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Felipe González: el ex-presidente útil

La figura más emblemática del socialismo español habla sobre la longevidad en el poder y de algunas confusiones sobre el liderazgo en la política.

por

Lorenzo Morales


30.01.2014

Recibió un país que recién aprendía a vivir en democracia tras varias décadas bajo la bota del General Franco y lo llevó por la senda de la transición democrática. Dice que no fue fácil, pero que la lección quedó aprendida. Pese a que fue el presidente del gobierno español por 14 años y acumuló un inmenso poder, aceptó la derrota de su partido, el Partido Socialista Obrero, en 1996. Desde entonces, aunque no se ha alejado de la política (fue diputado), ha sabido darle una dignidad inusual a su condición de ex: opina, lo consultan, inspira.

González es un faro de referencia para la izquierda, no sólo española, sino europea. Un faro necesario si se entiende que después de casi dos décadas de hegemonía socialista, el Viejo continente, sumido en una profunda crisis social, económica y política, empezó a virar  hacia la derecha.

Quizás sea esa crisis que al principio parecía un asunto doméstico de un pequeño país como Grecia y luego impregnó como tinta a toda Europa lo que lo tiene pensando sobre las bondades –pero también los peligros- de un mundo cada vez más contectado; o eso que llaman globalización.

Muchos ex presidentes dejan el poder y corren a escribir sus memorias. Usted ha escrito bastante pero no en ese género. ¿Por qué?

No he tenido nunca la tentación de hacer memorias, al menos hasta ahora. Es un género en el que, inevitablemente, se tiende a recrear la realidad de lo vivido y, casi siempre, para justificarlo, más que para explicarlo.

Esa justificación tiende a ser auto exculpatoria de los errores cometidos, atribuyéndoselos a los demás.

Por si fuera poco, los juicios de valor sobre las personas del entorno en el que se ejerce el poder suelen ser «demasiado subjetivos y engañosos».

Por tanto, hay que estar muy sereno de estado de ánimo y tener la distancia necesaria para dar autenticidad a unas memorias. Por lo que se publica, esto no suele ocurrir.

En fin…, veremos en adelante!

¿Cual cree que debe ser el papel de un expresidente en la sociedad? 

Es difícil escapar a la imagen de «jarrón chino grande en apartamentos pequeños», de la que he hablado muchas veces, para explicar la situación del EX. Se supone que tiene valor; pero estorba en cualquier sitio que se coloca, aunque nadie se atreva a romperlo directamente.

¿Qué hacer? Lo mejor que puede ocurrir es que la figura del EX, se convierta en un referente de «autoritas» después de haber ejercido la «potestas». Pero los ejemplos son escasos.

Usted recibió un país que venía de una larga dictadura. ¿Cómo empezar a desmotar el miedo y darle paso a una verdadera democracia, más allá de lo que diga el papel?

Los efectos en una sociedad de una larga dictadura suelen durar más tiempo del que se imagina. Se pueden ver rastros de la que sufrimos en comportamientos de hoy. Pienso que en España avanzó mucho la convivencia. Incluso en situaciones difíciles como las derivadas de la crisis actual, los comportamientos ciudadanos excluyen y rechazan la violencia en todo tipo de manifestaciones.

Para mí lo más importante depende del lenguaje. Si el uso de la «palabra» tiende a la tolerancia y el diálogo (como comprensión de la otredad), se fortalece la vida en democracia. Cuando la «palabra» se emplea con tono violento e intolerante se debilita.

El desafío es que nunca se gana para siempre la democracia. Para que no haya retrocesos hay que seguir cultivando los elementos esenciales. En esto es muy importante la función del liderazgo

En España usted ha sido el Presidente electo que más ha durado en el poder. En retrospectiva: ¿Qué es lo bueno y lo malo la longevidad en el poder?

Tiene razón. He sido el que más tiempo ha permanecido desde que se creó el Consejo de Ministros (década del treinta en el siglo XIX). En mi opinión, el tiempo máximo de ejercicio útil del poder en ese nivel, es de 10 años. Claro que hay sistemas diferentes, con limitación de mandatos, como suelen ser los presidenciales, o sin ella, como suele ocurrir con los parlamentarios.

Por tanto mi reflexión se refiere más a la época que nos ha tocado vivir. Sé por experiencia como se va cambiando en la medida en que transcurre el tiempo al frente de la máxima responsabilidad. Sobre los diez años se pierde la paciencia necesaria para seguir dispuesto a escuchar.

