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Estudiantes universitarios escriben sobre el genocidio en Palestina

«¿De verdad es tan complicado?»

por

Lucas Ospina


17.05.2025

Hace unos días, en la Universidad de Nueva York (NYU), Logan Rozos, miembro de la Gallatin Theater Troupe, fue seleccionado por sus compañeros para pronunciar el discurso del programa en la ceremonia de graduación. El estudiante decidió utilizar este espacio para ejercer su derecho a la libertad de expresión, cambiando el libreto acordado previamente con las directivas universitarias. Consideró que, según su conciencia —formada en parte gracias a su educación universitaria donde se especializó en crítica cultural y economía política—, no tenía otra opción más que hablar sobre el genocidio en Palestina a manos del ejército y el Gobierno de Israel, una situación que, en sus palabras, «se está produciendo actualmente, cuenta con el apoyo político y militar de Estados Unidos, se paga con nuestros impuestos y se ha retransmitido en directo a nuestros teléfonos durante los últimos 18 meses».

Como consecuencia, el portavoz de NYU, John Beckman, condenó el discurso manifestando que la universidad lamentaba «profundamente que el público fuera objeto de estos comentarios» y señaló que el estudiante «mintió sobre el discurso que iba a pronunciar e incumplió el compromiso que adquirió de cumplir nuestras normas». A Rozos le fue suspendida la entrega del diploma y se le abrió un caso disciplinario.

En un contexto similar de restricciones a la expresión, el documental «No Other Land» (2024), a pesar de haber obtenido el Premio Oscar en su categoría, ha enfrentado obstáculos en su distribución global. En Colombia, Cine Colombia, la principal cadena de cines del país, emitió una declaración pública considerada falsa ante la consulta de un cliente y se ha abstenido de proyectar el film.

En contraste con estas limitaciones, en una universidad privada colombiana, dentro de un curso de formación básica de Arte y Cine, un grupo amplio de estudiantes de diversos programas de pregrado tuvo la oportunidad de ver este documental dirigido por un colectivo de cineastas y ciudadanos palestinos e israelíes. A continuación presentamos una selección de los textos que escribieron como resultado de esta experiencia.


Arte y Cine
No other land (Palestina Noruega, 2024, 95 minutos), Basel Adra, Yuval Abraham, Hamdan Ballal, Rachel Szor

Adiós mi vieja
Cuando terminó el documental y se puso negra la pantalla, me descubrí en un silencio absoluto. No fue ese silencio fecundo que precede a las ideas, sino un vacío hondo, irreductible. Otras veces las palabras llegaban como un torrente, esta vez, no.

Ayer, mi abuela murió. Se fue de este mundo en manos de un enemigo implacable: un cáncer de estómago que la desgastó día tras día, hasta arrebatármela sin que pudiera hacer nada para evitarlo.
Y sin embargo, en su partida, mi viejita me dio la lección más grande. Luchó, como luchan los pueblos que saben que pueden perderlo todo en cualquier instante, como los palestinos de No Other Land (Palestina, 2024), que defienden su tierra aun sabiendo que cada amanecer podría ser el último en su hogar. ¿Por qué luchan? No por una victoria segura, sino por amor a lo que son, por lealtad a sus raíces, por la obstinada necesidad de vivir con dignidad.

Mi abuela resistió así. No permitió que la enfermedad definiera quién era. Hasta el último aliento decidió con quién pasar sus días, cómo mirar de frente a lo inevitable, cómo no ceder ni su nombre ni su memoria a la derrota. La batalla no fue contra la muerte, fue a favor de la vida; no se trató de vencer, sino de preservar la dignidad, de afirmar, en cada gesto, que aún en la pérdida se puede elegir cómo partir.
Como en toda lucha, no siempre se vence. Pero se intenta. Y en ese intento, en esa obstinación por mantenerse de pie incluso cuando el cuerpo se desploma, reside la verdadera grandeza. Ayer, mientras la veía partir, comprendí que incluso el roble más antiguo y majestuoso puede caer, pero lo hace abrazado a sus raíces, con la frente en alto y el espíritu intacto.

