#8M: El fútbol femenino en Colombia enfrenta otro año de silencio y desigualdad
En marzo de 2019 varias futbolistas colombianas denunciaron en una rueda de prensa inédita las condiciones precarias en las que jugaban. Sin esa protesta pública habría sido imposible conseguir los buenos resultados que la selección logró después. Sin embargo, quienes alzaron la voz fueron vetadas y aún hay pendientes en la Liga Femenina que se juega en condiciones paupérrimas. Nadie volvió a denunciar por temor a las represalias.
por
Alejandro Pino Calad, de Publimetro, con apoyo de La Liga Contra el Silencio.
“¿Para qué denunciar si sabemos que acá nada cambia, que no pasa nada nunca?”. La frase, tan contundente como triste, la dice una jugadora del fútbol profesional colombiano que prefiere mantener su nombre en secreto. “Todas ya sabemos que si contamos lo que pasa, nos vetan como a Natalia o a Isabella… Lo que ellas hicieron hace cinco años fue muy valioso, muy importante, pero quedaron marcadas para siempre”.
La futbolista se refiere a Natalia Gaitán e Isabella Echeverri, quienes el 7 de marzo de 2019, justo antes del Día Internacional de la Mujer, dieron una rueda de prensa junto a Melissa Ortiz y otras jugadoras de la Selección Colombia que cambiaría para siempre el rumbo del fútbol practicado por mujeres en el país. Ese evento también cambió la carrera de las jugadoras que se atrevieron a hablar y el sistema del fútbol femenino colombiano, pues quedó claro que quien denunciaba sería borrada de la selección.
En esa rueda de prensa las futbolistas denunciaron irregularidades y pidieron a la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) mejores condiciones laborales, recibir salarios y prestaciones sociales que les permitieran concentrarse en el deporte, contar con el pago de viáticos y gastos logísticos, recibir indumentaria deportiva de calidad (muchas veces habían recibido uniformes usados y de hombre), contar un seguro médico en caso de lesiones o accidentes en el deporte, entre otros puntos. Ese año las jugadoras también entregaron un plan estratégico para desarrollar el fútbol femenino en Colombia que fue ignorado por los dirigentes.
La historia de esta revolución es ambigua. Por un lado, las lideresas de esta revuelta por los derechos de las jugadoras del deporte más popular y poderoso del país fueron vetadas del equipo nacional, pero su protesta abrió los ojos de la afición, de algunos medios y, sobre todo, de los patrocinadores. Ante ese panorama, los dueños de la pelota tuvieron que empezar a cumplir con sus deberes al frente de la organización del fútbol. Los resultados de este cambio de enfoque se han visto en la selección femenina, pero el ruido alegre de la camiseta nacional en mundiales y competiciones continentales no logra ocultar el chocante silencio sobre el abandono de la liga local.
Mientras la Selección Colombia y sus jugadoras han hecho historia en estos cinco años (con una medalla de oro inédita y una final en un Mundial), en el fútbol profesional colombiano la Liga Femenina sigue siendo la última prioridad de la dirigencia, que sigue viendo la organización de este campeonato como un gasto y no como una inversión o una posibilidad de mercadeo que amplíe el portafolio de su producto pero, sobre todo, que sigue considerando a las futbolistas como objetos prescindibles que sólo traen problemas.
Un ejemplo: la confesión no pedida de un dirigente. “Eso no va a dar nada (la Liga Femenina) … ni económicamente ni nada de esas cosas, aparte de los problemas que hay con las mujeres. Son más toma tragos que los hombres. Pa’que vea los problemas, pregúntele a los del Huila cómo están de arrepentidos de haber sacado el título y haberle invertido tanta plata al equipo. Y fuera de eso, es un caldo de cultivo de lesbianismo tremendo”, dijo en diciembre de 2018 el entonces presidente del Tolima, Gabriel Camargo, en un hecho que la Corte Constitucional sentenció como un acto de discriminación.Nunca fue castigado por la organización del fútbol, a pesar de que el Artículo 92 del Código Disciplinario Único de la Federación establece una multa de al menos 30 salarios mínimos y una sanción de al menos cinco fechas al directivo que discrimine a cualquier otro integrante del fútbol colombiano.
El 7 de marzo de 2019 varias futbolistas realizaron una rueda de prensa para denunciar irregularidades y exigir el cumplimiento de sus derechos a los dirigentes. Foto: Acolfutpro.
