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Catalina Muñoz y la historia de los futuros posibles

Catalina Muñoz es una historiadora rara: Su trabajo es hacer historia con públicos no académicos y hablar del pasado en el presente y hacia el futuro.

por

Omar Rincón y Luisa Uribe


10.05.2024

Fotos: Omar Rincón y Luisa Uribe; Arte: Isaac Vargas

Catalina Muñoz es profesora de historia de la Universidad de los Andes, pero es una historiadora rara: trabaja en crear “Historia para lo que viene” o para forjar el futuro. En el mundo esa vaina se enmarca en lo que se llama public history que es como una historia más aplicada a la realidad. La idea es hacer papers pero, sobre todo, hacer exposiciones, podcast, música, performance. Su trabajo es hacer historia con públicos no académicos, es reconocer que hay gente que no es historiadora a la que le gusta y le interesa la historia y con la cual podemos construir un conocimiento juntos, más relevante y pertinente porque se habla del pasado en el presente y hacia el futuro. Con Catalina hablamos y en este texto les contamos lo que nos dijo. Nos quedará faltando mostrarle la vitalidad y goce con que ella hace historia.

La ruptura disciplinar: una metodología del quiebre para la historia

Al preguntarle por la (mala) fama de los historiadores, Catalina afirma que nos enseñan la historia como “una costura” (y la costura no es mala, pero en los colegios colombianos es como lo que no sirve para nada), como una cosa de “cultura general”: que toca saberse pero que no sirve para nada porque “ya pasó”. Esta es una entrada muy errada a la historia. Para ella, la historia es fundamental para entender y abordar efectivamente cualquier reto que tengamos en nuestro presente, para poder pensar que ningún reto actual es solamente del hoy, sino que viene de alguna parte.

La historia se constituyó como disciplina en el siglo XIX, con un criterio de ese tiempo en el que para ser reconocida como disciplina y ser científica, los historiadores tenían que observar desde una distancia prudente aquello que observaban, y en ese sentido, la historia sigue siendo una disciplina muy conservadora: demanda de nosotros un distanciamiento de nuestro presente. Entre muchos historiadores profesionales se ha mantenido esa idea de que entre más remoto sea el pasado que se estudia, mejor.

“En nuestra sociedad se piensa que el historiador es el que conoce el pasado, lo estudia y se lo sabe enciclopédicamente. Y yo digo que esa es una noción muy rara. Para mí, ser historiador quiere decir ser capaz de pensar la experiencia como una experiencia temporal; de pensar que toda experiencia está ligada al momento y el lugar en el que ocurre y a flujos del tiempo. Hay unas continuidades que arrastramos del pasado y que son palpables en todo presente. Y también unas particularidades de cada momento singular. Para mí, ser historiadora quiere decir poder pensar la experiencia Humana, y a veces también la no Humana, como algo que ocurre en el tiempo, que tiene temporalidad. Eso es lo particular de la historia”.

“Son pocos los historiadores que se aventuran a estudiar el tiempo reciente porque hay esta presuposición de que si yo estoy estudiando fenómenos que me competen, pues ya no tengo la objetividad para mirarlos. En cambio, si yo estudio la Edad Media o el Siglo XIX es suficientemente distante y no soy parte de eso, entonces puedo mirarlo objetivamente.”

Eso por supuesto es problemático. La academia nos invita a abstraernos del mundo, a nuestras torres de marfil, para estudiar el pasado desde documentos y desde libros; pero esa no es la única manera de ser historiador.

“Lo que es problemático es que hemos dejado el estudio del tiempo presente a otras disciplinas y se ha perdido esa perspectiva histórica, la perspectiva de la temporalidad. La historia que a mí me gusta hacer es una historia que pasa en el mundo, que está viva; que se interesa por el pasado en la medida en que este hace parte del hoy; y que por lo tanto se interesa también por el presente y por nuestras expectativas a futuro. Porque la historia no la hacemos solo los historiadores, la gente a la que le interesa la historia. ¿Los movimientos sociales usan la historia, cierto? Movimientos de mujeres, movimientos afros, movimientos de trabajadores apelan a la historia para legitimar sus causas y también para moldearlas: para pensar cómo forjar el cambio. A la gente le interesa hacer historia y a mí me interesa trabajar con esa gente, que ve la utilidad en la historia para su hoy y su mañana. Entonces, no todos los historiadores somos historiadores exclusivamente de archivo.”

