Por una salud mental contextuada: la brecha entre la Colombia rural y los servicios de salud mental

En Colombia el acceso a la salud mental ha sido un privilegio urbano. Las zonas rurales y las comunidades étnicas padecen un abandono sistémico. La nueva ley de salud mental –2460 de 2025– promete saldar esa deuda histórica, ordenando llevar servicios a todo el territorio. Pero, ¿puede una ley cerrar un abismo tan profundo?

«Desde mi niñez presencié esta problemática de salud mental, suicidios más que todo” recuerda Wilber Caballero, 33 años. Wilber creció en una de las comunidades indígenas dispersas en la inmensidad del departamento de Vaupés, el pueblo piratapuyo.  Hablamos mientras espera unos minutos antes de llevar a su hija al colegio. Me pregunto si la hija lo escuchó decir esto, si ella sabe. Vaupés, para el 2024, fue el departamento con mayor tasa de intentos de suicidio.

En el 2013, cuando Wilber tenía 21, un joven bogotano, estudiante de medicina de la Universidad Nacional llegó hacer su rural a Mitú. Juan David Páramo, se llama, y recuerda la selva y la muerte. No la muerte de las enfermedades tropicales o la precariedad de un hospital en el corazón de la amazonía. La soga. “Simplemente nos llegaban los pelados ahorcados y los que sobrevivían, bien, y los que no, no. Me impactó mucho”. Lo que más le confrontaba: “el rango de edad que es una diferencia del suicidio amazónico, es que son en personas jóvenes e incluso incluso menores de edad”.

Tanto Wilber como Juan David han dado su tiempo para entender y enfrentar esta crisis de suicidios indígenas. 

Wilber lidera el colectivo Takaka, un grupo de cerca de 15 jóvenes, que buscan recolectar en video relatos y tradiciones locales. Para él, la causa de la crisis es una herida profunda, una fractura cultural que dejaba a su generación a la deriva. 

Parte del colectivo Takaka, foto cortesía de Wilber Caballero

Juan David antes del rural quería estudiar pediatría. Lo que vió en Vaupés, porque recorrió el departamento en campañas de salud, cambió su intención. Ver jóvenes, casi niños, como los que hubiera atendido como pediatra, morir así, lo convocó a ser psiquiatra. Al terminar su rural, vino  a Bogotá, estudió y en 2020 regresó a Vaupés, y fue el primer y único psiquiatra del departamento.

Colombia, no solo Vaupés, atraviesa una creciente crisis en salud mental. Desde el 2021 la tasa de intentos de suicidio ha crecido de manera sostenida. Entre 2019 y 2023 se reportaron 151.158 casos. La gran mayoría de los intentos (72.9%) se concentran en adolescentes y jóvenes de entre 10 y 29 años. 

Ante esta crisis, en junio de este año, 2025, se sancionó la nueva ley de salud mental. La ley, consciente de que la gran mayoría de servicios de salud mental se concentran en las ciudades, trae una propuesta que se ha calificado como ambiciosa: exige un enfoque diferencial, étnico y poblacional; que se diseñen programas adaptados al territorio, especialmente en territorios apartados. Vale la pena recordar Vaupés para pensar el cómo de estas promesas gigantescas. Para estos, escuchamos a Wilber y a Juan David.

Foto cortesía de Juan David Páramo

Un crecimiento que fractura

“La salud mental no puede ser un privilegio”: Olga Lucía Velásquez, ponente de la Ley de Salud Mental

La representante a la Cámara por el partido Alianza Verde, lideró la recién sancionada Nueva Ley de Salud Mental. Su apuesta: un presupuesto fijo para la salud mental nacional, una dirección de alto nivel en el Ministerio de Salud, y programas que faciliten el acceso y la comprensión de la salud mental para toda la población. Hablamos con ella.

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Sería falso decir que las zonas rurales concentran la mayoría de personas que enfrentan dificultades en su salud mental. El 91% de los diagnósticos de depresión, el 91 % de diagnósticos de ansiedad, el 89% de casos de trastornos de la conducta alimentaria (por nombrar unos pocos) se concentran en las cabeceras municipales, donde también se concentra la población. Si hablamos sólo de intentos de suicidio, el 87% de los casos se reportaron en cabeceras municipales, donde el riesgo es dos veces mayor en comparación con las zonas rurales. Sin embargo, la baja cifra de diagnósticos rurales no significa ausencia, ni reduce la importancia. Basta con recordar que la cantidad de intentos de suicidios en Vaupés en el 2023, per cápita, fue la mayor en Colombia, con 198,8 casos por 100.000 habitantes.

