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Requiem por la Ciénaga de la Virgen

La Ciénaga de la Virgen alberga la segunda mayor cantidad de manglares del mundo. Hoy, los manglares peligran y la Ciénaga llora. Una visita para averiguar de qué están hechas sus lágrimas.

por

María Ximena Dávila


31.03.2014

Foto: Alejandro Gomez Duagnd

Me prometen la cueva del manglar como un encanto natural, una experiencia única. Cualquier página web me vende el paseo en balsa por la Ciénaga de la Virgen como destino turístico obligado en mi paseo por Cartagena. La mayoría de estos recorridos prometen lo mismo: aves, cangrejos multicolores, iguanas y aguas cristalinas. A la Ciénaga la pintan como un edén, una experiencia exótica, una aventura natural. Ese es el problema. Hoy en día lo único que la ciénaga tiene de paraíso es la descripción que leemos de ella en internet. Las aves, iguanas y cangrejos son en realidad llantas, bolsas plásticas y pedazos de icopor. El agua cristalina se convierte en una gruesa capa de hongos que sirve de soporte a la basura. La experiencia exótica no es más que un paseo al basurero distrital de Cartagena.

Compré el tour, y aquí estoy.

Junto con Fermín Perez, mi guía, nos adentramos en los manglares. La balsa es un intento de bote hecho por tres palos mal amarrados, con hongos y dos pedazos de madera vieja que le sirven de remos. El manglar al que entramos es una cueva de ramas y hojas intercaladas que nos escuda de los rayos del sol. A medida que avanzamos, la balsa pierde más estabilidad y me preparo para caer a la Ciénaga en cualquier momento. Salimos de la cueva. Al frente nuestro encontramos una gran fortaleza de agua. Los manglares son las murallas y las  cuevas los pasadizos. La balsa sigue tambaleándose. Agarro mi cámara y me cuelgo la maleta.

-¿Esto es muy hondo Fermín?- pregunto, resignada a caer.

-Cuando yo tenía cuatro años, esto medía cuatro metros y se podían ver los peces. Hoy, el lodo y los desechos llenaron el fondo de la Ciénaga. La parte más profunda tiene 40 centímetros– contesta.

En este momento sé que no me voy a ahogar si la balsa se voltea, pero ese es el menor de los problemas: cuando Fermín dice desechos se refiere a botellas, basura y básicamente a la mierda de todos los cartageneros.

La Ciénaga agoniza. Sus respiros están contados y mientras se ahoga se lleva consigo a todos los sectores aledaños. Uno de estos es La Boquilla, un pequeño corregimiento pesquero ubicado a dos kilómetros al norte de Cartagena por la Vía al Mar. La llegada a La Boquilla es fácil: si usted ha ido a Cartagena y ha pasado por la “exclusiva” playa de los Morros lo único que tiene que hacer es continuar unos cuantos metros. La va a reconocer por su extensa y blanca playa o por las chozas de paredes imperfectas y techos multicolor. Pero la señal de llegada es simple: habrá dejado atrás los edificios altos y lujosos. Cuando su ojo sienta el cambio, bienvenido a La Boquilla, el barrio de Fermín Pérez.

Fermín es el jefe de la Asociación de Pesqueros Informales de La Boquilla y un activista ambiental de este corregimiento. Habla como quien está siempre frente a una cámara, incluso cuando no lo estoy grabando. Él es mi guía de hoy y promete mostrarme las dos caras de la Ciénaga.

–La Ciénaga antes tenía 44 kilómetros, hoy tu encuentras que la zona suroriental, desde la vía olímpica hasta el pozón y todos esos barrios, están dentro de la Ciénaga. Nosotros los cartageneros le hemos robado a la Ciénaga 200 hectáreas.

