Estoy en mi casa habitando mis recuerdos y encierros, pensando en los cuerpes que he besado, pensando en mis pasados. Y siendo consciente de que la imaginación nos sirve para sentir otras formas de habitar, pero que en las calles nos vemos. Cuando vuelva a salir, espero gritar un poco más fuerte y con más argumentos “primero lo primero, salud y educación”.
Esta entrada al blog de No es Normal hace parte de nuestra convocatoria «Reflexiones de cuarentena»*
Por: Paula Hernández Cárdenas
21N.
En las ciudades principales de Colombia las personas salieron a las calles a protestar. Fue uno de los momentos más importantes de la historia reciente para las luchas sociales en el país. En los días siguientes Bogotá fue militarizada. El ESMAD asesinó a Dylan Cruz y cometió todo tipo de atentados contra la población civil. La población, por medio del cacerolazo, continuó con las exigencias sociales. Jamás hubo un grupo que representara las peticiones de la gente en las calles. Entre las denuncias estaba la deforestación, la muerte de los líderes sociales, la precarización del trabajo, la reforma pensional, los derechos de los campesinos, el abuso policial, las violencias basadas en el género y el fracking, entre otras. En verdad, se trataba de unas exigencias con un recorriedo histórico que sentíamos en nuestres cuerpes, fruto de unas política basadas en el silenciamiento físico y simbólico de la diferencia.
Les cuerpes que habitaban las calles comenzaron a ser estigmatizados. “¡Yo no paro, yo produzco!” – se leía en redes sociales. La precarización de la vida está junto a la homogenización de LOS CUERPOS, -en masculino y en mayúscula-. Sin embargo, en las calles gritábamos “primero lo primero, salud y educación”. Éramos cuerpes de diferentes tamaños, historias, formas y colores. En las calles nos vimos, en las calles nos sentimos.
El gobierno, arbitrariamente, decidió declarar un toque de queda. Como en un cuento de Gabo, las calles se quedaron solas y en silencio. Surgió el sonido del miedo, poco a poco se impregnó en muches de nosotres. Algunes, sin salida, acudieron a sus casas. ¿Por qué tuvimos miedo? La calle fue el lugar del miedo, todo lo que llegara de la calle causaba angustia. Al día siguiente, con más rabia y orgullo, las personas salieron con su cacerola. De tantos golpes se dañó la cacerola de la abuela, de la mamá.
Los movimientos feministas, las madres –de Soacha-, las víctimas de crímenes de estado, les estudiantes, les movimientos sociales, las comunidades étnicas, las organizaciones de derechos humanos, les profesores, les trabajadores y muchos más estábamos visibilizando las fallas de un gobierno que prioriza la producción financiera y limita la reproducción de la vida.
Cada persona fue sembrando una utopía.
Desde que tengo memoria me he interesado por la resistencia. Nunca me gustó habitar la normalidad, nunca la he creído normal. Mis caminos se toparon con cuerpos femeninos y masculinos, con clases sociales y raciales. Allí, dentro de esas sublimes pero radicales dicotomías he recorrido gran parte de los pasos de mi vida. Pero, al protestar, entre los gritos de las personas, esa barrera vital se desvaneció. -Primero lo primero, salud y educación-.
Justo cuando el miedo empieza a recorrer mi cuerpa, entendí que esa es la normalidad. Cuando pasaron el ESMAD, los militares, y la ingenuidad de la opinión pública, con el objetivo de “normalizar las calles”, comprendí que el miedo es la normalidad. Vivir y habitar el miedo, por eso la protesta molesta e irrumpe. Porque allí, por un momento, salimos a la calle sin miedo. “Y ahora que estamos juntas. Y ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado, el neoliberalismo, el capitalismo, el racismo, el colonialismo se va a caer, se va a caer… Y ¡arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer!”.
En estas últimas semanas sigo con miedo. El miedo está por toda mi cuerpa. El miedo a salir a la calle pero también a estar en casa. Me sigue rodeando el sentimiento de normalidad del miedo. No me da miedo encontrarme con la policía o militares -hasta cierto punto-, pues habito una cuerpa “normal”. Sin embargo, me da miedo estar en mi casa rodeada de libros sin leer, sentir mi computador cada vez más y sentirme cada vez menos, no diferenciar la realidad vital y virtual, ver como mis ojos se ponen cuadrados por la pantalla y seguir en una sociedad jerarquizada, empobrecida, racializada, feminizada y colonizada. La pandemia puso el detrás de escenas de la normalidad. Son escenas donde unos se mueren en la calle y otros se quedan en la casa, donde habita la precarización de la vida, donde el sistema financiero rige por encima de la salud y donde las desigualdades son el punto de partida de la normalidad.
Estoy en mi casa habitando mis recuerdos y encierros, pensando en los cuerpes que he besado, pensando en mis pasados. Y siendo consciente de que la imaginación nos sirve para sentir otras formas de habitar, pero que en las calles nos vemos. Cuando vuelva a salir, espero gritar un poco más fuerte y con más argumentos “primero lo primero, salud y educación”.
*Nota de No es NoRmal:
Abrimos este espacio para escucharnos. Hace unas semanas, lanzamos una convocatoria de libre participación, temática y formato en redes sociales que tiene como propósito crear un espacio seguro y diverso en el que podamos compartir las reflexiones y los sentimientos que ha suscitado la pandemia y el confinamiento en el que nos encontramos.
Como colectiva feminista, reconocemos que son tiempos difíciles que han hecho visibles tipos de desigualdad, violencia y opresión que estaban presentes desde antes. Consideramos, por tanto, indispensable preguntarnos por nuestra labor comunitaria y por las formas de cuidado y acompañamiento que vienen con esta. Leer y ver los pensamientos y procesos de creación de otrxs nos puede recordar que no estamos solxs. Así, este espacio se plantea como una posibilidad tejer redes mediante la escucha y el cuidado colectivo.