Vaupés es un caso emblemático. Este departamento amazónico de poco más de 40,000 habitantes, mayoritariamente indígenas, ha registrado tasas de suicidio que han encendido las alarmas durante años. Pero reducir la crisis a un número es perder de vista el fondo del problema. Lo que ocurre en Vaupés no es una simple «epidemia» de depresión. Para las comunidades locales, el sufrimiento tiene otro nombre y otras causas. “Tiene que ver con este choque cultural porque todas esas dinámicas cambian drásticamente para nosotros como pueblos indígenas”, explica Wilber. El cambio cultural, las nuevas formas de trabajo y de ocio, por su trepidante aceleración, crean una «desarmonía», una desconexión con las raíces que deja a los jóvenes vulnerables. “Estamos perdiendo esa conexión que tenemos con nuestros antepasados, con nuestros pueblos, con nuestro territorio”.

Juan David tuvo que aprender este nuevo lenguaje. Comprendió que el modelo biomédico con el que fue formado en Bogotá era insuficiente. “Hay una perspectiva integral, colectiva, espiritual, territorial y ancestral. Por ende, todo lo que afecte la territorialidad, lo comunitario, lo colectivo, lo espiritual, lo ancestral va a tener un impacto en las formas de sufrimiento”, explica. La salud, en la cosmovisión indígena, no reside en el individuo, sino en el equilibrio de la comunidad con su entorno. La minería ilegal, los procesos de evangelización, la herencia de la guerra —como la violenta toma y retoma de Mitú—, y la imposición de un sistema educativo basado en internados que arranca a los niños de sus familias, son todos factores que rompen esa armonía. Póngase usted en ese lugar. Imagine que una comunidad nueva toma Colombia, lo evangelizan con creencias que usted desconoce, las formas de trabajar cambian rotundamente, hay conflictos armados nuevos e insólitos, y tras del hecho se lo llevan infante a aprender saberes de esta comunidad, en el idioma de ellos, el cual tiene que aprender de cero.

Las formas de sentir no son las mismas para todas y todos, ni las mismas entre comunidades y territorios. Las formas de experimentar el “desarrollo” tampoco son las mismas en Usaquén, Bogotá que en Ovejas, Sucre. Esta es la primera cicatriz de un sistema de salud mental inequitativo y demasiado capacitado por las investigaciones occidentales: existe un sesgo que capacita para comprender y tratar experiencias más que todo urbanas, modernizadas. Un acompañamiento territorializado, universal, requiere de trabajar con quienes están ya en el territorio. 

El artículo 2 de la nueva ley en salud mental habla de que sus disposiciones se aplicarán teniendo en cuenta factores étnicos, con una mirada consciente de la población en su propio territorio.  Lo que está por definirse son los planes detallados de diálogo y concertación.

Al respecto, Juan David considera que el hecho de que la nueva ley establezca un presupuesto y una dirección en el MinSalud estrictamente dedicados a la salud mental es un acierto. “Es clave que tengamos recursos para la contratación digna, tanto de psiquiatras como de psicólogos”. Las formas específicas de inversión están por definirse, y las cifras reclaman una inversión urgente de recursos en las zonas rurales, ¿pero cómo, quiénes y cuántos deberían hacer parte de estos equipos?

Foto cortesía de Juan David Páramo

El pedestal occidental

Juan David decide irse de Bogotá y regresar a Mitú en noviembre del 2020, en pandemia. “Obviamente la lloradita, en Satena, al volver a ver la selva, al regresar, al sentir ese vínculo que no se había ido, y pues por el reto que tenía porque sé que todavía hay unas expectativas muy grandes de la psiquiatría y de la psicología en el territorio”. Juan David, desde el único hospital público del departamento, el San Antonio de Mitú, buscó una apuesta diferente a la que vió en Bogotá. En la capital, en donde trabajó previamente, sentía “discusiones profundas con el modelo manicomial, donde me sentía en un dilema ético muy fuerte, no compartía los tiempos de hospitalización, estaba frustrado, creo que se deben agotar todas las formas de trabajo clínico y comunitario antes de una internación». Por esto, llegó con una postura más informada por la postura ética de la psiquiatría social, la cual requiere un trabajo más horizontal con la comunidad que se acompaña. “Depende más de la psiquiatría bajarse de ese pedestal para entender que hay otros marcos de referencia”. Cuando regresó como el primer psiquiatra de base del departamento, gestó un enfoque social, abierto al diálogo con los sabedores locales, preocupado por visitar las comunidades del departamento. 

