Guaviare día 2

El segundo día de viaje estuvo lleno de plantas extrañas, animales, rocas, cuevas, arte rupestre y carreteras destapadas.

por

cerosetenta


14.06.2017

Lagartijas, pájaros y el platón

Por: Juliana Galeano G

Con gran emoción de conocer lo más llamativo del inesperado San José del Guaviare, que en cada paso de recorrido y cada hora de estadía me sorprende con algo nuevo, empaco en mi maleta los equipos que voy a necesitar para mi reportaje de ecoturismo. Para empezar la jornada y poder realizar las actividades planeadas desayunamos en el mismo restaurante de la malteada de chips de chicle, donde un pedido de huevos revueltos y jugo de naranja terminó siendo más grande que la Montaña de Juego de Tronos. A las ocho de la mañana llegamos al hotel. Allí, Edwin el guía del tour, nos recoge en una camioneta de platón, donde varios de mis compañeros y yo decidimos irnos por el calor. El platón está un poco sucio y oxidado, tiene sillas y una carpa para mayor comodidad. Disfruto mucho los trayectos ya que se pueden ver los paisajes y sentir los sonidos del lugar, además de escuchar las historias y aventuras de los profesores, que se van turnando entre el platón y las sillas de la camioneta.

El primer lugar que visitamos son las pinturas rupestres, donde cada minuto pensaba cuántas cosas hay tan bonitas e interesantes en Colombia y la mayoría de colombianos no las conocen, me incluyo. Estos dibujos cubrían una pared de piedra de gigante, donde se pueden ver una infinidad de animales y figuras. Estando allí veo dos pájaros súper lindos, pero cada vez que les intentó tomar una foto huyen, lo más probable es que sea por mi demora, que buscando una buena foto me tomo el tiempo de cambiar el lente de la cámara y al hacerlo en instantes el pájaro se va. En este mismo lugar encuentro una lagartija muy linda, mientras le tomo fotos les digo a mis compañeros que se parece al de Monster inc., “Gandalf” todos se ríen y me dicen “querrás decir Randall”. Sí, mi loca cabeza se confunde todo el tiempo.

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Después de salir del lugar de las pinturas rupestres, nos volvemos a subir a la camioneta rumbo a la Ciudad de piedra. Justo antes de llegar allá, en medio de una carretera destapada, el carro se mete en un hueco y se ladea. Yo con ganas de saltar del carro antes que se volteara y mientras me dicen que nos bajemos para que pueda pasar mejor la camioneta por el hueco, sólo pienso en cuándo voy a navegar con mi papá y el barco se escora, es decir se pone de lado.

Llegamos a la ciudad de piedra un lugar en medio de árboles lleno de piedras, donde años antes pasaba un río y ahora solo quedan piedras sobre piedras que «vencen la ley de la gravedad», recordándome a Stonehenge, Inglaterra. En este lugar sí logro tomar una foto de un pájaro carpintero en un árbol, al que vi gracias a John, el conductor de la caminoneta.

En el camino de vuelta, antes de llegar a la camioneta, John me empieza a contar de su vida. Empieza a contarnos que cuando estaba en el colegio, con aproximadamente trece años, acampaban en las cuevas y el profesor les regalaba trago. Como para la gente de Guaviare le es difícil ir a la universidad, ya que, aunque él se había ganado una beca para estudiar medicina en Cuba, no la pudo utilizar al no haber conseguido la plata del tiquete de avión, que se la tuvo que dar a un compañero que era novio de una trabajadora del gobierno que le ayuda a conseguir la plata necesaria. Que por esto, toda su vida le había comprado a su hija vaca tras vaca, para conseguir la plata de su estudio. Como un compañero indígena del colegio que creían bruto y media uno con cincuenta, terminó siendo uno de los mejores médicos en Colombia. llegamos a la camioneta y todos cansados miramos el paisaje, cruzamos algunas palabras hasta llegar al hotel y descansar.

Cementerios de árboles

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Por: Laura Velandia

No estaba haciendo tanto calor cuando desperté, estaba más bien fresco. Me levanté y puse Queen mientras me arreglaba, porque no hay mejor manera de empezar el día en un nuevo lugar que con Freddie Mercury de fondo. Empaqué micrófono y cámara en una pequeña maleta que lleva en mi familia muchos años y esperaba no estropear. No sabía que el bus nos recogía en el hotel por lo que llevo al restaurante muy ingenuamente la maleta (que además llevaba un libro que inocentemente creí que tendría tiempo de leer, torpeza de literata supongo). Después de desayunar todos los carbohidratos que no habíamos comido en el año, nos devolvemos al hotel, listos para otro día de verdadera “exploración académica” y de conocer un pueblo que me sorprende más y más con cada segundo que paso aquí. Llega el guía por fin en una camioneta de platón con sillas y una carpa que estaba abierta a los lados haciendo las veces de grandes ventanas abiertas, dispuestas así para la comodidad de rolos intolerantes al calor como nosotros.

