[N. del E: Esta nota incluye testimonios de personas que tuvieron COVID-19. Estos testimonios se presentan para mostrar lo que significa vivir una cuarentena obligatoria y en ningún momento deben leerse como consejos médicos sobre el COVID-19. Si cree que usted podría estar contagiado, no deje de contactar servicios de salud]
El virus muestra su verdadero rostro cuando habita el cuerpo propio, cuando lo vemos en el espejo. Cuando las cifras se convierten en dolor en las articulación y los rumores son un nudo asfixiante en el pecho.
El virus llegó varias veces. Primero fue a penas un nombre, hace exáctamente un año, cuando la gente empezó a toser en Wuhan. Luego eran cifras que iban creciendo y que empezaban a armar un cerco a nuestro alrededor. Luego llegó con la cuarentena. Hablamos entonces de picos y de golpe los que empezaron a toser fueron nuestros conocidos. Y se tan, tan cerca.
Pero el virus es ya innegable cuando entra a habitar el cuerpo, cuando aparecen los síntomas y el resultado positivo de una prueba. Y cuando lo hace, cuando habita el cuerpo y muestra su verdadera cara, todo lo que creíamos saber del virus se vuelve relativo. El virus llega y adopta sus propias formas en cada cuerpo, también en cada casa. Aparecen nuevos y pequeños aislamientos dentro del aislamiento que ya sentíamos sofocante. Surge una nueva ansiedad, nuevas angustias. La muerte husmea y a veces se manifiesta. El virus, de cualquier forma, no pasa en vano.
Este es el testimonio de cuatro personas que estuvieron contagiadas de Covid y que desde sus aislamientos contenidos han tenido que lidiar, en soledad, con el virus y con lo que arrastra en su paso.
1.
Los síntomas empezaron a principios de noviembre. El primer día me sentí débil y un poco mareado. Al día siguiente me levanté con más fuerza, pero cuando fui a desayunar la comida no me supo a nada. Ahí me asusté. Ese mismo día llamé para hacerme la prueba. Me la hicieron al día siguiente y en efecto salí positivo.
Los días antes de que me dieran el resultado fueron más llevaderos porque guardaba la esperanza de que fuera negativo, pensaba que solo serían un par de días de no salir mientras me mejoraba. Cuando salí positivo todo cambió. Lo primero que se apoderó de mí fue la preocupación por mi madre, que es mayor de 60 años y vive conmigo. Llamé a mi hermano y decidimos que lo primero era que ella se hiciera la prueba.
Después de eso vino todo lo de avisarle a la gente con la que me había visto recientemente. Eso es un video, uno siente responsabilidad y culpa, así no la tenga, de pensar que pudo haber contagiado a alguien. Hay gente que se asusta muchísimo y que piensa que si uno ya dio positivo ahora todo el mundo tiene Covid. Pero afortunadamente ninguna de las personas con las que me había visto salió positivo: ni mi madre, ni mi novia, ni mi jefe con quien había estado de viaje. Ahí entonces se volvió un tema muy personal en el que quedaba preguntarme cómo sobrellevar la enfermedad solo.
Ahí llegó la tristeza de saber que no iba a poder ir ni al cumpleaños de mi sobrino, ni al cumpleaños de la hermana de mi novia, que eran los días siguientes, ni a un paseo que estaba planeando con amigos. Eso me puso muy triste porque las salidas ahora son muy contadas y yo en general he estado muy guardado en la cuarentena.
Pero lo difícil también fue caer en cuenta de que iba a estar, bajito, unos 10 días más encerrado en el cuarto. Creo que los primeros días no son tan difíciles, pero ya el quinto o sexto día empieza el desespero. Además uno se siente como una lacra por tener Covid, sentía como si tuviera lepra. Ese encierro me dio muy duro. Hubo varios días además de dolor de cabeza, de un poco de escalofríos, de no poder ni siquiera saborear la comida ni poder oler.
El encierro traté de llevarlo hablando con amigos, llamando a mi pareja, a mi familia. Creo que también es una fortuna tener un trabajo que ocupe la cabeza. Me di cuenta de que a pesar de que WhatsApp y las redes venden esta idea de que uno está más conectado, son herramientas que no me dan una sensación de compañía ni de estar conectado con la gente. Por el contrario, me hacían sentir más solo, más aislado. A veces solo quería apagar todo, pero no podía por el trabajo.
