Le pedimos a un periodista, una artista visual y un experto en justicia transicional que analizaran la contribución de Álvaro Uribe a la Comisión de la Verdad, su puesta en escena y el contenido de lo que dijo. Ninguno, ni el expresidente ni la Comisión, quedaron bien parados.
El título: «Álvaro Uribe ante la Comisión de la Verdad». La puesta en escena parece revelar lo contrario: La Comisión de la Verdad ante Uribe. La imagen a la que asistimos es la continuación de la realidad necropolítica del país, la historia negada de la desposesión de la tierra, de la mano del control manipulativo de la imagen y el discurso.
La propiedad y la tierra ocupan la mayor parte del encuadre: una imagen de poder. Es por supuesto, un encuadre-discurso, un encuadre-control, un encuadre-relato. El encuadre y la puesta en escena hacen parte de la creación de una figura, un personaje. Se trata de una disposición tríptica jerárquica que invoca la imagen de La última cena. Al lado izquierdo, el padre, al lado derecho, el comisionado quien es revelado con un movimiento de cámara sólo hacia el final. En el centro, a mayor altura visual que los demás, la figura de Uribe, que pretende encarnar los valores religiosos y que performa —con ademanes y gestos— una actitud de receptividad y apertura (escucha, toma nota), y se presenta a sí mismo como Jesús, víctima y redentor.
La propiedad y la tierra ocupan la mayor parte del encuadre: una imagen de poder. Es por supuesto, un encuadre-discurso, un encuadre-control, un encuadre-relato.
A diferencia de La última cena, los personajes de esta escena no están sentados a la misma mesa: no hay mesa común, no hay lo común. Hay distinción, separación, orden y jerarquía. Uribe está en la mesa que preside, solo. A lado y lado, en asientos separados, los visitantes que en términos espaciales parecen asistir a su discurso.
El encuadre es evidencia de la intención de control: es un gran «yo mando aquí». Aquí en esta finca, aquí en esta conversación, aquí en este país, aquí en el discurso, aquí en el encuadre, aquí en este mi teatro político. La locación, la ubicación de la cámara, la disposición de la mesa y los asientos separados a lado y lado, son todos elementos retóricos. La cámara ha entrado en su territorio y, desde ese gesto fundamental, busca que el encuadre-relato esté a su servicio.
La comisión que busca la verdad se ha encontrado con el teatro.
La figura de Uribe, además de víctima y redentor, pretende icónicamente, aparecer también como juez. En el centro, como en un juzgado, esa figura es juez y los demás son quienes están en el estrado. La comisión que busca la verdad se ha encontrado con el teatro.
Charles Chaplin, en su película El Gran Dictador, parodia a Hitler concentrando su atención en los gestos de grandilocuencia y autoridad. Aquí lo haría con su atención en los gestos de pretendida humildad, de moralidad religiosa, jerarquía y control.
Como todo dictador, su imagen y discurso es la constante fabricación de una mentira. En esta puesta en escena no hay verdad posible, pues la verdad para esta figura, a la mejor manera de Goebbels, se fabrica, se ensaya, se repite hasta que a fuerza de repetición se vuelva tal.