Los paisajes eran majestuosos,  grandes planicies verdes que parecían sacadas de los mejores  cuentos fantásticos por la combinación de sus colores, carreteras de un anaranjado rojizo y muchas variedades de verdes que se combinaban a la perfección con el azul del cielo y el amarillo intenso del sol. Es difícil ver estas cosas en un lugar como Bogotá, que todo el mundo anda con afán y los edificios hacen parecer el cielo invisible, en cambio acá es como si el tiempo se detuviera y por fin pudieras respirar y darte cuenta de los pequeños detalles que conforman el paisaje. Después de un rato en la camioneta, llegamos por fin a nuestro primer destino: Pinturas rupestres Nuevo Tolima. Caminamos entre el pasto largo que me hacía cosquillas en los tobillos con cada paso que daba hasta llegar a una montaña que debíamos subir. “como Monserrate los domingos” pensé pues desde que tengo 10 años mi mamá me lleva a subir Monserrate a pie los domingos en las mañanas, todo empezó como una especie de castigo u obligación pero con los años maduré y se convirtió en un acuerdo consensuado. Llegamos por fin a la punta y nos encontramos con esta enorme roca llena de pinturas rupestres hermosas, habían dibuajdos muchos animales, ríos, personas, y muchísimas anécdotas que me imagino hacían parte del día a día de los indígenas en su momento. La energía del lugar era maravillosa, todo parecía una combinación perfecta de naturaleza y  magia, se escuchaban los pájaros silbar, las chicharras de fondo cantando al unísono permanentemente y el viento rozar nuestras caras con fuerza era lo mejor que había vivido en mucho tiempo.

Nos quedamos un momento viendo el paisaje porque era inevitable no verlo y quedarse sin aliento; y me di cuenta de los enormes parches de ganado que había junto a los pequeños montos de selva. Fueron imágines muy tristes, pensar en todo lo que fue selva y lo que ahora solo son los cadáveres solitarios de árboles opacados por un montón de ganado: Era un cementerio de árboles.

 

Guaviare: tierra mágica

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Por: Sara Cely

¿Sabían que a menos de 400 km de Bogotá existe una tierra mágica? A las afueras de San José del Guaviare, pónganle unos 40 minutos en carro por una carretera destapada, uno se encuentra con La Serranía de la Lindosa, un complejo de túneles naturales y cuevas bajo unas esculturas de piedra que se han ido formando a lo largo de muchos años.

Nuestro guía, Edwin, nos lleva por un recorrido laberintico en el que podemos apreciar un poco más de arte rupestre (del que encontramos en Cerro Nuevo Tolima), y variedad de flora y fauna. Al finalizar el recorrido llegamos a un río con rastros de Macarenia clavigera que apenas comienza a tornarse a colores cálidos como el rojo y rosado.

Este recorrido fue para mí una experiencia inolvidable pues me dio la sensación de que el Guaviare es una tierra mágica. Pero, ¿por qué? Tiene que ver con los animales que nos encontramos en el camino.

Verán, el animal oficial de mi familia es el murciélago. Es así porque mi prima ha trabajado con ellos los últimos años y todos hemos tenido que escuchar incansables historias sobre sus aventuras, pero yo nunca los había visto en persona, sólo en fotos. Cuando le comenté a mi prima que haría este viaje sintió mucha envidia, pero aún más cuando al regreso le comenté que me los había encontrado y que por fin entendía la magia que ella veía en los pequeños murcis. Son, en verdad, seres increíbles y ahora yo lo comprendía.

El siguiente animal no lo vi. Cuando caminábamos hacia el río pasamos por un camino de arena blanca que dejaba ver muy notoriamente las huellas de quien caminara por ahí. Vi muchos conjuntos de huellas y para mí fue sensacional saber que, hacía muy poco, pasaba un animal salvaje por donde yo estaba caminando ahora. Cada vez me acercaba más a la naturaleza, algo que en mi condición de cómoda citadina nunca pensé que pasaría.

Sin embargo, el momento cumbre para mí fue cuando llegamos al río. Luego de tropezar torpemente entrando al agua por el piso resbaladizo, logré sentarme en una parte panda y simplemente apreciar lo que había a mi alrededor. Cuando de repente vi que algo negro contrastaba con el color de mis piernas, pero cuando fui a ver no había nada. Me quedé muy quieta y fue ahí cuando descubrí un mundo nuevo. Un pequeño pez se acercaba a mí y nadaba a mi lado como si yo no fuera nada. Apenas lo vi, vi otro y otro y muchos más de todos los tamaños. Grandes, pequeños. Completamente negros y otros con una raya roja en la cola. En ese momento no importaba nada más; éramos el río, los peces y yo.