En general me sentía muy solo, así mi madre estuviera en la casa los primeros días, antes de que saliera negativa y se fuera donde un familiar para que yo pudiera tener más espacio en la casa. Muy solo.
Tal vez el día más difícil, en el que peor me sentí, fue el noveno día de encierro. Ese día todo se juntó: me peleé con mi mamá, tuve un mal día en el trabajo, y los amigos con los que iba a viajar estaban terminando de cuadrar el paseo al que yo ya no podía ir. A las 7 de la noche yo tenía un desespero y un desasosiego horribles, estaba muy puto con la vida. Decidí tomarme un whisky, que no me supo a nada pero sí me alivió. Fue un plan de ponerme a escuchar música y relajarme muy a propósito, respirar, tranquilizarme porque la estaba perdiendo. El resto de días estaba más que todo aburrido, pero ese día además estaba triste y bravo.
Cuando pude volver a salir, lo primero que hice fue ir a comer con mi novia. Fue una salida muy exprés, pero me sentí muy bien de salir y verme con ella, de respirar y caminar. Fue muy bonito así estuviera diluviando. Pero realmente el día que mejor me sentí fue una noche que fui a una reunión de amigos. Ese día me di cuenta de que extrañaba mucho interactuar con la gente, incluso con quienes había estado hablando durante el encierro. Pero incluso a ellos siento que los volví a reconocer. Eso fue muy bello, sentí que volví a la vida, estuve muy contento. Quince días no es mucho pero en esa situación se sienten larguísimos.
Ahora, después de haber salido de todo, siento que la experiencia me dejó una lección de paciencia, de darme cuenta de que la cabeza fácilmente se puede ir a la mierda, pero que también uno es capaz de controlar la mente. Creo que en medio de todo eso fue interesante, poner a prueba el control que uno tiene sobre uno mismo. Y por otro lado creo que ahora sé que el hecho de que una persona se contagie no significa que va a contagiar a todas las personas que tiene alrededor, como me pasó a mí. Eso me ha relajado más respecto al virus, porque yo sí estaba muy asustado con la situación, sobre todo por mi madre.
Ahora sigo siendo igual de cuidadoso que antes, porque si bien hay poca posibilidad de volver a contagiarse, puede pasar y las recaídas pueden ser graves. Pero sí me he sentido liberado. Ya no salgo a la calle pensando todo el tiempo en Covid, ya no me da tanto miedo hablar cerca con alguien conocido. Eso no significa que voy a dejar de usar tapabocas y empezar a toserle a la gente en la cara, pero sí creo que me siento más ligero, menos paranoico. Eso me ha hecho la vida más fácil, más liviana.
2.
Yo empecé con síntomas a principios de junio. Ese día había salido a averiguar unas cosas para reactivar mi negocio y cuando volví me estaba doliendo la cabeza. Al siguiente día amanecí con fiebre y decidí aislarme en mi cuarto, lo primero que pensé era que podía ser Covid y no quería contagiar a nadie. Les avisé a mis tres compañeros de casa que me sentía mal y que me iba a encerrar.
Empecé a tomar acetaminofén pero no se me quitaba el dolor de cabeza. Entonces me puse a llamar a mi servicio de salud, estuve llamando todo el día pero solo me contestaron hasta el día siguiente. La respuesta fue que los síntomas eran leves y por eso no mandaban ni médico ni prueba. De ahí en adelante solo fueron apareciendo más síntomas: dolor en el cuerpo y en las costillas como si me hubieran cogido a golpes y debilidad general. Unos seis días después del primer dolor de cabeza se puso peor: dolor en el pecho y un silbido en un pulmón cada vez que respiraba. Al décimo día empecé a expectorar de un color muy oscuro.
Mientras eso pasaba, el único control médico que tuve fue el de una prima, que es médica. Al mismo tiempo seguía llamando a la EPS para que me hicieran la prueba, y nada. Un día decidí ir a urgencias: no me hicieron la prueba, solo me mandaron varios medicamentos que no me ayudaron mucho. Otro día fui a un laboratorio donde podía pagar para hacerme la prueba, pero cuando llegué había demasiada gente, estaba colapsado. Me dio susto quedarme y contagiarme en caso de que lo mío no fuera Covid.
