¿Qué pasa cuando la memoria histórica y los nuevos formatos de visualización se encuentran? El periodista Dan Archer llegó a Colombia para contar historias de víctimas y sobrevivientes del conflicto armado en cómics, 360º y realidad virtual.
En la casa de la cultura Ramón Eduardo Duque del municipio de Granada, oriente antioqueño, está el Salón del nunca más. Un espacio creado por la Asociación de víctimas de Granada ASOVIDA con el fin dignificar la memoria de las víctimas del municipio a través de fotografías, videos y textos. Allí el espacio físico funciona como un lugar donde los familiares y visitantes pueden recordar y conocer a las personas que fueron parte de esta comunidad pero que murieron en medio del conflicto armado que azotó la región. El salón es un espacio rectangular de piso de baldosas ocres y marrones que parecen un tablero de ajedrez. En el centro hay dos vigas de madera que sostienen el techo y que en la parte superior se abren en tres partes. Las paredes blancas están llenas de fotografías de víctimas, que en su mayoría son hombres. Retratos borrosos de adolescentes, polaroids desteñidas, recortes de prensa. En una vitrina, empotrada en la pared, y en una estantería cercana se observan decenas de cuadernos negros. Cada uno tiene una foto en la portada, la foto de una víctima.
– Agárralo con la mano, toca agacharse.
– ¿Así?
– Sí, por donde está el halo de luz circular. Agáchate y agárralo presionando el botón que parece un gatillo. No lo sueltes.
Con mi mano derecha aprieto el botón y agarro uno de estos cuadernos. Al levantarlo la voz de un hombre me cuenta que es una bitácora y que allí es donde familiares y visitantes escriben recuerdos y mensajes de apoyo a cada una de las víctimas. El botón se me suelta y el libro desaparece. Giro la mirada a las paredes llenas de fotos y avanzo hacia otro extremo del salón. Allí hay una mesa con un ramo de flores y, al agarrarlo, una voz femenina comienza a contarme que esas flores de papel hacen parte de un jardín de la memoria, que cada color tiene un significado y recuerda a una víctima. Me volteo y aparece frente a mí un hombre con acento paisa. Es alto, moreno, acuerpado. Los ojos cafés, el pelo corto y lleva una camisa polo azul oscura. Me cuenta que hace parte del programa de desminado en la región.
– Cuidado con el cable en el pie derecho. No te pases del marco de luz azul.
– Listo. Voy a ir hacia el otro lado entonces, respondo.
Mis gafas se empañan. Camino sobre el piso ajedrezado y me encuentro a una mujer cerca a la puerta del salón. Se llama Gloria y sin que yo le haya dicho nada comienza a contarme la historia y el porqué de este espacio. Pero Gloria está borrosa y por momentos, cuando gira o mueve sus brazos, desaparece y luego aparece de nuevo.
«Listo. ¿Quién sigue? ¿Qué tal estuvo?», me preguntan mientras me retiran los audífonos y me reciben los controles que tengo en cada una de mis manos. «¿Te apretaron mucho las gafas», continúa interrogándome Dan Archer, periodista británico radicado en Estados Unidos, mientras me quito el casco/visor que cubre toda la parte superior de mi cara. No estoy en Granada, ni en Antioquia. Estoy en el Centro de paz, memoria y reconciliación en Bogotá, en medio de sensores, trípodes y computadores en uno de los espacios de exposición. Dan me recibe los equipos y una nueva persona se los pone. Estamos en el marco de la exposición ‘Espacios inmersivos de la memoria’ una selección del trabajo de Archer recorriendo Colombia en los últimos tres meses junto al proyecto Rutas del conflicto y una iniciativa del Museo de la memoria del Centro Nacional de Memoria Histórica. Archer es el creador de Archcomix y Empathetic Media, dos emprendimientos dedicados a la narrativa de no ficción gráfica y con realidad virtual y aumentada, respectivamente.
Espacio de realidad virtual para recorrer el Salón del nunca más.
¿Cómo comienza a trabajar con el periodismo gráfico?
Todo empezó por Joe Sacco. Siempre me ha interesado contar este tipo de historias, pero siempre quise hacerlo de forma alternativa. Cuando leí Palestina y Mouse me cambió todo. No sólo fue un cambio en términos de las historias que quería contar sino al ver cómo estas historias tienen distintos niveles o profundidades; cómo en una página hay narrativas y obras de arte al tiempo. Yo quería dedicarme al periodismo gráfico, pero en ese momento no había escuelas que ofrecieran esos cursos. Para mí lo importante era conocer más la técnica. Entonces me fui a hacer una maestría en historias animadas porque Sacco era profesor allí y desde el día uno estaba entrevistando gente y convirtiéndolos en comics. Siempre he creído que los comics atraen a públicos diferentes a los que tradicionalmente tiene el periodismo. Creo que ha habido muchas historias que se han contado siempre de la misma forma y yo quería hacer esas historias con una técnica diferente que me permitiera sacar a la luz perspectivas distintas.