El problema no es reciente. A la Ciénaga de la Virgen llega el 75% de aguas negras de la ciudad.  Desde que Fermín tiene memoria, ha sido el pozo séptico de Cartagena, pero desde 1986, con la construcción de la vía Cartagena-Barranquilla, conocida como Anillo Vial, la situación se puso oscura, y el agua también. “Todo venia mal, pero eso fue lo peor que le pudo pasar a este lugar”- dice Fermín – “los peces empezaron a morirse”. La ciénaga necesita un equilibrio entre agua dulce y salada para poder existir, ese equilibrio era posible gracias a la presencia de tres bocanas naturales. Lo que hizo el Anillo Vial, sumado a otros factores como la gran injerencia hotelera y urbana fue cerrar las bocanas naturales que le brindaban agua dulce a la Ciénaga. La situación dio como resultado la creación de la Bocana Estabilizadora de Marea, inaugurada en el año 2000 y financiada por los Países Bajos en colaboración con el Banco Mundial. “La Bocana tampoco dio ningún resultado porque no tenían por qué hacerla pegada al aeropuerto, la Bocana tenían que hacerla aquí en la Boca Grande de la Boquilla”.

Y las autoridades, ¿qué papel cumplen en todo esto? La entidad con jurisdicción para la regulación de la Ciénaga y la Boquilla y que, además, emite los permisos ambientales es CARDIQUE (Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique). El EPA (Establecimiento Público Regional), por otro lado, es responsable de lo que suceda hasta la Bocana Estabilizadora. Es decir, su jurisdicción llega hasta ese punto y lo que acontezca de ahí en adelante le incumbe a CARDIQUE. De acuerdo a su informe de gestión de 2012[1], CARDIQUE se encuentra en medio de la planeación y realización de proyectos para incentivar la recuperación de la Ciénaga. Entre estos se encuentra la limpieza de los canales de Maravilla y Chanaria  y un plan para la “Recuperación y Conservación del Parque Natural Distrital Ciénaga de la Virgen” cuyo presupuesto es de 4.800 millones de pesos. En el informe también se da cuenta de los controles permanentes que se han realizado a los ecosistemas manglaricos y de los gastos de inversión en cada proyecto.

Fermín no cree en las autoridades: “yo nunca he visto un funcionario de CARDIQUE en la Ciénaga. Ellos se gastan la plata en estudios, pero no hacen nada con eso. El EPA también hace estudios sobre la Ciénaga, pero uno va a preguntar por ellos y los encuentra debajo de una gaveta tirados”.

El recorrido continúa. Estamos pasando debajo de una cuerda de la que cuelga ropa que atraviesa gran parte de la Ciénaga y se sostiene en sus dos extremos por troncos que en cualquier momento pueden quebrarse. “Nosotros ponemos el cable, y ellos lo cobran”. Fermín se refiere al cable de teléfono, o mejor dicho, al cuelga ropa. La incógnita es quienes son ellos. “El Estado no llega a La Boquilla” – me dice. Incógnita resuelta. Ahora me pregunto cuál podría ser la efectividad de todo lo que proponen las autoridades. Parece tambaleante. Espero que en mi próxima visita pueda ver las mejoras en la Ciénaga, o al menos espero ver la Ciénaga.

***

–¿Y qué tal es esta playa?

–Yo no me meto aquí, yo solo me baño en las Islas del Rosario– me responde Alejandro Villareal, coordinador de la subdirección de investigación y educación ambiental del EPA, mientras observamos una playa dividida por un camino de piedra. Al lado izquierdo del camino el agua es amarilla, al lado derecho es la playa de los Morros. Estamos en la puerta de La Bocana.

La Bocana Estabilizadora de la Ciénaga de la Virgen es la conexión que existe entre el mar y la Ciénaga. Tiene cuatro objetivos esenciales: diluir aguas contaminadas, purificar el agua, aumentar la salinidad y mejorar el tránsito de peces. Con la bocana se busca un intercambio continuo de aguas que garantice el flujo de la marea. De esta manera se logra que la Ciénaga se oxigene. La Bocana es la ventana que abrimos cuando la casa huele feo. De eso se encarga. Suena ideal, vamos a ver cómo funciona.

