Día #23

«Te mando este rojo cadmio…»

por

Varios


16.04.2020

Te mando este rojo cadmio es un libro de cartas entre dos amigos, John Berger y John Christie. Esta correspondencia se inició en febrero de 1997, cuando, en respuesta a una pregunta genérica de Christie, “¿Cuál podría ser nuestro próximo proyecto?”, Berger respondió: “Mándame un color…”

Y una mancha de rojo cadmio cruzó el Canal.

A Berger, este primer color le sugirió inocencia. “… el rojo de la niñez… el rojo de párpados jóvenes cerrados con fuerza…”. Más tarde habló de su rojo preferido, el rojo de Caravaggio: “El rojo por el que se jura amor eterno. El rojo cuyo padre es el cuchillo.”

De John Christie 25.2.1997

Espero que este no te parezca un comienzo demasiado formal. Quería hacer una página que pudieras pasar, que pudieras leer y a la vez mirar. El primer color que pensé mandarte era el azul ultramarino, franco e intenso, “un pedazo del Vacío”, pero Yves Klein ha llegado a apropiarse de tal manera de ese color que me ha parecido más sensato contenerme y tal vez abordarlo más adelante.

Ayer fui a un funeral, alguien a quien no conocía demasiado bien, y durante el servicio religioso, antes de la cremación, estuve mirando las flores, en jarrones colocados en los escalones ante el atril tras el que estaba el rabino. Un ramo de claveles justo delante de mí me llamó la atención. Eran claveles rojos y amarillos en un único jarrón, un ramo sin arreglar, simplemente puesto allá, un bloque de rojo y otro de amarillo. Los rojos eran los más cercanos, y los estuve observando durante parte del servicio religioso, intentando ver cómo estaban organizadas las corolas, cómo se imbricaban los pétalos. Sin embargo, las formas eran demasiado delicadas,y yo estaba un poco demasiado lejos para poder verlos con claridad.

Cuando comenzaba a pensar que ya entendía las formas, la imagen precisa se desvaneció en mi mente, como en un sueño cuando tienes que leer una carta o un periódico y lo intentas con todas tus fuerzas, pero al final el texto siempre se convierte en una masa borrosa y se te escapa.

Así pues, sin otro motivo que el recuerdo de aquellas flores, te mando este rojo cadmio. Me pregunto si estas sensaciones intensas de la memoria son aquello a lo que se refería Paul Valéry cuando hablaba de ”las manchas del instante puro”.

En un librito titulado Graent que me dejó un amigo, del artista islandés Birgir Andersson, un libro de recuadros coloreados, hay un ensayo al final que se titula “Luz-Materia-Ojo-Mente”, escrito por G. J. Arnason. “¿[…] quiere decir eso que el color está en la mente? Algunos filósofos lo han mantenido así, pero ni es una idea coherente ni se ajusta al sentido común. La hierba no se limita a parecer verde; no podemos separar el verde de la hierba de la hierba misma diciendo que la hierba está en el mundo pero nuestras percepciones de su color están en la mente.”

Todo esto me hizo sonreír al leer un comentario de Frank Stella: “Pensar en el color en abstracto no me ha servido de gran cosa.”

De John Berguer 1.3.1997

El rojo no suele ser inocente (mira este). ¡Pero el rojo que me has mandado lo es! Es el rojo de la niñez. Un rojo aparente. O el rojo de unos párpados jóvenes cerrados con fuerza: el rojo que veías cuando lo hacías. Cuando lo miro me pregunto qué pasará cuando envejezca; quizá dejará de ser rojo. Sospecho que se acabará convirtiendo en negro. ¡Sin embargo, este rojo nada inocente quizá fuera blanco cuando era joven! Blanco con un toque de verde, como la flor del manzano cuando se abre. Ahora es el rojo más pesado del mundo. Ningún pájaro podría volar cerca de él.

