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Modelo para armar

Ganan la mitad que las mujeres y en la calle nadie los desea. Aunque hacen parte de una industria que mueve millones, casi ninguno puede vivir de ella. Este es el panorama del modelaje masculino en Colombia.

por

Alejandro Gómez Dugand


30.10.2012

Fotos: Jon Olav @ Flickr

Uno de los modelos más exitosos de Colombia se está tomando un capuchino en un café de Bogotá y nadie lo reconoce. Hombres y mujeres entran y como si fuera obligatorio, lo miran: su estructura ósea perfecta, sus ojos grandes, su quijada fuerte, sus brazos macizos, su ropa meticulosamente casual.

Alejandro García ha trabajado para Hugo Boss, Versace, Ricardo Pava y Lina Cantillo. Sus campañas han vendido millones. Su cara la han visto los lectores de prácticamente todas las revistas del país, ha hecho catálogos para el Éxito y ha aparecido en más de 40 comerciales de televisión. Sin embrago, nadie sabe que él está acá. Lo curioso es que si quien estuviera acá fuera Natalia Paris la situación sería diferente: más de uno se lanzaría a pedirle un autógrafo, le preguntarían si podrían tomarse una foto con ella o –al menos– la mirarían con los ojos inundados de reconocimiento.

Desde hace siglos la moda (para la que trabaja Alejandro García) se ha convertido en una de las industrias más grandes del mundo y ha permeado todas los estadios de nuestra vida. Personas de todas las esferas han mostrado su interés por la moda: desde los reyes a la burguesía, dandies como Oscar Wilde, playboys como el empresario Gunther Sachs, íconos como Jackie O… La lista es inacabable: actores, cantantes e intelectuales; todos obsesivos con el buen vestir. En la década de los noventa, con la aparición de las súpermodelos, esa moda que había sido territorio de las altas esferas impregnó la cultura popular. Christy Turlington, Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Elle Macpherson, Eva Evangelista y Naomi Campbell ya no eran maníquies, eran los fetiches de la cultura. En ellas se concentraban los anhelos de una sociedad obsesiva con la perfección física, el consumismo y el éxito.

Pero lo curioso es que aunque la moda nació como una cosa de reyes, pronto los hombres empezaron a desaparecer de los intereses de la industria. A pesar de que la gran mayoría de fotógrafos, diseñadores y empresarios son hombres, la moda se ha volcado en la mujeres. Y las grandes víctimas de esto han sido los modelos masculinos.

“Un día un amigo me dijo que creía que podía tener potencial y me puso en contacto con personas del gremio. Tres días después me llamaron para hacer la portada de la Revista Nueva, que se distribuye en varias ciudades del país”, explica Alejandro Garcia con su acento caleño. Tiene 33 años y empezó su carrera a los 18. En su cara baila una sonrisa que parece un reflejo involuntario. Sus dientes blancos y alineados podrían vender cualquier crema dental, su tez impoluta es la vitrina perfecta para publicitar maquinas de afeitar de tres hojas. Después de su primera aparición, no alcanzó a pasar un mes y ya había hecho una campaña para cerveza Costeña y una pasarela que beneficiaba al río Bogotá. Él es diseñador industrial, y confiesa que la moda nunca le interesó: “fue algo que se dio”. Es una respuesta común entre los modelos masculinos. Cuando a Alejandro se le pregunta si algún supermodelo lo inspiró para dedicarse a este oficio responde que no. Tampoco es capaz de nombrar ningún supermodelo.

Se calcula que la industria de la moda produce unos 50 billones de dólares al año en el mundo. Sin embargo, dadas todas las ramificaciones del negocio (revistas, festivales, ropa, accesorios, campañas, desfiles) esta cifra podría ser mucho mayor. La industria musical produce un promedio de 40 billones. Es decir, $10.000.000.000 menos. Alejandro García es uno de los engranajes que mueve esta maquina millonaria. Él es la cara visible de una industria que nos bombardea de información en pancartas y comerciales de tv, y aún así, nadie lo para en la calle para pedirle un autógrafo.

El gran éxito que ha tenido esta industria ha sido el de convertir la vestimenta en algo que supera las necesidades prácticas. La ropa es un código, una muestra de poder adquisitivo, la prueba de lo que creemos ser como individuos. Ejecutivos, emos y deportistas, todos usan la ropa como un discurso de su personalidad. El éxito es que la moda nos convirtió a todos en sus clientes. La manera en la que ésta industria factura es a través de la imagen. Esa a la que hoy todos nos sentimos atraídos como polillas a la luz. Alejandro García es parte de esa imagen. Este lugar en el norte de Bogotá está repleto de la gente a la que está dirigida esta industria: hombres con relojes de pulsera de titanio, mujeres con carteras de más de un millón de pesos. Son ellos los que compran carros por razones diferentes a su precio y joyas que cuestan mucho más de lo que se gasta una familia clase media al año. Ellos compran lo que vende Alejandro García. Ellos seguro han visto su cara en comerciales de televisión o en campañas impresas y sin embargo nadie parece reconocerlo.

