Este 2025 ha sido uno de los años más críticos para el orden mundial de los últimos tiempos. Sancocho Mundi les trae un resumen de algunos de los escenarios geopolíticos más significativos del 2025.
por
Felipe Uribe Rueda
antropólogo y analista político
17.12.2025
Portada: Isabella Londoño.
Este texto hace parte de Sancocho Mundi, nuestra columna de geopolítica. Si quiere ver las otras entradas, haga clic aquí.
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La Doctrina Monroe vuelve a Latinoamérica
Este año, que es apenas el primero de la nueva administración Trump, la política exterior de Estados Unidos con respecto a América Latina sufrió un vuelco sin precedentes. En muy poco tiempo, la influencia gringa en el hemisferio pasó del soft power que ejercía a través de USAID y otras agencias a una reinterpretación de la vieja Doctrina Monroe. Esta nueva estrategia, que busca volver a hacer del continente el “patio trasero” de Estados Unidos, consiste en amenazar constantemente con intervenir militarmente en países como Venezuela, Colombia y México, influir directamente para desestabilizar los procesos políticos y judiciales de varios estados (Argentina, Honduras, Brasil, Colombia) y avanzar en maniobras disuasivas en contra de rivales extra-hemisféricos, principalmente China. Esta política intervencionista se ha recrudecido en los últimos días, con la intercepción ilegal de un buque petrolero venezolano que se dirigía a Cuba.
Para justificar su intervencionismo descarado ante las bases de MAGA –que en principio están en contra de que su país siga inmiscuyéndose en guerras ajenas–, el gobierno Trump está posicionando los problemas más apremiantes de la región (migración, crimen organizado, narcotráfico) como amenazas directas a la seguridad nacional de Estados Unidos. La declaratoria de varios carteles latinoamericanos como grupos terroristas y los crecientes bombardeos a lanchas supuestamente cargadas con droga en el Caribe y el Pacífico, que ya suman por lo menos 87 víctimas mortales, están en el centro de esta política, cuyo objetivo es hacerse con el control de los valiosos y abundantes recursos naturales de la región y causar un cambio de régimen en Venezuela, bajo el pretexto de luchar contra el tráfico de drogas para proteger a la población estadounidense.
Los bombardeos a lanchas en el Caribe y el Pacífico por parte de EE.UU. -a todas luces ilegales- han dejado ya 87 muertos.
En efecto, en este momento, Estados Unidos tiene varios buques de guerra, un submarino nuclear y miles de marines apostados cerca de las costas venezolanas, lo que representa la mayor presencia militar estadounidense en la región en décadas. Puerto Rico, en particular, pero también República Dominicana y Trinidad y Tobago, fueron reactivados como plataformas estratégicas desde donde los gringos podrían llevar a cabo una intervención militar en Venezuela para propiciar un cambio de régimen a cargo de la ultraderechista y premio Nobel de paz, María Corina Machado, a pesar de los recientes acercamientos entre Trump y Nicolás Maduro, el presidente autócrata de Venezuela.
Bajo este mismo marco estratégico, Estados Unidos ha descertificado a Colombia en la lucha contra las drogas para desestabilizar políticamente al primer gobierno de izquierda del país y Trump ha amenazado con realizar ataques aéreos contra objetivos terrestres ligados al narcotráfico en Colombia, al tiempo que ha tildado al presidente Petro de narcotraficante.
Así mismo, los estrategas gringos están apostándole a contener la influencia de China en la región, que se manifiesta a través de inversiones multimillonarias en infraestructura y el fortalecimiento de las relaciones diplomáticas con varios países, porque ya se dieron cuenta de que lo mejor es replegarse de los escenarios de conflicto en otras latitudes (Ucrania, Gaza) para enfocarse en consolidar su poder en un área de influencia más próxima a sus fronteras. Es por esto que los gringos han intentado instalar bases militares en Ecuador, chantajear a los votantes argentinos con promesas de préstamos condicionados a resultados electorales y, en general, inmiscuirse de manera más directa en el devenir político y económico de varios países latinoamericanos.