Hoy, el equipo de salud mental del hospital ha crecido a tres psiquiatras rotativos (por lo que Juan David puede venir 20 días del mes a Bogotá), cuatro psicólogas y tres trabajadoras sociales. ¿Cómo creció el equipo? “A punta de joder y joder”, dice Juan David. La mayor innovación no ha sido traer más fármacos, sino abrirle la puerta al saber ancestral. “Recomendamos que se lleven a cabo trabajos conjuntos entre la medicina occidental y la medicina tradicional. El hospital ahorita contrató a dos sabedores”. Esto, en una palabra, es un hito. Reconocer laboralmente el trabajo de los sabedores dentro del equipo de salud mental significa que los conocimientos locales pueden servir tanto como los occidentales. Incluso Juan David habla de que están trabajando por tener “botiquines tradicionales” con plantas rituales, como el carayurú, con cuya ceniza roja, al ponerla en el ombligo, se hace un ritual de protección.

Foto cortesía de Juan David Páramo

Wilber y una quincena de jóvenes de diferentes pueblos indígenas crearon el colectivo de comunicación Takaka. Armados con cámaras y un profundo respeto por sus tradiciones, buscan contrarrestar la desarmonía desde adentro. Su trabajo no es producir noticias, sino ‘despertar la conciencia’. “Hemos querido darle voces a los abuelos para que ellos desde su conocimiento cuenten el relacionamiento que tenemos nosotros como pueblos indígenas con nuestro territorio, con nuestro entorno”. A través de documentales y talleres, Takaka fortalece la identidad cultural, promueve el diálogo intergeneracional y le da a los jóvenes una narrativa de resistencia, una razón para seguir vivos. Divulgar y rescatar la tradición, asegura Wilber, sería una forma de enfrentar el mal de los suicidios, por su relación con el desarraigo. 

Wilber cuenta esto, pero recuerda que la crisis sigue. Habla con algo de lentitud al contarme que, justo después de que grabaran un video sobre jóvenes líderes locales, se enteró de la muerte de uno de los que apareció en el video. Fue el suicidio de un primo de una de las integrantes. Y silencio.

Por la persistencia de la crisis es que Juan David insiste en que al trabajar tiene que haber “una pertenencia al territorio y una perspectiva situada, distinta a la del profesional con buenas intenciones del interior, así abiertamente lo digo”. El trabajo en salud mental requeriría no sólo entender lo que ha sucedido en la gente y en la tierra, sino trabajar con la misma gente y la tierra. Incluir las prácticas tradicionales, permitir el diálogo entre expertos locales y foráneos, pensar en equipos mixtos y horizontales, trae posibilidades. Los pedestales asépticos no son la respuesta.

No es llegar por llegar

El esfuerzo local en Vaupés es heroico, pero choca contra un muro sistémico que una ley, por sí sola, difícilmente puede derribar. La profesora Carmen Elvira Navia, directora del Servicio de Atención Psicológica de la Universidad Nacional, una unidad de la Facultad de Psicología que ofrece acompañamiento psicológico a la ciudadanía de Bogotá y sus alrededores (acompañan cerca de 800 personas por año), mientras integra la formación de los estudiantes de Psicología y  la investigación, pone el dedo en las llagas.

La primera es el riesgo de la «invasión cultural». La nueva ley ordena llevar servicios a todo el país, pero Carmen advierte sobre el peligro de un despliegue insensible. “Esto de llevar así la salud mental a todo el mundo pues parece muy lindo y muy bonito, pero hay que respetar la idiosincrasia”. La prisa por cumplir metas de cobertura puede llevar a imponer modelos urbanos que patologicen las diferencias culturales y resulten ineficaces o, peor aún, dañinos.