No sabía cómo empezar este texto, y ahora tampoco sé bien cómo cerrarlo. Pero quizá, como en la vida, lo importante no es tener un final perfecto, sino llegar hasta él con valentía. Así que lo termino como lo haría quien ha amado de verdad: sin reservas, hasta el último respiro y preguntándome: ¿Nos rendimos ante las circunstancias o transformamos nuestro sufrimiento en la más luminosa afirmación de la vida?

—Juan Esteban Suarez

Películas que no se ven

Hay películas que no se ven. Se habitan. No Other Land no pretende explicar Palestina, ni justificarla, ni resumirla. Solo la muestra, como quien abre la puerta de su casa aun cuando sabe que la van a demoler. Como quien dice: “Esto soy. Esto fue. Y aunque ustedes pasen por encima, esto seguirá siendo”. Es una película despojada, sí, pero también obstinada en su ternura. Un documental tejido por cuatro miradas las de Basel Adra, Yuval Abraham, Hamdan Ballal y Rachel Szor que desafían el abismo político desde un lugar más incómodo: el afecto.

Aquí no hay banderas flameando en cámara lenta, ni música épica para romantizar el dolor. Hay tierra. Hay piedras que fueron casas. Hay niños que ya saben correr de los soldados. Hay un joven palestino que filma la demolición de su aldea una y otra vez, como si filmarla fuera un modo de reconstruirla. Como si dejar testimonio fuera la única forma de no ser borrado.

El corazón de la película es Masafer Yatta, una región rural al sur de Hebrón que Israel declaró “zona de entrenamiento militar” para justificar el desplazamiento forzado de sus habitantes. Basel, uno de los directores y protagonista, creció allí. Filma desde el corazón roto, pero también desde la raíz que se niega a morir. Sus imágenes no buscan escándalo. Más bien interrogan: ¿qué se hace cuando te destruyen el hogar frente a tus ojos y aún así decides quedarte?

Lo más inquietante, tal vez, es la relación entre Basel y Yuval: uno palestino, el otro israelí, ambos activistas. En otro tiempo y lugar, podrían haber sido enemigos. En esta historia, caminan juntos, filman juntos, discuten desde sus heridas y desde la imposibilidad de “equilibrar” lo que nunca ha sido simétrico. La amistad entre ellos no es un símbolo de reconciliación, sino una fisura. Una grieta en el muro. Una pregunta ética. ¿Qué significa ser cómplice? ¿Qué significa resistir desde el lugar del privilegio?
No Other Land tiene algo de diario íntimo, algo de denuncia cruda y algo mucho de duelo colectivo. Pero no es una película derrotada. Hay miradas que siguen brillando en medio del polvo, hay abrazos que sostienen más que cualquier tratado de paz, y hay una frase que se repite: “No tenemos otro lugar”. No es solo un lamento; es una afirmación ontológica. Palestina no es solo un territorio: es una forma de existir, de narrarse, de insistir.

Al final, lo que queda no es solo la denuncia de una ocupación, sino una forma de resistencia encarnada. Una dignidad que no necesita ruido. Que no se explica en cifras, sino en cuerpos que regresan cada mañana al mismo lugar, aunque ya no haya paredes. Porque la casa, como la memoria, como la historia, como el deseo de justicia, no se mide por sus ruinas, sino por lo que aún se atreve a sostener.

—Juan Sebastian Tinjaca

“Esta es una historia sobre el poder”

Con sus voraces raíces que crecen con una fuerza imparable, el eucalipto rojo – árbol invasor en Palestina traído por el imperio británico en el S.XIX – se abre paso y succiona rápidamente toda la vida bajo el suelo. Con sed de matanza despoja de la tierra todos los nutrientes y humedad con una apropiación convencida. Asesina a su paso a toda la flora que encuentre, incluyendo al una vez heroico roble palestino, y desierta los grandes campos alguna vez llenos de vida libre.

Insatisfecho con despojar de su tierra a los nativos, el eucalipto asegura su masacre terrenal imposibilitando la mínima existencia de vida nativa palestina en el suelo. Gracias a sus propiedades de alelopatía, su naturaleza asesina, suelta químicos por doquier para someter la tierra únicamente ante él y hacer de la extensión terrenal un suelo venenoso para la fauna local. Asegura con su poder ilícito la erradicación inmediata del grandioso roble y sus generaciones venideras.

