Alberto Carrasquilla o cuando la técnica no es ética

Que el Ministro de Hacienda se haya beneficiado a costa del empobrecimiento de 117 municipios no es ilegal, pero sí una falta ética. Juan Ricardo Aparicio, profesor experto en estudios socioculturales, explica el problema de que este gobierno se escude en un gabinete mayoritariamente técnico y supuestamente «neutral».

por

Juan Ricardo Aparicio

Profesor del Departamento de Lenguas y Cultura de la Universidad de los Andes.


13.09.2018
Alberto Carrasquilla y las falla ética de un gobierno técnico

Lo primero que hay que entender en el caso del Ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla, acusado de haber promovido un cambio de normas que le habría permitido fortalecer un negocio suyo y que además empobreció a 117 municipios, es que más allá de ser una discusión legal, o de corrupción, es un tema de ética.

Primero, está la discusión sobre si Carrasquilla por ser un funcionario técnico —como lo ha presentado el Presidente Iván Duque— puede ser neutral o libre de intereses.

Hoy es muy común la idea de que tener funcionarios técnicos (elegidos por ser expertos en  una disciplina específica) es necesariamente mejor que tener funcionarios que vengan de la política. Carrasquilla representa al funcionario técnico: al economista socio y miembro de las juntas directivas de empresas. El que antes de entrar a la política trabajó en el BID y fue gerente técnico del Banco de la República.

Aunque traten de presentar el nombramiento de Carrasquilla como un funcionario ‘técnico’, es político. Y quiero ser claro: eso no tiene nada de malo. El problema es su enmascaramiento como funcionario técnico y neutral

Desde Max Weber, el sociólogo alemán, se piensa que un Estado es más moderno cuando tiene más funcionarios técnicos. Funcionarios cuya única razón de ser es, desde su saber profesional, asegurarse de que el Estado funcione. La burocracia moderna es técnica, aséptica: libre de política. “Sin odio y sin pasión”, diría Weber. Esa es la noción del funcionario moderno ideal.

Sin embargo, el mismo Weber da claves para entender que esa predilección por lo técnico no es necesariamente acertada. Y por supuesto, tenía a la Alemania presente, para él, el caso más ejemplarizante de una dominación de funcionarios técnicos y neutrales en su momento. Para Weber, el Estado moderno es el resultado de la articulación entre un grupo social en particular (la burguesía), y una institución de dominación. Un estado moderno surge en y a través de esos grupos sociales poderosos. Por eso, para Weber, es contradictorio que se pretenda que un funcionario sea neutral cuando al tiempo trabaja para un Estado que beneficia los intereses de la burguesía.

El llamado a ‘la neutralidad de lo técnico’ nunca existe. Eso es un artilugio ideológico porque siempre enmascara una decisión política. Por su misma definición, un Estado defiende un tipo de relaciones sociales, un marco de ideas, que determinan qué se va tener en cuenta para tomar unas decisiones, para hacer un cálculo racional. Sin embargo, qué entra y qué no entra dentro de un cálculo racional siempre va a dejar por fuera cosas –externalidades, dirían ciertas escuelas de pensamiento económico. Y eso es política.

Por eso, aunque traten de presentar el nombramiento de Carrasquilla como un funcionario ‘técnico’, es político. Y quiero ser claro: eso no tiene nada de malo. El problema es su enmascaramiento como funcionario técnico y neutral.

La otra parte de la discusión es si Carrasquilla siendo un funcionario público actuó en beneficio privado o en beneficio común.

Supuestamente lo público significa que lo privado no entra, que lo que importa es el bien común. La corrupción se da si yo utilizo lo público en beneficio privado. El problema es que un funcionario que entra al Estado no entra desnudo: viene inmerso en relaciones sociales, con legados y lealtades. Y un antropología del Estado no haría más que comprobar esta situación. De ahí que el paso a lo público signifique, por lo menos, hacer visibles cuáles son los compromisos del funcionario con sectores privados y sus relaciones con grupos de individuos o clases sociales.

Pero no es lo único. Además, el hombre es un animal político y siempre está buscando convencer sobre ciertas ideas o prácticas, lo que quiere hacer y tener, y legitimarlas ante los demás. La pregunta es: ¿eso es legítimo para lo público o para él y sus relaciones sociales?

Un ejemplo: el tema de tierras en Colombia es de interés prioritario de ciertos grupos sociales, latifundistas y campesinos. En palabras claras: grupos privados, como todos los anteriores. ¿Y cómo se han hecho las leyes de tierras en este país? Pues atravesadas por influencias de diferente sectores. Detrás de la Ley de tierras siempre hay grupos e intereses. Y repito, esto no tiene nada de malo. El problema está en asegurar que esta ley es neutral, cuando puede suceder que sea una forma de legalizar ciertas formas de tenencia o apropiación de la tierra. El Estado siempre está en un cruce entre lo privado y lo público. Sin embargo, la estructura de dominación no siempre puede beneficiar a un grupo de particulares, pues esta condición atenta contra los derechos e intereses de la sociedad mayor. En este campo de la democracia, del demos, tiene que darle beneficios a los unos y a los otros.