El despertar del dragón
China lleva varios años desplegando todo su poder económico, político y militar para solidificar su condición de rival global de Estados Unidos, que lleva un buen tiempo en un proceso de decadencia política y económica. Sin embargo, este año, la apuesta china por rivalizar con Estados Unidos se ha acelerado considerablemente. En el plano económico, el gigante asiático ha logrado agrandar y fortalecer su esfera de influencia financiera y comercial como alternativa a la dominada por Estados Unidos. Prueba de esto es la rápida expansión de la llamada Nueva Ruta de la Seda, con la que se ha vuelto el actor principal en los esfuerzos de modernización de varios países. Hoy en día, los chinos están a cargo de la construcción de megaobras de infraestructura en los cinco continentes, la instalación de redes 5G/6G y la expansión de la energía renovable por todo el mundo.
Élites cómplices y pueblos solidarios: dos años de un genocidio transmitido en directo
Israel, apoyado por sus aliados occidentales, desencadenó sobre el pueblo de Gaza la peor masacre de civiles de este siglo.
En el plano financiero, China ha liderado los esfuerzos del bloque de los BRICS, que este año engrosó sus filas, para avanzar en la desdolarización de las transacciones internacionales a través del uso de monedas como el yuan, el rublo, la rupia y el real, así como el fortalecimiento del yuan digital (digital renminbi). En el marco de este proceso, los chinos han establecido acuerdos con varios países para liquidar transacciones de compra de petróleo, gas y materias primas directamente en yuanes u otras monedas de los BRICS, saltándose el sistema SWIFT y optando por el sistema BRICS PAY, lo que, al tiempo que las hace más atractivas como monedas de reserva y comercio, les ha permitido a varios países, como Rusia e Irán, disminuir su vulnerabilidad ante las sanciones impuestas por los gringos. Así mismo, la potencia asiática ha liderado el fortalecimiento del Nuevo Banco de Desarrollo (el llamado “Banco de los BRICS”), cuyo volumen de préstamos sigue creciendo en Asia y Latinoamérica, financiando proyectos de infraestructura y energía limpia en monedas locales, que es un pilar clave de su estrategia de la Nueva Ruta de la Seda.
En el plano tecnológico, este año China inyectó ingentes recursos para acelerar el proyecto Made in China 2025, el cual busca, para 2049, culminar la transformación de su aparato productivo para alcanzar la autosuficiencia en sectores estratégicos como la robótica, la inteligencia artificial, los semiconductores, la computación cuántica, los vehículos eléctricos, la energía verde y la industria militar y aeroespacial, entre otros. Con esta apuesta, China no solo busca aumentar su participación y su liderazgo en los mercados internacionales de alta tecnología, sino también –y más importante– romper la dependencia de algunos eslabones de su sistema productivo de la importación de tecnología occidental, con miras a un recrudecimiento de los embargos comerciales sectoriales que ya están vigentes y que podrían profundizarse en un futuro escenario de confrontación más directa. Así mismo, en el plano militar, este año China ha avanzado en la modernización de su fuerza aérea y su flota, con la presentación de sus nuevos cazas de quinta generación, que en teoría pueden rivalizar con los F-35 gringos, y la botadura de portaaviones que podrían disuadir a Estados Unidos y sus aliados asiáticos y oceánicos de intervenir en una eventual invasión de Taiwán.
Un fantasma recorre África: el fantasma del panafricanismo
Desde comienzos de esta década, ha habido varios golpes de estado y victorias electorales de proyectos panafricanistas en el África subsahariana. Personajes como Ibrahim Traoré, en Burkina Faso, Assimi Goïta, en Malí, Abdourahamane Tchiani, en Níger, y Bassirou Diomaye Faye, en Senegal, están liderando el resurgimiento del panafricanismo y las luchas antiimperialistas y anticoloniales como columna vertebral de la transformación económica y política del continente. Inspirados en el legado de Thomas Sankara, el mítico presidente revolucionario burkinés asesinado en 1987 durante un golpe de estado orquestado por los servicios secretos franceses, estos líderes políticos están sentando las bases de una nueva independencia del Sahel ante el neocolonialismo estadounidense y francés. A pesar de que estos procesos ya lleven unos años desplegándose, es cierto que el 2025 fue el año en el que se consolidaron definitivamente.
