Textos de curso de Arte y Cine (2016-I) sobre Raging Bull (1980) de Martin Scorsese. Pégame que no caeré —Pégame, pégame en la cara, ¡pégame en la cara tan duro como puedas! —Ya, detén esto, mira cómo te corté. Entonces se siente una fuerza levemente superior a los demás. Puede que esta sea inútil, que incluso […]
Textos de curso de Arte y Cine (2016-I) sobre Raging Bull (1980) de Martin Scorsese.
Pégame que no caeré
—Pégame, pégame en la cara, ¡pégame en la cara tan duro como puedas!
—Ya, detén esto, mira cómo te corté.
Entonces se siente una fuerza levemente superior a los demás. Puede que esta sea inútil, que incluso no sea más que una percepción narcisista. Lo relevante aquí es sentir la superioridad y subestimar al mundo porque nos sentimos más fuertes que el todo. Como Newton lo determinó en su primera ley: el cuerpo, La Motta, iba a mantener su movimiento constante si ninguna fuerza era capaz de detenerlo. ¿Y quién querría detenerlo? Una masacre sucedía a quien se le interponía en su camino.
—Oye, ¿qué fue todo eso?, ¿desde cuándo tan amable con ese tipo?
—Sólo pasé a saludarlos.
Y no es solo hablar de Bell, Reddick, Satterfield, Janiro, Stribling, Colan, Cerdan entre tantos otros, que se atrevieron a enfrenta al “Toro del Bronx” antes de conseguir su título de peso medio. Es hablar de su familia: sus dos esposas, hermano, hijos y sobrinos. Su fuerza no era fuerza, su fuerza era matoneo. Su fuerza no era fuerza, era miedo. El impulso que recibió para llegar a la cima de su carrera lo transformó en un paranoico. El miedo lo consumió, lo apartó de su vida y lo dejó en soledad. Reclamaba al mundo todos sus miedos, tal vez, infundados.
—No voy a hacer lo que ese viejo me pide, lo conseguiré a mi manera.
—Sabes que no podrás conseguirlo sin el apoyo de ellos.
La Motta un tipo duro, de cuerpo y de cabeza: cabeza dura. Los ataques de Sugar Ray Robinson no lo derribaron en sus cinco encuentros, de eso se ufanó ante su rival y ante el mundo. Finalmente cedió, “vendió” una pelea para poder llegar al deseado título, pero no quebró su voluntad, no tuvo más que llorar. Separándose de su primera esposa, abandonado por la segunda, atacando a su hermano, encarcelado: Jake no rompió su voluntad. Y no es un acto heroico, es una oda al egoísmo. La autarquía reinaba su mundo, lo llevo a engordar y a acabar su carrera. Siguió vivo, en un excelente romance con Dionisio.
— ¿Por qué me llaman así? ¿Yo no soy un animal?
El toro terminó viviendo en su egoísta soledad, alimentando estómagos y desinhibiendo mentes. Pégame lo más fuerte que puedas, no caeré, sólo arruinare mis mayores logros y mi bienestar.
—Cristiam Rincón
La emoción no es tan indefensa como parece
En mi opinión, las escenas de las películas están pensadas como una especie de escala o barra emocional que se mueve desde un extremo positivo a uno negativo. En este sentido se pueden identificar dos extremos, uno en el que las escenas te conectan con la historia de modo positivo, es decir que te hacen llorar o sentir empatía y otro en el que se exagera tanto que se puede rechazar o sentir asco y por ende perder el desinterés en la historia. Claro está que este efecto está ligado a la personalidad y la cultura del espectador. El toro salvaje (1980), película biográfica sobre el boxeador Jake La Motta, está cargada de escenas violentas y emotivas que se mueven en dicha escala. Es así como en algunos momentos sentía el dolor de Jake al perder la pelea o sentía rabia por la manera en que el protagonista trataba a su esposa.
El punto central de todo esto es que la emoción se produce tanto en el espectador como en los actores y esta, como ya ha sido documentado por Daniel Goleman o Darwin, no puede ser fingida, es auténtica y temporal. Es decir, no puedes aparentar estar triste sin sentirte triste, sin activar neurológicamente partes del cerebro como la amígdala. Por esta razón y a propósito de lo discutido con Franco Lolli, la película despertó mi interés por ver más allá de lo que comercialmente se transmite y pasar a pensar en el detrás de cámaras, en cómo para grabar cada escena fue necesario provocar las emociones, estimular a los actores (del modo que sea) para que logren transmitir la emoción, como por ejemplo en la escena de la pelea en el bar o en la discusión de Jake con su primera esposa.
Asimismo, me hizo pensar en cuántas escenas se habrán salido de control por la misma autenticidad de la emoción, por ejemplo, cuántos golpes en el rin habrán sido reales. Por último, pues es casi inevitable para mí como psicóloga, la película me llevó a cuestionarme hasta qué punto es ético permitir tal estimulación, cuando se traspasa esa delgada línea entre el quehacer profesional de los actores y el abuso de los directores y, sobre todo, qué medidas preventivas o reparadoras se toman al respecto.