Un periodista alemán está denunciando injusticias en Guatemala. Su último documental –La Isla– ha puesto a tambalear al actual presidente de la nación centroamericana. Cerosetenta habló con él.
Mis padres eran de la generación que vivió en su adolescencia la Segunda Guerra Mundial. A finales de la década de los cincuenta se convirtieron en los responsables de un nuevo rumbo para Alemania. Se trataba de dejar el pasado atrás y construir una mejor vida. Y eso coincidió luego con un crecimiento económico que favoreció el empleo. Yo nací en 1961, en Hiltrup, un pueblo pequeño al occidente del país, en una familia feliz: teníamos una casa, un Volkswagen, una tele, y unas vacaciones al año.
Pero en la adolescencia comencé a chocar con la autoridad del colegio, pues nos prohibían hacer muchas cosas, como ver cine, hacer obras de teatro… en general, experimentar. Los directores en aquel tiempo se habían quedado en la costumbre de la educación autoritaria porque crecieron durante el fascismo y abusaban de su poder.
Después de la época represiva del colegio venía el servicio militar, que era obligatorio y había pocas posibilidades de evadirlo. Uno tenía que ir a un juicio, presentar un caso y eso era un peregrinaje. Además eso resultaba en la obligación de hacer un servicio social para el Estado. Pero yo quería ser libre: determinar mi propia vida. Ahí fue que supe que tenía que irme lejos, porque esa sociedad estaba marcada.
A sus 54 años, Uli Steltzner habla un perfecto español con acento alemán. Es alto, de un metro ochentaisiete, corpulento, de cara cuadrada, mandíbula pronunciada, nariz grande pero fina, pelo liso y café, piel curtida por el sol y ojos azul celeste. Llegó a Bogotá el pasado 20 de marzo a dictar un taller sobre documentales en el VIII Encuentro de Periodismo de Investigación y presentar su obra más conocida: La Isla, un largometraje sobre el genocidio en Guatemala.
Pasó su adolescencia en una ciudad pequeña cerca de Núremberg, al sur de Alemania. En 1979, dice, la única forma de evadir el servicio militar era tener un defecto psicológico.
Entonces preparé un colapso nervioso. Primero me aislé de los demás soldados, me negaba a comer carne, me hice el raro. Después de seis o siete días de prepararme, llegó el momento oportuno. Fingí un ataque en el que dejaba de respirar. Estábamos en una clase de música militar y empecé a respirar fuerte, y la tensión del momento era tal que la angustia se volvió real, hasta que salté, agarré una silla, hice un gran escándalo. Me sujetaron y me inyectaron calmantes. Terminé amarrado a una cama. Pero no me llevaron al hospital sino que me tuvieron ahí tres días, interrogándome.
Yo quería decidir cómo hacer mi vida. Encontrarme con mi destino por el camino. Nunca acepté que la vida tuviera que estar dividida en colegio, servicio militar, luego universidad, luego buscar trabajo, etc.
Luego me enviaron donde un psicólogo civil que al final dijo que yo tenía que volver al cuartel. Yo le dije que si me enviaba de vuelta, él iba a ser el responsable de lo que pasaría conmigo. Es decir, lo amenacé con suicidio. Era mi última carta. Entonces me dijo que estaba la posibilidad de volver un tiempo a la casa. Cuando volví al cuartel a recoger mis cosas, los oficiales me dijeron ‘nos vemos en dos semanas’, y yo respondí: ‘no nos vamos a ver nunca más’.
Yo quería decidir cómo hacer mi vida. Encontrarme con mi destino por el camino. Nunca acepté que la vida tuviera que estar dividida en colegio, servicio militar, luego universidad, luego buscar trabajo, etc. Esa vida no era la mía.
Para pagar un tiquete de avión, Uli comenzó a trabajar como recolector de basura, vaciando canecas detrás de un camión de aseo. Como él era principiante, también lo ponían a hacer la peor parte: limpiar el camión por dentro. Su padre no entendía por qué su hijo había salido así del ejército, y su rechazo fue lo que finalmente llevó a Uli a tomar la decisión de irse del país.
Envió cartas a docenas de organizaciones solicitando trabajo, hasta que un día recibió una aceptación de la Congregación Salesiana en Bolivia. En cuanto a las autoridades militares alemanas, tuvieron que eximirlo y aceptar, finalmente, una incapacidad psicológica.