La consolidación en 2025 de la Alianza de Estados del Sahel (AES), que fue constituida en 2023 por Malí, Burkina Faso y Níger, es el ejemplo político más concreto del panafricanismo en acción. Esta alianza funciona como un pacto de defensa mutua que les ha permitido fortalecer su soberanía frente a las amenazas externas (incluida la amenaza de intervención de la CEDEAO, un bloque regional alineado con Francia) y constituir una fuerza de seguridad totalmente africana que ha permitido enfrentar a los grupos yihadistas y a los paramilitares que llevan años cebándose con la población civil, muchas veces gracias a la inacción cómplice de Francia y Estados Unidos. Así mismo, la expulsión de las tropas francesas y estadounidenses desplegadas en el territorio ha sido un avance muy importante en la consolidación de la verdadera soberanía de estos países, que ha inspirado a otros a seguir su ejemplo.
Este año, en el plano económico, la ola panafricanista ha mostrado avances que, en el futuro, harán inevitable la ruptura definitiva de la dependencia financiera con Francia y otros países occidentales. Al mismo tiempo, los líderes panafricanistas del Sahel han logrado disminuir considerablemente la depredación de los recursos mineros a la cual sus países estaban sujetos. Para la muestra, tres botones.
En primer lugar, los países de la AES han manifestado su intención de desmantelar el franco CFA, una moneda utilizada por 14 estados africanos que es emitida en Francia y que hace posible que la potencia europea ejerza un fuerte control sobre la política monetaria y las reservas estratégicas de dichos países. Para lograrlo, la AES ha planteado su intención de crear una moneda común y soberana, emitida localmente, lo que significaría un enorme paso hacia la independencia económica de muchos países que siguen bajo el yugo neocolonialista de la llamada «Françafrique».
En segundo lugar, los países de la AES están diversificando sus socios comerciales, proceso en el cual China, con sus préstamos y sus enormes inversiones en infraestructuras viales, portuarias, sanitarias y tecnológicas, está jugando un rol protagónico. Esta diversificación les ha permitido atraer inversiones que auténticamente están rindiendo frutos, y no conformarse con las migajas que ocasionalmente les caían desde París o Washington.
Por último, en 2025 hemos visto cómo Burkina Faso, Malí, Níger y Guinea, entre otros países, han logrado ejercer soberanía sobre sus recursos naturales estratégicos mediante la nacionalización de su explotación o, en otros casos, la renegociación de contratos de explotación con empresas extranjeras. En el primer caso, los burkineses y malienses han nacionalizado la explotación del oro y construido las infraestructuras necesarias para forjar sus propios lingotes, lo que les ha permitido aumentar espectacularmente sus reservas estratégicas de oro, las cuales antes eran prácticamente inexistentes, debido a que Francia tenía el monopolio de dicha actividad. En el segundo caso, países como Guinea han logrado renegociar contratos de explotación y procesamiento de tierras raras presentes en su territorio, lo que les permitirá, en el futuro, pasar de ser meros extractores a actores importantes en la cadena de valor de minerales que son estratégicos para sectores como la economía verde, los vehículos eléctricos y los chips.
A pesar de los avances anteriormente expuestos, el proyecto panafricanista sigue siendo vulnerable ante las intervenciones de las potencias occidentales. Prueba de esto es el apoyo francés a la intervención de la fuerza aérea de Nigeria, uno de los pocos aliados de Occidente que quedan en la región, para impedir el golpe de estado en curso en Benín.
Ucrania y Europa, a la merced de Rusia y Estados Unidos
El 2025 fue un punto de inflexión en la guerra de Ucrania, ya que la ofensiva rusa rindió frutos y las condiciones de la confrontación demostraron que Ucrania es muy vulnerable a la intermitencia del suministro de armas occidentales. Este año, el enorme sacrificio humano al que Moscú se mostró dispuesto para avanzar en el frente de batalla y el declive significativo de la ayuda occidental para sostener el esfuerzo bélico ucraniano configuraron una situación que dejó a Zelensky con un margen de maniobra mínimo. Desde principios de año, Rusia ha capitalizado la demora en el suministro de ayuda occidental y ha consolidado ganancias territoriales que pueden ser la clave para una victoria estratégica que se acerca inevitablemente.