Con livianeza de los terrores que ha cometido, el eucalipto rojo recoloniza las tierras que él mismo desoló. Avanza con una velocidad imparable e injusta, reforestando las zonas y ocultando todo rastro de vida que alguna vez proliferó allí. El eucalipto celebra su vida y alimenta su poder con la tierra donde yacen las raíces putrefactas del caído roble palestino. Se proclama victorioso en la guerra donde jamás tuvo oponentes, donde masacró por su paso la vida inocente y desprotegida de su maldad ajena otorgada por el agente superior británico.

El Estado ilegítimo de Israel ha emprendido el exterminio del pueblo palestino con la misma sed de matanza que el eucalipto rojo invasor ha colonizado su fauna. Ha vuelto invivible su territorio mediante la ocupación violenta colonial disfrazada de promesa divina; ha extraído toda la riqueza de la nación, derribado hogares por su paso y asfixiado a los habitantes hasta que su única solución sea huir y ser despojados de sus tierras legítimas.

Su sed de matanza ha ido más allá y de forma alelopata ha emprendido su fin último de erradicar el pueblo palestino a través de su genocidio. Misiles y redadas constantes a hospitales, escuelas y hogares en la franja de Gaza (y más adentro, en ataques recientes) tratan de asegurar la erradicación del pueblo palestino de hoy y del mañana. El ente ajeno, ilegítimo colonizador de tierras, de nuevo está empeñado en proclamarse dueño de una guerra sin oponentes. Su lucha por el poder no es una lucha, es la expansión de su espíritu de muerte sionista sobre un territorio que sostenerse desde sus raíces más profundas.

—Anónimo

“Las llaves de mi padre”

Primavera de 1980

Mi padre las guardaba en el cajón de la cómoda,
tres dientes de metal que olían a aceite de oliva.
“Esta abre la casa”, decía,
acariciaba la más grande mientras limpiaba el polvo
que nunca terminaba de sacudirse de los surcos.
La radio murmuraba que el jardín se había vuelto campo de tiro.

Invierno de 2002

Las llaves aprendieron nuevos oficios:
la mediana abría botellas de cerveza,
la pequeña rascaba las loterías sin fortuna,
la grande seguía intacta en su bolsillo derecho,
haciendo hoyos en la tela.

Verano de 2014

El bulldozer tosió dos veces antes de tragarse la puerta.
Mi padre corrió hacia la máquina blanca,
y su grito se disolvió en el estruendo.
Al caer la noche,
recogimos las llaves del suelo:
la grande doblada en ángulo recto,
como un hueso fracturado.

Otoño de 2023

Ahora cuelgan en la lonadel campamento,
sobre el retrato de mi padre.
La mediana perdió un diente,
la pequeña se confunde con otras en el fondo del tazón,
la grande ya no cabe en ninguna cerradura,
pero sigue abriendo algo:
esa rabia dulce
que sabe a tierra y hierro viejo.

Hoy

Coloco la llave torcida en mi palma,
la giro contra mi piel
lo único que abre son
los recuerdos de las puertas que ya no son,
y el deseo de perseverar.

—Anonimo

Qué escribir, qué decir, qué hacer

He escrito y borrado una y otra vez oraciones, porque no sé qué escribir, que decir, ni que hacer.

Las cuatro o cinco personas que se quedaron a ver la película creo que sintieron lo mismo que yo cuando se acabó.

El profesor prendió las luces. Nadie dijo nada.

Solo nos paramos, y nos fuimos. En silencio.

No hable hasta que me fui del edificio, porque todo lo que creía que podía decir no sentía que tuviera la suficiente importancia para decirlo.

Se sentía inútil, y hasta irrespetuoso.

Ese, para mí, fue el momento más cargado de este documental. Cuando todos nos quedamos treinta segundos en silencio digiriendo lo que acabábamos de ver.

Nadie dijo nada.

¿Qué se puede decir?

¿Lo obvio? Un comentario de: ¿qué duro no? (como para aliviar el ambiente).

¿Qué puedo escribir?

Nada que cambie el mundo. Nada que ayude a nadie. No tengo poder, control ni influencia sobre las tragedias por las que están sufriendo el pueblo palestino.

¿Qué puedo hacer?

