Ricardo Silva Romero y la Historia oficial del amor
Es un recorrido por los acontecimientos más importantes del siglo xx colombiano, un relato de su familia, un retrato de la sociedad bogotana, un libro sobre la integridad y, por supuesto, una historia oficial del amor.
Antes de sentarse a escribir Historia oficial del amor, su nueva novela, Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975) tenía claras tres cosas: que iba a contar la historia de su familia, que lo haría desde el presente hacia el pasado, y que sería una narración donde cada capítulo correspondería a un día importante de los Silva y los Romero. Fue así como, empujado por el empeño de reunir todas las piezas del rompecabezas, y enhebrar bien los hechos y los datos del relato familiar, Silva recogió más de cuarenta y dos horas de entrevistas, consultó a los arcanos del tarot, buceó en las hemerotecas del siglo pasado y, conmovido, leyó las memorias y los debates de su abuelo materno, el político liberal Alfonso Romero Aguirre. “Es un viaje hacia la semilla”, lo define el escritor bogotano en este mediodía de viernes, sentado en un local de comidas rápidas a pocas cuadras del edificio en el que vive. “Como el cuento de Carpentier que siempre me ha fascinado y que va hacia atrás”.
Sea cual sea la pulsión que llevó a la escritura de Historia oficial del amor, el resultado de ese periplo y esa indagación genealógica es una novela ambiciosa y fascinante donde el escritor bogotano logra trenzar la convulsa vida política de Colombia de los últimos ochenta años con su universo familiar
Las aguas de Historia oficial del amor discurren al revés porque el método mismo encierra la aventura de investigar el pasado cargado de preguntas. “Para mí —cuenta— era más interesante lo que iba a descubrir que lo que sabía. Si lo hubiera escrito al derecho hubiera sido la obra de alguien que ya sabe del todo para dónde va. En cambio, así es el libro de alguien que está investigando, que está yendo hacia el fondo”. Para Silva Romero el clímax de este drama es el pasado y, desandar el camino hasta allí, hasta el origen y la causa de todo lo que sucedió después, representaba la posibilidad y el privilegio de desenvolver a sus padres y a sus tíos y a sus abuelos, como protagonistas de una trama que, en este caso, es la vida misma. “Hay una enorme dificultad para conocer a los demás”, recalca. “Y lo que me interesaba de meterme con la familia —siempre desde una compasión y de un amor claro por todos ellos— es que el proceso iba a revelarlos también. Quería llegar a cuando mi mamá era una niña, o al momento en que Romero Aguirre era un joven político que tenía todo el futuro por delante. Llegar a cuando no le había pasado nada, o no le había pasado todo —mejor dicho—, me va a permitir saber quién era. Ese era el móvil principal”.
Desde la escritura de Walkman (Penguin Random House, 2014) y Relato de Navidad en La Gran Vía (Alfaguara, 2013) entre el 98 y el 2000, Silva ya advertía que los dramas y los personajes de su familia merecían ser vertidos en sus ficciones. Sin embargo, quizás el impulso que precipitó la escritura de este —»la historia familiar en pleno»— tenga mucho que ver con el nacimiento de su hija Inés y, no lo descarta, con el hecho de haber llegado al umbral de la crisis de los cuarenta: «Yo no la he sentido —aclara—. No he sentido que quiero ir a comprar un carro, ni se me ha dado por cambiar las pintas o por ponerme injertos de pelo. Sigo en mi rutina. Pero me parece que mi salida ha sido esa. Creo que me pareció importante que Carolina (su esposa), Pascual e Inés, supieran esa historia. Decirles: ‘Esto es lo que ha pasado y esto es lo que traje a esta casa'». Además, después de haber escrito El libro de la envidia (Punto de lectura, 2014), su anterior novela, sentía también una especie de deuda moral con su madre: «mi mamá eventualmente me decía ‘algún día tienes que contar la historia de la familia'», señala. «Y después de El libro de la envidia, que fue prácticamente escribirle un libro a mi papá pues era un tema que a él le interesaba, quedé casi con la sensación de que ahora le tenía que hacer uno a ella porque había ahí un desbalance. Creo que ese también fue un impulso».
