El 23 de noviembre se estrenó en Colombia ‘Señorita María, la falda de la montaña’ un documental que cuenta la historia de María Luisa Burgos, una mujer transexual que ha pasado su vida bajo los señalamientos del pueblo conservador en el que nació.
La Señorita se levanta temprano. Antes de que aclare el día y los gallos canten por primera vez. Antes de que la neblina se vaya y surjan opacas, pero imponentes, las montañas de Boavita. Se levanta temprano y se cepilla el pelo. Negro, lacio, largo hasta la cintura. Se limpia la cara y se viste para el trabajo. Una gorra roja, un suéter, alpargatas, una falda. Ordeña la vaca, trae el agua, abre zanjas con un machete. La Señorita camina con gracia, con una mano en la cintura como cuando las niñas juegan a ser reinas de belleza. Corta leña, enciende la estufa y va a la iglesia. La Señorita no siempre fue señorita y por eso no encaja. Y por eso, al limpiarse la cara, también se afeita. Y por eso, todos los días, reza: “Señor, yo sé que tú estás aquí. Lo estoy diciendo con el corazón, padre lindo, ya no quiero estar sola”.
Señorita María, la falda de la montaña es el retrato cálido de María Luisa Fuentes Burgos, una mujer transexual que nació al norte de Boyacá. Es el relato cuidadoso de una campesina que creció sin entenderse del todo y bajo la mirada lastimera de un pueblo católico que entendía aún menos. Es una película colombiana dirigida por Rubén Mendoza –La sociedad del semáforo– y producida por Amanda Sarmiento. Es una denuncia certera, es un historia sensible. Es, como dice Amanda durante esta entrevista, “una experiencia sin parangón”. Para quien la hace y para quién la ve.
Foto: cortesía 'Señorita María, la falda de la montaña'.
¿Cómo llegó a la producción de La Señorita María?
Hace seis años y medio recibí un correo de parte de Rubén Mendoza, el director, invitándome a producir el documental. Era un mail muy potente, muy inspirador, tanto que yo pensé que era parte de la campaña de expectativa de alguna de sus películas. Me contaba un fragmento de la historia y sus primeras impresiones al respecto. Yo, por supuesto, quedé seducida con la manera en que él me presentaba ese mundo y sin pensarlo mucho le dije que sí.
¿Cuando comenzaron los viajes a Boavita?
Para eso tuvo que pasar mucho tiempo. Uno de los periodos más largos en la construcción de una película es la etapa de desarrollo. Medir el alcance del proyecto desde unas primeras aproximaciones en imágenes, en piezas cortas, el píldoras de la historia. Todo esto con la idea de saber cuánto vale y quién puede financiarlo. En esa etapa estuvimos cerca de 3 años hasta que, en el 2013, el Fondo de Desarrollo Cinematográfico nos dio unos recursos que sirvieron de capital semilla. Después de eso sí comenzamos a rodar. Fue un proceso lento y largo, pero ahora, mirando para atrás, todos estamos de acuerdo en que fue un proceso necesario. Señorita María es una narración muy sensible, que toca muchos puntos dolorosos, que pide abrirse a muchos sentimientos y ninguna de estas cosas ocurre de la noche a la mañana.
¿Lo dice por la relación con María Luisa, su protagonista?
Sí. Para contarla y contarla bien era necesario crear primero unos lazos de amistad. Una cercanía que ella, por supuesto, no iba a permitirnos desde el el principio. Lograrlo nos demandó muestras de lealtad y respeto que creo no hemos traicionado nunca. No fue fácil, pero estoy muy segura de haber hecho un trabajo muy humano, no sólo por los resultados de la película sino por el momento de vida en que está La Señorita.
¿Había muchas prevenciones de parte de ella?
Claro. Y es perfectamente entendible. Al principio ella había accedido a hacer la película y en ese primer acercamiento Rubén logró un material que usamos luego como punto de partida. El mismo con el que conseguimos financiación y el mismo que yo vi en mi correo. Pero luego, La Señorita se nos desapareció y estuvimos un buen tiempo sin volver a verla. Ya teníamos un contrato firmado con el estado, ya teníamos unos compromisos adquiridos y no lográbamos dar de nuevo con la protagonista. Alcanzamos a pensar en tener que contar la historia de La Señorita sin La Señorita. Ella nos veía llegar con cámaras y se escondía en las montañas porque pensaba que, quizá, esto era otra burla para dañarla emocionalmente.
Esta película no se hizo a partir de un guión, así que la forma en que el espectador va conociendo a La Señorita es la misma en la que la fuimos conociendo nosotros.
¿Cómo lograron que confiara en ustedes?
Por fortuna la familia paterna de Rubén siempre tuvo arraigo en Boavita y eso permitió que comenzaran a generarse esos lazos de confianza de los que ya hablé. Un buen día logramos que se sentara a conversar con nosotros. Fue una charla de varias horas en las que hicimos acuerdos y establecimos pactos. Cosas como que las decisiones siempre iban a ser consensos de Rubén, de La Señorita y míos. Que ella iba a ver su película antes que cualquiera y que si no le gustaba simplemente no hacíamos nada.
¿Cómo es actualmente la relación del equipo y La Señorita?
Somos grandes amigos. Este fue un proceso lindo de descubrirnos, conocernos, confiarnos. Nosotros íbamos una o dos semanas cada tres meses y siempre llegábamos recargados de cosas nuevas. Ella nos mostraba otro lado suyo, se abría un poquito más. Esta película no se hizo a partir de un guión, así que la forma en que el espectador va conociendo a La Señorita es la misma en la que la fuimos conociendo nosotros. Llegábamos sin expectativas, sin otro plan que quedarnos viendo que pasaba en su vida y la historia surgió sola. Incluso tomó unos giros dramáticos que yo creo envidiaría cualquier cineasta.
La señorita María junto a su casa en la zona rural de Boavita. Foto: cortesía 'Señorita María, la falda de la montaña'
¿Cómo recibieron el rodaje los habitantes de Boavita?
Siempre pensamos que esa iba a ser una dificultad importante y resultó que no. La gente de Boavita estuvo muy abierta a participar e involucrarse en el rodaje. En las secuencias de Semana Santa sale casi toda la población y todos lo hicieron con muy buena voluntad. Incluso, hay unas tomas en las que Rubén terminó subido en las andaderas de los santos. Ellos todavía no han visto la película, nosotros queremos proyectarla allá, pero eso, por supuesto, tenemos que conversarlo con La Señorita.
¿Como fue el proceso de montaje?
Fue un reto. Teníamos cerca de 100 horas de rodaje y sentíamos que todas eran valiosísimas. Hubo un proceso muy largo y doloroso de selección en el que intervinieron dos editores y el director. El diálogo para llegar al corte final fue muy duro, casi dos años. Tuvimos todos que aprender a fluir y a entender que así funcionaba y no podíamos acelerar nada. La película necesitaba tomar forma y simplemente llegar sola a lo que iba a ser. Es una cosa hasta mística.
¿Qué fue lo mejor de haber sido parte de Señorita María, la falda de la montaña?
Voy a hablar por mí. Soy otra persona. No sólo porque pasaron siete años, sino también porque todas esas cosas que enfrentamos, que vivimos y sufrimos fueron una experiencia sin parangón en mi vida. Una que resulta muy potente para poder mirar hacia atrás y decir: “¡Uff!”. Nuestras expectativas eran pequeñas y el proyecto creció y se convirtió en algo muy valioso. En una movida política. Aunque fue duro, intenso y difícil, lo volvería hacer. Todas las veces.