–Pero usted no puede entrar aquí, eso está prohibido– me dice el portero de La Bocana.

Discutimos con él y le explicamos que la bocana esta abierta a turistas desde el pasado mes de abril. Al parecer somos los primeros visitantes.

Logramos entrar.

La sorpresa de ser  los únicos en visitar la bocana se desvanece al verla. No es un atractivo turístico ni una superestructura digna de admiración. A simple vista es un puente abandonado que sirve como puerto de pesca. Hay unos diez pescadores, ninguno habla. Los sonidos de ambiente son el aleteo de los pescados en los baldes, los pasos crujientes al pisar patas de cangrejo y las preguntas que le hago a Alejandro.

A medida que voy caminando veo las compuertas que filtran el agua del mar a la ciénaga y de la ciénaga al mar. Las compuertas funcionan sin electricidad, son automáticas y se abren y cierran dependiendo del nivel de la marea. Al parecer no necesitan ninguna regulación. Ahora entiendo por qué las únicas vigilantes hoy son las garzas posadas en las compuertas. Sigo caminando y observo que al final del “puente” hay unas rejas destruidas. Le pregunto a Alejandro por qué están así y me contesta que “ni idea”, que eso “debe ser un tema de seguridad”. Los crujidos continúan por cada paso que doy.

–Vemos que a través de La Bocana si se ha ido recuperando La Ciénaga- me cuenta Alejandro hablando de los resultados de La Bocana –Antes tu no veías todas estas aves y eso es un indicador de la recuperación. Es decir, ya hay vida.

Puede que Alejandro sea defensor de la eficacia de La Bocana; sin embargo, está de acuerdo con Fermín en una cosa: la ubicación de La Bocana Estabilizadora fue un error.

–Se construyó aquí pero la pregunta que hoy todavía nos hacemos es por qué no se construyó en la boca natural que comunicaba al mar con la Ciénaga. Una boca natural que está a un kilometro de aquí.

El problema con La Bocana es que solamente es antibiótico para una de las enfermedades de la Ciénaga. Únicamente se encarga de oxigenar el agua pero deja de lado problemas mayores como la contaminación por residuos sólidos y el relleno de manglares. Es entendible, no se construyó para eso. La bocana no es el salvavidas de la ciénaga, ni lo fue, ni lo será.

 

–Sólo existen dos bocanas en el mundo, una aquí y una en Túnez, África– me dice Alejandro con orgullo. Tal vez la de Túnez luzca mejor.

***

La balsa continúa su camino y atrás quedan las cuevas y manglares, o al menos los manglares que me vendieron en el tour. El recorrido turístico ha terminado. La balsa se desvía. Ahora estamos en el sitio que ningún turista quiere ver y que ningún boquillero quiere mostrar. El otro lado de la ciénaga, la ciudad que habita dentro del manglar.

–¿Y aquí traen a los turistas?

Fermín me mira incrédulo y suelta una risa irónica “Já, ¿cómo así? Claro que no”, responde mientras hace esfuerzos sobrenaturales por tratar de esquivar los pedazos de icopor con su remo.

A esta ciudad le falta alcalde y nombre. Ya tiene las casas y los habitantes. Son construcciones a medio hacer, y que nunca terminarán de hacerse.  Se muestran construidas en medio de la basura y se camuflan entre los manglares. Los ocupantes están atrapados dentro de la Ciénaga: le llaman hogar al lugar equivocado. Lo que no se entiende es cómo pasó esto, en qué momento el manglar comenzó a ser invadido; una vez más la contaminación de la Ciénaga es el punto de partida para satisfacer la curiosidad y encontrar una explicación. La Boquilla se conoce como un sector pesquero; sin embargo, este adjetivo está obsoleto. La pesca ya no da un peso a La Boquilla. El agua de la Ciénaga no es siquiera un buen lugar para los peces, la tasa de mortalidad marina es alta y además la actividad de los pescadores cada vez tiene más obstáculos. Los boquilleros no tienen más remedio que dedicarse a conseguir lo del pan por otros medios. Una actividad económica que ha cobrado importancia es el turismo, el tour que estoy haciendo y el pescado que me voy a comer más tarde son el sustento económico de muchos habitantes de La Boquilla. Pero las grandes entradas de dinero provienen de una actividad que los boquilleros presumen menos: la venta de manglares “rellenados”.