Mauricio Sabogal, director de La Agencia Models (una de las agencias más importantes del país) dice que son muy pocos los hombres que pueden ser modelos y mucho menos los que pueden tener una carrera exitosa y lucrativa: “un hombre que se dedique a conciencia a esto puede tener solo un casting al mes, y lo pueden o no elegir”. Alejandro dice que puede ir a unos ocho o diez castings al mes, de los cuales solo uno o dos se concretan. Dice que ha corrido con suerte. A pocos metros de donde él se toma su café se celebra el Círculo de la Moda, el segundo evento más importante del país después de Colombia Moda. Alejandro se aseguró tres pasarelas de Chevignon, una de Arturo Tejada, una para Cotton USA y una de los estudiantes del SENA. Para la única que no calificó fue para la marca Girbaud.

¿Por qué, si somos bombardeados en revistas, anuncios en la calle y en televisión con imágenes de modelos masculinos, no nos obsesionamos de la misma manera que lo hacemos con los cantantes de temporada, con los actores fugaces o los protagonistas del reality de turno?

Comerse o no la yema del huevo

America’s Next Top Model, el popular reality creado por la supermodelo Tyra Banks que pretende encontrar la nueva supermodelo de EE.UU., ha difundido una imagen bastante glamurosa del oficio del modelaje. “Esa es la primera conversación que me toca tener con todos nuestros aspirantes”, dice Mauricio Sabogal, “esto no es un reality. A ustedes no los van a recoger en limosina y los van a llevar a un estudio en el que van a posar por una hora o dos para llegar cansados. Acá, usted se va a ir en Transmilenio hasta la locación a las seis de la mañana, lo van a maquillar, le van a jalar el pelo y va a volver a su casa –realmente cansado– a las diez de la noche.”

Una forma de entender las exigencias del mundo del modelaje masculino es revisar las recomendaciones que el portal ehow.com tiene para los aspirantes de este oficio: “manténgase en forma, pero no demasiado. La industria no quiere fisiculturistas”, “múdese a una ciudad grande”, “arme un portafolio”, “consiga un agente”, “sea persistente, incluso a los mejores modelos les dicen que no todo el tiempo”, “esté siempre listo para viajar”, “siempre tenga a la mano un abogado”, “sea cortés y puntual”.

Es obvio que éstas exigencias no son exclusivas para los hombres, pero la diferencia que ellos tienen contra las mujeres, como lo afirma Mauricio Sabogal, es clara: un hombre tiene la tercera parte de oportunidades de trabajo que una mujer. Alejandro García dice que él es un afortunado, “en eventos como el Círculo de la Moda logré conseguir casi todas las pasarelas en las que hay hombres. Cuatro de cinco.” Sin embargo una mujer puede conseguir fácilmente 18 pasarelas.

Y el problema es que, como asegura Sabogal, “desde hace unos tres años para acá el número de aspirantes hombres ha aumentado hasta igualarse al de las mujeres. Pero las oportunidades de trabajo siguen siendo mas bajas”. Y el tema no se resume al volumen de trabajo; el modelaje es una de las pocas industrias en la que los hombres tienen sueldos sensiblemente más bajos que los de las mujeres. Un hombre que se dedique enteramente a su carrera y que cuente con mucha suerte, puede hacerse unos tres millones de pesos al mes, una modelo promedio gana el triple de eso sin hacer el mismo esfuerzo. Para los hombres es además un oficio mucho más fluctuante. Alejandro dice que el primer semestre del año es le mejor por el Círculo, el día del padre y el día de la madre, “pero hay meses que son mucho más difíciles”.

Esto ha causado que no se de una profesionalización del oficio. “Los chicos lo toman como un hobby, y no invierten en su carrera”, dice Sabogal. La herramienta principal de un modelo, y lo primero que piden las marcas y los fotógrafos es un book, un portafolio con fotos. Un buen book debe tener varias fotos tomadas por diferentes fotógrafos. Esto, en promedio, le puede costar a un modelo unos tres millones de pesos. Al mail de La Agencia llegan una infinidad de correos de jóvenes que quieren ser modelos con fotos adjuntas que bien podrían ser sacadas de su perfil de Facebook. El 90% de los aspirantes de la agencia son rechazados.

