Un periodista me contó que cuando entró a trabajar al medio en el que hoy es editor, le encargaron la tarea de inventarse el horóscopo del diario. Un amigo en común confirmó el cuento. Me habló de las noches que el reportero pasaba escribiendo textos en los que les auguraba a los tauro días llenos de retos o les anticipaba a los géminis un encuentro inesperado. La consigna era armar un par de párrafos para cada signo con ideas vagas para que se adaptaran a cualquier persona.
¿Cuál es la diferencia entre el periodista y una astróloga reputada? Ninguna, aparentemente. El País de España describe a Susan Miller como “la astróloga más solicitada de la prensa de EE UU, famosa por su asombrosa sensibilidad para interpretar las señales que el futuro envía a nuestro presente”. Voy al texto que esta eminencia nos dedica a los capricornio para marzo y lo primero que leo es que me ‘convendría viajar a algún lugar que tenga agua, hielo, nieve, lagos, arroyos o vista al mar’. En otras palabras, no tengo escapatoria. La única manera en que puedo contrariar su recomendación es ir a una duna en el Sahara.
El falso astrólogo y la autoridad mundial apelan a lo mismo: el Efecto Barnum. Escriben cosas que le apliquen a todos y así los convencen de que sus palabras son precisas y premonitorias. El cerebro humano está programado para experimentar placer al encontrar patrones, así que le hace la mitad del trabajo al astrólogo. El creyente encuentra todas las coincidencias entre el texto que no dice nada y su experiencia personal, tan compleja que le da cabida a cualquier vaguedad. Para quien confíe en la astrología las frases del horóscopo coinciden con la realidad; las piezas encajan en el rompecabezas así toque darles martillazos.
No importa cuán mala sea la historia que nos cuenta el horóscopo. Mientras tenga suficiente fuerza para tener un lugar reservado en los medios, su mal cuento seguirá teniendo validez
Quienes realmente estén buscando argumentos científicos en contra de la astrología encontrarán mucho de lo que tienen que saber en este video corto de Carl Sagán y en esta columna de Richard Dawkins. Pero quienes comienzan una conversación preguntando“¿qué signo eres?” probablemente no están interesados en la vasta evidencia que califica a la astrología, a lo sumo, de pseudociencia. Ellos, por su parte, tendrán a la mano un sin fin de casos para rebatir el efecto barnum y todas las historias del amigo de un amigo para legitimar el poder de la carta astral.
“La astrología parece ofrecer un significado cósmico a la rutina de nuestras vidas. Le da una falsa satisfacción a nuestro deseo de sentirnos conectados con el universo”, dice Sagan en uno de los capítulos de Cosmos. Esa búsqueda de sentido es universal. Lo desconcertante es que tantas personas acudan a una historia tan mala y sosa como la que cuenta la astrología. Se convencen de que la personalidad está dictada por las estrellas y creen que los astros están en el firmamento para ser leídos como si fueran una imagen plana.
No es necesario hablar del método científico para decir que el relato de la ciencia es infinitamente más fascinante. En él la personalidad es el resultado de una interacción compleja entre genética y ambiente, y la astronomía es una ventana al vasto universo. Pero no importa cuán mala sea la historia que nos cuenta el horóscopo. Mientras tenga suficiente fuerza para tener un lugar reservado en los medios, su mal cuento se seguirá teniendo validez.
El silogismo es claro: si los medios explican lo que pasa en el mundo y el horóscopo está en los medios, entonces el horóscopo explica lo que pasa en el mundo. Ya quisieran los líderes de opinión de cualquier lugar de Iberoamérica un micrositio como el que tiene Miller en El País de España. Algunas personas dirán que el horóscopo es inofensivo. A la versión web de El País, líder entre los medios en español, entran 11,2 millones de personas al mes. Al sitio de Miller entran más de 6,5 millones de lectores. Difícilmente es inocua una información pseudocientífica que tiene más de la mitad de los lectores de El País y más lectores que los habitantes de Medellín, Cali y Barranquilla juntas.