Es claro que los sectores de poder privados quieren influenciar las leyes porque son la manera dominante de dominación, valga la redundancia. Porque cuando logro influir en la ley, ésta se convierte en la más eficiente y legítima forma de dominación: es omnipresente y funciona para todos.

Entonces, si Carrasquilla se benefició a nombre propio con el proyecto de ley que él ayudó a crear, ¿es ético lo que hizo?

Volviendo a Weber, el político tienedos facetas éticas: la ética de la convicción, que es la de la demagogia, de la pasión, de las emociones. Y por el otro lado está la ética de la responsabilidad, de las consecuencias de sus actos y que exige tomar una posición frente a esas consecuencias. En ese sentido, tomar decisiones para que más adelante me beneficie a mi y no al bien común, para Weber, es una falta ética.

Es lo que se llama la puerta giratoria: yo hago la ley y me beneficio más adelante de ella. Ahí hay unos dilemas muy complicados. Y sabemos que no siempre funciona que declaren sus conflictos de interés, que declaren sus patrimonios.

Otro ejemplo: la crisis financiera en Estados Unidos, en parte, se dio por recomendaciones de dar créditos a diestra y siniestra, lo que creó deudores que se sabía que no iban a poder pagar. Pero no importaba. Lo que importaba era que hubiera deudores. ¿Qué pasó después? El sistema se vino abajo. Perdieron los casi 7 millones de personas que quedaron sin casa durante los primeros tres años de la crisis. Ganaron los bancos, que fueron salvados con el argumento de que eran importantes porque son quienes mueven la economía. Y lo hacen, pero un banco también tiene —o debería tener— una sanción ética porque prestó plata sabiendo que no se la iban a poder pagar. Algunas escuelas económicas dirían que lo importante es mover la economía, crear deuda porque eso genera capacidad productiva y capacidad de inversión. Pero muchas veces los bancos, como en el caso de Estados Unidos, se hacen los de la vista gorda con lo que pasa. Dan un crédito para una casa con una tarjeta de crédito, punto. Ilegal, no es. El deudor firma el pagaré. ¿Pero es ético?

Eso es lo que Weber llama la ‘ética consecuencialista’: yo debo estar a la altura de mis actos. Si yo hice la ley tengo que saber las consecuencias que genera, no para mí sino para el bien común. Ahora bien, el resultado puede no ser el esperado porque no se tenía información suficiente para hacer una predicción. Eso se llama externalidades, asuntos que no entran en el cálculo racional del costo-beneficio. Así se puede defender: se puede argumentar por qué se tomó la decisión.

En el caso de Duque, Weber diría que volver a poner en el poder a Carrasquilla hace parte de las paradojas éticas del mundo y del político

Un ejemplo más: como lo recuerda Hannah Arendt, si al soldado nazi que apretó el botón de la cámara de gas le preguntan ¿usted fue responsable de lo que hizo? Dice: no, yo sólo estaba cumpliendo órdenes. El técnico puede decir lo mismo, que simplemente estaba cumpliendo con la necesidad de que el Estado funcione. Pero eso no es técnico: cuando se tomó la decisión eligió una información y dejó por fuera otra.

Aún así, el presidente Iván Duque ha defendido su gabinete argumentando que es técnico, que es neutral. Ha dicho: vamos a cambiar esto y vamos a crear una forma de Estado distinto: pequeño, manejado por técnicos neutrales que le dejan al mercado la forma de regulación de la sociedad. Intenta decir que aquí no son políticos, somos funcionarios neutrales que dejamos que el mercado funcione. Y esa decisión no es ni técnica ni neutral: es política. El mercado no es una mano invisible. Siempre son actores, instituciones. Es poder, relaciones, historia. Y eso lo sabe muy bien la economía política, precursora de la teoría económica hasta hoy. En el caso de Duque, Weber diría que volver a poner en el poder a Carrasquilla hace parte de las paradojas éticas del mundo y del político.

Por último, la pregunta es entonces si el problema es del conocimiento técnico en sí mismo; y por supuesto que no lo es. Parrafraseando a una colega economista, Ximena Hurtado, quien discute sobre el conocimiento económico, también depende de las preferencias de quienes oyen y dependen de ese conocimiento técnico para tomar sus decisiones.

*Juan Ricardo Aparicio es profesor asociado del Departamento de Lenguas y Cultura de la Universidad de los Andes.

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Juan Ricardo Aparicio

Profesor del Departamento de Lenguas y Cultura de la Universidad de los Andes.


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