Por otro lado, la obsesión por el físico perfecto ha hecho que la industria haya sido penetrada por el fantasma de los desordenes alimenticios. Tal vez por eso los efectos que produce la pregunta de las dietas sea siempre la misma: nerviosismo y respuestas programadas siempre a la defensiva. La de Alejandro es decir que come muy bien, “de hecho mis amigos me dicen el hipopótamo». En el 2006 la polémica de las modelos delgadas llegó a un punto de inflexión cuando en Madrid se prohibió que mujeres que estuvieran por debajo de su peso ideal caminaran en la Pasarela Cibeles. El 40% de las participantes fueron rechazadas generando la aprobación de muchos y el rechazo de otros. Sabogal insiste que la anorexia es un desorden sicológico y no un fenómeno creado por el modelaje. “Yo en la mañana me como tres huevitos hervidos”, dice Alejandro, “y me los como con la yema. Hay muchos que no se comen la yema”.

La industria de la moda es exigente y arbitraria, y los hombres libran una lucha particular. No solo hay menos oportunidades y menores sueldos, sino que además tienen que lidiar con cosas como la que le ocurrió a Alejandro en un casting para la marca catalana Custo Barcelona: “la prueba que nos hacían era ponernos un blazer y ya. Yo soy delgado, pero hago ejercicio y tengo brazos grandes. El blazer me quedó pequeño y me rechazaron automáticamente”. Su trabajo, su trayectoria y su dedicación nada importaron. Si eres un modelo acuerpado estás destinado, para siempre, a un tipo de moda.

Gordos bien vestidos

La portada de revista protagonizada por un hombre más recordada del país apareció en el 2007. En el centro de una fotografía fondo blanco y convertido en un ángel apareció el futbolista Faustino Asprilla y ahí, debajo de una hoja de parra autoadhesiva que nadie soportó no arrancar, estaba esa parte de su anatomía que obsesionaba al país y que convirtió esta portada de la revista SoHo en la primera de la historia de Colombia en mostrar un desnudo frontal masculino. Detrás de esa portada estuvo Lucia Sotelo como productora fotográfica, hoy es la Directora de Moda de esa revista. SoHo se autodefine como una revista “solo para hombres” y es la líder innegable en este mercado. Lo curioso es que en su sección de estilo de vida, dedicada a mostrar tendencias de moda, los blazers, pantalones y relojes siempre descansan en un maniquí sin rostro o en ganchos de ropa.

“El problema”, dice Lucía, “es que ni hombres ni mujeres se sienten identificados con los modelos masculinos”. Dice que en SoHo no usan modelos porque entendieron que los hombres heterosexuales no quieren comprar un modelo ideal de belleza varonil: “los hombres saben lo que tienen y trabajan con eso. Una mujer bajita hace todo cuanto esté a su alcance para luchar contra su estatura: se pone tacones altos y usa ropa con rayas verticales para crear la ilusión de altura. En cambio, si a un hombre bajito le dicen que existen unas plantillas que se meten dentro de los zapatos que le pueden aumentar cinco centímetros y que son cómodas y baratas, muy probablemente no las compraría”. Este producto en efecto existe y se puede conseguir por unos veinticinco mil pesos en el portal Mercadolibre.com. Ochenta y nueve plantillas ha vendido el distribuidor que ha tenido más éxito. Una cifra que no es tan impresionante cuando el promedio de altura de los hombres en Colombia, según un estudio hecho por Margarita Vega y Adolfo Meisel en el 2004, es de 1,68.

Sin duda se trata de un tema de mercado, pero como bien lo apunta Mauricio Sabogal, mercado y cultura son dos caras de una misma moneda: “en Colombia nunca se ha pensado en el hombre como objeto de consumo para la moda. Acá se piensa en el hombre como objeto de consumo para la cerveza. Y la forma de venderle a un hombre una cerveza es con una mujer. Nunca se ha pensado en el hombre como objeto de consumo apelando a la envidia. Nunca se apela a suscitar el sentimiento de yo quiero ser como ese hombre. Se apela a lo sexual, a una niña con un bonito escote o una niña con una bonita cola.”

La industria de la moda parece tener una idea bastante encasillada del género masculino. Al recorrer las páginas de la edición española de la revista Vogue uno se encuentra con todo tipo de mujeres. En un anuncio de página completa, una rubia de labios en forma de paréntesis acostado vende Baiser Volé, la nueva fragancia de Cartier. Unas páginas más adelante, una joven que parece estar en camino de una fiesta a la que uno no está invitado vende unas gafas oscuras de Michael Kors sin importarle que sea de noche. Más adelante, una mujer con pinta de ejecutiva ocupada vende un sastre del Corte Inglés. Justo en frente, una jovencita ve caer copos de nieve en medio de un aviso de la marca deportiva Timberland. «Go out and be you», afirma el anuncio. Una mujer, en ese universo de la publicidad, es en esencia camaleónica: una mujer que hace jogging en Central Park vende zapatos Nike, una madre que juega con sus hijos en un loft parisino vende algo no identificado marca Sandro Paris, una mujer que pasa los cuarenta vende una crema para la cara marca Anne Möller. Madres, hijas, ejecutivas exitosas, adolescentes felices, femmes fatales, amazonas empoderadas. Sí, todos son estereotipos de mujer, pero al menos son variados.