Quizá mi rojo preferido sea el de Caravaggio. Lo utiliza en un cuadro tras otro (por ejemplo, La muerte de la Virgen, en el Louvre). Es el rojo por el que se jura amor eterno.El rojo cuyo padre es el cuchillo. El rojo en el que estaba pensando Naguib Mahfuz en el Cairo cuando escribió: «La amada puede ausentarse de la existencia, pero el amor no.” Quiero ver si puedo convertir este rojo pesadoenel rojo de Caravaggio.

Mira: Ahora no es tan pesado, pero ha perdido la pasión. Quizá ningún rojo pueda tener esa pasión a no ser que se le pinte un cuerpo cerca o en su interior.

¿Será que el rojo es el color que siempre está pidiendo un cuerpo?
Con todo mi cariño para Genevieve en este momento.

John Christie / Apuntes de trabajo

«El arte adopta su forma más efectiva y científica cuando se expresa con un signo de interrogación» Joseph Beuys conversando con Caroline Tisdall, Thinking is form, p.36

Braunkreuz (cruz marrón) Herrumbre-Hierro
curar lo igual con lo igual (homeopático)
espíritu /imaginación

«La intuición es la forma superior de la razón.” Joseph Beuys, Thinking is Form, p. 54

» ..la transformación de la energía en forma.” Thinking is Form, p. 59

«…el pasaje desde el caos hasta la forma.” Thinking is Form, p. 81

«…(los dibujos) documentan el momento en que se da una forma concreta a una idea.” Thinking is Form, p.76

“La reverencia por la naturaleza era un hilo conductor en todala obra de Beuys.” Thinking is Form, p.77

— IMPRIMACIÓN —

También encontró materiales escultóricos que expresaban estas ideas como metáforas sensiblemente concretas, ya que deuys tendía a hacer la metáfora literal.” Thinking is Form, p. 87

grasa

cera

fieltro

plomo

tintura de yodo

sangre de liebre

miel

pan de oro

hierro

cera de abeja

cobre

azufre…

una piel protectora

«El color llamado ‘Braunkreuz’ era muy importante, donde estaba buscando un color que fuera, que se pudiera sentir como algo sinónimo… Estaba buscando un color con el que no se hubiera experimentado nunca como color, que fuera una sustancia: como una forma de expresión escultórica que fuera un color pero que no fuera un color… Naturalmente, esto también es una metáfora.” Joseph Beuys conversando con Bernice Rose, Thinking is Form, p. 91

«Hablando de Claude Lévi-Strauss, Guy Davenport ha señalado que para el hombre moderno el caos está fuera, mientras que el hombre primitivo ve el desorden como algo internoy el mundo externo como armonía,y se disciplina para no contaminarlo.” Thinking is Form, p. 99

COLORES CORRESPONDIENTES

«Desde tiempos remotos y en muchas culturas,el rojo se asociaba con la divinidad.” John Gage, Color y cultura, p.26

De John Christie 18.3.1997

Te envío un marrón que me gusta mucho. Es mate y opaco, un color que oblitera y esconde.

Aunque este en particular es una pintura al agua que se utiliza para separaciones fotográficas, se parece muchoa la pintura antioxidante.

Es un trabajo agradecido: sacar las escamas de un cepilo de metal y aplicar este color precioso que esconde y cicatriza la herrumbre. Nunca consigo obligarme a continuar y a acabar la labor, cubrir el marrón. Es como si el proceso, la restauración, continuara; un trabajo en curso, cuando de hecho ha comenzado y ha acabado con la primera capa, la imprimación.

Pintar la herrumbre roja con esa pintura roja/marrón es un poco como la homeopatía, tratar lo igual con lo igual.

A Joseph Beuys le gustaba mucho un color similar a este, y lo utilizaba en muchos de sus dibujos. Estoy seguro de que su Braunkreuz era una pintura industrial estándar, tal vez una de esas que se pueden comprar en una droguería para tratar la herrumbre.

