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Espasmos cerebrales

Este es el relato de una mujer que se acercó demasiado, y con corazón, a alguien que padece esquizofrenia justo cuando todos los demás decidieron olvidarlo. Retrato íntimo de una enfermedad difícil de mirar a la cara.

por

Alejandra París


06.12.2013

Foto: Dave Emmett @ Flickr

-“Es que yo veo el mundo de una forma diferente,” recuerdo que me dijo Camilo la primera vez que salimos juntos a tomarnos un café hace seis meses.

-¿Por qué dice eso? – le pregunté sin saber la respuesta.

-“Porque yo soy esquizofrénico…”

Antonio y su hermano Eduardo dan vueltas por el patio de una clínica psiquiátrica, una y otra vez, mientras su cabeza cuelga mirando a un horizonte que se estrella con el piso. Los dos tienen esquizofrenia paranoide y viven desde hace cinco años en la clínica ubicada en el norte de Bogotá. Su hermana los visita todas las tardes y camina pensativa mirando el pasto del patio, los arbustos, las flores y los grandes árboles del club de golf de un prestigioso club bogotano que colinda con el sanatorio, mientras sus hermanos la siguen como dos niños siguen a su madre.

– “A ellos les han hecho electrochoque”, me contó Camilo un día en el que lo visité en la misma clínica.

– “¡Y lo peor de todo es que Rocío, una señora bipolar está feliz porque le van a hacer lo mismo!”- decía sorprendido mientras estábamos sentados en el pasto del patio de la clínica. También mencionó que jamás se sometería a una terapia como esa, pues según él, es como si le fritaran las neuronas a las personas para dejarlas dóciles y fáciles de manejar.

“Yo me quedo con mi inteligencia y mis remedios”- decía riéndose mientras hablábamos con su mamá y su abuela en otra visita sentados en el patio. El espacio es amplio, hay árboles y flores; también hay cuatro mesas con sus respectivas sillas y un quiosco con una mesa de ping-pong. Los pacientes que pueden recibir visitas, usan este lugar de 3 a 5:45 con sus familiares y amigos, quienes llevan manjares y antojos para deleitar el paladar de los internos. Un día le llevé empanadas con ají; fueron la sensación para él y sus compañeros.

-“¡Esto está buenísimo!, yo siempre como con mis papás” decía Lorena, una compañera de Camilo.

– “Uy sí, es que la comida de acá es muy insípida… me encanta cuando me traen cosas ricas,” argumentaba Carlos, un joven de 23 años que sufre depresión.

– “Es el colmo, tengo tres personalidades pero igual puedo distinguir si la comida sabe o no sabe,” decía Lorena riéndose, mientras yo no sabía si reírme o seguir comiendo empanadas. “Es que yo y mis tres personalidades, francamente,” seguía diciendo.

-“Y yo con mis dos personalidades,” dijo Camilo

Todos se reían y yo solamente sonreía.

 *

La esquizofrenia es una enfermedad mental crónica. Según un libro sobre enfermedades mentales publicado por el laboratorio farmaceútico Pfizer, esta condición la padece el 1% de la población mundial. Cerca del 20% sufre de otras alteraciones mentales como la bipolaridad o la depresión. Sin embargo, la esquizofrenia no es una enfermedad como tal, sino un conjunto de trastornos que afectan de forma diferente a las personas. Reconocidos y brillantes personajes como Salvador Dalí, Virginia Woolf, John Nash y Syd Barrett han tenido esquizofrenia.

Cuando hablé con mi psiquiatra y me abrió los ojos frente a lo que podría significar una relación con una persona esquizofrénica, quedé confundida y me preocupé aún más por Camilo.

-Es que es una enfermedad crónica- dijo ella,

-¿y entonces? – pregunté preocupada,

-Es que su cerebro se va deteriorando poco a poco, sus neuronas se van muriendo y sus alucinaciones y confusiones van a ser cada vez más complicadas. ¿Qué le espera a una persona que quiere, ama o vive con alguien que padece esta condición?- me reiteró.

