«Este domingo: todos a votar, sí, y a rayar, a convertir en papelógrafo el tarjetón, a cambiar ese tachoncito solemne y apocado de fervor, resignación y trata electoral, por un gesto pictórico que marque a más de uno, o a todos, pero que a ninguno le otorgue la representación del poder. La única representación válida será un dibujo. El voto nulo es un harakiri electorero pero es un satori electoral.»
por
Lucas Ospina
28.10.2023
Un fantasma recorre a Colombia: el fantasma del voto nulo. Horas antes de las elecciones para alcaldías, alcaldes, concejo, gobernaciones, asambleas departamentales y Juntas de Acción de la República, la masa está comprometida en un pacto silente.
El día de la contienda los jurados de votación notarán cómo algunos ciudadanos, en el cubículo privado para sufragar, se tomarán más tiempo del habitual. Después, cuando la terna y los testigos electorales verifiquen cada voto, el paisaje será desolador. Las instituciones democráticas serán profanadas por un profuso bacanal de signos: insultos, monitos, monigotes, rayones, espiralitos, obscenidades, consignas, poemas, mandalas, secretos, confesiones, jeroglíficos, diagramas, toda una marejada de constelaciones sobre millones de tarjetones en un irrespeto absoluto por las fronteras —ficticias, casi en su totalidad— que separan a una colectividad política de otra.
En las elecciones legistalicas de elecciones legislativas de 2022 en Colombia el voto nulo fue legión y hubo 740.139 tarjetones que marcaron en este género.
Desde el arte ya se ha hecho un presagio de lo que ha de acontecer y desde del 2014 en la Galería Valenzuela y Kleener, en Bogotá, se mostraba una exposición reveladora. El nombre y su autor no podían ser más explícitos: Oclocracia de Don Nadie. Acompañaba a este ominoso vaticinio un texto,Apología al voto nulo de Joaquín Pablo Urias, Profesor Titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla, España. Algunos fragmentos:
“Como están las cosas, el voto nulo es la única opción auténticamente libre, crítica y alternativa que nos deja el sistema electoral. Hay quienes pensamos que las elecciones políticas se utilizan mayormente como mecanismo de dominación: su función es exclusivamente legitimadora del sistema.
[…]
cada cuatro años se le da a la gente a elegir entre unas pocas opciones para designar a quienes mandan (realmente nunca hay más de dos, apurando mucho tres, opciones reales de gobierno). Su dominación, a partir de entonces, aparece como fundada democráticamente.
[…]
Hay que diseñar, pues, estrategias eficaces pero correctas y consecuentes con la crítica indicada. ¿Cuáles? Esencialmente puede pensarse en tres: abstención, voto en blanco, voto nulo.
[…]
la opción más reivindicativa, no cabe duda de que es el voto nulo. Ante todo, implica saltarse las normas, optar por algo que no está previsto como opción. El voto nulo es el voto de los torpes, de los analfabetos, de los que se equivocan al votar; nunca es malo estar con los analfabetos. Utilizar políticamente el voto nulo es subvertir el sistema. Lanza un mensaje de denuncia activista: nos saltamos las reglas.
[…]
el voto nulo es el único voto libre, porque es el único voto realmente creativo. Denunciamos que nos den a elegir como borregos entre dos o tres opciones (muy parecidas entre si). La vida es múltiple, compleja y rica. Las opciones son miles y dependen de cada persona. Con el voto nulo cada uno puede votar a quien quiera, imaginario o real. El voto nulo sirve tanto de ejercicio de la libertad de expresión como de denuncia.
[…]
Por último, el voto nulo es el único voto activista. Quien vota nulo se molesta en pensar y elaborar una papeleta, se molesta en ir al colegio electoral… y todo ello para realizar un acto de protesta, sin más valor que el de la denuncia pública y simbólica. Ese es el modelo de activista social que transformará la sociedad globalizada. No el que sigue a los partidos y sus sistemas a modo de masa gigantesca hacia el palacio de invierno, sino el creativo, luchador e independiente; imprevisible; autónomo.”
Este domingo: todos a votar, sí, y a rayar, a convertir en papelógrafo el tarjetón, a cambiar ese tachoncito solemne y apocado de fervor, resignación y trata electoral, por un gesto pictórico que marque a más de uno, o a todos, pero que a ninguno le otorgue la representación del poder. La única representación válida será un dibujo. El voto nulo es un harakiri electorero pero es un satori electoral.
Al final diremos, bueno, por lo menos las elecciones produjeron arte, puede que, en última instancia, esta tragicomedia sea para eso.