Escribir un comentario en Letterboxd? ¿Repostear historias en Instagram? Siento que nada tiene sentido, y nada es suficiente.

Me siento impotente, y no he sufrido nada. Tal vez tenga menos que una décima de la frustración de Basel, pero escribiendo oraciones una y otra vez para este texto me hace sentir como si no voy a llegar a ningún lado, ninguna conclusión profunda o epifanía.

Quiera concluir con: ¡Hay que tomar acción! ¡Hay que ser activos! ¡Esperanza! Pero ese no es el sentimiento que me dejo el documental.

Espero que este sentimiento es mucho más profundo que eso. O al menos, que signifique que ecuché lo que quería contar Basel.

—Gabriela Ruiz Yockteng

El derecho a permanecer

En No Other Land, la cámara no observa desde lejos, sino que se aproxima, se agacha y tiembla. El filme no intenta representar un conflicto, sino que lo habita; es una memoria vivida. Basil al-Haq no dirige desde la distancia, sino desde la infancia, mostrando su propio sufrimiento: el despojo, la demolición, el grito quebrado de una tierra partida. Y, sin embargo, lo que permanece no es solo la ruina, sino la insistencia, esa terquedad del arraigo. Es la historia de una comunidad que, aun convertida en extraña en su propia casa, se niega a desaparecer.

El documental recoge los escombros, sí, pero también las sonrisas, los abrazos, la ternura. No es solo el dolor lo que se filma, sino la manera en que se sobrevive. Las casas se caen, pero las tiendas se levantan. Las raíces, aunque desplazadas, no se secan. Frente a la maquinaria de la expulsión, la comunidad responde con cuerpos, con miradas, con tiempo. El derecho a permanecer no es solo una consigna: es una forma de vida.

Y entonces aparece Yuval Abraham. Israelí, distinto, ajeno. Pero no sordo. Incluso en las trincheras, alguien puede extender la mano. Lo que une a Basil y Yuval no es la similitud, sino el contraste. Mientras que en los ojos de Basil arde un fuego ancestral, el de generaciones que han sido testigos de violencia y abuso, en los gestos de Yuval hay una culpa silenciosa, una herida heredada que busca redención. Juntos no ofrecen respuestas, sino presencia. El simple acto de mirar juntos, de grabar juntos, de contar juntos, ya es un gesto político.

En cuanto a la filmografía, esta no es fría, sino íntima, magistral en su sensibilidad. Cada plano encierra una pregunta: ¿hasta cuándo? ¿a qué costo? ¿quién tiene el derecho de quedarse? La cámara pasa de solo documentar a formar parte de la resistencia. Y con ella, resiste una comunidad que se niega a que la historia la borre.

No Other Land deja que las piedras y los cuerpos hablen, y que el polvo, resultado de cada derrumbe, diga lo que los discursos callan. Al final, lo que queda no es solo el dolor, sino una certeza: hay tierras que no se abandonan, porque están hechas no de tierra, sino de memoria.

—Leonardo Rueda

Entre la quietud y el movimiento, observar y hacer

No other land es un documental que tenía que ver, pero no sabía cuándo. No creo en hacerme la de la vista gorda cuando ocurren barbaridades en el mundo, pero tampoco tengo el nivel de compromiso con el activismo que tienen muchos de mis amigos. Creo en informarme, en mantenerme actualizada y hablar de lo que se tenga que hablar, pero tampoco he sido esa persona que difunde las noticias, que participa en protestas o que produce textos al respecto. En lo que respecta al genocidio en Gaza, lo mínimo a lo que me he acostumbrado es a no pasar esos videos de TikTok que aparecen en mi feed. Ya hasta poseo una extraña habilidad, casi un sexto sentido, que me permite identificar cuando un video aleatorio va a transformarse en un llamado de ayuda (pues de la manera más distópica, uno ya sabe que los desplazados han tenido que empezar a incorporar contenido atractivo para que los internautas no deslicen el dedo).

Ahora, creo que algo distinto sucede cuando, más allá de dar like y copiar el enlace de un par de tiktoks a manera de “apoyo”, uno se sienta detenidamente a ver y escuchar un documental. Creo que desde un principio tuve miedo de hacerlo por el impacto emocional que me podía causar, pues reitero: no es como dejar un clip en repetición a bajo volumen mientras lavas los platos. Sentarse a ver la película es un acto que requiere de una disposición y atención distinta. Todo confronta aun poco más.