El viaje fue en 1982: Berlín del Este, La Habana, Lima, La Paz y de ahí en bus hasta un pequeño pueblo que se llama Hardeman, en el departamento de Santa Cruz. Allá no había teléfono; la comunicación era por carta y tardaba semanas. Conocí la muerte de manera cercana porque era una zona de mucha pobreza, había mortalidad infantil y yo veía niños muriendo por falta de buena nutrición. Yo trabajaba alfabetizando y dando clases en primaria para pequeños colegios. Enseñaba a escribir, y enseñaba aritmética. Eso me hizo conocer lo esencial de la vida. Además aprendí a vivir con lo mínimo. No podía hablar mi idioma, estaba lejos de mi cultura. A veces tenía la sensación de que no aguantaba pero era un reto muy personal que tenía que hacer.
Una vez, en 1986, viajé a Perú para hacer un documental sobre los vendedores ambulantes de Lima. Andaba con un amigo francés y estábamos haciendo fila para un evento deportivo cuando nos cerraron la puerta después de una larga fila. Veíamos que por atrás vendían boletas y nos quejamos con un policía. La discusión terminó en que nos arrestaron; al francés lo soltaron y como yo tenía sellos de Bolivia en mi pasaporte, país que por esa época se asociaba con la cocaína, y no tenía ningún respaldo institucional, me detuvieron. Terminé en una cárcel por equivocación de la policía. Me desnudaron, me apuntaron con una pistola a la cabeza y me amenazaron.
Bolivia y Perú serían la semilla de una vocación por los Derechos Humanos en América Latina. Después de tres años, Uli volvería a su natal Alemania a hacer estudios superiores en pedagogía y comunicación visual en la Universidad de Kassel. Cuando Estados Unidos atacó a Iraq en 1991, Uli, que se había convertido en dirigente estudiantil, comenzó a convocar jóvenes para protestar en contra de una fábrica de armas que vinculaba al estado alemán con la invasión norteamericana al Golfo Pérsico. La huelga estudiantil terminó por clausurar la universidad durante seis meses.
Luego vino el caso de Guatemala, que me devolvió la mirada definitivamente a Latinoamérica. El gobierno guatemalteco desapareció a nueve estudiantes en 1989 y a raíz de la visita de un sobreviviente se formó una delegación de universidades europeas. Yo fui el portavoz de ese equipo. Tuvimos encuentros con el presidente Egon Krenz, el ministro de defensa y organizaciones de Derechos Humanos.
Éramos 12 personas y como yo conocía el idioma, fui el portavoz de la delegación estudiantil de las universidades europeas. Fuimos a hablar y preguntar por el paradero de los desaparecidos. Nadie nos dio pista. Al final pedimos que Alemania dejara de mandar armas a Guatemala. Y ayudamos a que esta exigencia se cumpliera en 1990.
Un año después me invitaron a codirigir una película en Guatemala, y luego haría otra sobre unas comunidades que provenían de la cultura maya, que se habían escapado de la influencia militar y permanecían en resistencia en las montañas. En lugar de huir a México, como muchos otros, ellos eligieron sobrevivir en su tierra y luchar contra la opresión de una autoridad externa. La película se llama “Romper el Cerco: refugiados de una guerra escondida” (1994).
Luego vino “Los civilizadores: alemanes en Guatemala” (1998). Fue la primera vez que se publicó una película en Guatemala que atacara tan abiertamente el poder. Era sobre la influyente colonia alemana en Guatemala, barones del café que desde hacía más de cien años se imponen en el país como si fueran superiores. Chocó con mucha gente, con los alemanes, con empresarios, caficultores. También los indígenas se sintieron ofendidos por el discurso racista.
Guatemala es desde hace cuatro décadas un país plagado por dictaduras militares opresivas, violencia política y crímenes de lesa humanidad. A pesar de que se firmaron los Acuerdos de Paz de 1996, la nación busca todavía la verdad sobre los más de 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos en un país de sólo 4 millones de personas. En 2013, el exdictador Efraín Ríos Montt fue condenado a 80 años de prisión por genocidio.
El documental más conocido de Uli Stelzner, por su poder de denuncia, fue La Isla, presentada en 2010 en el Teatro Nacional de Guatemala. Luego de una amenaza de bomba, el estreno en Guatemala tuvo que recibir supervisión de los Cascos Azules de la ONU, que también custodiaron la vida de Uli y el resto del equipo de producción.
