El vacío tras el suicidio: la nueva novela de Brenda Navarro

[RESEÑA] Diego García, un muchacho que vive en Madrid, aunque nació en Ciudad de México, se arroja por la ventana de un quinto piso. Su hermana, la narradora de «Ceniza en la boca», apenas mayor que él, emprende una pesquisa ante una pregunta que nunca se va ni se contesta: ¿por qué?

por

Lina Vargas Fonseca


08.02.2023

Ilustración: Nefazta

El origen de Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022) podría estar en la infancia de su autora, la escritora mexicana Brenda Navarro: de niña le gustaba inventar historias. 

O en su decisión de estudiar Sociología y Economía para comprender el mundo y volcar lo aprendido en la literatura. 

O en Casas vacías, su anterior y primera novela, que en 2019 fue recibida como “la última gran noticia de las letras mexicanas” y en la que también aparecen el desamparo, la violencia contra las mujeres, la soledad y la maternidad.

O en la noticia que leyó en un periódico español —ella vive en Madrid— sobre un muchacho de 15 años que se arrojó de un quinto piso. 

O en la música de Vampire Weekend, la banda de rock indie que, al escribir Ceniza en la boca, Brenda Navarro escuchó una y otra vez. 

En “Sympathy” (que en inglés quiere decir compasión), una de las canciones del más reciente disco de Vampire Weekend, se menciona el nombre de una persona que es también el nombre de una isla perdida en el océano Índico: 

“Diego García / Surrounded by the waves / Lonely in the ocean / But in every other way / It was full of love / And the warmest fellow-feeling”. 

[Diego García / rodeada de olas / sola en el océano / pero en todo lo demás / estaba llena de amor / y del más caluroso sentimiento de fraternidad].  

Ese es el epígrafe con el que la novela abre y así se llama su protagonista: en la primera página de Ceniza en la boca, Diego García, un muchacho que vive en Madrid, aunque nació en Ciudad de México, se arroja por la ventana de un quinto piso. 

“Que un cuerpo adolescente tome la decisión de estrellarse contra el piso es un statement político: hay un adolescente que expone su cuerpo para que veamos que ha muerto”, dijo Brenda Navarro el pasado 1 de febrero en una conversación sobre su novela —ganadora al Libro del Año para las Librerías de Madrid y elogiada en toda Hispanoamérica— en la librería Wilborada 1047 de Bogotá. En la sala de esa casa antigua, rodeada de ventanales blancos, Navarro charló con el librero Alberto León Gómez, ante un público de unas 20 personas, durante una hora y media. “¿Qué le puede pasar a ese chico para que tome una decisión tan fuerte?”, dijo. “El asunto está aquí y es una pregunta de la humanidad: ¿tengo derecho a quitarme la vida? Como yo no sé la respuesta puse a la narradora a que hiciera sus propias preguntas”. 

A comienzos de 2020 Navarro tenía en mente a Diego García. Pero llegó la pandemia y, en medio de la incertidumbre, ella usó los breves momentos diarios en los que estaba permitido salir a caminar para conectar sus audífonos a Vampire Weekend y pensar en el resto de la novela. Decidió que la narradora, de quien no se dice el nombre, fuera la hermana de Diego, apenas mayor que él, pero su principal cuidadora desde que ambos eran niños y la madre los deja con los abuelos para viajar de México a España a limpiar casas. Luego, con algo de holgura económica, la madre los lleva con ella. 

A lo largo de la historia, la narradora —que es también protagonista— intenta dar orden a la confusión que cubre la muerte de su hermano y emprende una pesquisa ante una pregunta que nunca se va ni se contesta: ¿por qué? Su voz desde un futuro no demasiado lejano es rotunda, poética en su austeridad, dolorosamente realista, a veces incluso no se permite titubear a pesar del dolor y la opacidad. Entonces recuerda distintos momentos de la vida compartida con Diego a través de las cuatro partes en las que se divide el libro y que se corresponden con una geografía clara: México-España-México-España. 

