Dentro del agitado ambiente en el que se prepara el paro del #21N, el Foro de Sao Paulo ha aparecido una y otra vez en los discursos que se oponen a la movilización social. El expresidente Álvaro Uribe lo ha calificado como ‘una estrategia para desestabilizar las democracias de América Latina”. Conversamos con la profesora Sandra Borda, experta en relaciones internacionales, sobre la naturaleza de esta organización y su conveniencia para los discursos que pretenden deslegitimar las demandas que la sociedad civil está reclamando en las calles.
¿Qué es el Foro de Sao Paulo?
El Foro de Sao Paulo es una asociación de partidos de izquierda, comunistas y socialistas de América Latina, que fue impulsada por el Partido de los Trabajadores del Brasil en los años noventa. Es una asociación partidista como cualquiera, incluyendo, por ejemplo, la Internacional Socialista (de la que hace parte, entre otros, el Partido Liberal colombiano) o el Foro de Atenas, conformado por políticos e intelectuales de derecha. Incluso, los partidos Republicano y Demócrata estadounidenses o los partidos políticos alemanes cuentan con redes de partidos afines en varias regiones del mundo, similares al Foro de Sao Paulo. El surgimiento de este tipo de asociaciones tiene que ver con la globalización: los partidos políticos buscan versiones ideológicamente similares a ellos, se asocian e intercambian ideas para impulsarse los unos a los otros. Llama la atención que este tipo de agremiaciones no produzcan tanta polémica.
¿Por qué cree que esa particularmente está despertando tanta polémica?
El expresidente Álvaro Uribe está muy familiarizado con el Foro de Sao Paulo. Tal vez porque fue presidente en el mismo momento en que Luiz Inácio Lula da Silva era el gran líder de la izquierda en América Latina. La salida de Lula de la cárcel puede haber servido de fósforo para crear la polémica. De todas formas el Foro de Sao Paulo está siendo utilizado como un chivo expiatorio, una estrategia que le funciona bien a la derecha hoy en el poder.
Es cierto que las izquierdas de todos los países de América Latina se hablan entre ellas y arman estrategias conjuntas de activismo político. Pero, al mismo tiempo, no es cierto que haya una conspiración de su parte para derrocar a los gobernantes de derecha de la región. Que las izquierdas hablen no tiene nada de malo ni es ilegal ni reprochable. Pero le da pie a los gobiernos de derecha para decir que hay extranjeros queriendo contaminar a Colombia del temible comunismo internacional.
Una lectura caricaturizada del asunto pero muy eficiente para lograr los objetivos políticos que persiguen.
Entre más se esfuerza el Gobierno por deslegitimar una protesta, que ni siquiera ha sucedido todavía, más motivos parece encontrar la gente para salir a la calle.
¿Por qué es tan eficiente?
Porque una de las formas con que cuenta la derecha para desvirtuar y deslegitimar la protesta social es, básicamente, interpretarla como una forma de conspiración internacional. Es la forma más expedita de quitarle peso a las demandas de la sociedad civil a través de dos efectos claves: por un lado, se activa el chip ideológico en donde se estigmatiza e ideologiza la protesta y se le califica como de izquierda o comunista. Y por otro, se desvía la atención de las demandas reales por las cuales la gente sale a protestar.
¿Cree que están teniendo éxito?
Con un gran signo de interrogación. Porque parte de lo que pasa es que se está produciendo un efecto casi de psicología inversa: la gente oye ese discurso y piensa, en una actitud casi infantil: ‘¿Ah, sí? ¿Le parece tan ilegítimo, reprobable e ilegal? ¡Entonces ahora sí lo hago!’. Está surtiendo el efecto contrario. Se nota en las redes sociales, por ejemplo. Entre más se esfuerza el Gobierno por deslegitimar una protesta, que ni siquiera ha sucedido todavía, más motivos parece encontrar la gente para salir a la calle.
