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“Yo no soy la nobel, soy Jody Williams”

Una activista de base, una crítica de Estados Unidos, su país natal, y ante todo una convencida de que en el mundo hay cambios posibles, pero solo si la sociedad civil se levanta, grita y actúa. Esa es Jody Williams.


Foto: Estefanía Avella

No quería aplausos ni selfies. Solo quería pasar por el puesto de todos los asistentes con un gesto de cortesía. Recorrió el auditorio y saludó con un apretón de manos a todos los que pudo durante 10 minutos. Así comenzó el encuentro en la FilBo con la Nobel de Paz de 1997, Jody Williams.

Esta norteamericana de 65 años ganó el Premio Nobel de Paz porque le demostró al mundo que la destrucción de minas antipersonales puede dejar de ser un sueño y convertirse en una realidad. En 1992, Williams creó junto a dos oenegés la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona (ICBL, por sus siglas en inglés), con la que cinco años después consiguió que 162 estados firmaran el Tratado para la Prohibición de Minas, el cual prohibe el uso, producción y almacenamiento de minas. Además, el tratado obliga a que los países firmantes limpien las áreas afectadas, asistan a las víctimas y destruyan sus reservas. Con este acuerdo, ella logró que el 80 % de los países del mundo se comprometieran a desactivar las aproximadamente 100 millones de minas que para ese entonces mutilaban, herían y mataban a diario.

El panorama hoy no es que sea mucho más alentador que hace 19 años, cuando Williams recibió el Premio. Se calcula que solo los 35 países que están por fuera del Tratado tienen en reservas un total de 50 millones de minas, sin contar las que a diario construyen y utilizan grupos armados al margen de la ley en varios países, uno de ellos Colombia. Pero aún así, el valor del trabajo de esta activista está en que ha logrado lo que hace más de 20 años era impensable: comprometer al mundo a acabar con un arma de guerra que no solo es destructiva, sino indiscriminada.

 

Jody Williams, la activista

Se dio cuenta que sería activista por el resto de su vida en mayo de 1970, cuando tenía 19 años.  Ella, como muchos otros estadounidenses, protestó y gritó en las calles de Nueva York en contra de la guerra que inició Estados Unidos en Vietnam. Ahí, dice, descubrió un interés por actuar y por generar cambios; ahí, encontró su estilo de vida.

“No soy de familia con plata, mis papás no se graduaron de la secundaria. Elegí que quería ayudar a los demás y eso no tiene que ver con títulos ni con poder. No soy santa, ni ganas tengo de serlo”, dice en tono de burla. “Solo quiero que la gente sepa que cualquiera puede, si quiere, cambiar el mundo”, agrega.

Habla con seguridad y constantemente le hace pensar al auditorio que ganarse un Nobel de Paz “es fácil”, solo hay que actuar frente a las cosas que nos molestan. La tiene sin cuidado lo que digan de ella y por eso es enfática en decir que la vida la tiene que vivirla como la quiere vivir, “mi vida no es un concurso de popularidad”.

Williams, desde hace varios años perdió la fe en los gobiernos, en los líderes mundiales y en las instituciones. No cree que ninguno de ellos sea capaz de revertir el mal que el ser humano le ha hecho al mundo. Por eso, su camino es el activismo. “Soy una activista de base, no es nada mágico. Se trata de tener la fuerza de levantarse y hacer algo, yo grito y puteo. Hago de todo cuando creo que es necesario y vale la pena”, afirma.

 

Si hippie quiere decir que quiero ver cambios, que no me conformo con lo que dice el gobierno, que no me importa lo que digan de mí y que no me creo más que otros, pues sí, soy hippie

“Gringolandia”

Williams es, ante todo, una crítica de su país natal. No habla con mucho afecto de lo que ella misma denomina como “gringolandia” y no tiene ninguna intención de ocultar que si en noviembre gana la presidencia Donald Trump, ella se va vivir a Canadá.

“Pensaba que mi país había aprendido la lección después de su derrota en Vietnam, pero no. Después vino Irak”. Cuando se dio cuenta de esa falsa creencia, dice, comenzó a estudiar a su país y su historia intervencionista. “Comencé con el día en que llegaron los blancos a establecer gringolandia. El día en que llegaron a dominar a los indígenas solo por ser indígenas, por no tener educación, por no vestirse igual, porque para ellos no valían nada e incluso merecían la muerte. Algo que hoy sigue sucediendo y eso me vuelve loca”.

Y sí, habla con rabia del poder, la vuelve loca la imposición y el dominio de los ricos frente a los pobres.

– Usted usa mucho la palabra Fuck, ¿qué cree que justifica el uso de esa palabra?, le preguntó su entrevistador, el cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos.

– Todo lo que estamos viendo en el mundo justifica usar esa palabra. La justifica que los que tienen poder y plata manden el mundo sin escuchar al pueblo. Nueve países nos tienen a sus pies, en la palma de su mano y no prestan atención al 70 % de la población mundial que no quiere vivir así, que no quiere más guerras, más bombas nucleares, más hambre. Pero eso pasa porque no nos levantamos a gritar. Desde mi forma de ver el mundo, quejarse y no actuar, es perder el tiempo.

 

Colombia y la paz

Que si en Colombia es posible la paz, sí dice ella. Pero aclara que después de un conflicto armado de cinco décadas, la paz express que quieren los colombianos no es posible. “Es un proceso, es un camino”, dijo cuando Alberto Salcedo Ramos, le preguntó por su posición frente al proceso de paz en Colombia. “Si algo tiene que hacerse en estos procesos, es detenerse en los detalles, pues de lo contrario una paz sostenible y duradera es solo una ilusión”, agregó.

Pero lo más importante para ella, como buena activista, es que “la verdadera paz no va a venir como un ángel del cielo. Es un proceso de día a día y cada persona que quiere ver paz en este país tiene que tomar responsabilidad, tiene que participar en la implementación del acuerdo que viene después de la firma”. Y esto lo dice basada en su propia experiencia.

Le contó al público que en 1997 cuando la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona logró la firma del Tratado, muchos creyeron que hasta ahí llegaba la campaña porque el objetivo se había cumplido. “Pero ese mismo día entregamos el plan de acción año a año. Creo que hemos tenido éxito en las obligaciones del Tratado porque la sociedad civil sigue empujando. Por eso si quieren paz tienen que seguir”.

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