 *

Camilo y yo nos conocimos bajo condiciones normales, viendo un partido de fútbol entre amigos dos meses antes de su crisis. Empezamos a salir, pero un tiempo después las cosas no salieron como lo esperado y un miércoles de mayo dejamos de hablarnos. Ocho días después mi celular sonó a la 1:30 de la madrugada. Era él y yo dudosa decidí contestarle. Su voz era llorosa y se sentía su dificultad al respirar como un niño que llora descontroladamente hasta ahogarse y calmarse. Mi única reacción fue hablarle, decirle que me contara lo que estaba pasando y que tratara de respirar profundo mientras él solo afirmaba querer dejar de vivir porque estaba muy confundido. La escritora Piedad Bonnett relata en Lo que no tiene nombre, un íntimo relato sobre la muerte de su hijo, quien también tenía esquizofrenia, lo díficil y conmovedor que puede ser consolar a una persona con esta condición. Recordando eso, decidí hablarle tranquilamente a Camilo sobre mi semana para que se pudiera relajar un poco. Después de tres llamadas consecutivas, de veinte o treinta minutos cada una con intervalos de diez minutos entre ellas, se calmó y se quedó dormido. Yo no pude dormir.

Mi psiquiatra y mis amigas intentan descifrar por qué no me alejé de Camilo inmediatamente supe de su condición. Debo aceptar que cuando él me contó de su enfermedad lo asumí como si me hubiera dicho que tenía el pelo café. Camilo me pareció una persona inteligente y con la cual podía hablar de cosas con las que difícilmente se puede hablar con otras personas, pues era extremadamente analítico, lo cual hacía interesantes las conversaciones. Hablábamos sobre música, fútbol, películas y algunos libros que habíamos leído. Antes de su crisis, salíamos juntos a comer, a ver películas y a cuestionarnos sobre lo pequeños que somos en este universo tan grande. Hablábamos todo el día por celular y por whatsapp y nunca sentí algún comportamiento extraño por parte de él. Además de esto, me parecía atractivo físicamente. Alto, ni gordo ni flaco, pelo y ojos cafés, barba, sonriente e hiperactivo, generalmente se vestía con jeans, una camiseta y una camisa de cuadros abierta. No niego que sí me dio cierta curiosidad cuando me dijo que era esquizofrénico. A medida que nuestra relación avanzaba, me dediqué a leer libros e investigar por internet sobre su condición, los efectos adversos, la posibilidad de relacionarse con una persona como él, así como sobre sus remedios, las dosis, efectos colaterales y contraindicaciones.

Haloperidol, Clozapina, Risperidona, Periciazina para disminuir las alucinaciones y los pensamientos paranoicos, lo que en términos farmacéuticos se conocen como antipsicóticos. Xanax para relajarse y otras drogas para evitar la depresión que causa tomar medicamentos contra la psicosis. Los hay atípicos y típicos. La función química de los antipsicóticos es bloquear los receptores de dopamina en el cerebro. La dopamina es el químico que produce el cuerpo humano para crear sensibilidad en el sistema nervioso.  En otras palabras esto significa que los antipsicóticos o neurolépticos se encargan de impedir que la dopamina fluya libremente por el cerebro, activando la sensibilidad de la persona. El cerebro de los esquizofrénicos suele generar más dopamina de lo “normal”, por lo cual su sistema nervioso se intensifica, produciendo ciertas acciones químicas en el cerebro que conducen a la alucinación, pensamientos paranoicos y miedos, entre otros de los síntomas.

Al día siguiente de haber recibido su angustiosa llamada, lo llamé para ver cómo había amanecido y le propuse que almorzaramos para hablar un poco y ver qué estaba pasando por su cabeza.

-Yo me quiero internar, ya toqué fondo-, me decía.

Lo llevamos a la clínica su papá Alberto y yo. Su padre es un hombre grande, canoso, con temperamento y voz fuerte, sin embargo ese día dejaba entrever un cierto aire de preocupación. Apenas llegamos a la recepción de la clínica, un lugar gris, frío y solitario, decidí dejarlos solos y no entrometerme en la situación más de lo que debía. Por la noche llamé a Alberto para preguntarle cómo les había ido. Me contó que no lo habían podido hospitalizar porque no había cama. Debían esperar la llamada de las enfermeras. Camilo dormiría esa noche en casa de su papá.

