¿Qué es la fiebre amarilla? Enfermedad y sus causas en la historia ambiental / Aliados incógnitos La fiebre amarilla lleva haciendo historia en América desde mediados del siglo XVII, sin premeditación y siempre con ayuda humana.
La fiebre amarilla lleva haciendo historia en América desde mediados del siglo XVII, sin premeditación y siempre con ayuda humana.

Este texto inaugura la alianza entre 070 y el Consorcio Internacional de Organizaciones de Historia Ambiental (ICEHO) con la que queremos dar a conocer y aprovechar los aportes de esta disciplina. Traduciremos y publicaremos periódicamente textos de historia ambiental de geografías diversas. En algunos casos habrá un comentario al texto principal, escrito por historiadores o periodistas de esta redacción. En esta ocasión iniciamos con un comentario de Claudia Leal, presidenta del consorcio y profesora del Departamento de Historia y Geografía de Uniandes.
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¿Qué es la fiebre amarilla? Enfermedad y sus causas en la historia ambiental
Por Paul Sutter
“Es atípico que el brote de fiebre amarilla se esté presentando fuera de las zonas endémicas de transmisión”: Camila González

Hablamos con la bióloga experta en enfermedades tropicales para entender cuáles son los mosquitos que transmiten el virus y qué está pasando con su ecosistema.
Click acá para verEn muchas historias ambientales, las enfermedades sirven para confirmar una de las afirmaciones fundacionales en este campo: que las fuerzas no humanas son importantes en la configuración de eventos humanos. Pero, a medida que la historia ambiental ha madurado, los investigadores han empezado a reconocer que las enfermedades están entrelazadas con el mundo creado por los humanos y que reducirlas a sus aspectos no humanos es arriesgarse a naturalizarlas de formas distorsionadas. La fiebre amarilla —que marcó al mundo atlántico desde mediados del siglo XVII hasta principios del siglo XX, arrasando ciudades portuarias, matando a cientos de miles de personas e impactando negativamente el comercio y la geopolítica de la región— es el ejemplo perfecto de una enfermedad que entrelaza lo natural y lo cultural.
¿Qué es la fiebre amarilla? En su forma más básica, la fiebre amarilla es el resultado de un virus que invade a un cuerpo humano. Recientes análisis filogenéticos sugieren que el virus de la fiebre amarilla tiene aproximadamente 1.500 años de antigüedad y que surgió entre los primates de los bosques de África Central. Desde ahí, el virus se propagó a los humanos llegando a África Occidental donde eventualmente abordó las embarcaciones, probablemente durante la trata de esclavos, y viajó a Europa y América. La propagación de la fiebre amarilla fue la misma que la del virus. Pero el virus en sí es muy variable y no siempre produce los síntomas que lo caracterizan: ictericia, fiebre alta, hemorragia, vómito de sangre coagulada, fallo de órganos y, a menudo, la muerte. De hecho, aproximadamente el 80% de las personas infectadas por el virus solo sufren síntomas leves y todos los que sobreviven gozan de inmunidad por el resto de su vida. El virus puede ser el rasgo distintivo de la enfermedad, pero su presencia –la del virus– no siempre produce la enfermedad con una manifestación clínica uniforme.
Los mosquitos transmiten el virus y también influyen en su forma. Históricamente, el vector principal era el mosquito Aedes aegypti que transmitía la enfermedad entre humanos en su forma epidémica (la fiebre amarilla continúa circulando entre los primates de África y América de forma silvestre con vectores de mosquitos diferentes). Al igual que el virus, A. aegypti puede parecer parte de la naturaleza, pero convive con los humanos en entornos urbanos y se reproduce casi que exclusivamente en recipientes fabricados por los humanos. El vector también es un nativo africano que probablemente llegó a América con el comercio de esclavos, pero su historia evolutiva tiene un toque particular. El vector urbano proviene de mosquitos centroafricanos que se reproducen en los agujeros de los árboles, encontrados únicamente en dosel de los bosques, que inicialmente propagaron el virus entre primates en la selva. Los científicos especulan que un clima árido aisló a una población de A. aegypti en el norte de África hace varios miles de años y que estos se adaptaron para reproducirse en recipientes humanos de almacenamiento de agua a medida que su hábitat natural de reproducción se secaba. El virus y su vector urbano podrían no haberse unido hasta que el comercio del mundo atlántico los vinculó. Entonces, la forma urbana de la fiebre amarilla —la que devastó particularmente a América y, en menor medida, a Europa— fue el resultado de una coyuntura histórica específica del virus y el vector en el contexto del comercio transatlántico humano. No surgieron de la naturaleza a la historia, surgieron de historias naturales e historias humanas particulares.