Existe una foto de Beuys sentado, hablando por teléfono, en uno de sus talleres. La sala, con el techo alto, bien iluminada, contiene una mesa, dos sillas, una mesa más pequeña y un sofá. Todas las superficies están cubiertas de papeles; en la mesa hay una cafetera y una bandeja de cruasanes. Esconde el rostro a la cámara y mira hacia la ventana, y lleva el sombrero y el chaleco que constituyen su marca de fábrica. En la repisa de la ventana, cerca de un pequeño ventilador rojo, hay algo que parece un conejo o una liebre de juguete. Lo que la habitación tiene de extraordinario es que el suelo, que está relativamente despejado, está hecho de piel: láminas cosidas de piel roja/marrón pulidas por años de caminar sobre ellas.

Beuys dijo que «la intuición esla forma superior de la razón”.

He aquí unalista de los materiales que utilizó para dibujar:

ESPÍRITU
grasa
cera
fieltro
plomo
tintura de yodo
sangre de liebre
miel
pan de oro
cera de abeja
cobre
azufre… etcétera.
IMAGINACIÓN

Desde que ayer pintara estas páginas ha pasado algo extraño: han dejado de ser páginas y se han convertido en objetos. No se trata tan sólo de que ahora son rígidas o de cómo se han curvado, sino de que se han convertido en pintura sólida. Y esta mañana he encontrado esta cita de una entrevista a Beuys en 1984:

“Estaba buscando un color (Braunkreuz) con el que no se hubiera experimentado nunca comocolor, que fuera una sustancia: como una forma de expresión escultórica que fuera un color pero que no fuera un color. Naturalmente, esto también es una metáfora.”

De John Berguer 25.3.1997

¿Cómo tienes la rodilla tras la operación? ¿Cómo está la niña? Una cada vez más pequeña y la otra cada vez más grande.

Parece ser que a James Lingwood (Artangel), el comisario de la exposición de Celmin, no le gusta mi idea con todas las imágenes excepto las de ella; así pues, no merece la pena insistir, puesto que, paradójicamente, yo lo veía como un homenajea ella. Pero quizá Lingewood cambie de idea. ¿Le conoces, te han hablado de él? ¡Aquí tienes 2 pequeñas respuestas a tu precioso librito de 2 toneladas!

Con todo mi cariño para los 3.

P.D. Ahora pasaré un mes en Quincy.

PERO en primer plano es esto: el rojo herido.

(se ha de mirar de cerca)

De John Berguer 25.3.1997

Me gusta tu marrón. Es verdad, es muy pesado. Intento imaginar un color más pesado y no puedo; quizá se deba a su base de metal.

Después de mirarlo durante un rato me recordó otro color que no pude precisar o nombrar inmediatamente. Otro color que también «oblitera y esconde”, otro color que es opaco y al mismo tiempo permite que respire el cuerpo que cubre. Un color que enmascara pero no ahoga. Y, como me muestras, en tu marrón lo que respira es el hierro.

Y entonces encontré el color que buscaba, el primo hermano de tu marrón. Es la mezcla tradicional con la que se rocian las hojas de la vid: el sulfato de cobre.

Lo más curioso (pues estaba buscando algo con los ojos, sin utilizar el vocabulario), lo curioso es que el cobre, creo, es también la base de tu pintura marrón.

El cobre es el más maleable de los metales, y esa «maleabilidad” se encuentra en estos dos colores. Es lo opuesto a un color quebradizo, como (cosa sorprendente en un azul) el ultramarino.

¿Cuál es el más quebradizo de todos?

P. D. La lista de materiales de Beuys es fascinante, puesto que todos ellos son sustancias maleables. Lo opuesto a rígido. Por eso todos ellos parecen tener algo que ver (aunque no lo tengan) con un cuerpo vivo. Y el cuerpo vivo y vulnerable (tal y como yo lo veo) es el tema constante de Beuys. Todo su trabajo consiste en investigar y preguntarse cómo puede encontrar el cuerpo humano una manera de ser en el brutal mundo moderno sintético. Se trata de la supervivencia secreta del cuerpo, ¿no?

John Berger y John Christie

23A.