Sea cual sea la pulsión que llevó a la escritura de Historia oficial del amor, el resultado de ese periplo y esa indagación genealógica es una novela ambiciosa y fascinante donde el escritor bogotano logra trenzar la convulsa vida política de Colombia de los últimos ochenta años con su universo familiar. Asomados desde la rendija de los Silva y los Romero —unos testigos de privilegio, para bien y para mal, del acontecer político colombiano—, los lectores verán desfilar ante sí desde las emotivas y esperanzadoras elecciones presidenciales de 2010 hasta el 9 de abril del 48, pasando antes por el relato triste y personal de los magnicidios de Low Murtra, de Pizarro y de Galán. También, a medida que Silva Romero deshoja días importantes, pone en escena el asesinato de su tío Alfonso Romero Buj a manos de un grupo fanático situado a la izquierda de la izquierda —allí donde sólo hay abismo y horror—, relata el conato del ‘Bogotazo’ que se coció el día de las elecciones del setenta, y desciende en las catacumbas del pasado para arrebatarle al olvido un formidable y brutal duelo verbal entre Laureano Gómez y Alfonso Romero Aguirre en el Congreso de la República.“Ese debate es una obra de arte —opina Silva—: Es imposible que hoy haya un Laureano Gómez: un tipo conservador, pero que sea articulado y brillante. Y lo mismo un liberal. Un liberal hoy en día tiene un nivel muy regular”.
A partir de los dramas familiares, Historia oficial del amor consigue levantar un acta novelada de algunos de los episodios más importantes del siglo xx colombiano, mostrando sus dimensiones en las vidas privadas de quienes los provocan o los padecen. La definición de Balzac de la novela —como el dispositivo narrativo en el que se halla ‘la historia privada de las naciones’— adquiere en este libro todos sus contornos. Silva Romero aclara, sin embargo, que no pretendía explicar ni editorializar sobre este país agazapado en el pretexto de desarrollar unos personajes. El proceso de construcción de novelas, al menos en su caso, es el inverso: «No quería demostrar una idea que tenga de Colombia sino que creo que aquí se nota. Las anécdotas eran elegidas para que se viera cómo eran los personajes, pero necesariamente terminaba diciéndose algo sobre este país».
Más allá del valor del inventario histórico que se encuentra allí, el libro no se agota en un simple rosario de sucesos de nuestra vida política puestos al trasluz de un cuarto de estar. Es mucho más que eso. Historia oficial del amor es, además, la narración del empeño y la disciplina de cuatro personas por sobreponerse a los estragos del pasado, guareciéndose al mismo tiempo de todas las violencias y todos los fanatismos que han marcado este país. Mediante una prosa llena de compasión y humor en dosis iguales, el autor bogotano muestra cómo los Silva Romero han logrado hacer de esa familia un refugio contra la vileza y “una gloria de puertas para adentro”.
Flota a lo largo de la novela un amor familiar consistente, a prueba de reveses y brujerías, que se alimenta de partidas de King, de lecturas del tarot y de películas juntos. Para el autor de Autogol, ciertamente su libro habla de lo que significa tener una familia a pesar de Colombia y no romperse en las horas bajas ni “dejarse invadir de la teoría ni la ideología”. Pero además, dice, es el esfuerzo por retratar «lo simple», donde «lo simple» quiere decir los hechos, las penas y avatares que le suceden a cualquier familia del mundo: las despedidas, las muertes, la falta de empleo, las enfermedades, los viajes y las rutinas. Con Historia oficial del amor, Silva también indaga por las fibras y los mecanismos que mueven el universo doméstico: “cómo es el paso del tiempo, cómo es ser un hijo o un papá o un hermano”.
“La familia es casi que una construcción para protegerse —reflexiona—. Es cómo inventarse una identidad para blindarse contra un mundo que es tan brutal como la naturaleza. Si uno puede dividir el mundo entre padres e hijos, también puede hacerlo entre la violencia y la búsqueda de cierto silencio. Los religiosos lo consiguen encerrándose, repitiéndose mantras, o conteniendo sus cabezas en cosas prácticas: tejiendo, leyendo, haciendo trabajo físico. Eso se consigue en las familias también. Esas rutinas disciplinadas como levantarse todos los días a la misma hora, desayunar los cuatro juntos… lo que hacen dentro de su apartamento busca —en teoría— que cuando salgan no sean un peligro y se tengan domados a sí mismos”.