Camilo salió de la clínica veinte días después. Debía permanecer en su casa bajo el cuidado de un enfermero y asistir de 9 de la mañana a 4 de la tarde entre semana a la clínica, esto con el fin de motivarlo a salir de su casa y de iniciar un proceso de reincorporación a la vida cotidiana. Durante esta etapa salía a caminar con su perro Ramón, un pastor collie café oscuro, y su enfermero Yasser, un hombre grande, fuerte, calvo y de acento costeño, aunque nunca supe de dónde era realmente. Caminaban por detrás de su casa, por Gratamira, paraban en una panadería a comerse un sánduche con gaseosa y después seguían su camino. El propósito de estas caminatas era sacar a Camilo del ambiente de la clínica y del encierro de su casa, e impulsarlo a encontrarse de nuevo con ese exterior que tantas veces lo perturba por su sensibilidad.

Recuerdo que la primera vez que salimos después de conocernos, le pedí que me acompañara caminando a comprar un libro. En el camino me contó de su miedo de caminar por las calles de Bogotá. Él se sentía inseguro, paranoico y decía que prefería caminar por Nueva York o Londres.

Querer a una persona en estas condiciones no es nada fácil. Si mantener una relación con una persona sana mentalmente es difícil, con alguien cuyo cerebro trabaja y funciona diferente es un reto adicional. Quienes acompañan a personas como Camilo deben estar pendientes tiempo completo sobre cómo se están sientiendo, qué están pensando, si se han tomado sus remedios, y a veces, intentar traerlos de vuelta a la realidad cuando sus percepciones se agudizan y empiezan las confusiones. No tuve ningún problema con esto cuando empezó la crisis, y por esta razón me convertí en una persona especial para él, su confidente, su apoyo en plena crisis. Sus amigos se alejaron, ninguno lo visitó en la clínica, dicen que fue por miedo al ambiente o para dejarlo en paz. No sé qué motivos hayan tenido, pero sé que esto fue doloroso para él, pues en estas situaciones personas como Camilo necesitan saber que sus seres queridos los apoyan incondicionalmente. Manejar una crisis tampoco es fácil, y vuelven a mí las palabras de mi psiquiatra y el relato de Piedad Bonnett, en el que una cita  me marcó: “Su mundo mental necesariamente era distinto al nuestro, que aun en sus mejores momentos el día a día debía implicar para él un esfuerzo sobrehumano, que la sobrecarga de estímulos incontrolables era devastadora para su cerebro”.

Camilo es una persona especial, en el sentido más clásico de la palabra: fue un estudiante brillante en el colegio, en la universidad y en su maestría. En su juventud era un niño rebelde pero inteligente a la vez.

“A mí nunca me pudieron echar del colegio porque me iba muy bien, pero claro que trataron, ¡estaban desesperados conmigo!,” me contó riéndose cuando le pregunté cómo había sido el proceso de descubrir su condición. Camilo supo que tenía esquizofrenia cuando entró a la universidad y se fue a vivir solo al centro de la ciudad. Empezó a quedarse encerrado en su casa, no le importaba absolutamente nada, pues se quedaba hablando con sus gatos y hablando con indigentes. Un día cayó en cuenta de lo que estaba pasando y llamó a su abuela, le dijo que creía que algo estaba mal con él. Un tiempo después le diagnosticaron esquizofrenia. Tenía 20 años.

Afortunadamente Camilo vive en buenas condiciones y es económicamente privilegiado para darse sus gustos, vivir cómodo y darse el lujo de no trabajar. Sin embargo, pienso en aquellas personas que padecen la misma condición, o una similar, y no tienen comodidades ni acceso a drogas costosas, sumándole a ello la dificultad de mantener un trabajo, pues estas personas deben evitar el estrés para no aumentar los niveles de estímulos. Según la Organización Mundial de la Salud más del 75% de quienes padecen trastornos mentales en el mundo subdesarrollado no reciben tratamiento ni atención.

Teniendo en cuenta que los antipsicóticos tienen precios entre los 12.000 y los 30.000 pesos la caja de veinte pastillas que dura diez días, sumándole las drogas que acompañan a éstas como las antidepresivas que tienen un valor cercano a los 35.000 pesos colombianos veinte pastillas, una persona con esquizofrenia podría gastarse en promedio, cerca de 800.000 pesos colombianos mensuales solo en drogas.

