I, Tonya (2017)

‘I, Tonya’ rescata un duro episodio mediático y lo convierte en una parábola contemporánea a través de su logrado humor y su metódica edición.

por

Laura Andrea Garzón


02.03.2018

Imagen: María Elvira Espinosa Marinovich

La temporada de premios cinematográficos permite ver propuestas que de otro modo quizá no llegarían a nuestro país. Este es el caso de I, Tonya, que aborda la vida de la patinadora olímpica norteamericana que fue tema de controversia al verse implicada en un atentado contra su compañera de equipo Nancy Kerrigan. La película revisa el caso y le da un giro al personaje de villana con el que tuvo que cargar Tonya Harding después de que se le acusó de “encargar” que se le rompiera la pierna a Kerrigan. Al estilo de los falsos documentales, la película arranca con los actores principales relatando su experiencia frente a los eventos, como si se tratase de entrevistas reales. Luego pasa a realizar el recuento que se remonta a los primeros años de la patinadora olímpica, sumergiendo al espectador en la vida de Harding y mostrando su pasión por el deporte que la haría famosa, así como su terrible cotidianidad. Poco a poco se va mostrando la personalidad de la polémica Harding, las dificultades de su crecimiento, su tormentosa relación con su madre y su esposo. Las cuidadas actuaciones de Margot Robbie, Allison Janney y Sebastian Stan marcan las etapas de la vida de Tonya construyendo la tensión para llegar al punto que “todos están esperando”: el “incidente”, el escándalo, la debacle.

Pero esta no es una bio-pic (película biográfica) simplemente. Los personajes se vuelven interlocutores activos que parecen discutir entre ellos, por la manera en que se encuentra editada la película, e incluso desubicar e interpelar al espectador, sugiriéndole que lo que cree que es cierto realmente no pasó así. De repente, en la mitad de una escena, Robbie puede voltearse, hablando directo a la cámara, y decir que no sería hasta mucho después que empezaría a odiar a su esposo y luego un corte regresa al observador a la historia. A partir de estas intervenciones, intercaladas con las “entrevistas”, y una banda sonora memorable (tan memorable como las canciones que escogía la verdadera Tonya para hacer sus presentaciones), la película consigue un ritmo arrollador en el que poco a poco Tonya se convierte en una heroína contemporánea, llena de carencias, contradicciones y problemas, que logra ascender a pesar de las dificultades pero nunca consigue quedarse en la cima, fracasa y persiste en ser tan “white-trash” como es, sin disculparse por ello.

La habilidad del director australiano Craig Gillespie para guiar al observador a través del magnífico guión de Steven Rogers debería haberle valido una nominación a mejor película

Vale la pena destacar la manera en que Janney y Robbie construyen sus conflictivos personajes femeninos. Si bien esta temporada trae cintas con mujeres protagonistas muy bien desarrolladas (como es el caso de The Shape of Water, Lady Bird y, especialmente, de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri –que cuenta con la espectacular Frances McDormand–) I, Tonya es quizá la que mejor desarrolla de manera individual y colectiva estos personajes, así como el conflicto entre dos mujeres tenaces que se rehúsan a darse por vencidas pero están condenadas a fallar, como es el caso de Harding y su madre. Quizá el papel más complejo pero mejor logrado sea el de Allison Janney, nominada a mejor actriz de reparto. Janney hace una representación impecable de LaVonna Fey Harding, la cual escarba en su humanidad y muestra la terrible convivencia de madre e hija. Para la actriz la historia de Tonya era familiar, había seguido cada noticia que pasaba por la televisión ya que había deseado ser patinadora olímpica y seguía atenta a ese mundo. Sin embargo, no fue sino hasta que estuvo trabajando en este rol, escrito especialmente para ella, que pudo ver el revés de la historia. Para ella, como para muchos de los televidentes, Harding era la culpable y Nancy la princesa víctima de una bestia.

El 'triple axel' de la película es traer de nuevo al escrutinio del mundo este episodio para convertirlo en una crítica aguda que supera las coyunturas del momento en que sucedió para volverse una radiografía de una nación

En ese giro, justamente, la película busca incomodar al quien fue testigo de esta historia y se apresuró a condenar. La cruda mirada sobre la sociedad estadounidense, ironizada y representada a través del humor negro que abunda en la narración, es uno de los puntos mejor logrados de la película. La habilidad del director australiano Craig Gillespie para guiar al observador a través del magnífico guión de Steven Rogers debería haberle valido una nominación a mejor película. Pero es posible que de la misma manera en que el mundo no estaba listo para las rupturas que traería Tonya, la academia no estuviera dispuesta al calibre de esta parodia. Sin embargo, no es posible obviar que el “triple axel” de la película es traer de nuevo al escrutinio del mundo este episodio para convertirlo en una crítica aguda que supera las coyunturas del momento en que sucedió para volverse una radiografía de una nación (capaz, al sol de hoy, de escoger al participante de un reality acusado de múltiples abusos como su presidente). Y si no tienen idea de qué es un “triple axel” dense el regalo de que Margot Robbie se los explique y se los muestre en esta cinta.

Nota final

El soundtrack de esta película y el modo en que está dispuesto son una joya imperdible. Además, pese a que es una historia bastante norteamericana, resulta apasionante y hace que uno termine queriendo que el resultado de Lillehammer (la última olimpiada en la que participa Tonya) sea otro. Uno quiere que ella triunfe pero el discurso con el que cierra película (memorable, por cierto) deja claro que esta historia es la de la caída, no la del triunfo. O mejor, es la de la insistencia, la persistencia, la resistencia. Ah, y quedénse hasta el final, vale la pena echar ojo a los videos que van en los créditos, con los verdaderos protagonistas de esta historia.

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