Veía a los soldados y al tal Ilan justificar sus actos en la ley, y sólo me preguntaba para qué habían servido tantos escritos de Hannah Arendt sobre Eichmann y la banalidad del mal, si al final se repetiría la misma retórica. Pensé en todos los cursos que tomé sobre filosofía del lenguaje y me pareció absurdo el poder de las palabras. Pensar que una frase como “esta es una zona de entrenamiento, no tienes permitido vivir aquí” puede tener unos efectos tan inmediatos cuando la dice alguien con el poder para invisibilizar una historia construida por generaciones.

Al final salgo con la misma pregunta de Yuval: Alguien mira algo, se conmueve, ¿y luego?
Mi respuesta tentativa nace de parafrasear a Didi-Huberman (2018, p. 21-24), aunque puede no ser suficiente: “La pérdida —si se trata de un objeto querido— suscita un movimiento psíquico fundamental […] Las imágenes se encargan de hacer arder los deseos a partir de las memorias […] Levantar al mundo. Para lograrlo hacen falta gestos, hacen falta deseos, hacen falta profundidades.”

—Ana Sofia Romero

No other land: la representación de la impotencia

Siempre me ha parecido valioso el aporte de las expresiones artísticas para representar la realidad de un hecho ante los ojos de personas ajenas a estos eventos. Particularmente, cuando se trata de documentales me resulta aún más doloroso que películas u obras de teatro. Quizá sea por la crudeza de la realidad que impacta sin el atenuante de ‘’quizás el director exageró esta situación para captar más atención’’, por lo que considero que puede llegar a tener mas impacto este tipo de expresión artística en mundo cada vez más indiferente.

En cuanto al documental propiamente dicho, quizá sea de las actividades hasta ahora la que mas se me ha dificultado ver, enfáticamente pensando en la indiferencia que el tema de Palestina con Israel ha causado en el mundo, todo los días hay noticias de masacres, de niños sufriendo, de hospitales destruidos, y uno no puede dejar de pensar ‘’¿Por qué nadie está haciendo nada?¿por qué yo no estoy haciendo nada?’’ o aun peor cuando se llega a la conclusión de ‘’¿Por qué pareciese que cualquier esfuerzo sería en vano?’’.

Es tanto el odio que percibimos entre la comunidad palestina e israelí a través de los medios de comunicación que asombra percibir como crece una amista entre el activista palestino y el periodista israelí. A pesar que el documental retrata la realidad de la situación, no deja de hacer énfasis también en la resiliencia de las comunidades que enfrentan a diario desde hace tanto tiempo esta violencia normalizada, este duelo constante, asombra que a pesar de todo no haya una desesperanza instaurada e innegable en las personas victimas de este conflicto.

Fue sorpresivo notar que a pesar que el documental expresa una narrativa consistente en el empoderamiento del periodismo para visibilizar las injusticias que se viven a diario en este lugar, no es su fortaleza principal, si no más bien es el factor de autenticidad emocional que maneja a lo largo de su proyección. Definitivamente es un reto para los espectadores el desafío que propone de confrontar la realidad de la situación palestina como si se estuviera en el terreno, con los atenuantes claros de no estar de cuerpo presente en la situación, pero intentando recrear una emocionalidad similar, que logra captar la empatía de quien se da el chance de ver este documental.

Una de las cosas que me impacto fue la desolación que puede causar el silencio posterior al estruendo de misiles, bombas, disparos. Casi que me da la impresión que en vez de generar paz, puede producir la zozobra interminable de cuando va a ser la próxima vez, cuando será el perecimiento injustificado e inocente de más familias y hermanos justificado por intereses políticos y religiosos.