Introducción al libro

Te mando este rojo cadmio…

por Eulàlia Bosch, editora de Editorial Akal

Mándame un color…

Te mando este rojo cadmio… es un libro de cartas entre John Berger y John Christie. Una correspondencia que se inició en febrero de 1997 a raíz de una respuesta rápida de Berger a una pregunta genérica de Christie:

– “¿Cuál podría ser nuestro próximo proyecto?”

– “Mándame un color …”

Y una mancha de rojo cadmio cruzó el Canal.

Berger respondió suponiéndole al rojo una historia propia como lo es su experiencia de ese color : el rojo inocente de la niñez, el negro en que se transformará cuando envejezca, el blanco que fue de joven… hasta llegar a su rojo preferido, el rojo de Caravaggio.

Estimulado por las distintas capas descubiertas en su rojo cadmio, John Christie pone en el correo uno de sus pequeños libros manufacturados con una mancha de marrón, similar al color de la pintura antioxidante, y Joseph Beuys entra en escena.

Semanas más tarde, ambos se cartean sobre el azul de Matisse y el azul de Yves Klein. Y del azul al vacío, de Klein a Le Corbusier, de la oscuridad del arte rupestre a las manchas de luz solar que el azar permite ver, del verde de las sombras a las notas amargas del blues, del mar de jaspe a Courbet, del amarillo al oro, de Kandinsky a Paul Klee…

A su vez, de forma muy sutil, esos mismos colores van configurando también un vocabulario con el que los autores se refieren a sus experiencias y a sus proyectos. La publicación de la novela King de John Berger pone al descubierto de una amplia gama de rojos y el nacimiento de Alice, la hija menor de John Christie, adopta los colores secretos de la madreperla.

Una sombra de hierba…

Durante un par de años seguí esta correspondencia ajena de un modo muy entrecortado. John Christie, siguiendo su forma habitual de expresión artística, contestaba las cartas que recibía de John Berger con pequeños libros manufacturados. De vez en cuando, componía un ejemplar más de alguno de esos opúsculos y me lo mandaba.

También había notas sueltas de este intercambio epistolar sobre el color en mi propia correspondencia con John Berger.

Así, sin proponérselo, ambos iban alimentando mi curiosidad enfrentándome una y otra vez a ese deseo humano de conocimiento tan bien enraizado en la historia de las artes : distinguir los detalles que califican significativamente la realidad. Sus insinuaciones conseguían meterme de lleno en las entrañas de una forma de mirar, aparentemente gratuita pero rigurosamente esencial.

Pero no fue hasta el mes de agosto de 1998 cuando tuve por primera vez en mis manos la colección casi completa -nadie había pensado en darla por terminada- de esa correspondencia sobre el color. La leí lentamente, pero con voracidad.

Como lectora, sentí la seducción oculta en cada color propuesto, en cada dibujo, en cada opúsculo que perdía o ganaba su cualidad de objeto según se viera; sentí el perfume de todos los olores sugeridos, el lacre, el cartón, la tinta china, el azafrán…; quise imaginar, incluso, el sonido que el viento suave del amanecer podría arrancar a esa concha atravesada por nueve diminutos agujeritos en su borde, que John Christie describe.

La lectura acompasada de las cartas, sin los intervalos propios de toda correspondencia, iba dejando al descubierto algunos de esos hilos que constituyen la urdimbre del pensamiento. Esas preguntas que nacen de la observación atenta de la realidad y son seguidas de cerca por la necesidad de actualizar lo sabido; esos recuerdos leídos y esos recuerdos vividos que, confundidos unos en otros, cobran sentido una vez más; esas sensaciones que no se desvanecen con el sueño y esas sospechas que sólo encuentran su verdadera forma en las páginas de los poetas o en las telas del archivo visual propio.

El mundo adquiría en estas páginas la soltura de un espectáculo en el que los colores calificaban al mismo tiempo su permanencia y su fugacidad. Cada color propuesto era el conjunto de su reverberación en la experiencia propia, como la representación irrepetible que el sol ofrece en su persecución eterna de la noche.

Y la lectura de las cartas me llevó a otras lecturas. Volver a leer, volver a escuchar, volver a ver para reconocer lo nuevo, para que el pasado se revele una vez más, para apaciguar una percepción insólita de lo sabido y de lo por saber.