La gente quiere que la escuchen, que entiendan la existencia de sus formas de organización como algo absolutamente legítimo. No que el Gobierno los estigmatice o los reduzca, sino que tenga una actitud de escucha para reconocer lo que ellos tienen para decir y en algún momento encontrar cómo se puede ajustar la política pública para satisfacer sus intereses legítimos. Pero el Gobierno está cerrado a esa posibilidad y más bien, decide optar por militarizar la ciudad.
Uribe ha manifestado que esta conspiración de partidos de izquierda tiene que ver además con un resentimiento de clase, ¿qué piensa sobre eso?
El argumento tiene muchos problemas. Primero, le quita la responsabilidad al Gobierno frente a la protesta social. Segundo, es una forma de decir que el descontento social no tiene nada que ver con la ineptitud del Gobierno, y se desvía la atención de la protesta, una manifestación de descontento que está íntimamente vinculada con el partido de gobierno, el partido de Álvaro Uribe. Y, por último, convierte la razón de la protesta en un simple resentimiento de clase cuando realmente es una complejísima mezcla de una gran variedad de personas e intereses. Solo en Chile, por citar un ejemplo, se han manifestado movimientos sociales feministas, defensores de los derechos LGBTI+, sindicatos, etc.
Es una forma de simplificar el ejercicio de la protesta, lo que terminará por nublar el entendimiento del Gobierno a la hora de sentarse a hablar con esos sectores. Lo que logra el Gobierno al decir ‘ustedes no son legítimos, no los escuchamos, porque son el resultado de una combinación de rencor de clase y conspiración internacional’ es coartar, desde el principio, la posibilidad y la responsabilidad de comunicarse con esos sectores descontentos. El efecto podría ser nefasto.
Esa historia de la protesta social como el inicio de la llegada al poder del comunismo por las vías de hecho sólo ha hecho carrera en Colombia.
¿Por qué usan esta estrategia en Colombia?
Es más eficiente utilizar ese mecanismo en un país como el nuestro porque nosotros acabamos de salir de un conflicto contra una guerrilla comunista. Tenemos mucho más presente la amenaza que puede significar que esa corriente política internacional se tome el poder. Otros países latinoamericanos, en cambio, ya han tenido gobiernos de izquierda, los conocen, y conocen sus problemas. Por eso no le tienen un pánico tan visceral a otro tipo de alternativas políticas.
Es cierto que la URSS y Cuba patrocinaron movimientos guerrilleros en Centroamérica y en Colombia (Cuba le ayudó al M-19, por ejemplo), pero es que la Guerra Fría ya se acabó. Esa es la parte de la historia que parecemos no querer entender. Ni Cuba sigue patrocinando guerrillas, ni toda la izquierda latinoamericana está necesaria y obligatoriamente armada ni buscando derrocar los gobiernos de turno.
La gran mayoría de los partidos de izquierda que están en el Foro de Sao Paulo son partidos que han llegado al poder luego de hacer parte de una contienda electoral, otros no han llegado al poder y siguen compitiendo. Esa historia de la protesta social como el inicio de la llegada al poder del comunismo por las vías de hecho sólo ha hecho carrera en Colombia. Necesitamos un período de transición más largo para entender que las ideologías de izquierda son hoy una cosa sustancialmente distinta, con agendas diferentes y que–unas más que otras– juegan bajo las reglas de la democracia.
¿Por qué siempre se asocian las manifestaciones en la región con la izquierda?
Poner a todas las protestas sociales de América Latina en una misma canasta solo oscurece lo que sucede en cada una. Es una generalización que termina por nublar la posibilidad de entenderlas y, en cambio, sirve para llegar a conclusiones ligeras y apresuradas como que todos los que están protestando son de izquierda, mientras los que defienden el establecimiento son de derecha. Es asumir que todo el que defiende derechos de las minorías es de izquierda cuando los derechos los suscribimos todos. En el caso de Colombia, en particular, el Establecimiento fue el que suscribió las normas del derecho internacional humanitario. Hay gente que se autodefine como de derecha y que defiende los derechos humanos. En todos los países, el equilibrio de fuerzas y la distribución de poder está dado en formas totalmente distintas. El continuo ideológico-político de izquierda y derecha cada vez explica menos lo que está pasando. No aclara el panorama: lo oscurece.