre a la vanguardia en el arte, donde trabajó en el Consulado de Colombia, lo que le permitió absorber cuanto pudo de la incesante movida artística de la capital del mundo. Al cabo de cuatro años, estaba listo para comenzar un tipo de espacio artístico apenas incipiente en Colombia: el espacio alternativo. Al tiempo que trabajaba en obras abstractas en pintura, instalaciones y fotografía, volvería a su país natal para comenzar a trabajar en unos espacios independientes de discusión y exposición artística como lo fueron Magma (1985-1987), Gaula (1990-1991) y el proyecto Tándem (1993-1997).

Lo primero que la gente sentía al entrar a la muestra “Lejos del equilibrio” organizada por el Proyecto Tándem en la Galería Sextante, una casa en el corazón del barrio Chapinero de Bogotá, era desconcierto. A primera vista, y caminando por las salas, no se veía una sola obra de arte. Paredes blancas, cuartos vacíos. Casa adentro, y al atravesar unas puertas que daban a otra sala mayor, aparecía a espaldas del visitante una concentración de treinta obras de treinta artistas diferentes, todas aglomeradas en una gran pared, de techo a piso. Cada obra en su propio sitio habría sido una muestra convencional, y tal vez una muestra convencional apretada. Pero la conjunción de las obras era una superposición de visiones, de modelos distintos. “Lejos del equilibrio”, se llamaba la exposición. La pregunta implícita era, ¿si son tan distintas, qué es lo que las articula?

En las propuestas del Proyecto Tándem, como también luego en Espacio Vacío (1997-2003), Jaime ponía sillas para que la gente hiciera preguntas o cuestionara a los artistas. Lo importante era el diálogo, la búsqueda de sentido en medio de la disparidad de las opiniones. Y, como en una especie de subversión, lograba que en una galería comercial se hiciera una conferencia sobre políticas públicas, o que en un espacio académico se hiciera un encuentro comunitario, contraponiendo espacios y temas ajenos a su designio.

“Resultó que para el proyecto era bueno porque le abría un respiro y llegaban nuevos públicos. Eso fue llevando a entender las necesidades inherentes al campo artístico, que no consiste sólo en hacer obras. Si la Mona Lisa se hubiera quedado guardada bajo la cama de Leonardo Da Vinci, nadie la hubiera conocido. Lo que hace que sea una obra de arte es que se inserta en un escenario público donde surgen los discursos sobre ella”, aclara Jaime Cerón, artista y coordinador de artes visuales del Ministerio de Cultura.

Estos fueron los antecedentes del énfasis que ahora lidera Jaime Iregui como coordinador del área de Proyectos en la Universidad de los Andes, una opción de profundización que desde 2010 enriquece el título de Maestro en Artes.

Jaime está ayudando a que sea más fácil vivir del arte

En un mercado laboral tan precario y competitivo como el del arte, esa vertiente ha abierto muchos caminos. “Jaime está ayudando a que sea más fácil vivir del arte, porque en este medio se necesita una variedad de agentes. Si sólo hay artistas trabajando, a los artistas les va mal. Entonces los Andes ha venido formando personas que son potencialmente artistas, pero que también puedan ser curadores, gestores, críticos, investigadores, oficios que mueven la base de la actividad artística en Colombia”, señala Cerón.

La transformación es evidente. En los últimos diez años, según el Ministerio de Cultura, Bogotá ha visto 27 nuevos espacios alternativos que no son galerías de arte comerciales, ni museos ni salas institucionales. Y estos lugares representan una posibilidad inmediata para un artista recién egresado de la universidad, o inclusive para que una persona que no tiene formación pueda hacer visible su trabajo al público.

Lo mismo dice el ex vicerrector académico de la universidad, José Rafael Toro: “Los egresados del área de Artes Plásticas están más emproblemados que los que se enfocan en proyectos. Jaime sabe hacer eso bien: no ser tan profesionalista y cuadriculado en los perfiles para que un joven a quien le gusta el arte pero no tiene vocación de artista tenga alternativas y empleo”.

Sin ir muy lejos, el artista y director del Departamento de Arte de la universidad, Lucas Ospina, por ejemplo, es también crítico de arte y escribe en varios medios de comunicación. Y Ospina afirma, entre risas, que es hipócrita el programa que declare, ‘usted va a ser artista’, porque en los clasificados no hay anuncios que digan ‘se busca artista contemporáneo para volverlo famoso. Galería tal’. “Los artistas pueden tener muy buenas intenciones, pero las obras de arte no tienen sentido en sí mismas: lo que les da sentido es el uso. Hay usos políticos, decorativos, de mercadeo, publicitarios, románticos, de catarsis. Y lo que Jaime ha hecho es simplemente crear un énfasis dentro del programa que se dedica a ver esos usos del arte”.