Archer comenzó a trabajar en historias gráficas contando casos de sobrevivientes al tráfico de humanos en Ucrania, Nepal y Estados Unidos. Con este medio, dice, encontró “una manera sutil para representar aspectos de la vida cotidiana de una forma íntima”. A Archer le interesa mostrar que las historias son humanas, que hay humanos ahí. Le interesa el comic como un medio que, por su reproductibilidad, puede imprimir y utilizar como herramienta social.
¿En qué momento decide centrar su trabajo en historias sobre derechos humanos?
Es interesante porque yo me veía como un periodista-artista que quería usar su arte para mostrar y explicar cosas de manera más accesible. Nunca he hecho arte que no se enlace con alguna realidad social. Siempre he visto el arte como una herramienta social y no quería que fuera sólo algo estético porque me interesa es como un modo de representación. En este tipo de historias de derechos humanos, en este contexto, hay muchas ventajas en la representación porque se pueden hacer cosas como esconder las identidades de los personajes.
¿Y es en este contexto que nace ArchComix?
La idea en esa época era comenzar a ser un periodista freelance que trabaja con comics. En esa época no había tanta gente haciéndolo, pero había una comunidad muy cercana interesada en esto. También, en este momento, me interesó cómo a los niños les gustaba este tipo de lenguajes, porque lo que quería era poder generar ese mismo gusto para de alguna forma ‘seducir’ al público con la estética del comic y para poder mostrarles otras cosas en las historias. Uno de los primeros experimentos fue en 2009 con el golpe de Estado en Honduras. Yo escribí y dibujé la historia con un colega y la lanzamos en tiempo real. Tuvimos una audiencia muy grande mientras la fuimos publicando, 25.000 personas en un par de días, eso me hizo darme cuenta del poder de contar estas historias, no sólo en términos gráficos sino en términos digitales. Desde ahí sólo ha ido en aumento, por ejemplo la historia que hice sobre Nepal para la BBC alcanzó a más de un millón de personas en dos días. Yo veo el medio gráfico como un Caballo de Troya: la gente piensa que es una cosa, pero después de dos viñetas ya están enganchados y se dan cuenta que es otra cosa.
Dan dirige el recorrido de cada persona para que se pueda acostumbrar al espacio virtual.
La exposición Espacios de inmersión de memoria incluye una serie de 10 dibujos, 10 retratos de la víctimas y actores del conflicto armado que Archer hizo durante las entrevistas. Estas ilustraciones funcionan como ‘disparadores’, como una especie de códigos QR que se activan con su aplicación ArcStories y llevan al espectador a ver los videos. Se necesita solamente un smartphone con la aplicación, conexión a internet y un par de gafas Cardboards que permitan ver la historia en 360º, el medio favorito de Archer en los últimos años.
¿Cómo fue el tránsito de lo análogo a la realidad virtual?
Fue en 2014, porque hasta entonces la realidad virtual era inaccesible por el precio. Pero después del lanzamiento del Oculus, un casco de realidad virtual, se bajaron los precios mucho. Eso además coincidió con que yo me gané una beca para trabajar en Missouri y con la época del tiroteo donde murió Michael Brown en Ferguson. Ahí yo me di cuenta que ese caso sería una buena historia para probar el formato, porque siendo periodista gráfico siempre había sido un director de documental frustrado que no tenía el presupuesto ni el equipo. Entonces con esta historia de Ferguson quise poder utilizar mis habilidades diversas: saber cómo montar un espacio narrativo, cómo diseñar un espacio en este formato, cómo entrevistar a las fuentes, cómo sacar las fotos de referencia, cómo investigar. Entonces ahí vi la realidad virtual como la versión 2.0 de los comics.
No sólo los periodistas son quienes deben contar estas historias, creo que las comunidades mismas también deben hacerlo
¿Cómo ve entonces el uso de este tipo de formatos, que tradicionalmente han sido usados en lenguajes más asociados al entretenimiento (historietas o videojuegos), para contar historias sobre derechos humanos?
Yo no estoy limitado a un medio en particular, pero sí creo que ahora entre más gente se centre en estos formatos, como los comics y la realidad virtual, es mucho mejor. Hay muchas historias por ser contadas y estos formatos visuales llaman mucho más la atención del público. Y es que al final todos queremos lo mismo: sacar a la luz estas historias y promover un diálogo con las audiencias sobre estos temas. De hecho, lo más importante para mí es poder escuchar a las fuentes y tener la oportunidad de mostrar sus historias.
