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Toro: cultura, símbolo y objeto

Canciller pisa la arena por última vez en su vida, Jimena grita y Jaime se siente inmenso. Afuera, miles le reclaman al Gobierno mientras Rafaelillo da la estocada final.

por

Ana Cristina Ayala


16.02.2017

Fotos: Viviana Peretti

Quinientos dieciocho kilos frenaron en seco frente a mí. De cara al burladero que estaba delante mío y detrás del cual uno de la cuadrilla de Rafaelillo se tuvo que esconder.
Un león amarillento, con cachos, crespos en el morrillo, muslos de caballo y ojos de perdiz levantó la arena y bramó entorchando la cabeza. Una obra maestra. Me miró. El número 325: Canciller. Un animal, una cultura, un símbolo, un objeto de biopoder.

Y detrás de todas esas cosas…

Plaza La Santamaria, Bogota, Febrero 5, 2017 ©Viviana Peretti

Foto: Viviana Peretti ©

Ira y sangre

La faena del 5 de febrero en La Santamaría, la plaza de toros de Bogotá, comenzó con un minuto de silencio en conmemoración de una muerte importante. La de Fermín Sanz de Santamaría, nieto de Ignacio. El principal promotor de la construcción de la plaza de toros La Santamaría, también fue el fundador de la ganadería más antigua de Colombia: Mondoñedo.

Antes de la faena, frente a la capilla de la plaza, uno de los banderilleros me botó la primera prédica de los aficionados taurinos: si la tauromaquia se acaba, se extingue el toro de lidia. ¿Qué otras cosas se acabarían si no las consumimos?, le pregunté. ¿Las vaquitas normales?, ¿los french poodle?, ¿las personas? Sonrió y continuó. Me dijo que los toros indultados vivían felices toda la vida, ¡toda! Que el resto vivía cuatro o cinco años y, en cambio, los normalitos, los que son para comer, vivían hasta uno y medio.

Me dijo que se les pica en el morrillo para que “desfoguen” la ira con la sangre y de ese modo no caigan de un paro cardíaco provocado por su ira.

Algo parecido pero distinto me dijo un animalista: “Se les pica para romperle los músculos que soportan la cabeza. No pueden levantar la mirada. Sin esa picada sería mortal para el torero”. Y algo similar, pero también distinto, me dijo un apasionado taurino: “Se les pica para bajarles la cabeza y que colaboren con la danza, pero principalmente para que boten la bravura y no se les haga mortal”.

Foto: Viviana Peretti ©

A Canciller, de Mondoñedo, lo toreó Rafaelillo. “Los Mondoñedo son toros muy bravos, ágiles”, me dijo Jimena. Una sabelotodo porque había estado en las plazas más importantes del mundo y porque era esposa de un funcionario de la Corporación Taurina. Una sabionda del tema que se sentó al lado mío. Cuando empezó el paseíllo me explicó la magia escondida que ningún antitaurino quería entender. El ritual se divide en tríadas: tres tercios, tres toreros, tres súbditos, tres círculos, tres participantes. Tres, tres, tres. Representan el secreto de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada torero está encomendado a una virgen. ¿Y el toro es el diablo?, pregunto. ¡No, no! Al contrario, el toro es lo que adoramos y puede llegar a ser premiado con el regalo de la vida.

“¡Mejor, no!”, dijo Jimena entre risitas cuando Rafaelillo se había arrodillado para recibir al Canciller. “Nadie quiere lidiar a un toro de Mondoñedo de rodillas”, me dice. “¡Está divino!”, comenta luego.

Foto: Viviana Peretti ©

Poder

Torero, Público y Toro —dice la poética de la tauromaquia—. Héroe, gente y bestia. Los tres componen la belleza de la lidia.  

“El toro rompe con la muerte cuando muestra su fondo”. «¿Qué es el fondo?”, le pregunto a Don Jaime, experto en toros gracias que le ha dedicado su vida a la tauromaquia. “Así como los humanos tenemos un fondo, los toros tienen un fondo”, me explica. “¿El ser?”, le pregunto. “Sí. Y sólo un artista puede sacarle el ser. Cuando el toro humilla, y permite ser toreado con mano baja, muestra el fondo y llega al indulto. Muchos de esos toros son hijos de toros que fueron indultados. Es una cuestión genética, por eso ese mimo. ¡Los cuidados son inmensos! Que no se vaya a maltratar la patica, que no se vaya a descornar, que no se mate con otro toro porque entre ellos también se pelean. Hay que tener un cuidado extremo. Este no es un extremo vicioso sino substancial, necesario y así debe de ser. Y así es”.