Historia de un veto
La protesta liderada por Natalia Gaitán, Isabella Echeverri y Melissa Ortiz, que en esa rueda de prensa estuvieron acompañadas de Carlos González Puche, director ejecutivo de Acolfutpro, el sindicato de futbolistas en Colombia, y las jugadoras Oriánica Velásquez, Daniela Montoya, Nicole Regnier, Vanessa Córdoba, Renata Arango, Ingrid Vidal, Sara Pulecio y Yoreli Rincón —quien no pudo asistir pero firmó el documento de denuncia—, desnudó el ostracismo al que estaba siendo sometido el fútbol femenino desde siempre.
Las jugadoras demostraron cómo Felipe Taborda, quien había sido entrenador de las juveniles y de la selección mayor, les cobraba coimas para convocarlas y cómo las futbolistas tenían que poner de su propio bolsillo para asistir a convocatorias, por las que además no recibían viáticos. “Felipe nunca estaba en el hotel con nosotras, ni en las reuniones, ni en las comidas. Solo aparecía en los entrenos cuando se enteraba de que las cámaras de RCN y Caracol iban a estar en la Federación”, denunció en febrero de ese 2019 a La Liga Contra el Silencio una jugadora de selección que prefirió no revelar su nombre. Como se ve, la ley del silencio en el fútbol femenino es de vieja data.
En la rueda de prensa de 2019 se mostró también el audio de 2016 en el que Álvaro González Alzate, vicepresidente de la FCF y para muchos el hombre más poderoso del fútbol colombiano, les decía a las integrantes del equipo que Daniela Montoya y el técnico Nelson Abadía, entonces asistente de Taborda, quedaban fuera de la Selección por exigir lo que se les había prometido tras jugar el Mundial de 2015 y clasificar a los Olímpicos.
“Empezaron las convocatorias y los microciclos para los Olímpicos de Río, y no veía mi nombre. Salió la primera lista, la segunda, y nada. Yo siempre estaba en la Selección desde hacía 10 años, siempre me fue muy bien en los torneos. No había otra explicación: salí a reclamar el tema de los premios y de mejores garantías y condiciones para mis compañeras y para mí, entonces empecé a ver que era por esas declaraciones”, explicó la propia Daniela Montoya a El Tiempo.
La exhibición del audio de 2016 tuvo una primera victoria: Montoya no sólo volvió a ser convocada, sino que hoy en día es la capitana de la selección que logró llegar a cuartos de final del Mundial de 2023. Pero Daniela Montoya nunca volvió a protestar públicamente a pesar de que los abusos y malos manejos dirigenciales continuaron. Los vetos silenciosos fueron para Gaitán, Echeverri, Ortiz, Velásquez, Rincón y Córdoba, sistemáticamente borradas del equipo nacional, como un mensaje claro de una dirigencia que no perdona que se desnuden sus miserias.
Echeverri reconoce hoy que una de las victorias que lograron las mujeres con esa protesta fue que ante la denuncia pública de las jugadoras, la Federación se vio obligada a darles ritmo de competencia. “Ahora tenemos amistosos, hay concentraciones y trabajo, ¡eso no nos tocó a nosotras! A nosotras nos tocaba pelear para que nos dieran al menos un entrenamiento. Con el trabajo adecuado y las concentraciones el nivel de la selección es otro y eso se ve en los resultados”, dice.
Pero no fue fácil. Tras la denuncia de 2019 y la presión mediática y política —que incluyó sesiones de trabajo con la entonces vicepresidente Marta Lucía Ramírez y los ministros del Deporte y Trabajo de la época—, el Comité Ejecutivo de la FCF, presidido por Ramón Jesurún, prometió cambiar las cosas en público, pero en privado les exigió resultados a las jugadoras si es que querían cambios.
Ellas cumplieron su parte. En los Juegos Panamericano de 2019 en Lima, la Selección Colombia femenina ganó la medalla de oro. Era la primera medalla dorada en cualquier deporte de conjunto en la historia del país en los Panamericanos. Aunque Jesurún estaba en las tribunas del estadio ese 9 de agosto cuando Colombia derrotó a Argentina en los penales, no bajó a felicitar a las jugadoras. En ese momento, el comentario de una fuente de la FCF a un periodista de esta alianza fue que el directivo estaba muy molesto porque “ese resultado les daba la razón a ellas”. Con trabajo y organización, Colombia podía lograr grandes cosas en el fútbol femenino.
