Emociones tristes y telecrueldad El Consejo de ministros del pasado martes 4 de febrero fue una ceremonia innecesaria de crueldad en la que un grupo de funcionarios de un gobierno son llamados a un juicio televisado, y acorralados en una estructura de formas preestablecidas. Análisis.
El Consejo de ministros del pasado martes 4 de febrero fue una ceremonia innecesaria de crueldad en la que un grupo de funcionarios de un gobierno son llamados a un juicio televisado, y acorralados en una estructura de formas preestablecidas. Análisis.

«Hay que evitar que la política sea un teatro», le escuchamos decir al presidente Gustavo Petro al comienzo del consejo de ministros cuya transmisión por televisión abierta conmocionó al país el pasado martes 4 de febrero.
El presidente mencionó la necesidad de gobernar de frente al pueblo como justificación para hacer pública la reunión con su equipo más cercano de trabajo. Esperaba, con una confianza quizá más ingenua que audaz, que la cámara (las cuatro cámaras, en este caso) sería garantía de transparencia. Pero cualquiera sabe, o debería saber, que la presencia de una cámara, la conciencia de ella, lo cambian todo. La cámara se vuelve parte de la realidad y la modifica.
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Migrar hacia Estados Unidos ya estaba siendo un desafío. Los primeros once días de gobierno de Trump han mostrado que, durante los próximos cuatro años, las condiciones serán aún más adversas.
Click acá para verMuchas de las emociones políticas de los colombianos son inseparables de la televisión, un medio que no solo transmite hechos políticos y sociales, también los crea. No es posible disociar acontecimientos como la toma y retoma del Palacio de Justicia, la avalancha que sepultó a Armero, la confesión de Fernando Botero Zea que salpicó al presidente Ernesto Samper o las liberaciones o rescates de secuestrados de las FARC de las imágenes de estos hechos que emitió, en directo, la televisión.
La transmisión del consejo de ministros agrega un elemento nuevo –una frase inédita– a la serie de acontecimientos televisados en Colombia. Lo que dominaba esta primera serie eran el acto violento o su resolución, la catástrofe o el testimonio. En comparación, un consejo de ministros es un acto gris, que por su extensión, y su carácter convencionalmente deliberativo, no parece corresponder a los picos emocionales frente a los que la televisión es tan hospitalaria.
La filósofa Luciana Cadahia, como respuesta a muchas de las críticas que se escucharon mientras el consejo ocurría y en las horas siguientes, escribió en X: «La mayoría se centró en las formas, un tópico oligárquico de la vergüenza». Ese comentario pasa por alto que un consejo, una asamblea o un juicio son, en efecto, formas convencionales y no actos espontáneos. Pese a los deseos del presidente, la teatralización era inevitable. Varios funcionarios del gobierno se dirigieron al pueblo que «nos ve y nos escucha», más que al presidente o a sus colegas. Lo que sigue son pues unos apuntes sobre el particular desarrollo que tuvo la transmisión y su efectividad dramatúrgica, que no hay que confundir ni con mayor transparencia ni con mejor democracia.
Podemos entrever la realidad (la realidad de este gobierno y el carácter de los gobernantes) y encontrar sentido y significado no eludiendo las formas sino atravesándolas: el teatro es un artificio revelador de verdades.
Las emociones tristes y no la alegría revolucionaria
Según la costumbre, el presidente condimentó sus extensas intervenciones (según cálculos de La Silla Vacía, con apoyo de inteligencia artificial, Petro tuvo la palabra el 68% de la transmisión) con referencias históricas, filosóficas, literarias y musicales: Bolívar, Santander, Hegel, Facundo Cabral. Las menciones más recurrentes y álgidas fueron, por un lado, Aureliano Buendía (y la estirpe de los aurelianos de Cien años de soledad, «a los que siempre matan», dijo Petro) y, por otro, Jaime Bateman, líder histórico del M-19. Estos dos nombres dan pistas para entender, a través de su proyección en terceros, las ambivalencias internas del presidente y sus tropiezos para gobernar.