Las cartas se transformaron así en una verdadera incitación a la crítica y a la mirada atenta. Empecé a percibir en ellas las formas de vida, las maneras de estar en el mundo propias de los dos corresponsales. Y ello hacía que los colores me llegaran como elementos orgánicos que contenían parte de una significación que podía ser compartida y parte de un enigma que parecía solicitar una respuesta en el registro de la memoria propia. La historia de una cierta experiencia del color iba dando forma e incluso nombre a ideas, sensaciones y sentimientos que, así bautizados, parecían más accesibles.

Terminé la lectura con el deseo de abrir esta aventura perceptiva a otros lectores. De sacar a la luz esa escala cromática tan alejada de la sistematización de las tablas de color. Tan cercana al comportamiento intelectual de los antiguos. Tan exquisitamente contemporánea.

Este rojo inocente de la niñez

En otoño, les propuse a ellos, que se escribían por el simple placer de escribirse, editar un libro de su correspondencia.

Yo seguía fascinada por su habilidad de integrar la historia de las artes en su forma habitual de ver y vivir la realidad. Admiraba su capacidad de sorprenderse y de generar sorpresa. Sentía el placer de su interrogación constante. Me atraía la fuerza que el carácter privado de su intercambio añadía a lo simplemente insinuado, a lo sugerido sólo de forma marginal. Su particularidad me acercaba más y más a la única objetividad de las artes que soy capaz de entender.

Y también contemplaba repetidamente sus caligrafías -las formas picudas de John Christie, las letras redondeadas de John Berger-, los materiales que engrosaban las páginas de los opúsculos de Christie, la escritura perfectamente enmarcada en un papel previamente elegido por Berger, los sobres de correos, o tal vez debería decir el sobre que hacía el camino una y otra vez, añadiendo direcciones, suprimiendo códigos y paises…

Esta correspondencía tenía para mí el carácter originario de todo aquello que resulta ser un fin en si mismo. La intimidad de las cartas dejaría, sin duda, algunos espacios en blanco. Pero serían espacios de los que el lector o la lectora podría disponer para usos imprevistos. Tal vez sería en estos vacíos que crea lo nunca explícitamente dicho entre dos personas que se conocen, dónde, a los ojos del recién llegado, la historia de las artes se encarnaría en una historia particular de la visión y lo objetivamente remoto pasaría a ser subjetivamente entrañable.

En enero de 1999, el libro empezó a ser. Extrañamente, hoy, completado ya el proceso de edición, lo veo como si fuera el cuaderno de notas de un espectáculo de danza y Valéry me vuelve a la cabeza: “… tengan a bien observar esta advertencia infinitamente simple: por diferente que sea la danza del caminar y de los movimientos utilitarios, ésta se sirve de los mismos órganos, de los mismos huesos, de los mismos músculos que el caminar, sólo que coordinados y articulados de otro modo”

Tengan a bien observar que, por imponente que sea el teatro, los bailarines se mueven en la más absoluta intimidad cuando estan en escena. Como la emoción del espectador que nace en el fondo mismo de sus entrañas. Como la soledad del escritor cuando se decide por un nuevo papel en blanco. Pero no hay espectáculo sin teatro, ni se puede llegar a ser espectador sin formar parte de una audiencia, ni hay escritor sin lector.

Sea pues la invitación contenida en el título de esta narración epistolar, Te mando este rojo cadmio…, la que conduzca al lector a través de una historia celosamente guardada hasta hoy en sobres privados.

―Eulàlia Bosch

23B.

18, noviembre, 2019 (12:03 am)

Conectamos a través de colores
Prefacio innecesario y caprichoso

Somos como cuentos: libros de historias en los que se documenta esporádicamente todo lo que llegamos a percibir; cada emoción, sentido, imagen y suceso queda escrito por medio de códigos y signos pseudo-universales que facilitan la comunicación. Vivimos a través de imágenes, de fotos y de registros dentro de páginas que marcan y conplementan cada uno de los relatos fantásticos que llenan poco a poco los párrafos que las componen; creando textos que casi siempre quedan sin terminar. En este proceso, hasta el detalle más mínimo tiene un lugar. Al final, la vida no es más que tonalidades de colores omnipresentes que toman espacio en medidas.