La idea de “Historias para lo que viene” surgió del momento del plebiscito del 2016 en Colombia, este momento en el que sentíamos todos que estamos viviendo un momento histórico crucial, que lo que se iba a decidir si se votaba por el sí o por el no frente al Acuerdo de paz con las FARC en Colombia era una decisión tremendamente relevante. Y nos reunimos con un grupo de estudiantes y mis colegas, las profesoras Ana María Otero y Constanza Castro, preocupadas porque veíamos que, en el debate público desde las noticias hasta nuestras mesas del comedor, familiares, el debate era muy ahistórico y la gente no entendía la dimensión de lo que estaba pasando. ¿A qué me refiero con ahistórico? La gente que iba a votar contra el proceso de paz, veíamos y oíamos en nuestras propias familias, no es que no quisiera la paz, sino que pensaba que a la paz no se llegaba así. Sostenían que a la paz no se llega negociando con los perpetradores, sino eliminándolos o mandándolos a la cárcel porque son gente mala. Entonces, eso es no comprender de dónde viene esta gente, por qué se alzaron en armas, qué pasa en nuestra sociedad que hemos desarmado gente antes y se han rearmado nuevamente. La historia nos enseña a comprender que no son personas malas por naturaleza: hay unas circunstancias en su contexto, pero también en situaciones históricas de su pasado, que nos permiten entender de dónde vienen. La visión histórica nos permite salir de esas explicaciones simples y personalistas que nos alejan de soluciones reales.

La historia pública se hace con otros sujetos, en otros registros, con otras perspectivas y pensando en otros futuros posibles. Es ver la historia como escenarios pasados y presentes que nos brindan alternativas para imaginar otros futuros y cambios posibles. Es salirse del documento histórico y vincularse con personas en un territorio que son un documento vivo. La pregunta es por ¿cómo imaginar una historia que nos permita imaginar futuros posibles, que nos conecte y que nos permita imaginar la vida juntos de mejores maneras?”

Esto también implica un cambio en las herramientas o artefactos con los que quienes ejercen la disciplina se acercan a la historia. Solía predominar el archivo, pero se reconoce la cultura material, por eso hay historiadores que trabajan con arquitectura, objetos de la cotidianidad, el paisaje mismo, las artes y la tradición oral.

“¿Quiénes dejaron registro escrito? Los poderosos y la gente educada y con poder político que tiene acceso a la alfabetización, y no solamente a la alfabetización, sino a los medios para que su pensamiento quede guardado, y alguien diga ¡uy, esto hay que guardarlo! Pero cuando uno hace historia de personas que no pertenecen a esos grupos, el archivo se vuelve escaso. No quiere decir que no le paremos bolas; claro que buscamos qué hay, qué hay sobre ellos, qué dijeron otros sobre ellos, pero como no hay mucho y el archivo ha sido creado por los poderosos y por lo tanto silencia muchas cosas y desdibuja otras, sí tiene uno que ser más creativo con qué y en dónde la busca, pensando en otros tipos de fuentes donde la oralidad, la materialidad y hasta la imaginación se vuelven muy importantes.”

Estos giros en la temporalidad y las herramientas de análisis implican también una apuesta por descentrar la idea de quiénes pueden hacer historia. Catalina se inspira en el trabajo de académicos que han señalado, por ejemplo, que ante las dificultades del hoy puede ser relevante mirar hacia atrás para pensar cómo grupos que vivieron situaciones muy difíciles en el pasado, como es el caso de la  gente negra (afrodescendiente), idearon formas para vivir en un mundo mejor, para poder ser libres: qué ha significado la libertad en otros momentos, qué modelos nos hemos imaginado para vivir juntos mejor, que pudieron funcionar o no en un momento, pero que nos pueden dar pistas en el hoy.