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Nuevos lugares

Por: Maria Borrero

Son las 5:50 de la mañana y el despertador empieza a sonar, con mucho sueño logro levantarme, debido a los ánimos de ir a conocer una parte de lo que es el Guaviare. Para empezar bien el día fuimos a desayunar a una heladería, en la que habíamos estado el día anterior y nos habían afirmado que vendían desayunos. Sin que ninguno lo esperara los huevos revueltos que pedimos venían acompañados de fruta, jugo, dos arepas, pan y un pedazo de queso, era el desayuno más grande que en mucho tiempo no me comía. Después de esto, nos encontramos con nuestro guía turístico, Edwin, quien junto con Jhon Alexander, el conductor de una camioneta nos llevó a conocer el lugar.

Primero fuimos a unas piedras donde se encuentran unas pinturas rupestres, el camino para llegar a ellas era alejado y en medio del calor sudábamos como típico cachaco. Al llegar allá, estando en medio de una montaña, no solo podíamos ver las pinturas, si no también el paisaje. En medio de esto me preguntaba con ansias ¿cómo sería la vida de los indígenas que habían pintado las piedras? Pensaba en Midnight in Paris, la película que muestra la manera en que un escritor se devuelve en el tiempo y vive en una época que el admiraba. Así me preguntaba cómo sería devolver el tiempo y entender realmente tantas cosas que ahora desconocemos.

Más adelante, seguimos con la Ciudad de piedra, llamada así debido a que desde lo alto parece una ciudad. Estaba compuesta por piedras grandes y pequeñas, con formas extrañas, era sin lugar a dudas un sitio completamente diferente a lo que ya conocía. Me hacía entender cómo realmente en Colombia son muchos los lugares que desconozco.

Después, fuimos a otras formaciones rocosas, que consigo creaban cuevas y un paisaje admirable. Cada vez me daban más ganas de conocer y me imaginaba viajando por mas lugares de mi país. Ya un poco cansados y con mucho calor bajamos finalmente al anhelado río, que con sus algas tenía colores rosados y verdes, con ansias esperaba el momento para poder meterme. Cuando salimos y nos devolvíamos me sentía muy cansada, fue un día largo, pero estaba feliz de haber conocido una parte del municipio. Nunca me imaginé ni me esperé todo lo que nos íbamos a encontrar, estaba además emocionada de empezar a recolectar nuestras historias.

La paradoja está en que Guaviare es uno de los departamentos más nuevos pero al final es uno de los lugares más antiguos

De bosques, dibujos, cuevas y río

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Por: María Paula Martinez

Una danta, un chigüiro gigante, figuras humanas estiradas, espirales. Secuencias de rayas o de puntos. ¿Ya contaban? ¿Qué animales pintaban? ¿De qué está hecha la tinta que resiste siglos? Muchas preguntas sin resolver para el arte rupestre. ¿Porque hay figuras unas sobre otras? Los dibujos de la Serranía de la Lindosa quedan en una roca cóncava que ha sobrevivido al paso del tiempo. Hay algunas bastante altas y es difícil imaginar cómo sería el terreno hace miles de años. Edwin, el guía que nos acompaña, dice que son de hace siete mil años. Cinco mil antes de Cristo. No puedo pensar en Colombia en esa época porque mi imaginario blanco y precario se construyó apenas en el siglo XVII. De la Serranía del Chiribiquete, que no está muy lejos de aquí, dicen que las pinturas tienen más de quince mil años. Fantaseo pensando lo que serían estas tierras entonces.

¿Cómo era entonces este lugar? ¿Qué más hubo dibujado aquí pero la lluvia, el tiempo, y la caída de rocas hizo desaparecer? Desde lo alto de la montaña se nota el paso del tiempo. La deforestación de los colonos marca huecos de pradera en la selva.

Es un lugar turístico pero no parece. No hay un solo letrero con información histórica o datos arqueológicos. En el recorrido montaña arriba de más de una hora, lo único que hay es una escalera financiada según dice, por la Unión Europea durante el actual gobierno de Santos y en el marco de los acuerdos de paz. Somos los únicos turistas que ingresamos con guía, por en medio de las fincas de unos campesinos que duermen en las praderas que talaron, en medio de una serranía que cuenta historias de muchos siglos.

La paradoja está en que Guaviare es uno de los departamentos más nuevos pero al final es uno de los lugares más antiguos. Hay formaciones rocosas que los investigadores dicen datan de la era precámbrica, cuando apenas surgían las primeras formas de vida unicelulares. Piedras porosas, enormes, marcadas por diferentes momentos. Dicen que lo que estamos pisando fue alguna vez mar. Ahora es selva, fincas, cuevas y ríos. Un paisaje diverso y olvidado. No es famoso en Colombia. Somos ahora los únicos visitantes. Guaviare no es el destino favorito de viajeros en el país. Cuando la zona sale a la agenda mediática lo hace porque en estas selvas también hay guerrilla y coca y eso sí es popular.