Paradójicamente, Jaime Iregui no es un tipo que se la pase sentando cátedra o arengando. Es reservado, introvertido, solitario, ascético. Asiste poco a eventos sociales y, según sus amigos, aunque posee un humor genial no les suscita en la memoria anécdotas extraordinarias. No se sale de su línea. “Cuando yo lo conocí”, recuerda su esposa, María Elvira Escallón, “yo era muy peleona, una verdadera fiera. Pero descubrí que es inútil tratar de pelear con Jaime. Es que él no se pone bravo. No se engancha en las peleas. Le botas algo y no devuelve el sablazo”.

Uno de sus alumnos reconoce que lo de Jaime es poner a la gente a discutir. Que, si tuviera que dar una clase magistral, se pasearía de un lado al otro del salón como un oso enjaulado. En cambio los debates son su carne y su vino. Tal vez por eso es que ahora, a sus 58 años, pasa la mayor parte de su tiempo –“todo el día, todos los días”, exclama María Elvira– administrando un portal sobre arte en internet. “No es una revista”, aclara Iregui, y advierte que se trata de un espacio de diálogo. Se llama Esfera Pública, y es el principal sitio en Colombia donde los sucesos del arte se transmiten, se discuten y terminan por convertirse en opinión pública.

Aunque se ha reprochado a Esfera Pública como un portal donde se suelen armar peleas, el editor de revistas como Piedepágina y coordinador de proyectos digitales culturales del Banco de la República, Alejandro Martín, señala que Jaime Iregui es el genio detrás de la publicación de arte más importante en Colombia en los últimos diez años. Y agrega: “Yo he tenido que gritar su nombre alguna vez para lograr que él entrara en la discusión”.

En Esfera Pública se han librado debates a raíz de sucesos como el polémico performance de la artista cubana, Tania Brugera, en 2009 en la Universidad Nacional. Ella quería demostrar que el consumo de drogas es una hipocresía que prevalece sobre las infinitas discusiones que siempre han existido sobre el problema del narcotráfico, en boca incluso de los consumidores. Puso a dialogar a un guerrillero, a un paramilitar y a un familiar de un ex secuestrado, al tiempo que circulaban bandejas con cocaína entre el público. En efecto, la discusión terminó callada por el alboroto del público.

Este suceso se debatió entre los usuarios de Esfera Pública, hasta que se volvió una controversia en medios masivos de comunicación que abrió otras discusiones en torno a otros problemas, como la escasez de recursos destinados a la Universidad Nacional.

Desde el año 2000, Esfera Pública ha servido de plataforma también para varios debates sobre el principal proyecto del Gobierno Nacional en artes visuales, el Salón Nacional de Artistas. En 2013, Jaime invitó al Ministerio de Cultura a presentar el proyecto en la Universidad de los Andes en la clase de Diálogos Críticos, donde por medio de una transmisión por streaming, participaron cientos de personas. Había preguntas de los estudiantes y por internet. Al ministerio le sirvió para aclarar cuestionamientos sobre cómo funcionaba el salón, que llevaba más de 12 años de tradición. “Para nosotros fue un canal de revisión y articulación importantísimo”, manifestó Jaime Cerón.

El apartamento de Jaime Iregui y María Elvira Escallón, en lo alto del barrio Rosales de Bogotá, tiene en sus paredes obras de artistas colombianos contemporáneos. En el suelo del comedor hay una escultura de dos tapires en hierro, del artista pop bogotano Nadin Ospina; en la sala una foto del público que llena la sala de la Mona Lisa en el Louvre; y una enorme fotografía de ramas y musgos, obra de la propia María Elvira, también artista. La luz ceniza de Bogotá ilumina docenas de plantas y bonsáis en materas de barro que reposan en la terraza. Y, detrás del emblemático ladrillo rojo de los edificios, se ven los cerros verdes y azules.

Ladra “Brancusi”, el perro salchicha que encontraron una vez extraviado en un camino de la Calera y que llevan a todas las inauguraciones artísticas. Jaime, cruzado de unos brazos fortachones, habla como pensando en voz alta. “Dicen que si en la sociedad no hay conversaciones, hay que simularlas. Porque una sociedad que no conversa, no existe. Y es que conversar es fundamental para que las cosas cambien. Si no se conoce lo que piensa el otro, todo el mundo sigue como en un archipiélago, cada uno regando su plantica para que crezca. Conversar es conectar, y hace que las cosas pasen. Así sea con peleas”.

 

 * Simón Samper es pianista y estudiante de la maestría en periodismo del CEPER. Esta nota se hizo en el marco de la clase Perfil de la misma maestría.

 

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