El 2019 fue el año del histórico Mundial de Francia, en donde ese deporte rompió récords de audiencia a nivel global y las jugadoras de Estados Unidos —al final campeonas— se convirtieron en fenómenos mediáticos y culturales, encabezadas por Megan Rapinoe. Todas las grandes marcas del mundo empezaron por fin a ver el potencial comercial y de mercadeo del fútbol femenino, y la Federación Colombiana, en buena medida obligada por el escándalo y en parte apostándole al juego político y comercial que se estaba tomando al fútbol, tuvo —por fin— que hacer algo.
Sin embargo, ese “algo” se demoró en llegar, y vino con el veneno del veto para las que habían protagonizado la protesta. En noviembre de 2019 se jugaron dos amistosos contra Argentina, como revancha por la final panamericana, y en la nómina no estaban ni Gaitán, ni Echeverri, ni Velásquez, quienes estaban en la primera fila de la protesta. Ortiz, la otra líder de la revuelta, ya se había retirado. Yoreli Rincón tampoco fue llamada.
“A mí me dijeron que eran unos partidos para ver jugadoras juveniles, y me pareció perfecto, que se fueran integrando al proyecto y así le apostábamos a futuro”, recuerda Isabella Echeverri cinco años después. “Me ilusioné con que las cosas iban a cambiar, pero después nunca me volvieron a convocar y entendí que nos estaban cobrando por haber contado la verdad”, agrega.
En la rueda de prensa, Isabella Echeverri (centro) y Natalia Gaitán (izquierda) fueron dos de las futbolistas que lideraron la protesta. Foto: Acolfutpro.
Tras esos dos amistosos, la selección no volvió a ser convocada hasta 2021. La explicación estaba en la pandemia que “paralizó” el balompié mundial. Pero mientras las jugadoras volvían a sentir el olvido dirigencial, en pleno encierro del 2020 por el coronavirus, el equipo masculino jugó cuatro partidos de eliminatorias al Mundial de 2022. No hay virus que valga cuando el negocio de los derechos de televisión del fútbol están en juego.
Una vez superado el confinamiento, la sorpresa fue la convocatoria de la Selección Colombia femenina para dos nuevos amistosos en enero de 2021 frente a la potencia mundial, Estados Unidos. Estos fueron los dos últimos partidos de Oriánica Velásquez con la ‘tricolor’. Ni Gaitán, ni Echeverri, ni Rincón, todas vigentes, todas estelares en sus equipos en Europa, fueron llamadas.
La Selección Colombia femenina jugó ocho amistosos en 2021, cuando entre 2016 y 2020 había jugado un total de siete partidos de entrenamiento. La Federación parecía estar cumpliendo su parte, pero no era gratis: en 2019 la FCF, con el apoyo del entonces presidente Iván Duque, postuló a Colombia como sede del Mundial Femenino 2023, apostándole de frente a subirse en la ola de los beneficios económicos y políticos que Francia 2019 nos había enseñado.
Ese eco también llegó a los patrocinadores, y Cerveza Águila, el principal socio de la Federación desde 1993, anunció en mayo de 2021 que las Chicas Águila —la campaña publicitaria que cada año impulsaba a modelos en vestidos de baño en cada evento promocional— daban paso a una nueva imagen que tenía como protagonistas a las jugadoras del fútbol profesional colombiano. Abandonaba así la tradicional sexualización de la mujer y se daba un paso gigante en la profesionalización real del fútbol femenino.
La industria se empezaba a mover a favor de las jugadoras, y la FCF decidió facturarlo con la selección. El brillo de la selección nacional eclipsó a la Liga Femenina, que había estado en el centro de esa protesta de 2019 y que cambió la historia… aunque no del todo.
La alegría de la selección, la tristeza de la Liga
Crédito: @sindyelefante.
Desde que las jugadoras denunciaron públicamente en 2019 los malos manejos de la dirigencia, la selección femenina de Colombia ganó el mencionado oro panamericano ese año, y en 2022 fue subcampeona de la Copa América, subcampeona mundial Sub-17 y subcampeona sudamericana Sub-20. También llegó a cuartos de final del Mundial 2023 y al año siguiente, del Mundial Sub-20. Además, es la única participación de Colombia en un deporte de equipos en los Olímpicos de París 2024.
En los cinco años transcurridos desde esa protesta, la explosión del talento individual de las jugadoras de la selección ha superado cualquier expectativa. Leicy Santos llegó al Atlético de Madrid y se consolidó como figura de la liga española. Linda Caicedo arribó al Real Madrid y fue reconocida como la segunda mejor jugadora del mundo en 2023 por la FIFA. En España ya estaban Natalia Gaitán, como capitana del Valencia, e Isabella Echeverri en el Sevilla, donde fue una de las figuras del equipo.