Usted habla de una estrecha relación que existe entre este tipo de formatos y la empatía que se genera en el público frente a la historia. Me puede contar un poco más sobre esto.
Justamente estoy en la parte final de escribir un informe sobre un estudio en el que le mostrábamos a 120 personas historias en texto, video 360º en pantalla o video 360º utilizando cascos tipo Oculus. Con esto queríamos averiguar cuál era el impacto de cada uno de estos formatos. Encontramos que las historias en las que los protagonistas aparecían en todas las escenas generaban una muy alta sensación de cercanía, confianza e interés. Mientras que en las que sólo había un entorno y no había un protagonista ni se escuchaba su voz pues no había interés.
Otro resultado interesante es que, con los videos inmersivos que muestran historias violentas o chocantes, hay una línea muy fina en cómo reacciona la gente. Puede que sea muy empático y se relacione fuertemente o que generen una barrera inmediata y el efecto sea exactamente el opuesto. Esto ya lo habíamos visto el año pasado con una historia que hicimos sobre refugiados en Europa, en la cual veíamos que no había mucha empatía porque los medios habían cubierto tanto este tema que ya no generaban sensibilidad. Sin duda la realidad virtual es un muy buen medio, pero no puedo decir que sea la fórmula mágica [Siver Bullet] para contar este tipo de historias.
¿Y cuál cree que son los retos que tienen ahora este tipo de formatos para contar historias?
Yo creo que el mayor reto es la accesibilidad a los medios. No sólo los periodistas son quienes deben contar estas historias, creo que las comunidades mismas también deben hacerlo. También espero que las herramientas cada vez sean menos costosas y que juntos podamos construir una comunidad que cuente este tipo de historias.
También creo que es un reto que este tipo de formatos se enseñen más en las escuelas y que por encima de lo técnico podamos centrarnos en contar bien las historias.
Ilustraciones de Archer que funcionsn como dispositivos para su aplicación ArcStories.
“Yo estoy por aquí para contarle al mundo, para que se dé cuenta lo que pasó hace 15 años acá, la destrucción, las incursiones tanto de guerrilla como de paramilitares”, dice Jaime Polocho en uno de los videos de la exposición. Es un hombre campesino que vive en el departamento del Tolima y que está parado junto a las ruinas que dejó el conflicto armado en su municipio. Como a Jaime, Archer le da la palabra a las víctimas para que cuenten sus historias, para que cuenten lo que creen que debe saberse y lo que debe recordarse.
¿Dónde comienza su interés por trabajar con historias de Colombia?
Todo comenzó porque después de hacer la nota de Ferguson conocí a un director de documentales colombiano que estaba trabajando en un proyecto sobre justicia reparativa en Cocorná, muy cerca a Medellín. Él me invitó a hacer una versión complementaria de ese documental y ahí me presentó a muchas personas entre esas víctimas y sobrevivientes del conflicto. Luego en un segundo viaje que hice a Colombia me fui dando cuenta que acá nadie estaba contando historias con estas herramientas, que nadie estaba representando sus historias con este medio y que el video 360º era un muy buen formato para contarlas. En ese momento estaba viviendo en Nueva York y comencé a trabajar las historias desde la distancia, pero rápidamente me di cuenta que no podía hacerlo así, que era imposible, que tenía que estar aquí. Entonces decidí venir por tres meses para realizar esta serie y poder grabar a las fuentes. Lo que yo busco es un enfoque de primera mano, una perspectiva más íntima, no la mirada omnisciente con la que se cuentan todas las historias desde la distancia. Creo que aunque estos formatos son más limitados, al final terminan contando mucho más.
¿Y cómo fue su propia empatía con las historias que encontró en Colombia?
Yo me relacioné mucho con un hombre de Barrancabermeja que perdió a su hijo en una masacre paramilitar en 1998. Creo que tuvo que ver con que cuando grabamos la historia estuvimos exactamente en los espacios donde ocurrió todo esto. Era como si viajaramos en el tiempo y me afectó bastante. Él hablaba de una forma muy segura sobre qué había pasado: esto pasó acá, esto allá. Me contó la historia de un chico al que degollaron y generó un choque muy fuerte en mí porque a veces uno escucha las palabras, pero no reconoce realmente la violencia que traen consigo.
Siempre lo más difícil para mí, cuando hago estas historias, es precisamente saber qué decir cuando terminan de contarlas. Suelo agradecerles por su resiliencia y por compartirme la historia, pero siempre me quedo sin palabras. Al final esto siempre lo agobia a uno y como periodista toca tratar de mantener las emociones. Pero es imposible.