Según la Comisión de Regulación de Salud colombiana, las EPS deben cubrir las hospitalizaciones psiquiátricas hasta los 30 días cumplidos, después de esto el psiquiatra deberá pedir una autorización para continuar el tratamiento. Por su parte, el plan obligatorio de salud (POS) dice que se “debe cubrir la hospitalización durante las primeras 24 horas de la urgencia psiquiátrica. Si el paciente requiere más hospitalización y/o un manejo adicional, el médico tratante debe justificarlo y solicitar a la Secretaría de Salud Departamental o Distrital”, de lo contrario el paciente o su familia deberá cubrir con los gastos. Personas en estas condiciones duran más de 24 horas en la clínica; Camilo estuvo veinte días, Antonio y Eduardo, los dos hermanos esquizofrénicos mencionados anteriormente llevan 5 años viviendo en la clínica.

*

Camilo y yo nos empezamos a alejar poco a poco. Hablamos una vez cada dos o tres días, después una vez a la semana, luego se desapareció. Un día noté que su  Whatsapp informa que no se conecta desde el último viernes a las 7 de la noche. Es martes y me preocupo, pues las llamadas al celular de Camilo entran directamente a correo de voz, y las cuatro veces que he llamado a la casa han sido en vano. Pienso en intentar comunicarme con Alberto, el papá de Camilo, pero lo borré de mi celular el día que decidí dejar de involucrarme tanto en la situación. Entonces llamo a la clínica para confirmar mi presentimiento.

-Clínica Mental, buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

-Buenos días, llamo para hablar con un paciente

-¿Nombre del paciente?

-Camilo Garzón,

-Él no está internado.

Trato de comunicarme con la esposa del papá de Camilo, busco su teléfono en la página de su empresa y llamo.

-“Aló ¿con quién hablo?”- me contestan,

-Hola Claudia, hablas con una amiga de Camilo, perdón por molestarte pero no me he podido comunicar con él y he estado preocupada…

-“Hola linda, no te preocupes. Camilo ha estado muy mal últimamente, el psiquiatra le restringió el celular, el uso del internet y todas las visitas o llamadas que le causen muchos estímulos, pues se nos hace difícil definir con quién no puede hablar. Yo creo que lo tenemos que volver a hospitalizar…”

Quedo en blanco. Horas después hablo con Alberto, pues me llama para contarme bien toda la situación después de saber que he hablado con su esposa. Me cuenta que cuando acabe su temporada en la clínica psiquiátrica, deberá internarse en un centro de desintoxicación, pues el consumo de marihuana durante momentos críticos está complicando el proceso de mejora de Camilo. Se me aguan los ojos e intento tranquilizarme y pensar con cabeza fría. Camilo no es parte de mi familia, ni es mi mejor amigo ni fue mi novio, pero me entristece ver cómo la vida de una persona se derrumba de esta manera. Alberto me cuenta que Camilo tuvo un episodio en el psiquiatra y tuvieron que amarrarlo. Nunca me contó detalles de cómo fue.

La familia de Camilo decide enviarlo a un centro de rehabilitación y desintoxicación en Estados Unidos. Nos despedimos en su casa. Después de dos horas de hablar mientras nos tomábamos un té, me explica cuáles serán sus planes cuando vuelva en seis meses. Me dice que quiere comprarse una moto, hacer nuevos amigos, pues los que tenían se desaparecieron y dejaron de apoyarlo, y construir una nueva vida en la que su esquizofrenia sea más llevadera. Yo sólo pienso en las palabras de mi psiquiatra.

Lleva veinte días en Estados Unidos, me ha llamado y me ha escrito. Faltan cinco meses para que su tratamiento finalice. Esta historia no tiene un final. La esquizofrenia no se cura, solamente se estabiliza a punta de drogas. Sin embargo, entendí que las personas no deben ser catalogadas como locas, esquizofrénicas, bipolares o depresivas, pues ellas no son sólo eso. Son personas que tienen una  condición. Una persona no es “cancerosa”, tiene cáncer. Una persona no es “hipoglicémica”, tiene hipoglicemia. Todos tienen diferentes condiciones que los constituyen como seres humanos y como personas; cada quién tiene sus capacidades y sus atributos. Camilo solo tiene “un pequeño vaivén en los espasmos cerebrales”, como dice un poema anónimo sobre la esquizofrenia.

*Los nombres de los personajes y la clínica fueron cambiados por razones de confidencialidad.

**Alejandra París es estudiante de Ciencia Política. Esta nota fue realizada en la clase Crónicas y reportajes periodísticos de la Opción en periodismo del CEPER Universidad de los Andes. 

 

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