Así, se escarba el pasado, no solamente para decir qué fue lo que pasó, sino para pensar en qué podría ser diferente, y por qué no, mejor. La historia puede servir para inspirarnos a partir de las alternativas que han propuesto grupos en el pasado para organizarnos de maneras más justas. También estudiamos el pasado para entendernos como actores históricos; la gente ha tenido unas posibilidades de acción y también otras limitaciones propias de su tiempo:

“cuando yo estudio el cambio histórico, pues veo que el cambio es posible, que esos actores en muchas ocasiones, a pesar de las limitaciones, pudieron imaginarse mundos distintos y forjarlos. Pienso que es fundamental en nuestro mundo actual entendernos como actores de ese cambio histórico. Que podemos ser agentes de cambio, que no estamos condenados a este mundo violento, desigual y excluyente.”

Para Catalina, la apuesta metodológica de la historia pública tiene que ver con aproximarse de manera distinta a la pregunta del para qué se hace historia:

“no hago historia para que la lean mis colegas, tampoco la hago solo para saber más; hago historias para el cambio. Y quizás a ojos de alguno soy demasiado optimista o incluso ilusa, pero mi objetivo es poder intervenir de alguna manera en este mundo y generar alguna transformación.”

Historia(s) para futuros posibles: los proyectos en los que ha trabajado

Catalina ha trabajado en colegios, con personas victimizadas por el conflicto armado y con organizaciones sociales de base en varias regiones colombianas. En ese ir y venir, las otras formas de narrar la historia, los formatos diversos y la escucha a quienes hacen historia por fuera de los espacios académicos han sido fundamentales.

“Algo que aprendí cuando empecé a hacer estos proyectos fue a escuchar más (…) De lo primero que hice fue reunirme con organizaciones de víctimas para ver si esta idea que yo traía de construir paz en Colombia requería historias distintas. Entonces dije, sentémonos a hablar con ellas, a ver qué historias quieren. Y lo primero que entendí, que me dijeron en muchos lugares fue: es que queremos contar nuestra historia por fuera de la victimización. <No somos solo víctimas>. Y esto es importante porque pensar poblaciones enteras solo desde esa categoría les quita agencia política a las personas; y les roba un pasado largo. Usted solamente es víctima. Entonces, lo que he encontrado yo con las comunidades es que quieren resaltar su agencia política, lo que han hecho, las luchas históricas, cómo ellos han logrado, cómo ellos han batallado continuamente por vivir dignamente en sus territorios.”

Suba al Aire: la importancia de la radio comunitaria

Uno de los primeros proyectos en los que trabajó Catalina fue en asocio con la emisora comunitaria Suba al Aire. Se juntaron con la Universidad Nacional, con el profesor Paolo Vignolo, estudiantes de la Nacional y estudiantes de los Andes, con el director de esa emisora comunitaria, Miguel Chiappe, que luego estudió la Maestría en Periodismo de los Andes y con un centro estadounidense de creadores de storytelling sobre la experiencia migrante en distintos formatos que se llama NewestAmericans.

Miguel se montó al proyecto e invitó a la emisora a un grupo de personas que participaban en la mesa de víctimas de Suba y la dinámica fue pensar cómo le contarían su historia a un niño, cuáles serían los elementos centrales de sus experiencias que les gustaría recordar para narrarle a un niño o niña importante en su vida. Este formato permitió contar la historia pensando en el futuro, en qué de su experiencia querían que quedara a las generaciones venideras. Al ser un relato para un niño, las experiencias de victimización no ocuparon el centro; el centro de la historia fueron los logros de cada persona, su fortaleza, sus herramientas, sus esperanzas.

“Entonces las personas trabajaron en su relato, en cómo contar su historia de vida. Ni siquiera les hablamos del momento de la victimización, no, nos interesaba su historia de vida”.

Con esos relatos se hicieron dos cosas. La primera, unas píldoras para la memoria que circularon en la emisora. A esas piezas se les hizo edición: se investigó el contexto del que venía cada persona para poder explicar mejor sus historias y se le pidió a cada persona arrancar por compartir una canción representativa para ellos. Así, se musicalizó también cada píldora. Lo segundo fue la producción de un álbum familiar como retribución para cada uno de ellos.

“Hicimos como un trabajo editorial bonito, con la diseñadora Juiana Villabona, donde en el álbum imprimimos la historia que cada persona construyó para su hijo. Invitamos a un fotógrafo maravilloso, Tom Laffay. Lo invitamos a que hiciera un retrato de esa persona con el niño en sus vidas, al que le contó su historia y le escribió la carta, y les pedimos a las personas traer fotos familiares de ellos para armar el álbum que contara su historia de vida”.