Vimos a un Petro dividido entre identificarse con el adusto y solitario Aureliano, que libró treinta y dos guerras civiles y no ganó ninguna; o encarnar la alegría de Jaime Bateman, para quien la revolución era una rumba. Como sabemos, Aureliano fue el mote que Petro eligió para su trabajo de clandestinidad en el M-19. «Hasta llegué a olvidar mi propio nombre», dijo el presidente en la transmisión. Como reacción a las rencillas hacia las que derivó el consejo, Petro expuso una larga perorata contra el sectarismo, apelando a la idea del «sancocho nacional» de Bateman y en defensa de la mezcla y la impureza de la acción política y revolucionaria.

¿Era previsible que el consejo terminara en esta «encerrona» o «sindicato» contra el recién nombrado jefe de despacho Armando Benedetti, ese otro caribeño (como Aureliano y Bateman) poseído, al decir del presidente, por los dones de la magia y la locura? Por supuesto que sí, y eso nos deja ante la evidencia de un error de cálculo. El Petro que inició el consejo y que habló de transparencia frente al pueblo, acto seguido sembró en el entorno de la reunión toda una gama de pasiones tristes como la traición o la deslealtad. Gracias a eso, y contrario a lo que se esperaba en este ejercicio de ventilación, el poder recuperó su opacidad.
El presidente llegó a decir que lo sucedido en anteriores consejos había sido revelado por algunos y dejó claro que lo que veríamos era una especie de auto de fe (sin mencionar esta referencia), esa forma esencialmente teatral que la Iglesia católica inventó para castigar la herejía y exigir un reconocimiento público y aleccionador de los pecados cometidos. «Fallamos», dijo categóricamente el presidente, pero no sin antes apelar a una estrategia para auto-exculparse. En el ambiente quedó la idea de que las fallas (y las deslealtades y el sectarismo) eran de los ministros y funcionarios, y no del presidente. «Yo soy un revolucionario, pero el gobierno no es revolucionario».
Por eso, cuando después de una hora y veinte minutos de monólogo el presidente cedió la palabra a la vicepresidenta Francia Márquez, y esta manifestó su desacuerdo con el papel de Benedetti y Laura Sarabia en el gobierno, en realidad la funcionaria no hizo más que continuar la ruta de emociones tristes trazada por Petro. Cuando cuestionan tu integridad, qué otra cosa puede pasar más que ponerte a la defensiva. La intervención de la vicepresidenta y la siguiente de la ministra Susana Muhamad, agregaron el toque de emotividad y melodrama. Fueron, a la vez, punto de giro y clímax.
Los puros y los impuros
La división entre puros e impuros es un tópico del melodrama y su visión maniquea del mundo. El melodrama está poblado de personajes malvados y de virtuosos (estas últimas generalmente son mujeres) que se sacrifican para que se restablezca un orden moral aceptable. Francia Márquez y Susana Muhamad en sus intervenciones que posteriormente fueron respaldadas por otros funcionarios, reclamaron, más que pureza, un retorno a la coherencia y a los valores éticos del progresismo que ganó las elecciones presidenciales de 2022. Invitaron a recordar el compromiso con las mujeres, los movimientos sociales y a mantener vivo el deseo de un cambio profundo (“cultural” lo ha llamado siempre el ahora exministro Juan David Correa) y no simplemente un cambio de poder.

De forma hábil, pero con consecuencias imprevisibles para su capacidad de gobernar o incluso de liderar una nueva propuesta política para el país, el presidente pasó de acusado a acusador. Se presentó entonces como el líder pragmático que no siempre es; insistió, sin mencionar casi nunca a Benedetti, en las segundas oportunidades, y articuló una llamativa teoría sobre la impureza del pueblo, atribuyéndole a los puros del drama ya planteado (Márquez, Muhamad y demás) una imposibilidad para conectar con ese pueblo que ha sembrado coca, lavado baños y pegado ladrillos en Estados Unidos o participado en el conflicto. Petro se desmarcó de la izquierda y de las prisiones de los partidos y se proclamó humanista, universal, capaz de ver el bosque entero y no el árbol solitario. No reconoció a sus contradictores, condición básica de cualquier diálogo o consenso; les señaló su presunta pequeñez.