Discusión entre Trump y Zelenski en el Despacho Oval en febrero de 2025.
Al este, en el óblast de Donetsk, Rusia lanzó una serie de ofensivas exitosas, aprovechando la escasez de municiones de artillería ucraniana, con lo que logró asegurar su dominio sobre la totalidad de la región, que era uno de los objetivos estratégicos más importantes desde el comienzo de la invasión, en febrero de 2022. Aunque el costo en vidas humanas fue inmenso, Putin logró consolidar un corredor terrestre continuo entre la frontera rusa y la península de Crimea, al tiempo que logró hacerse con el control de una de las repúblicas prorrusas que ya por 2014 se habían sublevado en contra del gobierno central ucraniano. A mediados de este año, al norte, en Kharkiv, las fuerzas rusas reactivaron un frente que llevaba varios meses congelado, con lo que lograron establecer una «zona de amortiguamiento» a lo largo de la frontera para impedir incursiones ucranianas en territorio ruso, como la de agosto de 2024.
Esta situación en el frente, aunada a la cercanía de Trump con Putin, posibilitó una serie de reuniones de alto nivel, entre Estados Unidos y Rusia, para establecer unas negociaciones que por el momento no han logrado un cese al fuego. Todas las cumbres que ha habido, sistemáticamente, han excluido a Ucrania y los socios europeos de la OTAN, porque Donald Trump considera que Europa no ha ayudado lo suficiente en el esfuerzo de guerra de Ucrania, al tiempo que no disimula su preferencia hacia Putin sobre Zelensky. Dichas exclusiones tienen como trasfondo un mensaje claro: la ayuda futura dependerá de la voluntad de Kiev para aceptar un alto el fuego basado en las líneas del frente actuales, cosa a la que Zelensky, Macron y Merz se han opuesto tajantemente.
A pesar de las quejas de los aliados occidentales, Trump y Putin han avanzado en un plan de paz que, como pasó con la Conferencia de Yalta de 1945, le otorga el derecho de trazar las fronteras solo a las verdaderas potencias (no es sino ver el declive político, tecnológico y militar de Europa para entender por qué es un actor secundario). Según lo que se sabe de dicho plan de paz, existe un reconocimiento tácito de las ganancias territoriales rusas: Ucrania cedería de facto las regiones de Donetsk, Luhansk, Zaporiyia, Jersón y Crimea, en una situación territorial que no gozaría de un reconocimiento formal, sino que se basaría en una congelación del conflicto en la línea del frente actual. Así mismo, Ucrania se comprometería a desistir de sus pretensiones de unirse a la OTAN o permitir bases militares de la alianza en su territorio, como garantía de seguridad para Rusia. A cambio, Estados Unidos le ofrecería a Ucrania un paquete masivo de ayuda económica y militar defensiva para reconstruir el país y fortalecer su capacidad de proteger su nueva frontera de facto, al tiempo que se plantea la posibilidad de que fuerzas terrestres europeas hagan presencia en la frontera como elemento disuasivo.
Lo anterior significa una derrota estratégica descomunal para Ucrania, ya que, para lograr un cese al fuego inmediato, perdería alrededor de un quinto de su territorio y se quedaría sin la posibilidad de hacer parte de la OTAN. Esto último es crítico, ya que pertenecer a la alianza es la única garantía real de no repetición de la invasión, si se tiene en cuenta la política neozarista de expansionismo que Putin ha privilegiado desde hace años.