Amar de lejos, sin cadenas y con libertad. Recordé la noche anterior, había leído una pequeña frase que describía la manera más pura en la que (pienso yo) se puede concebir el amor. Aún así, resulta irónico ya que es también la que más cuesta. Adrede o no, orbitamos constantemente en torno al ego, propiciando la caída en prácticas que se enfocan en querer acumular a toda costa, dañando y dejando cicatrices de forma abrasiva en cualquier cosa que se encuentre al rededor. Todo lo que tenemos y encontramos palpable no son más que simbologías y ataduras asignadas por el alma a momentos de los cuales se rehusa a desprender. La memoria por lo general, es poco confiable; Y como vivimos entre materia se hace necesario intentar retener todo lo posible con el fin de garantizar una batalla digna contra el olvido.

Aún así, dentro del libro en el que vivimos, se nos olvida ver que todo se encuentra conectado, que las separaciones que parecen eternas son meramente longitudes finitas e incesantes, sin cambios el libro se acaba. Es en estos casos que la libertad se convierte en la mejor herramienta para poder amar, evitando restringir o limitar dentro de un espacio tiempo especifico, el amor se vuelve maleable.

Nos vemos en naranja:

Te conocí siendo libre, viajando entre personas, lugares, emociones y preguntas; marcando todo con banderitas que dejaban un antes y un después, y sabiendo que era algo tan tuyo decidí dejarte quedar. Trajiste nuevos tonos de color, y cuando decidiste que tu estadía había sido suficiente te deje ir para no obstaculizar tu esencia. Te fuiste tú pero los colores se quedaron, no tuve que tenerte cerca para seguirte queriendo, doliera o no, me llenaba más verte feliz y en libertad, ya me habías dejado algo que no se iría.

Al conocerte te conté que no me gustaba el naranja, nunca lo había logrado comprender. Esa noche al cerrar los ojos al lado tuyo vi cuadritos de color verde cayendo al suelo y luego cuando te fuiste, me acosté a dormir entre tonos de morado confusos. Esos colores que vemos, que sentimos y que componen la mayor parte de nuestras vidas se reducen a ser meramente longitudes de onda, que tal como la luz, el sonido o las estrellas tienen un carácter de omnipresencia dentro de nuestra concepción del mundo. Durante el tiempo contigo comenzó a gustarme el naranja, aparecía más seguido. Ahora que no estás, y después de no sentirlo nunca, se me imposibilita no verlo cada vez que me siento bien. Eso me dejaste.

El querer sin ataduras ni amarres se convirtió en mi manera de recordarte, dejando ser, apoyando el crecimiento (que no siempre se manifiesta en las mismas direcciones), entendiendo que mi objetivo primario se terminaría cumpliendo así yo no estuviese ahí. Queriendo que sobre todo estuvieras tranquilo y fueras muy feliz, que te encontraras y te rodearas de quien te nutra y llene la existencia.

Cuando llegué a ese punto después de caminar ciegamente en el dolor por un rato, comprendí el hecho de que mi forma de quererte se vería atrapada en colores y emociones; y que se resaltaría con las tonalidades que no había logrado conocer hasta que llegaste inspirando nuevos cambios. Así mismo, entré en paz con el hecho de que la omnipresencia del color me mantendría conectada a lo que alguna vez fue tu esencia con la mía, y logré entender y aceptar que los finales están bien así duelan; dejando como recuerdo que cada vez que sienta naranja, en ese lugar inmaterial de espacio y tiempo te encontraré. 🙂

Por medio de esto te doy gracias, por haber sido quien fuiste y por llenarme de felicidad, te digo adiós más tranquila, y si algo, también sabes donde me puedes encontrar.

―Sofía Salamanca

23B.

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