La fiebre amarilla también fue un producto de las ecologías humanas de las ciudades portuarias del mundo atlántico. Hay dos condiciones de esas ciudades que son destacables. En primer lugar, A. aegypti se reproducía en zonas urbanas donde la gente recogía el agua potable en barriles, cisternas y otros contenedores. La historia es más complicada que eso, pero las implicaciones sanitarias fueron sencillas una vez que los investigadores confirmaron el vector en 1900: al eliminar esas formas de recolección de agua se eliminaba, en gran medida, la enfermedad. En segundo lugar, como ofrecían unas condiciones prodigiosas para la reproducción del vector, y como la mayoría de las personas infectadas por la fiebre amarilla solo padecen un caso leve y quedan con inmunidad de por vida, estos sistemas de recolección de agua funcionaron involuntariamente para inocular a las poblaciones locales. Como resultado, la mayoría de las personas que vivían en ciudades portuarias americanas tropicales y subtropicales, cuyas redes comerciales hacían circular el virus, gozaban de inmunidad a la fiebre amarilla. Únicamente en las zonas urbanas a las que las personas sin inmunidad emigraban constantemente y en gran cantidad —Nueva Orleans, La Habana, Río, el Istmo de Panamá— se produjeron brotes importantes.
¿Qué es entonces la fiebre amarilla? Es un conjunto de condiciones clínicas causadas por un virus, que se desarrolló y se propagó muy recientemente en el amplio esquema de la historia de la Tierra, y un mosquito con una ecología histórica particular y una historia coevolutiva con los humanos. La fiebre amarilla surgió como una enfermedad de importación histórica bajo las condiciones del comercio y la migración del mundo atlántico a inicios de la Edad Moderna y dependía de las condiciones infraestructurales, sociales y económicas específicas de las ciudades portuarias para su perpetuación y proliferación. Todas estas condiciones configuraron los patrones de sufrimiento humano que hemos llamado fiebre amarilla. Pero la fiebre amarilla también es algo más. En África, la fiebre amarilla adopta una forma diferente. Aunque ahí puede existir tanto en formas urbanas como selváticas, su ciclo de transmisión más importante, exclusivo de África Occidental y Angola, se produce en zonas de sabana húmeda donde otro conjunto de especies de vectores propagan la enfermedad. En cierto sentido, la fiebre amarilla es una enfermedad compleja diferente en África de lo que era (y ocasionalmente sigue siendo) en América. Tratar la fiebre amarilla como algo natural ha hecho que ignoremos estas diferencias y que contemos historias de la fiebre amarilla saliendo de África y entrando en la historia. La fiebre amarilla puede ser causada, en gran medida, por fuerzas no humanas, pero tratarla simplemente como un producto de la naturaleza que moldeó la historia humana es pasar por alto todas las formas en que su naturaleza tiene una historia.
Texto traducido de Arcadia, el portal de acceso abierto de Environment & Society, bajo la licencia de Creative Commons 4.0.
Aliados incógnitos
Por Claudia Leal
Como dice Paul Sutter, destacado historiador ambiental de los Estados Unidos, la fiebre amarilla lleva haciendo historia en América desde mediados del siglo XVII, sin premeditación y siempre con ayuda humana. La fiebre amarilla resulta de la colaboración entre el virus que causa la enfermedad y un zancudo que lo transmite de cuerpo a cuerpo. Tanto el virus como el principal zancudo transmisor, denominado Aedes aegypti, son oriundos de África. El comercio esclavista permitió que ambos viajaran a América: los zancudos como polizones en los barcos y el virus escondido en cuerpos humanos. Sin barcos ni esclavitud la fiebre amarilla no habría podido afectar la historia americana como lo hizo.