Si uno revisa las páginas de las revistas “solo para hombres” la situación es bien diferente. En la versión latinoamericana de GQ de enero de este año uno encuentra páginas plagadas de modelos masculinos que repiten una y otra vez las mismas tres imágenes: un hombre de negocios entallado en un saco y una corbata, un jovencito con pinta deportiva y un anacrónico personaje de película sobre la burguesía europea que navega en un velero, juega tenis o se prepara para salir al campo de golf. El mensaje que la industria de la moda le envía a las mujeres es que pueden elegir ser lo que quieran y que ellos tienen un abanico de productos que ellas pueden comprar para remarcar esa supuesta subjetividad. Ese abanico es mucho más reducido para los hombres y por esa razón los imaginarios que se producen del género son igual de reducidos: un hombre trabaja, un hombre hace deporte, un hombre se divierte en actividades al aire libre. Punto.

A un hombre lo que le venden es un estilo de vida, afirma Lucía Sotelo. Lo que se le dice es que con un vestido de Banana Republic puede inscribirse dentro de un estereotipo de éxito. “En el imaginario común”, afirma Lucia, “un hombre gordo no es lo mismo que un hombre gordo bien vestido”.

Mejor que el café

Casi confirmando un cliché, Alejandro cuenta lleno de orgullo que ahora se dedica también a la actuación y, para variar, le ha ido bien. Ya ha hecho varios capítulos de producciones nacionales como Rosario Tijeras y A mano limpia y pronto se estrena en México la película El Roble Rojo, en la que participó como co-protagonista. “En eso es en lo que me quiero concentrar ahora”.

En Colombia son pocos los modelos exitosos que no terminan metidos en otros oficios. Modelos/actores/cantantes/estrellas de reality, así llenarían muchos de ellos la casilla de ocupación en un formulario. Las razones de la inevitable transdisciplinariedad de los modelos en Colombia son varias.

Por un lado, son una gran minoría las personas que llegan al modelaje sintiendo pasión por este mundo. Son pocos los que saben de moda, que reconocen cuales son los diseñadores y fotógrafos que están en boga. Uno de los problemas con el modelaje masculino es que trabajan para una industria en la que ellos (como modelos y como consumidores) están en un segundo plano. La moda, hasta hoy, es terreno de las mujeres.

Otro punto es que el modelaje está lejos se ser una profesión. Hoy un modelo está completamente desamparado en términos de seguridad social. Un modelo no puede ir a la DIAN a sacar un RUT como modelo de moda. Lo más cercano es la figura de modelos artísticos. Es decir, modelos que posan para que los pinte un artista. Eso significa que un modelo en Colombia no puede cotizar con su trabajo y que tienen que pagar salud como personas naturales.

Además está el tema de la industria. Para Mauricio Sabogal, mientras no se fortalezca la moda como negocio, un modelo no va a poder florecer: “la moda representa el segundo renglón de la economía mundial. En Colombia tenemos toda la materia prima: tenemos textiles y textileros, fotógrafos y diseñadores. Y tenemos modelos. Pero no hay grupos empresariales que estén detrás de esos diseñadores, de esas marcas y de esos modelos”. En Colombia la moda se vive una semana al año, durante Colombia Moda, y más que tratarse de un evento comercial, se trata de un evento de farándula. “Las primeras filas de las pasarelas en Colombia dan risa”, dice Sabogal, “acá los que se sientan ahí son los actores y los cantantes de moda. En el resto del mundo esas sillas las ocupan los compradores de grupos económicos”. Dice que quienes tendrían ocupar esas sillas deberían ser los buyers –elegante término del medio– del Éxito, de Carrefour y todos los grandes almacenes. “Tal vez el café no sea el que nos va sacar de pobres”, dice Sabogal, “tal vez la moda, con un músculo económico detrás pueda convertirse en producto de exportación”.

Pero de golpe la situación es más sencilla. Todos concuerdan en que los hombres que se meten al modelaje tienen que tener un gran ego. Sabogal incluso habla de exhibicionismo. Tal vez lo incipiente de la industria de la moda y su incapacidad de convertir a un hombre en un superstar sea lo que haga que los modelos salgan en busca de otras opciones. Tal vez lo que quieren es tener la fama que unos minutos de pantalla a la semana le asegura a muchos en el país.

Alejandro termina su capuchino y sale del café. La mesera que lo atendió pregunta que quién era ese señor, que si es famoso. Dice que cree reconocerlo de la televisión.

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