Y si en Kiev llueve, en Bruselas truena. La capitulación de Ucrania y el congelamiento del conflicto a lo largo de la línea del frente actual implicaría una clara traición a los principios de soberanía territorial que Europa tanto ha esgrimido desde 2022. Por otro lado, este precedente aumentaría la presión sobre los países europeos que comparten frontera con Rusia, como las repúblicas bálticas, Polonia y Finlandia, los cuales se verían obligados a aumentar todavía más su gasto militar. Además, la ausencia de una voz europea en las negociaciones y el trato denigrante al que el continente ha sido sometido, aunados al intervencionismo sin tapujos en la política europea que ahora hace parte de la doctrina de seguridad de Estados Unidos, fortalecen las tesis acerca de la irrelevancia geopolítica de Europa, lo que mina aún más su influencia mundial como bloque político y económico y disminuye su capacidad de disuasión ante una posible agresión rusa directa en décadas venideras.
El mundo sigue fallándole a Palestina
Este año, el régimen sionista continuó con el genocidio en Gaza y su política de limpieza étnica, tanto en la franja como en Cisjordania. A pesar de las multitudinarias marchas en todo el mundo, el aumento de la presión internacional, el informe de la ONU de septiembre que ya habla abiertamente de genocidio y la lenta pero segura construcción de un consenso alrededor de lo que verdaderamente está pasando en Palestina, la entidad sionista y sus aliados occidentales siguen asesinando palestinos todos los días.
Francesca Albanese, relatora especial de las Naciones Unidas para los Territorios Palestinos, ha sido una de las voces más visibles que ha señalado el paso «de la economía de la ocupación a la economía del genocidio» en Palestina.
En enero, con los acuerdos de Doha, se firmó una tregua auspiciada por Estados Unidos, Egipto y Qatar que sirvió para un intercambio de rehenes y para sentar las bases de una posible retirada israelí. Sin embargo, dicho acuerdo también sirvió para que Israel confundiera a la opinión pública y ganara tiempo valioso para reorganizarse y quitarse de encima algo de la presión internacional. En febrero y marzo, mientras las fuerzas de la entidad sionista realizaban una retirada de la mayoría de sus efectivos en Gaza bajo los aplausos de la comunidad internacional, la ONU alertaba de una crisis alimentaria en la franja que se extendió varios meses, cuyo cubrimiento mediático fue muy cuidadoso en no endilgarle la responsabilidad a Israel, que continuaba con su bloqueo de la ayuda humanitaria destinada a Gaza.
A mediados de año, las marchas multitudinarias en contra del genocidio en las principales ciudades de las potencias occidentales se reactivaron, lo que finalmente empujó a varios de sus líderes a pronunciarse con mayor vehemencia en contra de los crímenes perpetrados por Israel. Durante los meses siguientes, cientos de miles de palestinos, en condiciones críticas de hambruna y bajo un calor abrasador e incesantes ataques israelíes, comenzaron un éxodo para regresar a lo que quedaba de sus casas.
En septiembre, una comisión de investigación de la ONU publicó un informe que concluía que las acciones militares en Gaza podían constituir actos de genocidio, conforme a la Convención de 1948. Ese mismo mes, la Flotilla Sumud, en la que participaron cientos de activistas de todo el mundo y que fue acompañada desde tierra por manifestaciones multitudinarias, emprendió su viaje hacia Gaza para romper el asedio y entregar ayuda humanitaria a los palestinos. En aguas internacionales, a pocos kilómetros de la zona exclusión impuesta por Israel y después de que los buques escolta italianos y españoles dejaran a su suerte a la flotilla, las fuerzas armadas sionistas abordaron la mayoría de las naves y secuestraron a sus tripulantes, entre quienes se encontraban Greta Thunberg y varios parlamentarios europeos, quienes fueron torturados y amedrentados. A pesar de la virulencia con la que las autoridades israelíes trataron a los integrantes de la flotilla, los gobiernos europeos, que estaban en la obligación de proteger a sus ciudadanos, recurrieron a toda clase de malabares discursivos para plantear la situación como una acción temeraria por parte de los activistas, y no como una violación del derecho marítimo internacional por parte de Israel.