Llega un nativo (o no nativo), corta un manglar, lo rellena de basura, icopor, colchones, llantas y todo lo que consiga en  el camino. Después de eso hay varias posibilidades: puede venderlo a cualquier persona que no tenga para pagar un lote o también puede cobrar un gran fajo de billetes a algún emporio hotelero que quiera construir en el nuevo sector “cool” de Cartagena. Así funciona el relleno de manglares.

–La Ciénaga se está acabando por la falta de conciencia de nosotros los nativos de la Boquilla. Todo lo vamos vendiendo, vendemos hasta la mamá– me comenta Fermín.

Lo más macabro de la historia es que la pobreza continúa y la venta indiscriminada de lo ajeno no parece llevar a La Boquilla a ningún lado. No se sabe a dónde va la plata:

–Nosotros nunca en la vida hemos visto 200 millones de pesos juntos, y si llega un rico y te paga 200 millones por el rancho entonces la persona piensa que con 200 millones va a resolver el problema de su vida– dice Femín casi gritando.

La música de todas las “casas” suena a todo volumen. Eso sí, que falte todo menos la champeta.

–Mira, nosotros los nativos de La Boquilla con 200 millones de pesos lo primero que hacemos es comprar un picó[3], después de dos meses esa plata ya no existe.

Recientemente la Ciénaga está en boca de todos por otro tema: la inseguridad. En Diciembre de 2012 el diario El Universal publicó una noticia titulada “Atracadores en la Ciénaga de la Virgen” que cuenta la historia de tres turistas que habían sido despojados de sus pertenencias mientras hacían el mismo recorrido que yo. El robo tuvo lugar en la “zona turística” del manglar.

No sé que me pueda esperar a mi.

***

La problemática de la Ciénaga de la Virgen abarca todos los aspectos: desde el ecológico al social y del económico hasta el cultural, por eso no puede ubicarse a un solo lado de la balanza. La culpa no es de nadie en especial pero la responsabilidad es de parte y parte. Por un lado, las autoridades ambientales como el EPA y CARDIQUE deben procurar por la implementación y efectividad de proyectos eco-sociales que abarquen tanto soluciones ambientales, como participación de los distintos sectores afectados. Por otro lado, debe existir un mayor grado de consciencia en los nativos afrodescendientes que habitan en La Boquilla y otros lugares bordeados por la Ciénaga. Pero este es el punto de quiebre de todas las soluciones que, retóricamente, suenan tan viables. Los nativos rellenan los manglares no sólo con el propósito de ganarse un buen dinero, también lo hacen para tener un lugar dónde vivir. Es una cuestión de prioridades. Es una tensión entre necesidades básicas y cuidado del medio ambiente: cuando no se tiene dónde dormir o el bocado del día siguiente es incierto, el cuidado de los manglares pasa a un segundo plano. Es un problema de oportunidades y no de consciencia. Es un proceso, y no se puede dar el segundo paso antes del primero.

–¿Y usted conoce a alguien que haya vendido y rellenado los manglares?– le pregunto a Fermín.

–Sí, una vez un señor de aquí de la Boquilla vendió en cuatro mil millones un relleno. La semana pasada tuvimos que reunir entre todos pa su entierro.

 

 

* Maria Ximena Dávila es estudiante de la Universidad de los Andes, esta crónica se hizo en el marco de la clase Periodismo en Terreno 2013: San Basilio de Palenque y Cartagena, de la opción en periodismo del CEPER

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