La prueba me la hicieron por mi EPS 15 días después de empezar a llamar. El resultado, que salió positivo, se demoró 15 días más en llegar.
Las primeras dos semanas estuve totalmente encerrado en mi cuarto. No salía para nada, mis compañeros de casa me dejaban la comida en la puerta. Después de eso, cuando me empecé a sentir mejor gracias a un antibiótico que me recomendó mi prima y que fue lo único que me mejoró, empecé a salir más del cuarto. No lo hacía mucho y procuraba hacerlo cuando ninguno de los otros estuviera por ahí, siempre con tapabocas.
Al mes, cuando supe que era positivo y le dije a mis compañeros de casa, volví a encerrarme unas dos semanas más, esperando que me dieran el resultado de una segunda prueba que ya me había hecho. Esa, que también se demoró, volvió a salir positiva. En total fueron casi dos meses los que estuve aislado. Al final de todo ese tiempo me hicieron una tercera prueba, que otra vez salió positiva, pero en ese punto ya el Gobierno había decretado que no era necesario hacer más de una prueba sino que después de pasar dos semanas sin síntomas ya daban de alta.
Definitivamente lo peor de todo ese tiempo fueron las primeras dos semanas. Yo creo que estar preso se debe sentir muy parecido. Además en esa época estaban subiendo las muertes por Covid, entonces no era solo estar muy enfermo sino además dudar de si me iba a curar o si me iba a morir. El corazón, porque no estaba respirando bien, se me puso al tope y sentía que en cualquier momento me podía fallar. Por eso me tocó cancelar todo el consumo de noticias, porque solo eran especulaciones que no ayudaban con la ansiedad de estar encerrado y no saber qué iba a pasar. El número de muertos en el noticiero era como gasolina para la ansiedad. Pensé de nuevo en y que a uno le digan: de pronto le damos pena de muerte.
Tal vez el peor día de todos fue un día que estuve a punto de decirles a mis compañeros de casa que me llevaran al hospital. Ellos estaban en la sala parchando y recuerdo que mientras escuchaba toda su conversación yo estaba metido en la cama temblando de la fiebre. En la mala. Ahí me puse a rezar hasta que me quedé dormido.
Cuando ya estaba saliendo de todo conseguí un nuevo trabajo y ahí ya mi cabeza tuvo algo en qué concentrarse. Seguía teniendo síntomas leves, dolorcitos de cabeza, me dio otitis. Eventualmente, cuando ya llevaba como tres semanas sin síntomas me dieron de alta. El primer día que salí fui a ver a mi hija, ahí ya había más excepciones para poder salir.
Lo bueno de todo esto es que nadie de los que tuvo contacto conmigo se contagió: ni mi hija, ni mi ex, ninguno de con los que vivo, ni mi novia que un día se quedó conmigo cuando yo seguía siendo positivo.
Después de eso, yo le tengo mucho respeto al virus, porque todavía no sé si eso repite o no. Hay artículos contradictorios: algunos dicen que uno queda con inmunidad un tiempo, otros dicen que sí repite pero más suave. Yo no sé si quedo portador del virus o no. Pero poco a poco he ido soltando, ya cogí Transmilenio un día, aunque volví a bañarme como si trajera la ropa untada de algo radioactivo. Yo trato esa vaina con respeto porque esa maluquera da muy feo, parce.
3.
Acababa de llegar de viaje hace unos días cuando empecé a sentir esos sudores fríocalientes de fiebre. Esperé que no fuera nada, pero al día siguiente me dio una fiebre fuertísima. Empecé a tomarme la temperatura: pasó de 37 a 35 y luego a 38. No bajaba. Toda la piel se me puso muy sensible. Me di cuenta de que no podía negar lo inevitable.
Llamé para pedir el examen y vinieron a hacérmelo a domicilio: salió positivo. Además de la fiebre no tenía ningún otro síntoma, pero desde que supe que era positivo, mi cuerpo, o tal vez mi cabeza, empezó a aceptar que tenía el virus.
Los primeros tres días, en los que estuve muy débil, fueron los peores. Hubo varios momentos en los que sentí una desesperación total de no poder hacer nada, porque ni el cuerpo ni la mente me daban: trataba de leer, de ver películas, de dar una vuelta en el apartamento. Nada de eso lo podía hacer por la debilidad. Tenía muchísimo frío pero todo lo que me ponía me hacía sudar muchísimo y me molestaba en la piel. Y además sentía muy afectada mi velocidad de pensamiento, tenía dificultad para encontrar las palabras. Eso me preocupó muchísimo.