El segundo problema es la formación de los profesionales. Colombia tiene un déficit alarmante de especialistas: según Juan David, tenemos “cerca de 1.600 psiquiatras para más de 50 millones de habitantes, y el 75% están concentrados en cuatro ciudades”. Con una tasa de 3.1 psiquiatras por cada 100,000 habitantes, la mayoría se agrupan en las ciudades capitales. Los territorios con mayor densidad son Bogotá, D.C., Risaralda, Quindío, Caldas y Antioquia; la Organización Mundial de la Salud ha establecido el objetivo de tener 10 psiquiatras por cada 100,000 habitantes.  Por su parte, para 2023, había 90,509 psicólogos registrados en el país. Los departamentos con mayor cantidad de psicólogos por cada 10,000 habitantes son Vichada, San Andrés, Arauca, Antioquia, Santander y Bogotá, D.C. Los de menor densidad son Chocó, Bolívar, Sucre, La Guajira y Córdoba. 

Según Carmen, el problema también es cualitativo. “En Colombia los egresados de pregrado en psicología pueden ofrecer acompañamiento, pero falta un poco cualificar la forma”. Por su experiencia en el Servicio de Atención Psicológica de la Universidad Nacional, los estudiantes de pregrado, tras entrenamiento en habilidades y competencias como entrevistas básicas y toma de decisiones, pueden realizar una primera entrevista, un diagnóstico, una formulación clínica y trabajar con casos «fáciles».  Estos casos se caracterizan por problemas fácilmente detectables y claramente establecidos, cuando no hay un deterioro severo de la personalidad, psicosis o adicciones severas; además, en estos casos, el paciente tiene voluntad de recibir el acompañamiento, y la causa de su malestar es identificable y transitoria.

Si bien existen estas capacitaciones, las universidades no están preparando con prácticas de forma generalizada a los psicólogos que la Colombia rural necesita: profesionales con herramientas para entender el trauma del conflicto, el diálogo intercultural y las complejidades del territorio. Esto, particularmente, porque las prácticas de acompañamiento clínico suelen centrarse en lo urbano, en donde se sitúan las universidades. 

Carmen recuerda un proyecto parcialmente exitoso, el Proyecto Psicosocial Montes de María, que desarrollaron con una combinación presencial y virtual. Iniciado durante la pandemia y mantenido virtualmente en cooperación con la Corporación Desarrollo Solidario, que trabaja localmente, consistió en dos actividades principales: entrenar a mujeres líderes comunitarias en primeros auxilios psicológicos para que presten atención en la comunidad, y difundir información para prevenir la violencia intrafamiliar.  A pesar de las dificultades de conectividad y desplazamiento, se realizaron talleres de formación para estas mujeres, con seguimiento y supervisión posterior. De esta experiencia recoge los retos y las esperanzas.

¿Cómo y dónde?

Carmen encuentra dos vías, que pueden combinarse. Por un lado, el acompañamiento virtual. Tiene la ventaja de que abarata los costos y es menos peligroso para quienes visitan las zonas, pero es difícil que, como hemos visto, haga una lectura contextuada y completa de las necesidades locales. Además, tener un profesional fijo es poner un costo fijo en un territorio donde la demanda es incierta, afirma Carmen: tener personal de salud mental en un hospital en donde las personas están repartidas en un territorio muy extenso, en poblaciones distantes y poco conectadas, puede que no asegure la solicitud de los servicios. Los costos de transporte a las poblaciones cercanas también pueden ser altos. E imagina que el personal “tendría que tener unos magníficos salarios también, al menos tan buenos como quien vive y trabaja en la ciudad”. Sin embargo, para que un modelo virtual funcione, “sin alguien en terreno es muy difícil”. Las barreras de acceso a internet, incluso a electricidad, siguen siendo dolorosamente grandes en la Colombia rural. Ante esto, el artículo 5, numeral 11, de la nueva ley de salud mental, crea y define oficialmente la figura de los «agentes comunitarios en salud mental» como líderes y voluntarios que sirven de puente entre la comunidad y los servicios de salud. Acá será clave pensar estrategias de acompañamiento y capacitación en las zonas de más difícil acceso y conexión.