Además, Yoreli Rincón fue incluida en el once ideal de la Conmebol para la década 2010-2020 por la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol y fue la mejor asistidora del fútbol italiano en la temporada 2021-2022. Y este año, Mayra Ramírez se convirtió en la jugadora más costosa de la historia del fútbol femenino mundial al ser transferida del Levante de España al Chelsea del Reino Unido por 450.000 dólares. Aunque es una cifra récord está muy por debajo del valor del fichaje reciente más caro en el equipo masculino (146 millones de dólares por el ecuatoriano Moisés Caicedo). La lista de los éxitos individuales de las futbolistas colombianas, desde ese 7 de marzo de 2019, sigue y es larga.
Estos resultados de las diferentes selecciones femeninas y de las jugadoras han generado que la dirigencia se vanaglorie de estos logros mientras sus periodistas aliados les dan todo el mérito por cada éxito. “En todas las selecciones nacionales femeninas del 2022, según el balance, se hizo una inversión de $ 12.373.105.000. Casi 12.500 millones de pesos metió la Federación el año pasado, únicamente en selecciones femeninas”, dijo en agosto de 2023 Carlos Antonio Vélez en su espacio radial de Antena 2 tras la clasificación de Colombia a los cuartos de final del Mundial, la mejor participación de una selección mayor en una Copa del Mundo junto a los cuartos de final de la masculina en Rusia 2018. Para Vélez, se debía a la inversión de la Federación. “Estamos hablando de una preparación sin recortes, sin limitación, sin tacañería, metiéndole billete a este asunto”, insistió.
Lo que Vélez no contó es que la participación de Colombia en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda le dejó a la Federación Colombiana de Fútbol 2,18 millones de dólares como premio de la FIFA. Ni él ni otros periodistas considerados cercanos a la dirigencia contaron que los premios que la organización de la Copa destinó a cada jugadora (90.000 dólares en el caso de las colombianas, por haber estado entre las ocho mejores selecciones del torneo) demoraron varios meses en llegar a las futbolistas nacionales. Claro, como el silencio es regla y nadie quiere que le pase lo de Natalia, Isabella y compañía, ninguna jugadora hizo pública esa denuncia, no vaya y sea que terminen vetadas.
Sin embargo, los goles y victorias de la selección y de las colombianas en el exterior ocultan un serio problema en el fútbol femenino local, en donde la norma es la precarización laboral con contratos de unos cuantos meses al año, y la falta absoluta de una estructura que permita el desarrollo profesional de las jugadoras y favorezca al espectáculo y la industria.
Lo peor del asunto es que en 2019 las jugadoras, en su gran mayoría profesionales y con estudios en el exterior, le presentaron a la Federación Colombiana y la Dimayor su propuesta para desarrollar el fútbol femenino en el país. La dirigencia aceptó sentarse a conversar sobre el tema en medio de la presión mediática del escándalo del momento, e incluso las futbolistas se alcanzaron a ilusionar con que algo iba a pasar. Oriánica Velásquez, entonces jugadora del Deportivo Independiente Medellín, se lo dijo al diario deportivo As en 2020: «Llevamos un proyecto con el fin de colaborar con la idea de una Liga estable”, explicó quien fuera otra de las lideresas de la protesta. “Estamos proponiendo ideas y la reunión fue para mostrar lo que hemos llevado en ese aspecto, esperando que las puedan aplicar en un futuro. Fue más para mirar a futuro un proyecto que nos permita tener estabilidad anual, un plan de desarrollo que involucre a todos los que les importa este deporte, desde las jugadoras y dirigentes, hasta los que venden en los estadios y la logística, todos. Esperamos que se pueda llegar a un acuerdo y ese ha sido nuestro interés desde siempre, encontrar soluciones», dijo.
Pero el plan nunca avanzó: el proyecto fue archivado y la Liga Femenina siguió siendo la última prioridad de la Dimayor, que nunca ha mostrado siquiera una propuesta similar para estabilizar el campeonato femenino. Tanto así que es recurrente que el presidente de la Dimayor, en este momento Fernando Jaramillo, a final de cada año acepte que no sabe cómo va a ser la Liga Femenina del año siguiente, y que en este 2024, por ejemplo, Once Caldas renunciara a participar en el torneo apenas unas semanas antes de su inicio.