Guatemala vivió una matanza desmesurada y trágica. De alguna forma, todos los guatemaltecos han sido afectados y la justicia no llegó con la firma de la paz. Y no había pruebas. Hasta que, por accidente, se encontró en 2005 un archivo de la policía, de más de 80 millones de documentos, que el estado había negado que existía. Era el momento de encontrar pruebas y el momento del cine. Trabajé durante 3 años para crear una obra que permitiera conocer la verdad oculta. Lo interesante fue que desde el estreno de la película comenzó una batalla por la memoria. Se acabaron las entradas y se desató una crisis diplomática que involucró a las embajadas de Alemania y Estados Unidos, y reanimó disputas entre el Gobierno Nacional y la oposición.
Por los intentos de impedir su estreno, la película logró lo contrario. El intento de censura logró más atención. Los periodistas sabemos qué tan peligroso puede ser el oficio, y no hay una receta. Pero les digo una cosa, hay que arriesgarse y los espacios que todos queremos ganar para vivir mejor no se consiguen gratis y siempre necesita ser audaz y valiente.
El embajador de Alemania, horas antes del estreno, me dijo: “no puedo hacer nada por su seguridad, mejor salga del país”. Yo le respondí: “no puedo irme si todas las personas que colaboraron se quedan y están expuestos”. La idea era no ceder, teníamos la suerte de tener el teatro más grande de Guatemala, con capacidad para 2.000 personas. Había que hacerlo, era una cuestión pública, sacar a la luz imágenes del presidente actual, Otto Pérez Molina, que se querían esconder. El Presidente lleva 8 años a cargo de la inteligencia militar. Pero en el momento que lo publicamos, ya no pudo hacer nada.
Sobre ese día, no van a encontrar nada en la prensa porque los medios allá están aliados con el poder y prohibieron el cubrimiento. Había prensa internacional y en Guatemala salió únicamente en la portada de El Periódico, con una foto de unos desaparecidos, dos policías y el afiche de la película. “Ni una amenaza de bomba pudo impedir el estreno de La Isla”, decía el titular.
La población no cedió. La película abrió camino para un festival de cine sobre Derechos Humanos que está ahora exiliado por la situación política de Guatemala.
Bajo el gobierno de Pérez Molina, que es un exgeneral, aumentó la militarización y la represión. Hoy asesinan periodistas, presionan a la prensa que denuncia la corrupción, compran a los vendedores de papel para que no se puedan imprimir los periódicos. Cuando Juan Luis Font denunció un acto de corrupción, el gobierno compró toda la edición. El gobierno intercepta los celulares de los periodistas y nosotros lo sufrimos no solamente por la censura directa sino por la autocensura. Tres películas fueron retiradas en los últimos años porque los protagonistas temían por su vida.
Sí, tuvimos miedo al principio, tuvimos que andar con seguridad personal, pero las olas luego se calman, la película se libera y va encontrando su camino. Es como en la Alemania de la posguerra: después del Holocausto, no había cine nacional sobre el tema. La gente era incapaz de expresar su propia situación. No podía descifrar lo que le había pasado al país. Por eso, a finales de los años cuarenta, fueron franceses, suecos y gringos los que hicieron los primeros filmes.
Para el estreno de La Isla, la amenaza de bomba vino de parte del partido del actual presidente. Incluso hubo un corte de electricidad durante dos horas, y solamente se fue la luz en el barrio donde estaba el Teatro Nacional. Tenía que haber alguien en el corazón de la empresa de electricidad con una orden específica para que eso pasara. Un corte así no había pasado nunca en la historia del teatro. Había inteligencia detrás de ese boicoteo.
070 RECOMIENDA...
Recomendamos visitar la página de Uli Stelzner, en donde encontrarán su portafolio, información y textos del autor.
En La Isla aparece un video de 1982 del actual presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, cuando ejercía bajo el alias de ‘Mayor Tito’, comandante militar en Nebaj, El Quiché, al noroccidente de la Ciudad de Guatemala. Es el ejecutor local del programa de genocidio por el que Ríos Montt fue condenado en 2013. En el documental se le ve hablando frente a un grupo de campesinos torturados y asesinados, acostados en el suelo del campamento.
Según declaró en 2013 Allan Nairn, el periodista norteamericano que en las imágenes entrevista a Pérez Molina, otro de los soldados confesó que el ‘Mayor Tito’ interrogó y luego asesinó a esos campesinos. Una vez deje la Presidencia de la República de Guatemala, y con ella la inmunidad presidencial, Pérez Molina podría ser juzgado por genocidio y crímenes contra la Humanidad.