Hay, sin embargo, contradicciones de fondo –y forma– en su actuación. Sembrar paranoia y darle cabida a la sospecha, orientar el consejo hacia esos lugares grises, como lo hizo al principio y al final, ¿no es también una expresión de sectarismo? El acto transparente que se pretendía tenía en su mismo propósito la intención de castigar y avergonzar; buscaba señalar contradictores y exponer fisuras. Aunque Petro se apartó, en su discurso, de prácticas comunes en revoluciones del pasado como la guillotina, los gulags o las purgas, la sensación dominante es que este era el consejo de la depuración, del conmigo o contra mí. Más que acoger la impureza, vimos a un presidente intransigente e impositivo. Del consejo de ministros no queda una imagen de debate abierto o de disenso productivo, sino un reguero de signos patriarcales: la monopolización de la palabra, la afirmación de la jerarquía y el rango, la lógica de la «obediencia debida». Una postal de un pasado al que nadie, creo, quiere volver.
¿Acuerdos? Confrontación
Al final del debate, ya cuando las astillas sobre la mesa eran visibles, Petro citó a Lenin: «la política es hacer amigos». Salta a la vista la distancia entre sus deseos y sus actos. Es más probable que el presidente de Colombia tenga una visión agonística de la política, como la calificarían dos teóricos que él poco o nada cita: Chantal Mouffe y Ernesto Laclau. Mouffe y Laclau consideran positivamente el papel del antagonismo en la acción política. Aunque hay un Petro que busca consensos, acuerdos o sancochos; hay otro que se exalta y busca la confrontación. Ahí se siente como pez en el agua. Por supuesto, un político puede ser muchas cosas, el asunto aquí es cuál de sus características se termina imponiendo, y si esas actitudes contrarias son una medición estratégica de la correlación de fuerzas o actitudes improvisadas al calor de los acontecimientos y las emociones.
El 5 de febrero, un día después del consejo, Petro ratificó lo que ya habíamos visto en el cierre de la transmisión: la incomodidad ante las críticas y el disenso surgido dentro de su más cercano equipo de colaboradores. Escribió en X: «Se prefirió evadir las respuestas y lanzar el ataque caníbal que es una tradición histórica no solo de la izquierda sino de Colombia». Aquí, una vez más, el Petro confrontacional se impuso sobre el pragmático. Más que trazar puentes quemó las naves.

Es bastante difícil, y no es el propósito de este texto, imaginar el reordenamiento del gobierno después de las renuncias ya anunciadas. Pero se pueden sacar conclusiones a partir de lo visto. La transmisión del consejo nos hizo testigos del papel de las emociones en la política. No es que no lo tuviéramos claro, pero la transmisión fija a la realidad una imagen de melodrama político pasional. Va a ser muy difícil desprenderse de la idea de un gobierno de intrigas palaciegas y enemistades enconadas. Es el efecto contrario a lo que buscaba la transmisión. La cámara, en su pasividad y distancia, sabe ver. Lo que sorprende no son aquí las emociones que observamos gracias a la neutralidad de una cámara que transmite en directo, sino cómo las reacciones se van encadenando: el drama y su desarrollo.
Al día siguiente, y después de su renuncia, Juan David Correa le dio una entrevista a María Jimena Duzán en la que señaló algo que tal vez quedará como la gran lección de lo ocurrido. Dijo que la izquierda necesitaba avanzar hacia una consideración del afecto, el cuidado y lo sensible. Eso fue exactamente lo que no se vio en la transmisión. Lo visible fue una ceremonia innecesaria de crueldad en la que un grupo de funcionarios de un gobierno son llamados a un juicio televisado, y acorralados en una estructura de formas preestablecidas, que, observadas tras la pantalla, resaltan por su intrínseca violencia. Me pregunto si este gobierno se va a recuperar de las emociones tristes que quedaron servidas, y si habrá un camino para recuperar la alegría de un cambio.
Difiero completamente de quienes han manifestado entusiasmo por la promesa de que todos los consejos de ministros van a ser televisados. Más que un avance en transparencia sería la afirmación de la política como espectáculo y calculada propaganda. Termino con un comentario del historiador y periodista Jorge Alberto Cote en X, que suscribo plenamente: «Ante una cámara toda realidad se vuelve una ficción que simula ser una realidad. Mayor publicidad (en el sentido de Habermas) no necesariamente es sinónimo de mayor democracia o de participación ciudadana».