Otra(s) historia(s) desde los colegios del país

Catalina con profesores de diferentes facultades de la Universidad de los Andes, trabajó en Montes de María, Guacarí y Bogotá explorando con profesores de tres colegios cómo diseñar una metodología para que sus estudiantes aprendieran a investigar y contar sus propias historias: historias de temas que les preocupen o interesen hoy.  En el proyecto con los estudiantes de Guacarí (Valle) apareció la violencia de género como tema fundamental. En el trabajo en el colegio de Bosa, en Bogotá, les interesó contar las historias de migración de sus familias porque encontraron que lo que tenían en común es que todo el mundo llegó de otra parte. Los de Montes de María exploraron el desplazamiento forzado y el matoneo escolar. Cada grupo indagó sobre las experiencias presentes pero también pasadas del tema de su interés.    Y desde ahí contaron sus historias, trabajando con profesores de diseño, de artes y humanidades y de periodismo, en distintos formatos.

El trabajar con otras disciplinas la llevó a profundizar el quiebre con la historia tradicional y encontrar una pasión por el trabajo interdisciplinar.

“Para mí todas esas experiencias han sido muy valiosas en ese compartir con colegas de otros campos. A uno como historiador no le enseñan a trabajar con nadie. Yo tengo mi proyecto de investigación, mi pregunta de investigación yo la resuelvo solito en el archivo. Y estos proyectos a mí me han implicado una forma muy distinta de trabajar, en la que lo primero es admitir que yo no tengo control sobre todo en esto y que, entonces, mi tarea es armar equipo con otros que sí saben de esos otros pedacitos y abrirme yo a aprender, a que hay mucho que yo no sé, como también hay cosas que puedo aportar. Abrirme a otras nociones de la historia me ha implicado invitar a mis proyectos a artistas, a diseñadores, a músicos, a periodistas. Abrirme a estas otras maneras de comprender, de sentir”.

La orilla de Ana Luisa y Jenry en Riosucio

Más recientemente, el grupo de “Historia para lo que viene” trabajó con dos líderes sociales y comunicadores chocoanos contando la historia de poblamiento y resistencias del Bajo Atrato en el Chocó:

“En ese proyecto nos unimos con dos líderes sociales que viven hoy en día en Riosucio, Chocó. No son de Riosucio, pero sí son del Bajo Atrato, de distintas comunidades. Ellos se llaman Ana Luisa Ramírez y Jenry Serna. Ellos son líderes sociales en sus comunidades desde el desplazamiento masivo que sufrieron en el 97. En ese momento ellos eran niños de 12 y 13 años (…). Con el tiempo y como parte de su liderazgo, tanto Ana Luisa como Jenry identificaron que querían aprender a contar sus propias historias. Que, siendo líderes sociales en Riosucio, ellos querían poder contar las historias de su gente desde su perspectiva y con una visión muy crítica de quienes han contado sus historias desde afuera.”

De allí salió el podcast “Nuestra Orilla”, que se creó en una colaboración recíproca entre la comunidad, la academia y un grupo de comunicadores, productores de podcast: la colectiva NORMAL. Todos participaron en el proceso de investigación y creación y comparten autoría y derechos. El podcast está en plataformas digitales y se ha transmitido en radios comunitarias y en redes como WhatsApp. También tiene una página web donde la audiencia puede profundizar en el contenido de cada episodio a partir de una curaduría de fuentes, y donde hay una guía pedagógica con actividades para que profesores de sociales, español y ética puedan incorporar el podcast a sus clases y así enseñar desde otras perspectivas. La apuesta es por salir de los formatos tradicionales, por producir conocimiento desde metodologías colaborativas y no solo desde la academia, por contar las historias de Colombia desde comunidades que hemos escuchado poco, por un conocer que incluya el sentir, y también por que el conocimiento se quede y se difunda en el territorio sobre el cual y desde el cual fue producido.

“Se circula por WhatsApp. Así en el momento en el que yo me pueda colgar a alguna red de Internet, lo puedo descargar y lo tengo en mi teléfono y lo puedo oír cuando quiera repetir. A diferencia de la radio yo puedo volverlo a escuchar, devolverme y repetir. Entonces, es pensar en otros formatos nuevamente teniendo como objetivo principal, a qué público quiero llegar, y desde ahí se elige el formato. Entonces no es para un público académico, es un formato que escapa también de esos lenguajes académicos.”