Seguramente un documental tan crudo y bien realizado, ganador de premios, puede llegar a tener un impacto importante en la percepción de las realidades de las esferas altas y poderosas a las que llegase a permear (difícil en USA dado problemas de distribución según lo que encontré), lo cual supongo es el objetivo principal precisamente para que las potencias mundiales se concienticen de la importancia de su participación. Lo que desafortunadamente ocurre en la realidad es que las personas que pueden tomar decisiones de fondo frente a este conflicto no van a tomar ni siquiera el riesgo de ver estas imágenes, simplemente porque no les importa y no es afín a sus intereses económicos, creo que este tipo de documentales termina generando más conciencia del problema en quienes ya la tenemos, sin que eso represente un verdadero impacto a la desastrosa realidad que viven. Al menos es un registro histórico para futuras generaciones, pero sabe a poco, sabe a impotencia.

—Alejandra Sofía Quesada Hincapié

(Para los que no pueden leerme. Para los que ya no tienen voz. Para los niños que aún sostienen el cielo con sus manos pequeñas.)

Te quiero libre.

No en un futuro lejano, no en promesas de tinta y papel, sino ahora, en este instante donde el mundo parece haberte olvidado. Quiero que tu risa no sea un milagro, sino algo cotidiano. Que tu mayor preocupación sea perseguir mariposas o contar estrellas, no contar los segundos entre una explosión y otra.

La tierra bajo tus pies es testigo de tu tragedia. Árida, cansada, pero terriblemente bella en su resiliencia, como tú. El viento levanta el polvo que parece niebla, sigue intentando ocultar aquello que no deberías ver, pero fracasa una y otra vez. A pesar de verlo todo, se que tus ojos no han perdido su luz.

Mi mayor deseo es que conozcas la paz, que logres safarte del miedo. Que conozcas el amor que no duele, el hogar que no desaparece, un abrazo que no amenace con despedida. Quiero que juegues. Que corras sin mirar atrás. Que siempre tengas a donde llegar, que no te arrebaten nunca más tu hogar.

Quiero que tu sonrisa no sea un acto milagroso, sino algo natural, como respirar.

Pero hoy, solo tengo palabras.Y sé que no te alcanzan, no te llegan, que no te protegen de estos actos cobardes, que no detienen lo que viene. Pero las escribo igual, porque mientras existan quienes recuerden tu nombre, quienes lleven tu dolor en el pecho como una brasa, no estarás completamente solo.

—Angelica Yeraldin Rodriguez Gualtero

No Other Land – La ley sobre la consciencia

“¿No te da pena?” … “no me da pena porque es la ley”. Y es en este momento cuando nos debemos cuestionar si lo que hacemos en nuestro día a día es realmente porque así lo queremos y creemos o porque simplemente estamos acostumbrados a obedecer; obedecer incluso cuando se trata de pasar sobre los derechos de los demás. ¿Será posible que pueda pesar más seguir un idealismo, seguir ordenes a cambio de dinero, sin pensar en el bienestar de los demás? ¿Por qué los humanos estamos acostumbrados a querer siempre ganar por encima de todo? No comprendo, son tantas preguntas

Todos somos personas, porque hacemos lo que los demás nos dice, porque no podemos ser conscientes como Yuval. Un hombre que, aunque es israelí, es una persona pensante y entiende que lo que le están haciendo a los palestinos no esta bien. Entonces me surgen otras preguntas ¿Siempre debe ser Dios y patria, a pesar del daño que le podamos causar a los demás? ¿No tenemos acaso todos de nosotros lo mismo para querer pelear estúpidamente por poder que ni siquiera será para nosotros? Dijeron “nos hicieron extraños en nuestra propia tierra” … “nunca olvidas la tierra en la que naciste” Si bien esto es cierto, para los palestinos… ¿no puede ser cierto también para los israelíes o incluso, para cualquier persona del planeta tierra? ¿Por qué nos debemos ligar siempre a banderas, cuando han sido otros humanos que en busca de autoridad y poder han querido ser dueños de la tierra que es de todos?

En verdad creo que nunca voy a poder entender como a las personas les parece placentero humillar a los demás, aprovecharse y no sentir vergüenza por atacar y quitar a personas por otras personas que bien pueden solamente estar dando ordenes sentados en una silla o hasta acostados tranquilamente en su cama mientras ponen a otras personas a pelear por ellos. Personas sin criterio que lo único que creen que esta bien es defender la posición política e ideales de alguien más que posiblemente ni conocen. La ley deja de ser ley cuando no somos conscientes del daño que le podemos estar causando a alguien más. Y lo peor es cuando la historia no les sirve de nada a las personas y no entienden lo que están
haciendo y repitiendo.