En general era una sensación de estar totalmente fuera de control, de no poder hacer nada y no poder encontrar alivio de ninguna manera. Lo único que me sentaba bien era bañarme, por eso me bañé más que nunca, seis o cinco veces al día, era lo único que me calmaba la fiebre y el malestar en la piel.
Todo eso duró 72 horas. Luego llegó el día en que me levanté y ya no tenía fiebre: empecé a recuperar energía, a comer mejor, a caminar. Después de eso estuve perfecto, pero irónicamente, después de cinco días de estar bien, perdí el olfato. Hasta hace poco lo empecé a recuperar, tres semanas después de los primeros síntomas.
Yo siempre pensé que los seis meses de cuarentena iban a servir mucho de práctica en el momento en que llegase a contagiarme. Pero la realidad es que cuando uno está sano estar encerrado es muy distinto. Para mí la cuarentena fue muy productiva: leí, trabajé, me ejercité y comí mejor que nunca. Pero en el momento en que me contagié no pude volver a hacer nada, perdí absolutamente el control.
Eso creo que fue lo más fuerte de todo, porque cuando ya dejé de sentirme mal volví a la rutina que he tenido en cuarentena. Tampoco fue difícil pasar ese tiempo solo, yo vivo solo, con una perrita, y estoy acostumbrado; pero además en esos momentos de debilidad prefiero no estar acompañado. Es una una cosa muy personal, pero si estás en la cama sudando prefiero estar solo y no incomodar a nadie. Eso también me daba el alivio de no tener que preocuparme por contagiar a nadie, que creo que es lo más importante de todo.
De todas maneras, apenas supe del contagio, llamé a las personas con las que me había visto recientemente, que por suerte no se contagiaron. Antes de encerrarme, yo había empezado a verme con un círculo cerrado de gente cercana, también con familia, a ellos no los veo desde el momento en que supe que tenía el virus. Cuando estaba enfermo, no estaba pensando realmente en ver a la gente. Pero cuando me empecé a sentir mejor sí tuve un poco el sentimiento de destierro. A pesar de eso también tengo un poco de calma por pensar que ya pasé lo peor de todo, espero. De hecho siento que haber pasado por eso me está dando una tranquilidad que no tenía. Antes cuando salía lo hacía con mucha precaución, y no lo voy a dejar de hacer, pero creo que ya no tendré tanta preocupación por contagiarme por los anticuerpos.
Ahora, tres semanas después, estoy esperando a hacerme un segundo examen para volver a salir. Se supone que por los lineamientos de la OMS, después de 14 días ya uno no contagia a otros, pero yo prefiero tener la seguridad de un segundo examen, eso me hace sentir mucho más cómodo.
4.
A mí me dijeron que mi esposo se murió por Covid, pero yo creo que no murió por Covid. Él estaba en el hospital y yo estaba en la casa encerrada en una alcoba porque me habían dicho que mi examen también era positivo. Pero él estaba enfermo por otras cosas y que dijeran que murió por Covid se me hizo raro.
Mi esposo tenía muchas complicaciones. Empezó como una úlcera, pero luego fueron los riñones, unos cálculos, y ahí le hicieron siete cirugías en un solo año, era demasiado y más para él que tenía 72 años. Le dañaron los riñones y tuvo que empezar diálisis. Luego me enseñaron a hacerlo en la casa, tenía que quedar como un cuarto de clínica, con todo cerrado. Le iban a tomar fotos de lo bien que quedó. Pero alguno de los días que tuvimos que ir a la clínica, él cogió algo y se empezó a poner malo. Eso luego me lo dijo un médico cuando después le llevamos las bolsas de la diálisis que estaban saliendo muy oscuras. Ahí dijeron que lo tenían que operar porque tenía peritonitis, que era urgente. Lo terminaron operando como cinco horas después.
