‘El Talibán’ vende pañales. Vende pañitos húmedos, curitas, jarabes y pastillas. ‘El Talibán’ tiene la cara del Che Guevara, su imagen y su estampa; pero además tiene nombre de mujer, se llama Angela.
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La acera es ancha y sucia, decenas de vendedores de frutas, chicles, empanadas, zapatos viejos, celulares, cables y cedés, se pelean por cualquier centímetro cuadrado para instalar los carros, manteles o muebles en los que venden sus productos. El sonido de Transmilenio y el gris de la calle se mezclan con el sol de medio día y el ruido de cientos de voces que intercambian precios y productos. La atmósfera es un caos. Dos palmas de cera muertas —chamuscadas en medio de la artificial jardinera que intenta separarlas del concreto— son testigos del abandono y el descuido de la gente. Unos metros más adelante, la última palma viva de la cuadra se ahoga en basura. Letreros blancos, azules, rojos; vitrinas llenas de buñuelos, un trancón y los pitos.
Al frente está la Estación de la Sabana, un edificio de estilo neoclásico que por casi ochenta años funcionó como sede de los Ferrocarriles Nacionales, y el cual —desde comienzos de los noventa— entró en decadencia por el abandono del Estado. Su fachada es alta y con columnas; en la punta, –en lo más alto– un Cóndor de piedra, le voltea la mirada al Che, a ‘El Talibán’ y a Angela, quienes al fin de cuentas, son uno solo.
La tienda ‘El Talibán’ está a la altura de la calle 13 con carrera 18 en Bogotá, cerca a la entrada del tradicional sector de San Andresito de San José, una de las zonas comerciales más importantes de la ciudad. Cientos de avisos buscan cautivar la atención de los transeúntes. Sin embargo, pocos son los que lo logran, al menos de la forma que lo hace ‘El Talibán’. Su letrero ocupa todo el ancho de la casa y está justo debajo de la ventana del doctor Jesús Escamilla, odontólogo del sector. Tiene un fondo en degradé, que pasa de rojo primario a azul rey, como retratando un atardecer llanero. En la parte superior se indica que es una Pañalera y Droguería; más abajo en letras doradas está el nombre Angela y en el siguiente renglón, en letras doradas con efecto de brillo se lee ‘El Talibán’. A la izquierda, en primer plano y mirando al horizonte, está Ernesto Guevara –El Che–.
La entrada es amplia y tiene un marco blanco. En la parte superior está escrito en cursiva ‘El Talibán’, y un par de viñetas con la forma de la cabeza de Fidel Castro, parecen proteger la droguería. A la derecha hay un corredor con vitrinas de piso a techo. En medio de la infinidad de productos y cajas de medicamentos, aparece la crema de árnica, sueros de colores, cuchillas de afeitar, pilas AA, champús de varias marcas y pañales para bebé.
El día a día de ‘El Talibán’ transcurre principalmente en la atención de sus clientes. La gente entra, cuenta su problema y es aconsejada. Hacen su pedido, confirman la lista, pagan en la caja y se les entrega la mercancía. ‘El Talibán’ no solo les vende productos de bienestar, sino que también se convierte en una especie de centro de consejería en salud; varios clientes recurren a la experiencia de sus empleados y siguen su consejo sin dudar.
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“–¿Dónde nos vemos?
–Nos vemos donde ‘El Talibán’ ”
Germán Laguna se dejó crecer el pelo. Después de muchos años de trabajar y tras montar una droguería llamada ‘Donde Germán’, se quedó sin empleo porque el negocio no funcionó. Su barba y su pelo crecieron —crecieron tanto— que se ganó varios apodos, entre esos le decían El Talibán. A él no lo sorprendió y de hecho no le molestaba, conocía a los talibanes desde mucho antes por su interés acerca las ideas revolucionarias en contra de Estados Unidos. Laguna, socio y cabeza de la pañalera y droguería ‘El Talibán’, se declara enemigo de las ideas del gobierno estadounidense: “se meten en todos los países del mundo, en cosas que no les incumben en los más mínimo, solo para demostrar su poderío” –dice–. Al mismo tiempo, Germán se declara apolítico, simplemente se siente afín con alguna ideología, pero no le gusta la política en la práctica. Su interés por las ideas de la revolución cubana, ha sido una constante “Soy muy, muy partidario de las ideas del Che” –menciona–.