“¿Usted qué haría si le ofrecen sólo tres meses de contrato al año? Pues obviamente uno trata de ser una profesional, pero así es imposible, toca tener otro trabajo para poder vivir y resulta que a ese trabajo le va a quedar mal durante el tiempo que juega fútbol, pero una quiere seguir jugando así que se sacrifica”, comenta una de las futbolistas de la Liga Betplay 2024 que, como dicta la ley del silencio, prefiere mantener en reserva su nombre.
“El problema no es sólo en la contratación, está en que la gran mayoría de clubes arman un equipo femenino por obligación, sin compromiso y por tanto sin condiciones para que se trabaje bien”, comenta otra jugadora, más veterana y con paso por selecciones Colombia. “Como la pretemporada es corta, porque los tiempos de contratación son tan cortos y la Liga es tan breve, siempre que empieza una temporada tenemos un festival de lesionadas. No nos preparan bien y no les importa”, agrega.
Para la temporada 2024 la Liga se disputa con 15 equipos, todos con participación voluntaria, aunque la Licencia de Clubes de Dimayor (la entidad que organiza los campeonatos profesionales en Colombia) exige que los 36 equipos que participen en sus torneos (primera y segunda división) tienen que tener equipo femenino. Y aunque es una regla escrita y firmada, nadie la hace valer.
Incluso, los equipos colombianos le han dado la vuelta a la normatividad, pues para jugar en torneos de Conmebol (Copa Libertadores o Copa Sudamericana) es obligatorio que cada club tenga un equipo femenino, y en Colombia para este año el Tolima y Alianza no tienen el suyo, pero el Real Santander y el Yumbo juegan en la Liga Femenina a nombre de estos dos equipos, para que así ibaguereños y vallenatos puedan participar en la Sudamericana masculina.
Lo irónico es que a pesar de la falta de interés generalizada por parte de los directivos del fútbol colombiano en la Liga, la apuesta en los equipos femeninos de clubes como América de Cali, Santa Fe, Deportivo Cali o más recientemente Nacional y Millonarios da sus frutos. A nivel continental, América femenino fue tercero en la Libertadores de 2019 y subcampeón en 2020; en 2021 Santa Fe fue segundo y en 2022 América y Cali fueron semifinalistas, misma posición que logró Nacional en 2023. Vale la pena recordar que el Huila fue campeón de la Libertadores 2018, el único equipo no brasileño que ha ganado el torneo, y que el dinero que ganaron las jugadoras en el campo, con Yoreli Rincón a la cabeza, fue utilizado por los dirigentes en el equipo masculino, lo que fue uno de los detonantes de la protesta de 2019.
Pero más allá de los resultados, los partidos en la liga local femenina empezaron a convocar a la gente gracias al ruido en las redes, en donde muchos hinchas empezaron a entender que si son hinchas de un equipo, lo son del equipo masculino, femenino, juvenil o infantil: “Los colores de la camiseta terminan constituyendo una identidad individual y colectiva”, explica el sociólogo argentino Pablo Alabarces. Las tribunas de América, Santa Fe y Cali se han visto llenas varias veces en los últimos torneos y la final de 2023 tuvo una asistencia que el equipo masculino de Santa Fe no tuvo en todo el año: 33.327 personas. Esto a pesar de la poca promoción de la Liga y de los terribles horarios que pone la organización. ¿Quién va a ir a fútbol un martes a las 2 de la tarde o un viernes a las 3 pm?, como se ha programado muchas veces.
A esto se suma que en la mayoría de clubes se siguen manteniendo viejas malas prácticas. “A mí me ha tocado escuchar que me dicen: ‘No le vamos a pagar porque le estamos haciendo el favor de ponerla a jugar’. ¡Y hay peladas que sueñan con ser Linda Caicedo y aceptan esas condiciones porque sí! Luego se dan cuenta de que no tienen ni para ir en bus al entrenamiento. Ahí es cuando uno se pregunta si esto es fútbol profesional o no”, recuerda una veterana futbolista, activa en la Liga desde la primera edición en 2017.
Crédito: @sindyelefante.
“A los clubes sólo les interesa cumplir con lo que les obliga la ley”, explica una jugadora más joven que aún no ha sido llamada a la selección de mayores, refiriéndose a los pagos de seguridad social exigidos por el Ministerio del Deporte después de la protesta del 2019. “A uno le pagan la salud, pero el salario sí es como un salto al vacío. Hay clubes que pagan, pero otros le dan a uno cualquier cosa o a veces nada, y pues toca quedarse calladas, porque si no, no hay posibilidad de que la contraten a una la siguiente temporada, ojalá en un equipo más organizado”, agrega con desazón.