Ese día sentí por tercera vez que mi esposo se me iba en tanta cirugía. De esa operación quedó sufriendo de la presión. Así duró otro tiempito. Y la última operación fue cuando decidieron cambiarle la diálisis al brazo. Después de eso se siguió empeorando, el brazo yo se lo veía mal, le empezó Parkinson y además un brote en el cuerpo. Luego fue una pierna que se le puso morada. Le mandaban nueva droga pero no mejoraba. Y además ya se estaba sintiendo muy mal porque había bajado de peso y decía que se había vuelto feo y arrugado. Decía que ya se había vuelto un viejito.
Así fueron estos últimos seis meses, cada vez iba decayendo más y como estaba el Covid me decían que no lo podía llevar a la clínica. Entonces no podíamos hacer nada, él además era muy necio para ir a la clínica y estaba el miedo de que se fuera a infectar. Sólo nos mandaban droga y, confiando en ellos, eso hicimos.
Él salió mal de la última diálisis que le hicieron. Cuando llegamos a la casa llamé a la clínica y dije que lo veía muy mal, pero no quisieron hacer nada. Entonces llamé a Emermédica y ellos se lo llevaron ahí mismo para urgencias. Él estaba delirando, se arrastraba, cosas impresionantes.
Eso fue el 9 de agosto, el último día que lo vi. En la clínica lo metieron a un cubículo que luego una enfermera me dijo que era para los de Covid. Que lo habían metido ahí porque no había más espacio y que como él venía tan mal ahí le podían poner respiración. A las 11 de la noche me dijeron que ya no podía estar más con él y que llamara al otro día porque no podía volver a visitarlo.
A la mañana siguiente lo llamé, en un momento me pasó a una enfermera que me dijo que él iba a pasar a pieza y que me advertía que había salido con Covid.
Esa semana estuvimos hablando por teléfono, a veces hablábamos hasta seis veces al día. Él me contaba que no le habían puesto nada, solo le hacían exámenes. Yo estaba al mismo tiempo encerrada en una alcoba con baño, porque después de que el salió con Covid me dijeron que me tenía que hacer el examen y salí positivo. Me tocó encerrarme y mi hijo tenía que dejarme la comida en la puerta.
Uno de esos días me llamó el médico de mi esposo y me dijo que esa noche él había estado mal y que lo habían tenido que reanimar, que si yo autorizaba que lo llevaran a cuidados intensivos si eso volvía a pasar. Yo dije que claro. Al día siguiente hablamos en la noche para despedirnos y quedamos de hablar al otro día temprano. Luego él llamó a mi hijo y ahí ya no sonaba bien, estaba delirando otra vez, diciendo que necesitaba unos papeles de un cliente. Y hasta ahí supimos de él. No supimos si se quedó dormido. Volvimos a llamarlo y no contestaba. Le dije a mis hijos que lo dejáramos dormir y que mañana sabríamos de él.
Siempre hablábamos muy temprano, pero eran las 7:00 de la mañana y no me llamaba. Me empezó esa angustia espantosa. Llamamos a la clínica, iban a ser las 8:00, y la enfermera que contestó dijo que acababan de llevarlo a rayos X. A los 20 minutos de eso llaman de la clínica, preguntan por mí y me dicen que que vaya inmediatamente a cuidados intensivos. Como yo tenía que estar encerrada mi hijo se fue para allá. Cuando llegó le dijeron que él había muerto. Que le dio una subida, no lo pudieron reaccionar y se murió. Esa fue toda la explicación.
Cuando me llamaron a decir todo eso, con tanto dolor uno no cae en cuenta de hacer más preguntas ni de mirar bien. Unos días después yo vi en la historia médica que decía que él se había caído esa madrugada, que de pronto se había resbalado. Con el Parkinson de las piernas había que ponerle las barandas de la cama, pero de eso no dice nada. Y como no me dejaban ir entonces así se quedó. El cuento quedó ahí.
Él murió el 16 de agosto. Yo encerrada no pude ni ir a recibir la noticia de la muerte, ni mucho menos verlo. Tampoco pude ir a recoger las cenizas en la funeraria, me las guardaron hasta cuándo pasará esta época para poder ir a reclamarlas.
Yo creo que nuestra situación fue peor que la de muchos a los que les ha tocado el mismo Covid. Yo ahora en el sentido de salud estoy bien. En el sentido sentimental, dolor y tristeza por muchos días. Esta época de Navidad, que a él le fascinaba, me ha hecho llorar mucho. Pero bien, recordándolo. Supongo que si mi Dios se lo llevó era para que no sufriera más.