Hace 30 años, mientras trabajaban en la misma empresa, El Talibán conoció a María de los Angeles Velandia —a quien por lo largo del nombre siempre le han dicho solo Angela—. Ella desde joven se dedicó a las droguerías, porque no la empleaban en otros lugares por su corta edad; y pasó de cajera a socia en pocos años. Angela cuenta que ella y el Talibán estaban en sedes distintas, pero que eso no fue un problema porque «él venía hasta mi sede, hablábamos y así se fueron dando las cosas».
Estando juntos y después de varios años de ser empleados, unieron fuerzas, dinero y ganas para montar su propio negocio: la Droguería Angela. Comenzaron en un local frente a la Estación de la Sabana en el centro de Bogotá. El espacio era pequeño, en un segundo piso y no les iba muy bien porque “quién sube por una pasta a un segundo piso”. Hace casi catorce años —en el 2000— lograron quedarse con el local en el que están actualmente. Dos vitrinas y un pequeño mueble blanco –que aún conservan– era todo lo que tenían, así a punta de vender pastillas lograron construir una empresa.
Laguna asegura que es amigo de las cosas poco comunes y le gusta llamar la atención. Pensando en el nombre de su droguería, y para no pasar desapercibido entre cientos de letreros, decidió modificar el original. Pero “¿Qué nombre, qué nombre? y como me decían El Talibán, y los talibanes estaban de moda por las torres gemelas…pues pongámosle ese” recuerda German.
“Él antes duró como dos o tres años con esa chivera y su bigote así grande, todo el mundo decía que parece el hijo del Chegue, todo el mundo decía que era como su hijo, y todos se preguntaban ¿por qué ‘El Talibán’?” asegura doña Amalia Ruiz, propietaria de la tienda ‘El Punto de la Libélula’, negocio contiguo a la droguería. “Él le da al pan pan y al vino vino, es una persona directa” recalca.
La idea del letrero surgió gracias a un amigo que se lo ayudó a diseñar. “Él me dijo: Hermano ¿por qué no le pone más bien ‘El Che’ en vez de ‘El Talibán’?, pero a mi me parecía como más llamativo ‘El Talibán’. Al final decidimos montarle la imagen de El Che, me mostró el bosquejo y le dije -¡Hágale!”. La prueba reina, dice Germán, la vivieron cuando pasó por el frente de su negocio la primera marcha estudiantil. “Esos son los verdaderos revolucionarios y lo que hicieron fue aplaudir y tomar fotos”.
A Angela no le pareció descabellada la idea, sabía de los intereses de su esposo y era una forma de darle gusto en algo de lo que Germán cree. “A él le parece un gran logro que hubo alguien que le dijo a Estados Unidos: tome”, refiriéndose al ataque a las torres gemelas. No es que les alegre el atentado del 9/11 ni que quieran promocionarlo, simplemente se identifican con algunos de sus ideales “ellos [El Ché y Osama] luchaban por un pueblo, luchaban porque las cosas fueran más justas, porque todo fuera como muy equitativo, no que todo quedara en manos de unos cuantos y el resto pasando necesidades”, recalca Germán.
Después de más de una década de haber cambiado el letrero, lo único que han recibido son buenas críticas y muchos comentarios curiosos. “Una vez vino un argentino que recorría América en bicicleta, nos contó que se había quedado dos días más en Bogotá para venir a saludarnos porque había visto la tienda cerrada. Hablamos de muchas cosas, de El Che, del letrero; tomó fotos y nos felicitó”. Además, las ventas aumentaron significativamente, el letrero hizo que la tienda fuera visible y que a muchos desprevenidos que caminaban por el sector, les quedara una duda en la cabeza. Según Germán, unir en su letrero las palabras droguería, Angela, pañalera y Talibán, junto a la imagen de El Che Guevara, no solo muestra que él no está de acuerdo con muchas cosas que pasan en el mundo, sino que él encuentra una relación: todas las palabras del nombre buscan una vida mejor para la gente. Unos quieren hacer un cambio con las armas y las palabras, otros con productos para bebés, medicinas y consejos.