Sin ser un relato maniqueo ni una versión edulcorada de las cosas —es decir, moviéndose siempre dentro de los confines de la literatura—, Silva Romero retrata una familia compasiva y vacunada contra el arribismo bogotano. El autor bogotano descorre el pestillo del 603 de La Gran Vía —allí donde palpita el corazón de su literatura— para mostrarnos a unos padres amorosos que en los momentos cruciales de la vida ni se envilecieron ni resquebrajaron. “En esta familia no somos de ninguna élite ni nos interesa pertenecer a una clase superior. Trabajamos para que las cosas funcionen y a la gente le vaya bien: esos mensajes fueron siempre claros en mi familia”, cuenta Silva.
En el trasfondo de Historia oficial del amor está la búsqueda de la integridad en un país adverso a que esta florezca. Una preocupación que, dicho sea, recorre parte de la literatura de Ricardo Silva. “Creo que ese habría sido un gran título, ¿sabe?”, responde —e intuyo que lo hace por no desairarme— cuando le sugiero el título de ‘El libro de la integridad’, a modo de díptico con El libro de la envidia, su novela anterior, en donde recreaba las mezquindades de la Bogotá de 1896 bajo la sombra clerical de La Regeneración.
“Yo sí creo que este es un retrato de la integridad”, reconoce. “Y eso creo que es un riesgo en la medida en que requiere un público compasivo, un lector interesado en ella para que pueda ser leído en sus dimensiones y recibido como es”. Varias de sus películas favoritas, justamente, recrean los dramas de personas que pretenden obrar bien en un mundo ruin. Es el caso, por ejemplo, de parte de la obra de Spielberg, uno de sus directores de cabecera. «Yo soy buen público de las películas de él porque a mí me parece atractiva y apasionante la integridad. Una de las películas que más me gusta es A man for all seasons (de Fred Zinnemann) que es la historia de un tipo que se resiste al rey, y que no va a cometer delitos ni va a romper las reglas por hacerle caso a él”.
Por supuesto que se ha deleitado con la villanía de House of Cards o Los Soprano. Claro que se ha puesto del lado de Underwood, “para que todo le salga bien”. Historias como esas, según él, ayudan a entender a los malos en todas sus dimensiones: “Las películas y los libros buenos tienen villanos por los que uno alcanza a sentir compasión. Así los odie al principio”. Con todo, la puesta en escena de la integridad Silva la reivindica y le parece especialmente atractiva en un país como Colombia donde “el camino largo es muchísimo más largo que el corto”, y en el cual “si uno quiere que las cosas le vayan bien rápido necesitan envilecerse muy pronto”.
En Historia oficial del amor está contado el reconfortante triunfo de una familia que ha mantenido a raya las trampas del reconocimiento y la política, que no atropella ni renuncia a la decencia, que le hace chistes al presidente de turno y que se resiste con obstinación a la lagartería —“que aquí es prácticamente indispensable para prosperar”, dice— con la esperanza de que sea el trabajo bien hecho el que se encargue de poner a cada cual en su lugar.
Como el libro es una suerte de homenaje a sus papás, le pregunto si ya lo leyeron y qué le dijeron.
— Mis papás leyeron. Estuvieron atentos y listos a ayudar durante la escritura. Fueron sinceros y cándidos cuando los entrevisté a cada uno por su lado. Pero no objetaron nada ni pidieron que quitara nada (salvo algunas imprecisiones) como si hubieran entendido que el libro era una ficción y a ellos les tocaba confiar en mi criterio.
— Algo que se nota en su obra es un interés creciente por los asuntos históricos y por recrear tramas que sucedan en el pasado. ¿Lo ve de esa manera? ¿Podemos esperar, en el futuro cercano, otros libros con el foco puesto en la historia de Colombia?
— Sí, dentro de las ideas que voy anotando tengo varias sobre hechos de la historia de Colombia y varias sobre personajes concretos de otros tiempos del país y del mundo. Desde personajes muy sonados hasta personajes olvidados y borrosos. Por lo pronto, quizás porque esta novela me dejó recordando que la ficción no es sólo el contenido, estoy avanzando de a poquitos en una especie de ensayo sobre la ficción y apenas termine espero escribir una ficción venida completamente de mi cabeza (como antes) sobre varias parejas.
Historia oficial del amor llega a las librerías el 1 de abril.