Lo increíble y tristemente comprensible es que ninguna se queja públicamente, pues el mensaje desde la dirigencia está claro: “Es mejor quedarse callada y no molestar a los directivos”, resume una de las once jugadoras vigentes de diferentes clubes consultadas para este reportaje.
“Felipe Taborda siempre nos decía: ‘¡Cuide su culo!’. Y es muy triste que esa siga siendo la norma”, resume Isabella Echeverri, quien se retiró del fútbol el año pasado a los 28 años. Lo hizo sin poder volver a jugar en la selección por un veto que la dirigencia siempre ha negado, pero que el entorno del fútbol sabe que es cierto. Sobre esto no se habla en los grandes medios deportivos porque nadie quiere enemistarse con la dirigencia y quedar excluido del circo multimillonario que es el fútbol masculino, especialmente si hablamos de la selección.
A pesar de que encabezar esa protesta de 2019 le costó su carrera en la selección, Isabella Echeverri describe el día de la rueda de prensa como el más feliz de su vida. “Ni cuando debuté en selección, ni cuando firmé mi primer contrato profesional, ni cuando jugué mi primer partido en un Mundial o en unos Olímpicos he estado tan feliz como ese día, porque por fin pude decir la verdad sobre lo que pasaba y aún pasa en el fútbol femenino en Colombia”, dice con una sonrisa.
Echeverri, que nunca volvió a ser convocada a pesar de ser figura en el Sevilla de España y el Monterrey de México, se retiró debido a una lesión crónica, y hoy es la coordinadora de la Relación entre Sindicatos y Futbolistas de FIFPRO, la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales, que reúne a casi 70.000 jugadores y jugadoras de todo el planeta.
“Nosotras sabemos que aportamos nuestro granito de arena para todo lo que ha pasado con la selección Colombia con esa protesta, pero duele saber que cinco años después las condiciones en la Liga no han cambiado, a pesar de que nosotras siempre estuvimos dispuestas a trabajar con los dirigentes para sacar la Liga adelante”, señala.
Por supuesto, la protesta de marzo de 2019, más allá del alto costo para sus protagonistas, cambió la historia de la Selección Colombia femenina para siempre. “Cuando nosotras empezamos este movimiento, para pelear en contra de la Federación, para tener mejores estándares, para que pagaran nuestros pasajes, para tener indumentaria, para tener dónde entrenar, logramos derrocar a la Federación», dijo una emocionada Melissa Ortiz, ahora comentarista de fútbol para la televisión de Estados Unidos, después de la clasificación de Colombia a cuartos de final en el Mundial 2023. «Y si no hubiera sido por eso, ellas no estarían ahí. Lo que hicimos empoderó a las mujeres, miles salieron a las calles a apoyarnos, y cuando veo esto, pienso que valió la pena», agregó.
Pero la Liga Femenina sigue entre sombras, y sin una liga competitiva es muy difícil mantener el nivel de una selección nacional exitosa, pues el talento se agota y el nivel en todo el planeta va en aumento gracias a la inversión de las dirigencias locales.
“Tenemos que seguir luchando para que las mujeres tengan mejores condiciones de vida. Los directivos no han querido negociar el pliego de peticiones y uno de los puntos críticos de negociar es justamente la Liga Profesional Femenina para que en condiciones de equidad, de igualdad y de dignidad pueda desarrollarse el fútbol femenino profesional en Colombia”, dice Carlos González Puche. “Hasta ahora los directivos no han querido sentarse a discutir ninguna de las peticiones que presentamos, porque evidentemente no van a permitir que la voz de los y las futbolistas tenga eco en las determinaciones que se adopten en nuestro fútbol. Esa es la consigna: cero posibilidades de que se oiga una voz distinta a la de los directivos en Colombia”, agrega.
“A mí me preocupa que nos pase lo del fútbol masculino, la verdad. Uno ve cada vez más jugadoras jóvenes conformistas con la situación y como que no les importa que acá estemos todas obligadas a estar calladas y a no opinar, a aceptar lo que nos quieran dar los dirigentes para no quedar marcadas. Revise, y así es el fútbol masculino de clubes y por eso tiene el nivel que tiene”, reflexiona la más veterana de las entrevistadas. “El brillo de la selección no puede tapar el desastre interno, pero eso es lo que quieren mostrar los dirigentes y lo que tristemente muestran los medios”, concluye.