Otra necesidad para Carmen es la actualización. “Los profesionales que se desplazan a las provincias no tienen forma de acceder, por ejemplo, a cursos de actualización y a veces se sienten muy solos”. La nueva ley de salud mental, en el artículo 16, responsabiliza a los prestadores de servicios de salud públicos y privados de garantizar la actualización continua del talento humano que atiende en servicios de salud mental “en nuevos métodos, técnicas y tecnologías pertinentes” y que esta actualización “estará enmarcada en la humanización y el trato digno al paciente, sus familiares y cuidadores”. Además, habla de sistemas de evaluación “con la guía del Ministerio de Salud y Protección Social o quien haga sus veces y el Ministerio de Educación” para supervisar la gestión correcta de los funcionarios. Todo sería vigilado por La Superintendencia Nacional de Salud, e informado al  Ministerio de Salud y Protección Social, y al Consejo Nacional de Talento Humano en Salud para lo de su competencia. Lo que está por definirse es la forma en la que estas actualizaciones y evaluaciones llegarían a la Colombia rural. Carmen cree que se necesita algo más, “habría que también generar sistemas de soporte para estas personas”. 

El trabajo local es duro, claro. Juan David lo recuerda. “Pasé por una situación muy dura hace dos años, una situación depresiva que no solo fue por Vaupés, sino por todos los otros espacios de trabajo. Empecé a llorar sin razón. Las cosas estaban bien y empezaba a llorar sin razón. Y estaba muy irritable. Muy frustrado como una sensación de frustración muy grande”. Explica que descubrió que su forma de autocuidarse era acercarse a la naturaleza,  no solo en Vaupés, sino pasar el tiempo que tiene en Bogotá en una zona casi rural al oeste de la ciudad, sobre los cerros.

Pero el trabajo local tiene algo que jamás tendrá lo virtual. Cuando le pregunto a Juan David por lo más gratificante de su experiencia en Vaupés, recuerda “una tarde en la que jugamos basquetbol con unos jóvenes en una comunidad que se llama San Miguel. La cancha estaba al lado de una Maloca en construcción, la casa ancestral principal, y al lado, el internado, que estaba también en construcción. El río Pirá Paraná estaba al lado, y estábamos entre la selva, la avioneta estaba a unos 4 o 5 días de volver por nosotros. Los jóvenes tenían entre 14 o 12 años. Sentí la alegría de, aunque uno no sepa jugar, del vínculo que que se tejía. Sentir ese vínculo humano es precioso. Estaba también con una pediatra y un auxiliar de enfermería. Era sentir ese campo sencillo donde también se teje la salud mental, el ejercicio de compartir con la comunidad, de tener familia. Era sentir la naturaleza en la dimensión del cuidado de la salud mental, cómo la naturaleza te protege y te cuida y eso es algo que yo he aprendido también del trabajo en la Amazonía». 

Foto cortesía de Juan David Páramo

Una esperanza cautelosa

La ley 2460 de 2025 abre una puerta de esperanza. La creación de una subcuenta presupuestal y de una dirección de alto nivel en el Ministerio de Salud son avances innegables que prometen recursos y gobernanza. Estos, bien ejecutados, podrán ayudar a llevar talento humano a territorios. Carmen rescata este aspecto, y el educativo, porque lograr capacitar gente local facilita ofrecer acompañamiento pertinentes y ágiles.

El gran reto dependerá de escuchar las voces del territorio. Para Wilber, el sueño es claro y pasa por la humildad y la colaboración. “Lo que hemos buscado nosotros siempre también desde las prácticas tradicionales de este saber ancestral es el diálogo de esas dos de esas dos medicinas”. No se trata de reemplazar un saber por otro, sino de complementarlos. 

Maloca, foto cortesía de Wilber Caballero

Para Juan David, la clave está en cambiar el perfil del profesional que llega a las regiones. La solución no es solo enviar más médicos de Bogotá, sino formar a la gente del territorio. “Necesitamos incidir en la profesionalización territorializada de los futuros psicólogos y ojalá también psiquiatras de las regiones. Que pueda haber una pertenencia al territorio”.

Para Carmen la acción más urgente es la más fundamental: empezar por la prevención y la educación, antes que por la intervención. “Sería mejor un trabajo trabajo más preventivo y de información porque también hay que desmitificar lo que implica la salud mental”.

La ley es un sendero, pero el territorio es un mapa complejo y lleno de cicatrices. Para que la salud mental deje de ser un privilegio, el Estado tendrá que aprender a amistarse con los locales, no con la arrogancia del que impone, sino con la sabiduría del que escucha. Para sanar un país, primero hay que reconocer y respetar las piezas que lo componen.

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