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El paraíso duró poco por falta de tiempo

Por: Luz Amanda Hernández Galindo

Me despertó el calor. El ventilador estaba apagado ni idea porque, así que lo primero que hice fue bañarme, mientras me bañaba sonó la alarma que despertó a Nico. La agenda del día era básicamente conocer rincones llamativos de San José con valor turístico, cultural e histórico que fuesen relativamente cerca y fáciles de recorrer. Nuestro recorrido empezó cuando nos subimos a la camioneta, esta tenia sillas en el mini platón muy similares a las de los camiones del ejército, es decir, dos sillas largas y paralelas a cada lado. Desde que vi la parte de atrás quise viajar ahí, en mi mente el viento y la vista merecían una oportunidad, así la subida al platón fuese de por sí casi inalcanzable para mí. Luego de una hora de viaje subimos una meseta por un camino angosto y resbaloso, que nos llevó a una inmensa saliente de roca blanca en la mitad de la meseta. Este espacio blanco está lleno de pinturas rupestres en donde abundan animales como: chigüiros, escarabajos, lagartijas y venados. También se pueden detallar hombres de largas extremidades y cabezas muy pequeñas. Dentro de mi ignorancia alrededor de este tipo de arte o representación admire cada detalle y opine acerca de su significado. Las pinturas fueron impresionantes pero lo que realmente te deja boquiabierto es el panorama que se logra visualizar desde esta altura, los árboles son escasos y los parches de tierra dedicados al ganado son cada vez más comunes y grandes, la deforestación es evidente y devastadora.

Fuimos a dos lugares más, ambos resaltan por poseer grandes estructuras en piedra aparentemente ordenadas que hace muchos años fueron parte del suelo marino y conservan la estructura de las corrientes de agua. Ya al final del tour en medio de las rocas ansiaba llegar al rio, que me habían prometido y tanto había deseado. Cuando llegamos se trataba de una piscina natural, llena de pequeños peces amigables y una mini cascada ideal para masajear espaldas con la fuerza del agua. El paraíso duró poco por falta de tiempo, así que, caminamos de regreso a la camioneta. La camioneta nos condujo de regreso al hotel y el cansancio finalmente nos venció, después de un largo y simpático día.

 

Como en una tienda de dulces

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Por: Juan Camilo Chaves

Hace como 15 años vi por primera vez la película/musical Little Shop Of Horrors (1986) de Frank Oz. Allí, Rick Moranis (uno de los Cazafantasmas) es amigo de una planta carnívora gigante que come gente: clientes, clientas, señoras, señoritas, desprevenidos. Él, un florista introvertido llamado Seymour, termina “cazando“ personas para satisfacer el apetito voraz de Audrey II [una Venus atrapamoscas(gente) espacial] que le decía siempre: Feed me!

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***

– ¡Acá hay una Utricularia subulata!

– Y acá hay otra Utricularia distinta

–  ¡Y otra!

– ¡Y otra más! <3

Yo nunca había visto tantas plantas carnívoras distintas en estado silvestre. Desde hace más de cinco años me he dedicado a cultivar este tipo de plantas y tengo una colección relativamente grande en número de especies e individuos. Pero todas son plantas foráneas que han sido importadas y cultivadas ex situ. Y esto cambió hoy. Hoy, caminando por la Serranía de la Lindosa, una formación rocosa del precámbrico que se eleva hasta unos 300 metros sobre la sábana y la selva del Guaviare, encontré cinco o seis especies de plantas carnívoras de tres géneros (Drosera sp., Utricularia spp. y una Genlisea sp.). Como en una tienda atiborrada de dulces, en la que hay que tener cuidado de no tumbar ninguno de las estanterías, una tras otra las carnívoras fueron apareciendo en el recorrido. Había tantas por los senderos que tocaba estar pendiente para no pisarlas.

Y para rematar la dicha hubo no sólo una cereza en el pastel, sino dos: Macarenia clavigera y Paepalanthus moldenkeanus. La primera, un alga muy famosa por ser la que le da el color al río de la Serranía de Macarena; la segunda es la flor del departamento, la flor del Guaviare, una planta de la familia Eriocaulaceae que crece en la serranía y sobresale por la altura de sus inflorecencias (60-70 cm) respecto a la mayoría de hierbas en su hábitat. Este género es muy interesante, porque en al menos una especie (P. bromelioides, del Cerrado en Brasil) se ha probado que tiene mecanismos para atraer insectos y que, en los espacios donde acumula agua entre sus hojas, algunos microorganismos ayuden a digerirlos externamente para que pueda, en teoría, absorber nutrientes. ¡Una planta protocarnívora!

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