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Uribe en la Comisión de la Verdad: El abuelito sí tiene quien lo visite

El abuelito es maravilloso y admirable: no admite nada, no responde nada, solo tiene su monólogo.

por

Omar Rincón


18.08.2021

Ilustración: Ana Sophia López

Le pedimos a un periodista, una artista visual y un experto en justicia transicional que analizaran la contribución de Álvaro Uribe a la Comisión de la Verdad, su puesta en escena y el contenido de lo que dijo. Ninguno de los dos, ni el expresidente ni la Comisión, quedaron bien parados. 

Este escrito no debería existir. No aporta nada. No dice nada. Es más de lo mismo. Esto es muy aburrido. Molesta este espectáculo decadente de democracia. Esta manera inverosímil de hacer una oda más al expresidente, ex senador y expresidiario Uribe Vélez. Ese abuelito que sí tiene quien lo visite y le obedezca.

Los periodistas más prestigiosos de Colombia lo entrevistan “en exclusiva” y pierden: es su monólogo. Sus periodistas amigues van a su finca, vaya metáfora de Colombia: una finca de ganado, a obedecer. Y el último sainete es el padre de Roux con su tonito y estilito nueva era “no me comprometo con nada” yendo para conocer LA verdad de todos, o sea la de él: el dueño de Colombia. 

Tristeza total. Un país, unas instituciones, una democracia, unos medios, una academia, una sociedad súbdita del abuelito Uribe. El abuelito solo acepta su verdad. Sus hijos, animales y cosas siguen su verdad. La música popular la canta. Y todos nos prestamos a ese sainete del abuelito.

Los periodistas más prestigiosos de Colombia lo entrevistan “en exclusiva” y pierden: es su monólogo.

El abuelito es maravilloso y admirable: no admite nada, no responde nada, solo tiene su monólogo. El padre de Roux parecía de mentiras, la comisionada Lucía González era apenas una voz, el comisionado Leyner Palacios miraba. Perros, caballos, hijos, peones, aves llenaban la bucólica Colombia donde el patrón de la finca manda con su rejo y seño. “El hacha que mis mayores me dejaron por herencia, la quiero porque a sus golpes libres acentos resuenan” cantan esas tierras. Y con el hacha teje su verdad. El tono es de arreo de vacas, comisionados y verdad. El lenguaje es precario: elemental. La puesta en escena maravillosa de esa raza donde se “forjan déspotas tiranos, largas y duras cadenas para el esclavo que humilde, sus pies de rodillas besan” agrega el himno. Y el patriarca concluye: “Yo que nací altivo y libre sobre una sierra antioqueña. ¡Llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa!”. Todo hace sentido.

Y el último sainete es el padre de Roux con su tonito y estilito nueva era “no me comprometo con nada” yendo para conocer LA verdad de todos, o sea la de él: el dueño de Colombia. 

El abuelito es magnífico: es la voz, la verdad, el tono de esta comarca. Esa que el diplomático francés Barón Gros en 1842 describió como de unas gentes donde “nada denota en sus ideas o en sus sentimientos una noble y adecuada organización; no tiene ningún respeto por sí mismo. Acostumbra inventar o desnaturalizar los hechos con una facilidad y un desenfado que no es difícil concebir; humilde y sumiso en la adversidad como indolente en la prosperidad, carece de honradez en sus relaciones comerciales y procura engañarse constante y recíprocamente manteniendo las apariencias de la más cordial amistad”. Y no habla de Uribe, sino de los colombianos en 1842. O sea si habla de Uribe, que es el nosotros, los colombianos que llevamos 179 años siendo igualitos.

Luego, Uribe no es un error o una equivocación del destino patrio, es la patria: su voz, su tono, su verdad, su finca, su puesta en escena es Colombia: es nosotros, he ahí su valor. Y he ahí su inteligencia, sin él no tendríamos donde vernos para reconocernos. Uribe es espejo de ese nosotros llamado Colombia. Y nada lo denota mejor que el paisaje, la mesa, sus decires, sus hijos, el padre De Roux disminuido, el comisionado sin habla, la comisionada sin cuerpo que habla como en susurro fuera de campo, los perros, aves, caballos e hijos bravucones que marca nuestra forma de ser. 

El problema no es Uribe, somos nosotros, los colombianos. 

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