En su conjunto, todas estas experiencias documentan una apuesta metodológica transgresora.

“Cada proyecto tiene su particularidad según con quién estamos trabajando, de qué tipo de historia queremos producir y, por lo tanto, cómo vamos a hacerla”.

Catalina Muñoz en frases:

Ser historiador quiere decir poder pensar la experiencia humana, y a veces también la no humana, como algo que ocurre en el tiempo. Pensar multicausal para contextualizar e interpelar las fuentes entendiéndolas como producto de un momento y lugar particular.

La historia es fundamental para entender cualquier reto que tengamos en nuestro presente. Poder pensar que ningún reto del hoy es solamente del hoy, sino que viene de alguna parte. La historia es una herramienta para entendernos a nosotros hoy y entender a los demás en una perspectiva de la temporalidad.

A mí me gusta hacer una historia que pasa en el mundo, que está vigente, que es una historia del hoy y que se interesa también en el futuro porque la historia sirve no solamente para conocer el pasado, sino para entender el presente y muy importante para pensar en qué futuros nos soñamos. Me interesa escarbar en el pasado, no solamente para decir qué fue lo que pasó, sino para pensar en qué podría ser. 

Cuando uno hace historia con las poblaciones marginadas el archivo se vuelve escaso. Uno tiene que ser más creativo pensando en otros tipos de fuentes desde la oralidad y los territorios mismos.

A las poblaciones el nombrarlos solo como victimas les quita agencia política. Los habitantes del territorio quieren resaltar su agencia política, lo que han hecho, las luchas históricas, cómo ellos han batallado continuamente por vivir dignamente en sus territorios.

¿Para qué se hace historia? No hago historia para que la lean mis colegas, sino que hago historias para el cambio, mi objetivo es poder intervenir de alguna manera en este mundo y generar alguna transformación.

Para ser mejores militantes hay que conocer la historia del movimiento y de la causa.

Historias para lo que viene es sobre cómo contamos historias y hacemos historias no sólo para saber lo que pasó, aunque eso también es importante, sino para lo que viene, para pensar en qué mundos queremos a futuro. Historia para públicos más amplios que los académicos. Hacer historia con públicos no académicos al reconocer que hay gente que no es historiadora que le gusta y le interesa la historia; construir un conocimiento juntos, relevante y pertinente articulado con los movimientos del presente; usar otras metodologías, más allá del archivo.

La historia pública es hacerla con otros sujetos, en otros registros, con otras perspectivas y con miras a futuros posibles.

La historia pública no tiene una metodología de antemano, sino que se construye en el hacer, eso cambia totalmente el concepto de historia.

Hacer la historia en otros formatos nos permite salirnos de la racionalidad del relato histórico que reduce todo como si nosotros fuéramos maquinitas racionales y nuestra experiencia no pasara por lo sensible, y no es así.

Me interesa abrirme a otras nociones de la historia, lo cual me ha implicado conversar con otras disciplinas, artistas, diseñadores, músicos. Abrirme a otras maneras de comprender y de sentir.

No quiero volver a trabajar sola nunca jamás. Me inspira, aprendo mucho, me da inseguridad. Hay que entregarse a la contingencia. He aprendido a armar equipo. 

La búsqueda es por cómo podemos relacionarnos de mejores maneras en nuevas formas de solidaridad y cooperación, que no sea solamente yo con mi pantalla.

Podemos ser actores de cambio si sabemos que no estamos condenados a este mundo violento, desigual y excluyente. Cuando estudio el cambio histórico, veo que el cambio es posible, que esos actores en muchas ocasiones, a pesar de las limitaciones, pudieron imaginarse mundos distintos y trabajarles. Pienso que es fundamental en nuestro mundo actual entendernos como actores de ese cambio histórico.

Hay un peligro que estamos viviendo hoy que es esa fragmentación que me permite únicamente pensar que mi lucha es la justa, y es la única justa, y las demás no, y son el enemigo, es como si mi causa fuera la más importante y es como que no hay otras. Así generamos nuevas formas de exclusión en nombre de proyectos incluyentes.  

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Omar Rincón y Luisa Uribe


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