—Anónimo

Soy real, yo existí

Cada vez que abro la aplicación de Tiktok me basta con un par de scrolls para encontrarme con un video de una persona de Palestina pidiendo ayuda. A veces tienen mascotas para captar la atención. Otras veces me dicen que Alá no me perdonará si no escucho lo que tiene que decir. Incluso recurren a usar lo que se conoce cómo “clickbait”, es decir ponen un video, no relacionado, que engancha la atención del visualizador y cuando llega el climax, cambian la imagen a ellos mismos rogando por ayuda. He visto cómo al fondo del video de una chica cocinando explota un misil y sacude su casa entera…

Estas personas, igual que Basel del documental No Other Land (2024), denuncian desde adentro la ocupación israleí en su territorio, la violencia de la que son víctimas, la injusticia que encaran cuando intentan pronunciarse, el genocidio (que precede al 7 de Octubre). Son narradores intradegéticos que usan sus ultimas fuerzas para aullar dolorosamente, para que los miremos, para que los miremos ¡y hagamos algo!

El sábado el algorítmo me llevó a un video de un chico palestino que trabaja disfrazándose de Mickey Mouse para animar a los pequeños niños de Gaza. En otro de sus videos este chico decía: “Soy real. Yo existí. Ojalá me vieras cómo un ser humano, un igual. Estoy cansado de performar para tí. Por likes. Dinero. Estoy muriendo de hambre. Este no es un episodio de Black Mirror. Esta es mi vida real”. Y es que las personas han sido tan desensibilizadas que si no es un señor sin pierna saltando de una mesa (también lo he visto), no les podría importar menos estos videos

Con el documental, sin los filtros de Tiktok (además administrados por los colonizadores, los sospechosos de siempre) sentí la realidad de la existencia de estas personas. Triste y bastante vergonzoso, pero crudamente cierto: a través de la pantalla de tiktok me conmuevo, incluso lloro, veo el video varias veces e intento compartir el enlace para que al menos las vistas le den algo de remuneración a los palestinos, pero… deslizo para encontrarme un clip de Rick y Morty o algún gringo haciendo el trend de paso, y se me olvida la existencia de estás personas, que mientras escribo esto podrían estar viendo cómo su casa es destruida, cómo sucede en el documental, cuando las retroexcavadoras demuelen los hogares, dejando a esto seres humanos en la obligacioón de re-asentarse en, literalmente, cuervas. El documental me hace reflexionar mucho de que estás personas son auténticas, y no deberíamos esperar a su exterminio para darnos cuenta de que lo fueron y ya no están aquí.

Enlaces de tiktok:
https://vt.tiktok.com/ZShx4HHe3/
https://vt.tiktok.com/ZShx48C5F/
https://vt.tiktok.com/ZShx4SLf7/

—Anónimo

“Es complicado”

El problema es tan complicado,
es tan largo,
tan profundo,
tan viejo,
que es más fácil darle la espalda.

Las personas eligen un bando,
como si eligieran un equipo de fútbol, porque es tan complicado
que no hay una opción correcta.

Es tan complicado
Que nos tienen que quitar el agua,
la electricidad,
el refugio,
la tierra misma,
la sangre,
la estirpe.

Tan complicado poner un dueño,
de esa tierra que proclaman,
de esa tierra que llaman suya,
y está empapada de nuestros corazones.
Cada grano de arena,
cada piedra,
lleva el nombre de nuestros muertos
¿De quién es la tierra entonces?

Ellos no deberían olvidar
que alguna vez también fueron débiles,
que también sufrieron como nosotros.
Pero esto no es una historia donde
la vida o la muerte sean protagonistas:
el poder lo es,
y por eso no es una historia humana.

Nos dicen que la tierra es de quien mata por ella,
pero no,
la tierra verdadera es aquella
por la que estás dispuesto a morir,
no a matar.

¿De verdad es tan complicado?