A pesar de todo lo ocurrido este año, el engaño más grande hasta ahora ha sido el cese al fuego que se estableció el 10 de octubre, auspiciado por el llamado “Plan de Paz para Gaza” de Donald Trump. Según los términos de este, a cambio de un cese de hostilidades por parte de Hamas, Israel se comprometía a retirar sus tropas terrestres de la Franja de Gaza y permitir que, paulatinamente, los civiles gazatíes desplazados al norte del enclave volvieran a sus casas. Sin embargo, la retirada ha sido parcial y el ejército sionista sigue bombardeando campos de refugiados y haciendo presencia en su lado de la llamada Línea Amarilla, lo que configura esencialmente una ocupación permanente de alrededor de la mitad de Gaza. Netanyahu ha defendido esta movida arguyendo que su ejército necesita libertad de operación y una zona de amortiguamiento para salvaguardar la integridad de su propia frontera, haciendo referencia al ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023.
Aparte de la legalización de facto de la ocupación sionista de gran parte de Gaza, el supuesto cese al fuego de octubre ha propiciado un contexto mediático en el cual es más fácil para los medios hegemónicos dejar de hablar del genocidio. Así, a pesar de que Israel siga usando el hambre como arma de guerra, siga bombardeando campos de refugiados y su ejército siga realizando ejecuciones extrajudiciales, los medios occidentales siguen endulzando lo que ocurre en Palestina, al enfocarse en los aspectos logísticos de un cese al fuego que nunca ha existido realmente.
A la catástrofe anterior se le suma la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU que en noviembre, con la sorpresiva abstención de Rusia y China –dos de los cinco estados con poder de veto–, autorizó la puesta en marcha del plan de paz esbozado por Donald Trump a finales de septiembre. Según dicho plan, que consta de 20 puntos, se autoriza la creación de una Fuerza Internacional de Estabilización (FIE) de hasta 20.000 efectivos, cuya misión consiste en asegurar las fronteras de Gaza (junto con Israel y Egipto), proteger a los civiles, vigilar los corredores de ayuda humanitaria y, de manera crucial, desarmar a Hamas y otros actores que luchan por la liberación de Palestina. Este plan prevé que un general estadounidense lidere la FIE, lo que acrecienta los miedos alrededor de una injerencia directa por parte de Estados Unidos. Por otro lado, el plan prevé un intercambio de rehenes, así como la repatriación de los cadáveres de los rehenes que han muerto durante estos más de dos años. En el caso de los cuerpos palestinos, con los intercambios pasados se ha podido constatar que las fuerzas armadas sionistas les extirparon órganos para usarlos en trasplantes y los torturaron antes de asesinarlos.
En términos de gobernanza, el plan de paz de Trump significaría una claudicación total de la lucha por la liberación de Palestina, ya que prevé la creación de una Junta de Paz (Peace Board) presidida por el propio Donald Trump y conformada por alrededor de diez líderes de países árabes y occidentales que se encargará de coordinar la entrega de asistencia humanitaria, supervisar el nuevo gobierno palestino y tomar decisiones con respecto a la política económica de Gaza. Así mismo, el plan prevé la creación de un “gobierno tecnocrático” palestino, conformado por tecnócratas que no estén afiliados a Hamas ni a Fatah –y que claramente se plieguen a los designios de Israel y sus aliados, pero eso nunca va a salir en The New York Times, Le Monde o la BBC–.
Este supuesto plan de paz de Trump es, en realidad, un plan de sabotaje de los legítimos esfuerzos palestinos por liberarse del yugo sionista, al cual están sometidos desde la Nakba de 1948. El hecho de que Rusia y China se hayan abstenido, teniendo la posibilidad de ejercer el veto, habla de cuán espinosa se ha vuelto la cuestión palestina para las relaciones internacionales. Del mismo modo, el silencioso consenso alrededor de acabar con el problema por la puerta de atrás y mediante soluciones superficiales, habla de cómo los gobiernos del mundo, aparte de algunas honrosas excepciones, prefieren lavarse las manos antes de escuchar el clamor de la sociedad, que mayoritariamente apoya la causa de la liberación de Palestina. Con esta claudicación, todo el entramado institucional internacional le falló a los palestinos, y lo único que podemos hacer es seguir marchando y exigiendo el fin del genocidio y la limpieza étnica.