Tal como lo explica John McNeill en su libro Mosquito Empires (2010), los zancudos encontraron un ambiente propicio en las plantaciones de caña de azúcar de las islas caribeñas, a donde llevaban a los esclavizados. Y las estrategias de guerra de la época les dieron la oportunidad de alterar el curso de la historia. Parte de la población local tenía inmunidad adquirida tras haber sufrido la enfermedad; pero ese no era el caso de los ejércitos europeos que con frecuencia intentaban cambiar el balance de poder en estas ricas islas tropicales. Cuando sitiaban una ciudad (piensen en Cartagena con sus murallas y fuertes) y esperaban una rendición, los jóvenes soldados oriundos de tierras lejanas empezaban a caer enfermos del temible vómito negro, como se conocía a la fiebre amarilla por uno de sus peores síntomas. A pesar de no tener preferencias políticas, la fiebre amarilla siempre se aliaba con quien estaba jugando de local.
Además de colaborar para que los británicos fracasaran en su intento de capturar a Cartagena en 1741 y de realizar otras hazañas similares, el virus y el Aedes aegypti ayudaron a definir la independencia haitiana. Atacaron sin misericordia primero a los ingleses, en 1794, y luego a los franceses, en 1802, que trataron de hacerse a la antigua colonia insubordinada, que en aquel entonces era la principal productora de azúcar del mundo.

Aunque las zancudas solo querían beber sangre para alimentarse, las consecuencias de ese sencillo acto fueron tremendas, pero no reconocidas. Nadie sabía que los virus existían ni que los zancudos jugaban un papel crucial al pasarlos de cuerpo a cuerpo. Eso solo vino a conocerse iniciando el siglo XX. Con esa información, la Fundación Rockefeller (creada por magnates del petróleo) quiso pasar a la historia como el responsable de eliminar la enfermedad del continente americano. Para eso se dedicó a evitar la reproducción de los zancudos en aguas estancadas de varias ciudades.
Aunque tuvo enormes logros, no pudo lograr el sueño de la erradicación. Resulta que al llegar a América, el virus encontró cuerpos de otros primates de su gusto, como los monos aulladores, y otros zancudos que podían servir de transmisores, en particular los del género Haemagogus. Ellos mantuvieron viva la enfermedad en las extensas selvas latinoamericanas. Esa versión de la enfermedad, a la que se llamó fiebre amarilla selvática, fue reconocida en 1933. Claro que para averiguar cuáles mamíferos y cuáles zancudos eran responsables fueron necesarios esfuerzos de investigación prolongados en varias localidades.
Una de ellas fue Villavicencio, donde la Fundación Rockefeller y el Departamento de Higiene crearon un laboratorio que operó desde 1938. El lugar fue escogido como respuesta a un brote de fiebre amarilla que hubo en la vecina población de Restrepo en 1934. Los investigadores de este laboratorio terminaron dando inicio a la conservación de la naturaleza en Colombia, pues al estar allá se enteraron de la existencia de una hermosa serranía de la que no se tenía noticia. También se enteraron de que a pesar de estar al lado de Los Andes, era millones de años más antigua y decidieron que semejante joya, junto con sus selvas circundantes, debía ser conservada para la ciencia. Esa idea terminó en la creación de la reserva biológica Sierra de la Macarena, pionera del sistema de parques nacionales de Colombia. (Para saber más de esta historia pueden consultar el artículo “Un tesoro reservado para la ciencia” publicado en el número 74 de la revista Historia Crítica).
Sin virus y sin zancudos la historia de Cartagena y de Haití habría sido diferente y lo mismo habría sucedido con la historia de nuestros parques nacionales. Pero el protagonismo de estos seres disminuyó drásticamente con el desarrollo de la vacuna en 1936. Es en esa vacuna –tan humana ella como la esclavitud, la guerra y la investigación científica que permitieron a seres diminutos hacer de las suyas– que tenemos puestas nuestras esperanzas de que sigamos manteniendo a raya el protagonismo de esa temida enfermedad.