—Ana Sofía Arizmendi

Mamá, no me esperes en casa

Si bien No Other Land narra la situación de Khalet Al-Dab dentro del marco del conflicto entre Israel y Palestina, me gustaría centrarme en un punto central: la fuerza y la valentía de las mujeres palestinas que, en medio de la ocupación y el conflicto, se convierten en el pilar invisible de la resistencia. Su activismo trasciende la protesta; es un acto de amor por su tierra, por sus hijos y por la dignidad que se niegan a perder. Así es como la fuerza de la voz de estas madres me recuerda, inevitablemente, a las madres de las víctimas de La Escombrera, en Medellín, Colombia, en el contexto del conflicto armado, cuyo dolor y lucha representaron el primer paso para el nacimiento de los poderosos murales de “Las Cuchas Tienen Razón”, un testimonio gráfico de memoria y resistencia. Este paralelismo demuestra que, independientemente del contexto geográfico o histórico, la voz de una madre nunca se apaga. Son tan determinadas e incansables, que el amor por sus hijos se convierte en el motor que mueve su mundo y, por ende, el nuestro, aún cuando todo estalle alrededor.

En el documental se observa cómo, a pesar de la dureza cotidiana, estas mujeres construyen esperanza y vida, transformando el dolor en energía para continuar la lucha. Son ellas quienes sostienen comunidades enteras con coraje y determinación, abriendo caminos donde parece que no hay salida. Este activismo femenino se muestra como un fuego que no se apaga, una fuerza que ilumina incluso los rincones más oscuros de la guerra. Más allá de su dimensión humana, No Other Land funciona como una forma potente de denuncia pública y como una herramienta política crucial en la guerra de Palestina. Entonces, está plasmada no sólo la realidad de la ocupación, sino las injusticias y el sufrimiento silenciado, poniendo en evidencia las violaciones de derechos humanos que se perpetúan. Y es allí, justo donde se desafía el silencio internacional, que se puede influir en la opinión pública global, presionando para un cambio político y para la búsqueda de justicia y paz. Así, el activismo femenino que retrata No Other Land se convierte en un acto político en sí mismo, una resistencia visible que exige la transformación del conflicto, pues cuán difícil debe ser para una madre soportar el vacío de su hijo que no llega, pero también la incertidumbre de saber si algún día lo hará.

—Jherson Andres Cancino

Fragmentos desde una tierra que insiste

El sonido de un bulldozer no se menciona, pero se siente en los ojos de quienes miran.
Un olivo cae.
Nadie llora en pantalla.
Porque llorar también requiere espacio.
Y aquí, el espacio es lo primero que desaparece.

Un joven palestino habla con su cámara como si fuera un perro fiel.
La cámara no lo protege, pero lo sigue.
Graba lo que el mundo prefiere barrer debajo del scroll.

“No hay otra tierra.”
Qué frase tan sencilla.
Qué sentencia tan brutal.
No hay traducción suave para eso.
Como decir: “no tengo a dónde ir”.
Como decir: “esta herida es mi único pasaporte”.

Los rostros no gritan.
Eso lo hace Occidente en su lugar, desde lejos, con palabras grandes que no salvan a nadie.
Los rostros se aferran. Caminan. Filman. Caen.
Los rostros aprenden a mirar sin pedir perdón.

En otro rincón del planeta, alguien rediseña su cocina.
Mientras tanto, en Palestina, una casa entera desaparece en polvo.
No por desastre natural.
Por orden.

Alguien dice:
“Nos acusan de existir. Ese es nuestro crimen.”
Y nadie lo corrige.

Este documental no pide lágrimas.
Tampoco grita.
Simplemente queda.
Como la arena que se mete en los zapatos y no se va.

Esto no es solo una película.
Es un archivo del fuego.
Quedará cuando todo lo demás arda:
-Un niño sacando libros entre ruinas
-Una mujer recogiendo clavos
-Un activista que, incluso sin casa, encuentra palabras

Una pausa.
Un silencio que pesa más que cualquier música.
Una cámara quieta.
Eso también es una oración.
Aunque no invoque a dios alguno.
Aunque solo diga:
“Aquí estábamos. Aquí seguimos.”
Y tú, que lees esto.
¿Dónde estás mientras todo esto ocurre?

—Yulieth Alejandra Chacon


No Other Land (2024), de Yuval Abraham, Basel Adra y Hamdan Ballal.

No Other Land puede ser visto en línea aquí (parte I) y aquí (parte 2)

Encuentre aquí instrucciones de cómo NO descargar películas.

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