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Yolanda Reyes: escribir para adultos o para niños no es tan diferente

La escritora colombiana fue una de las invitadas a la Feria Internacional del libro de Bogotá (FILBO) 2017. Conversó sobre niños muy adultos, adultos que vuelven con nostalgia a ser niños e historias que no tienen edad.

por

Laura Galindo M.


09.05.2017

Santiago se enamoró de Frida, la niña sueca que ese año pasaba vacaciones en Cartagena. Frida era más alta y se regresó a Estocolmo dejándolo con el corazón roto. Yolanda Reyes nació en Bucaramanga y los escribió a los dos en un libro de cuentos que lleva por título El terror de Sexto B. Yo me enamoré de Santiago hace casi veinte años, cuando leí que lloraba en sueños la nostalgia de su primer beso.

[De ser grande y ser chico]

Pasar de escribir para niños a escribir para adultos fue algo orgánico. Primero vino El terror de Sexto B. Luego, Los años terribles, la historia de tres mujeres que pasan de niñas a adolescentes. Después, Pasajera en tránsito: una mujer termina sus estudios y se enfrenta al mundo real. Me gustan esos grandes tirones de la vida que obligan a despedirse de lo conocido, así que me pareció apenas natural llegar a un libro como Qué raro que me llame Federico, en el que, por un lado, hay una mamá con todos sus dilemas de madre y, por el otro, un niño adoptado que siempre está en el borde de todo: de ser niño y ser grande, de dos países, de saber y no saber quién es su mamá biológica.

[De enamorarse, alejarse y llorar en sueños]

Los temas son los mismos: las pérdidas, los dolores, el amor, pero es que en el fondo tampoco hay tantos. Se puede escribir de mucho, pero no se pueden inventar motivos. Ahora bien, existe una sintaxis, un grado de introspección, capas diferentes. La complejidad que te puedes permitir en una novela para adultos, el manejo de los tiempos, las técnicas narrativas y el vocabulario son mucho más complejos. Hablar, por ejemplo, de la maternidad, de no saber si tener un hijo o no, de una vida como la de la protagonista de Qué raro que me llame Federico, son cosas que hacen pensar en un lector adulto. Sin embargo, visto bien de cerca, no es tan diferente.

[De niños tan adultos]

En la época en que yo empecé a escribir para niños, todos los libros eran de ballenas rosadas y delfines, de arcoíris y unicornios alados. ¿Por qué no escribir de cosas que realmente pudieran pasarle a un niño de 10 años? Así aparece El terror de Sexto B, siete cuentos infantiles sin unicornios ni ballenas. Con juegos narrativos, finales abiertos y el esfuerzo deliberado de un lenguaje económico. Por ejemplo, el relato de Frida es una historia sobre otra historia. Santiago cuenta cómo se enamoró de una sueca, pero al mismo tiempo cuenta cómo el profesor siempre le pone el mismo ejercicio en clase: escribir qué hizo en sus vacaciones. Es un lenguaje que indaga en formas infantiles. Un tema aparentemente adulto en la voz de un niño.

 

El colegio es un estado mental al que uno regresa varias veces en la vida

 

[De recordarse y escribirse]

Yo soy licenciada en educación y cuando escribí El terror de Sexto B estaba dictando clases. Pero nunca quise escribir como profesora. Quise volver al colegio, a mi infancia. Ser yo esa niña. Ser Juliana, lenta, pesada y gorda, equivocándose en clase de educación física. Ser Federico, segundo en todas las competencias. Ser Guillermo y no querer ir a clase los lunes. Es que el colegio es un estado mental al que uno regresa varias veces en la vida. Yo vuelvo a tener un nudo en el estómago los domingos por la noche cuando descubro que no hice nada de lo que había planeado para esa semana. En todas partes está el popular, el retraído, el ordenado. Son emociones, son estados humanos. Es el material en bruto para hacer literatura.

[De historias ciertas e historias inventadas]

Los personajes de El terror de Sexto B me los había contado alguien. Esas historias habían sucedido, nunca al pie de la letra, pero tenían algo de cierto. Santiago era el sobrino de una amiga y mi amiga me contó que se había enamorado en vacaciones. Federico Nieto, que siempre queda de segundo, era yo, que estaba perdiendo todos los concursos de literatura. Tenía la oreja muy dispuesta para recogerlo y recibirlo todo. Son historias que pasan en cualquier colegio, en cualquier época. Ser la niña tímida, el deportista, comer chicle aunque esté prohibido, hacer la fila en las mañanas. Son las primeras sensaciones de no encajar. Y es que en el fondo nadie encaja, ni los populares, ni los bonitos, ni nadie. No importa cuantos años se tengan.

[De Santiago]

A Santiago no lo conocí mucho, pero sé que está casado, en algún momento pregunté. Lo siento.

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