El salón de clases

No hay un lugar que me haga sentir más vulnerable y poderosa a la vez que el salón de clase. No hay un lugar que me haya permitido cuestionarme tanto como este. No hay un lugar que me dé tantas oportunidades constantes para cambiar paradigmas y para generar reflexiones como el salón de clase.

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No es NoЯmal


02.12.2018

Por: Natalia Martínez*

En estos días que tanto se ha hablado de educación y que estamos terminando el semestre, he estado en constante reflexión sobre lo que el aula genera en mí. El salón de clases es ese lugar donde coluden 500 sentimientos a la vez, donde se me revuelca el estómago, positiva y negativamente. Pararse a dar clase no es nada fácil, a no ser que se tenga el don de hablar en público y de no ponerse nerviosx nunca en la vida. La dificultad incrementa si además uno solo tiene un par de años más que la gente que está sentada del otro lado. Llegar al salón de clases es enfrentarse a distintas realidades, exponerse a prejuicios, afrontar miedos, aprender antes de enseñar. Estar ahí no es solo retar a los estudiantes, sino retarse a uno mismo y a los estigmas de aquellos sentados en frente. Mi reflexión va entonces en dos sentidos (negativo y positivo, muy a lo economista, “depende”).  

 

Algunos días, ir a dar clase me hace sentir triste y desanimada. A veces, se perciben miradas y actitudes de personas que dudan del hecho de que uno está parado en frente enseñándoles. Les da desconfianza tener a una mujer hablando de derivadas implícitas, sobre todo si no lo hace de una manera “maternal” o si les habla «fuerte” cuando no ponen atención.  

 

Constantemente está en mi mente la pregunta de si mis estudiantes se comportan igual en las clases que dan mis compañeros hombres, si van a reclamarles o pedirles favores de la misma manera que me los piden a mí. Siempre me pregunto cuáles serán los comentarios que les harán a ellos en la encuesta de profesores y cuáles serán los que me harán a mí.

Son dudas genuinas que me persiguen todo el tiempo, al igual que la constante necesidad de probarle al mundo -y a mí misma- que me gané el puesto en el que estoy y que nadie me lo regaló, de probar que no soy una impostora.

 

Por otro lado, hay días en que ir a dar clase me hace extremadamente feliz, me motiva y me da nuevas oportunidades de sentir que estoy ayudando a cambiar el mundo. El salón de clases tiene ese mágico poder de hacerme sentir en extremo poderosa, y no lo digo de manera arrogante, ni porque crea que tengo un poder superior o jerárquico sobre los estudiantes que tengo en frente (para mí, allí todos somos iguales). Lo digo porque, por alguna razón, me muestra que los tiempos han cambiado, que hace 50 años nadie se imaginó a una mujer dándole clase a un grupo de 20 estudiantes, que además está conformado heterogéneamente por personas de múltiples identidades.  

 

Me empodera saber que hago parte de un equipo de trabajo de gente preparada, y que dentro de ellos estoy yo; que mi trabajo dio fruto y que a mis profesores no les importó mi género, sino mi ética y desempeño, para darme la oportunidad de dar su clase y depositar en mí la confianza de acompañarlos en el desarrollo de su curso y en la formación de personas. Me empodera saber que uno puede ser un referente para el 20% de mujeres en mis clases, mostrar que nosotras también podemos estar ahí paradas en el tablero. Me empodera saber que, para el resto de asistentes, puedo llegar a ser un referente de trato respetuoso e igual para todxs. Me empodera saber que se pueden romper estereotipos ahí adentro, que no les va a sorprender ver más diversidad entre sus profesores, sino que van a celebrar esta diversidad.  

 

Creo que el salón de clases no está únicamente diseñado para incrustar en los estudiantes un programa establecido y llenar páginas en un cuaderno con 80 ecuaciones. Para mí, es un espacio de formación ética y social. Estamos en un salón casi un cuarto de nuestra vida y es allí donde podemos ver comportamientos y actitudes, ¿Qué mejor sitio para aprender a ser un ser humano que allí adentro? ¿Qué mejor sitio para darse cuenta de que todos merecemos respeto? ¿Qué mejor sitio para cuestionarnos y darnos la oportunidad de repensar lo que se nos ha impuesto?  

 

Creo que la conclusión de todo esto es que no hay un lugar que me haga sentir más vulnerable y poderosa a la vez que el salón de clase. No hay un lugar que me haya permitido cuestionarme tanto como este. No hay un lugar que me dé tantas oportunidades constantes para cambiar paradigmas y para generar reflexiones como el salón de clase. Esta reflexión es, entonces, una invitación a aprovechar que tenemos acceso a estar en este lugar privilegiado, donde podemos cuestionar lo establecido y celebrar la diversidad.   

 

Economista que, en lugar de escribir la tesis para graduarse, escribe artículos a las 3 a.m. mientras sufre de insomnio.  

Perdonarán las alusiones y términos económicos a lo largo del texto; después de 7 años, es inevitable.

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