La curadora bogotana fue galardonada con el Premio Nacional de Contribución a la Museología Colombiana 2024. Casi 25 años de trabajo en los museos, complejizando la relación con el otro, definen su trabajo.
por
Dominique Rodríguez Dalvard
periodista cultural
22.10.2024
Foto de Justine Graham
Lo primero que hizo fue llorar.
“Como las reinas”, dijo. Cómo no, si la llamaron del Ministerio de Cultura para decirle que ella, Cristina Lleras Figueroa, se había ganado el Premio Nacional de Contribución a la Museología Colombiana. Por supuesto, yo lloré también, porque qué cantidad de años a su lado viéndola construir este mundo que hoy se le reconoce. Me declaro imparcial desde ya, pues nos acompañamos en la vida por casi dos décadas. La admiro, y lo reconozco también. La vi descubrir el acervo del Museo Nacional de Colombia, de la mano de su curadora Beatriz González, para luego, cuando ésta se retiró, quedarse designada por ella, como su sucesora (2004-2012).
Giovanni Vargas Luna: retrato del artista atento
«Si la filósofa Simone Weil dijo que “la atención es la forma más rara y pura de generosidad”, entonces Giovanni era una de las personas más raras y puras que han existido.»
La vi, también, resistir a los embates de la Maestra cuando se dignó a transformar la lógica expositiva del Museo, incluyendo en sus salas el Fútbol y el Cine como relatos de nación o cuando, en la sala Modernidades, se atrevió a meter un electrodoméstico y otros objetos de la vida cotidiana en medio de los íconos de la pintura nacional, como una manera de poner en una perspectiva temporal lo qué sucedía en las artes y en la vida de las familias colombianas. Pero las críticas no la amilanaron. Como tampoco el rugido de su mentora cuando, en la gigante muestra del Bicentenario, puso en una misma sala un retrato de Bolívar pintado por José María Espinosa junto al plotter del actor Pedro Montoya, quien lo encarnó en Revivamos nuestra Historia, una serie con la que media Colombia de los años ochenta aprendió de su pasado; lo mismo hizo con La Pola y la actriz Carolina Ramírez, protagonista de la telenovela con el mismo nombre que en tiempos de la exposición estaba de moda. Quién dijo miedo, a Beatriz González le indignaron tamañas comparaciones en el espacio sacro del Museo y, oh paradoja, rotuló a Lleras como “de mal gusto”.
Aun así, la joven curadora siguió en lo suyo contra viento, marea y los lamentos de semejante figura. La propia Arcadia les hizo una portada a ambas mujeres con el titular de “Pelea en el Museo”, y la discípula terminó la entrevista diciendo que le había aprendido tanto a Beatriz que, justamente por ello, se resistía a la docilidad. Y así, invitó a María José Pizarro a exponer el legado de su papá, el candidato a la presidencia por el M-19, Carlos Pizarro, presentó la camisa abaleada de Gaitán y se preguntó por la toalla de Tirofijo como objetos representativos, y problemáticos, de la violencia en Colombia. Así mismo, presencié el escándalo que produjo que invitara al artista cartagenero Nelson Fory a ponerles, a algunos de los bustos de próceres del Museo, pelucas afro, para señalar la falta de representación de esta población en los monumentos de la Independencia –y por extensión, a los tiempos que le siguieron.
Y de la historia negra de nuestra historia también hay mucho para decir pues, frente a su falta de visibilidad en el Museo, hizo la primera gran exposición del tema, de la mano de reconocidos investigadores como Jaime Arocha, a partir de los rituales funerarios de las comunidades afrocolombianas, negras, palenqueras y raizales del país. Con todo, una mujer la criticó llamándola algo así como “guardiana del orden etnoracial”. A ese tema enorme le dedicó su tesis doctoral, investigación que realizó a distancia con la Universidad de Leicester (Reino Unido), mientras trabajaba en Bogotá.
En el Museo Nacional trabajó por más de una década, sentando las bases para ampliar la mirada sobre lo que significa incluir las voces de un país diverso dentro de un relato que no puede ser uniforme y fue allí donde empezó a desarrollar una obsesión sobre cómo narrar el conflicto en Colombia desde la institución museal, interés que sigue y que la ha llevado por el mundo estudiando el tema y presentando sus posiciones al respecto.
Pero antes, su paso por la Gerencia de Artes Plástica del Distrito (2012-2013). Allí tuvo que ver con la difícil tarea de representar las muchas expresiones del arte en Bogotá. De esa gestión sobresale el trabajo que hizo para hacer de los grafitis una voz más que narrara las muchas ciudades que habitan la capital. También, le abrió al Premio Luis Caballero la posibilidad de convertirse en un escenario in situ en donde los artistas participantes pensaran el lugar de exposición. Su paso por la ciudad regresaría luego como curadora del Museo de Bogotá (2019-2023), en donde, de nuevo, hizo otro aporte: el Museo de la Ciudad Autoconstruida, en Ciudad Bolívar, un círculo perfecto que muestra cómo transitó su mirada desde el relato nacional hasta la más íntima vivencia barrial. Y local. Porque fue en Bogotá en donde realizó otra exposición con talla de museo para el Salón Regional de Artistas, en 2015. La desplegó en toda la Universidad Nacional y la llamó Museo Efímero del Olvido, Mefo. Su interés por entender las dimensiones de la memoria se hizo explícita allí.
Este interés por el pasado y sus huellas en el presente siguió complejizándose y, aquí hay que detenerse en un capítulo importante: El Museo de la Memoria Histórica de Colombia. Como medida de reparación establecido en la Ley de víctimas de 2011, se fijó la necesidad de crear un museo que narrara el conflicto colombiano. Un reto imposible, por supuesto. Sin embargo, Lleras encaró la tarea y con un equipo apoyado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en los tiempos de Gonzalo Sánchez y María Emma Wills, empezó el ejercicio de imaginación de cómo volver exposición eso que los informes narraban tan descarnadamente desde inicios de los 2000. La curadora se percató, rápidamente, de que la posibilidad de construir el museo se dilataría con la politización del tema (y vaya uno a ver, y sí), así que ofreció otra alternativa: ¿qué tal hacer una exposición en el marco de la Feria del Libro y, allí, establecer el guion base del futuro Museo? Así fue como nació Voces para Transformar a Colombia, una exposición en donde se narraron las violencias de nuestro país desde los tres ejes de la Tierra, el Cuerpo y el Agua. La tierra, causa de la guerra, expoliada, cercada y devastada; el cuerpo, individual y colectivo, ultrajado y controlado; el agua, contaminada, desviada y usada para la guerra. Y frente a todo este desastre la gente, increíble, haciendo resistencia.
A esa gente increíble le canta Lleras. A esas voces que se saben con voz, aunque nosotros no se la demos. A todos esos vivos y a todos esos muertos. A toda esa naturaleza a la que también le ha dado protagonismo en sus relatos. A esos miles de silenciados que no aparecen más que en cifras y que, bien lo saben, como bien lo sabe ella, tendrán que seguir haciéndolo solos, porque ni la justicia, ni el Estado les dará abrigo. Acaso al nombrarlos, desde su dimensión creadora y dadora, ella les ofrece un lugar en su Museo de las Memorias.