“¿Era porque lo molestaba el Bolivia, o porque en clase de música le dijo el tutor que no se recargara en la pared porque dejaba la grasa de su pelo? ¿Era porque a veces no llevaba dinero y se quedaba con hambre después de comerse un bocata? ¿De qué, por qué?, preguntaban, pero nadie supo”.

En la primera parte aparece la infancia de los chicos con sus abuelos en un México de alguna manera feliz, pero tras el que se esconden silencios familiares en torno a un pasado violento, la ausencia del padre, la ilusión de estar con la madre, la promesa de vivir  en otro continente, en un país a once mil kilómetros de distancia. Entonces ellos viajan a Madrid y esa ilusión se rompe pronto. “Sofocados en Madrid, porque mi mamá por años nos dijo que íbamos a llegar al sueño prometido y no pudo sostener esa mentira: ni promesa, ni comodidad, ni nada; si acaso, yo me sentía un poco más pobre que en México; si acaso, más retraída y peor vista”. 

En Madrid ocurre además que el niño criado por su hermana, el niño que veía aviones en el cielo y creía que allí iba la madre, “ya no era el niño del cabello rizado y los dientes chimuelos que se me echaba encima y me abrazaba y me pedía que nos echáramos a correr”. Ahora es un adolescente taciturno, ensimismado, enojado. “¿Era porque lo molestaba el Bolivia, o porque en clase de música le dijo el tutor que no se recargara en la pared porque dejaba la grasa de su pelo? ¿Era porque a veces no llevaba dinero y se quedaba con hambre después de comerse un bocata? ¿De qué, por qué?, preguntaban, pero nadie supo”. 

Ese no saber o no entender es, quizás, de lo que se trata Ceniza en la boca: la muerte de un hermano, la comunicación difícil con la madre, pero también cuestiones estructurales como el abuso sexual, la discriminación y la xenofobia son temas que recorren la novela. En la segunda parte, la narradora se emancipa de la vida familiar y viaja sola a Barcelona a ser trabajadora doméstica y cuidadora. Entonces se abre un mundo de nuevas y solapadas violencias: el racismo y la precarización laboral, matizada, igual, con las luchas de las mujeres por sus derechos, y un cierto feminismo, más de orden académico, que no termina de abarcar la situación migrante: “¡Que me dejes, inútil, bruta, india!”, le grita una anciana a la que la narradora cuida. 

«Creo que es una de las partes más dolorosas que tenemos como seres humanos: cuando debemos aceptar que no nos van a proteger, sino que tenemos que protegernos a nosotros mismos» — Brenda Navarro

Durante la charla en la librería Wilborada 1047, Brenda Navarro dijo sobre la narradora: “Tenía que ser una mujer en el proceso de convertirse en adulta porque para mí este libro se trata de volverse adulto, del duelo al dejar de ser adolescente. Creo que es una de las partes más dolorosas que tenemos como seres humanos: cuando debemos aceptar que no nos van a proteger, sino que tenemos que protegernos a nosotros mismos”. Cuando ella vuelve a México, a la casa donde creció, con las cenizas de su hermano, descubre una realidad sombría de desaparición, violación y asesinato. Sus abuelos le ruegan que regrese a España. Y en una escena aparentemente cotidiana, la narradora y su abuelo se asoman a un puente peatonal a medio camino entre la Ciudad de México y el terminal aéreo en el que ella pronto tomará —de nuevo— un vuelo a Madrid. Se quedan en ese lugar de tránsito. El abuelo le pregunta cuál era la canción favorita de Diego y ella canta algo de Vampire Weekend. Esparcen las cenizas y Diego García permanece ahí, suspendido para siempre.  

Casi por inercia, la narradora viaja a Madrid para finalmente encontrarse atrapada, sin lugar en el mundo. En ese ningún lugar acontece una cierta revelación y entonces ella dice: “Qué pinche razón tenías, Diego, qué de cosas que comprendiste desde siempre. Porque una se hace tonta, cree que entiende y sigue, pero él, él no quiso seguir. ¿Para qué seguir?”

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