Cuando empezó a dibujar, Boris, un artista hijo de padre taurino, tenía clara una cosa: “El trazo era como el manejo del capote. Tú extiendes, recibes y resuelves suavemente. Hay una tensión muy grande que es el toro. No puedes hacer trazo peludo ni nada de eso, no puedes fallar porque sería la muerte. Es un aprendizaje del mundo real. Pero un día te das cuenta de que no estás del lado de los buenos”.

En el centro está el héroe con la bestia y en los últimos tiempos ha aparecido una excentricidad: una manifestación afuera de las fronteras que quiere modificar esa estructura social

“¡QUE LO VENGAN A VER! ¡QUE LO VENGAN A VER! ¡ESTO NO ES GOBIERNO, SON TAURINOS EN EL PODER!”

Gritaban los animalistas en la séptima con veintiséis.

“Todo esto es una metáfora del poder”, me dice un animalista. El pueblo unido, con pañuelos blancos, con gritos comunes, con aplausos, con chiflidos aprueba y desaprueba el espectáculo y la presidencia trata de representarlo. En el centro está el héroe con la bestia y en los últimos tiempos ha aparecido una excentricidad: una manifestación afuera de las fronteras que quiere modificar esa estructura social. Sólo hay dos personas —personas— que están por encima del poder: el soberano que decide y la bestia que no entiende las reglas.

Foto: Viviana Peretti ©

“Se abren las puertas a la tradición”, así rezaba un texto ubicado en la puerta por donde entré a la Santamaría. Sus corridas están en el centro del laberinto: el coleo, las corralejas, las becerradas, las novilladas en donde se forman los toreros y las tientas, donde se eligen las becerritas madre de los novillos más briosos, hacen parte de la misma tradición.  Colombia es uno de los ocho países taurinos del mundo y, por supuesto, antes de ser taurino, es un país ganadero. Un animal como Canciller pertenece a Mondoñedo y Mondoñedo es solo una de las 89 ganaderías taurinas que existen en Colombia.

Foto: Viviana Peretti ©

Tierras

“No”, dice el animalista, “no se puede decir que los ganaderos taurinos son latifundistas, pero todo hace parte de una misma cultura y es una cultura con poder”.

La cultura ganadera argumenta con arte, tradición, política y misticismo el maltrato: un ritual que tiene como base la muerte de un animal pero que es la excepción a la regla que impone la ética judicial colombiana. La Ley 1764 contra el maltrato animal que dice: “los animales como seres sintientes no son cosas, recibirán especial protección contra el sufrimiento y el dolor, en especial, el causado directa o indirectamente por los humanos, por lo cual en la presente ley se tipifican como punibles algunas conductas relacionadas con el maltrato a los animales, y se establece un procedimiento sancionatorio de carácter policivo y judicial (…)”.

Foto: Viviana Peretti ©

Canciller saltó a la arena por primera vez en su vida. Jimena me dice que debe tener unos cinco años y que es muy pesado. Que lo pesado le hace perder agilidad, pero que gana en fuerza. Que sus ojos son de perdiz. Es su primera y única vez en el ruedo. Le antecedió Tocayito, que pesaba 450 kilos y era más ágil. Luego, el toro número 328 descubrió a Paco Perlaza y lo mandó al piso. Me dijo Jimena, que un toro que descubre es muy peligroso. Perlaza se enfrentaba a un toro complejo que lo aprendió a ver y por eso empezó a cabecear. Un toro que había probado la masa tras el capote. Esa es la razón, me dijo, por la que un toro no es toreado dos veces. Ningún toro, dijo, sale vivo de la plaza. Ningún toro sale vivo, excepto el toro de vacas, el semental.

Canciller fue estoqueado por Rafaelillo como si fuera mantequilla. Tardó mucho en caer. Ya muerto le quitaron una oreja y fue tan buen toro que las peñas se pararon a aplaudirlo mientras los tres caballos lo arrastraban fuera de la arena.  

¿Y por qué va la gente a ver toros?

Jimena dice que lleva más de veinticinco años yendo a toros, que es una tradición, que tiene una relación religiosa muy importante y que la gente no entiende eso. El banderillero dice: “Yo nací para esto”. Don Jaime dice que ama la fiesta brava: “En virtud de ello voy desde novilladas y corridas hasta rejoneo y otros espectáculos taurinos. Porque amo la fiesta. Es una pasión desbordada, una pasión que llevo en el alma y el corazón, que se vierte en mis venas y aflora por mis poros. Yo me siento inmenso cuando voy a las corridas, cuando disfruto la tauromaquia de los distintos matadores y, sobre todo, de las ganaderías, porque yo amo al toro. Yo creo que el rey de las corridas siempre ha sido, es y será, el toro”. Boris, por su parte, dice que ir a toros es un espectáculo hermoso, pero que luego entendió que antes que artista era persona.

Foto: Viviana Peretti ©
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