Su último libro reflexiona sobre el liderazgo. En América Latina padecemos de una especie de mesianismo político ¿Cuál es la frontera que separa al líder del caudillo?

En  efecto, he dedicado una intensa reflexión al problema del liderazgo, pero no ha sido estrictamente al del liderazgo político, me da la impresión de que me pregunta por él. Por eso creo que es importante diferenciar el liderazgo político de otros, como por ejemplo el liderazgo religioso.

El religioso por su propia definición, esta imbuido de un cierto sentido mesiánico. Estos líderes no tienen electores sino seguidores, con mayor o menor grado de fanatismo.

El liderazgo político cuando tiende al mesianismo, o al caudillismo, desvirtúa gravemente la representación democrática. Por eso suele convertirse en un peligro que pone de manifiesto pulsiones autoritarias y que tiende a fracturar la sociedad entre los buenos (los que están conmigo) y los malos ( los que se oponen).

Cuando un presidente se convierte en caudillo, es inevitable que genere una fractura en la sociedad y en la convivencia,  incumpliendo su principal función al intentar representar al conjunto de la ciudadanía y no sólo a los que lo han votado.

Usted aboga por una legalización parcial de las drogas. ¿El liderazgo de Uruguay -y el presidente Mujica- podrá cambiar el paradigma al respecto?

Yo soy partidario de fomentar un acuerdo internacional que permita un proceso de legalización y control de la producción y consumo de drogas. Hace poco se conmemoró el 40 aniversario de la decisión de Nixon de declarar la guerra a las drogas. Después de este largo periodo no se quiere hacer una evaluación seria sobre el éxito o el fracaso de esa estrategia política. No se quiere constatar que aumentó no sólo la producción y el consumo sino la criminalidad que va ligada a todo el proceso. Comprendo que una decisión de esta naturaleza es muy difícil, pero ya ha sido probada históricamente con la prohibición del alcohol.

Esto no es comparable con lo que se ha decidido en Uruguay, con las llamadas drogas blandas, aunque apunta en esa dirección. Hay más ejemplos,  incluido Estados y Europa, en los que se intenta algo parecido pero muy limitado.

El mayor desafío sigue estando en la cocaína, la heroína y las drogas de diseño.

Tímidamente empieza a plantearse el tema en foros internacionales, pero no se enfrenta en toda su magnitud. El número de muertos, el sufrimiento, la financiación de actividades terroristas y delitos conexos con el tráfico de drogas, plantean un desafío tan serio que merece la pena reflexionar sobre el fracaso de la política actual de lucha contra la droga.

La mayor parte de su tiempo la pasa con políticos. ¿Qué lo animó a venir a un festival, sobre todo, de escritores?

Es una apreciación relativamente equivocada. Aunque mi actividad política sigue siendo muy intensa, mi tiempo real dedicado a relacionarme con el espécimen humano de los políticos es menor de lo que pueda imaginar. Lo que es verdad, es que mi prioridad como preocupación sigue siendo cómo enfrentar este fenómeno nuevo que se conoce como globalización y que afecta a todos los ámbitos de la vida. Me gustaría encontrar respuestas para que en este «nuevo modelo» encontráramos un camino eficaz para luchar contra las desigualdades crecientes.

En el Hay Festival, se concentra casi todo lo que me gusta, la creatividad, sobre todo literaria, el ambiente y ……… Cartagena!

¿Qué lee por estos días?

Sefarat, Muñoz Molina, después de la impresión que me ha dejado El Refugio de la Memoria de Tony Judt.

¿Con quién le gustaría toparse en una calle de Cartagena, tomarse un café y charlar? ¿Por qué?

Por edad y por nostalgia, me gustaría reencontrarme al Gabo, y mejor todavía, acompañado, si estuvieran entre nosotros, de Álvaro Mutis y Carlos Fuentes. Pero la vitalidad creativa de Colombia es tan grande, que también disfrutaría con otros muchos como Ospina, Abad, Gamboa, o un largo etcétera.

 

*Una versión corta de este artículo fue publicado en Hay para Contar, diario oficial del Hay Festival de Cartagena 2014.

**Lorenzo Morales, es politólogo, periodista y profesor del CEPER.

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